Читать книгу Ahora sí, te quiero tal como eres - Carolina Moreno Romero - Страница 8

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1.

Mi hija no es como la esperaba

De Carolina

A Lluna

Lunes, 6 de octubre de 2014

Aún no puedo cerrar los ojos, no sin antes vaciar todo lo que acabamos de vivir, todo lo que acabamos de sentir. Y te escribo a ti, Lluna, porque eres mi compañera de viaje y esto que hemos vivido hoy, sin duda, nos ha hecho personas distintas... Es curioso cómo, en cuestión de milésimas de segundo, tu vida puede pasarte por delante. Y lo es, también, sentir que ese instante será un momento catalizador que hará que esta funcione a otro ritmo, con otras normas.

Esta tarde teníamos hora con uno de los neurólogos más renombrados de la zona. Cuando hemos entrado por la puerta de su despacho me temblaban las piernas, he sentido frío en las manos y he notado cómo la sangre se me escurría del rostro a los pies. He sentido el miedo apoderándose de mí y la ansiedad aumentando por segundos. Esperaba encontrar un poco de calma en la mirada de mi compañero, pero no la he encontrado. Él evitaba mirarme y he sentido que también le invadía un sinfín de emociones. He respirado profundamente. He estrechado las manos con fuerza para apoderarme de un coraje que me estaba costando encontrar y, entonces, he mirado al médico. Permanecía sentado, ajeno a todo nuestro sufrimiento, escribiendo a mano algunas notas, absorto. En este punto, el miedo ha crecido más y más, me he sentido pequeña como el cuerpo que acunaba entre los brazos, y me he hundido en sus ojos. He mirado a mi pequeña con ganas de contagiarme de su calma. Calma… He intentado acompasar mi respiración a su respiración pausada. Respirar… He intentado memorizar cada detalle de sus facciones dulces y suaves. Memorizar… Me concentraba en memorizar cuando un movimiento de cabeza del médico me ha devuelto al presente. Se ha levantado y nos ha saludado con un enérgico apretón de manos que transmitía seguridad.

Los saludos han sido correctos y rápidos. En seguida hemos hablado del motivo de la consulta. El neurólogo ha hecho una serie de preguntas cortas que requerían respuestas concretas. A medida que el interrogatorio se alargaba, las miradas de mi compañero eran cada vez más insistentes; queríamos interrumpir, pero no nos atrevíamos a romper el aire «científico» que se respiraba. La causa de nuestra visita ha quedado clara inmediatamente: estábamos allí porque «un lactante de cuatro meses no aguanta la cabeza y presenta síntomas graves de hipotonía».

Al oír estos tecnicismos he sentido unas ganas enormes de gritar: «¡Mi bebé no es un lactante, en genérico! ¡Es mi segunda hija! La siento única en el mundo, con nombre y personalidad propios.» Es cierto, no sostiene la cabeza... Pero ¡cómo he deseado hacerle entender a este profesional de manos grandes que su sonrisa lo invade todo!

He pasado unos segundos gritando sin abrir la boca mientras el neurólogo ha hecho la revisión oportuna manipulando a mi hija, la «lactante» para él.

Tras unos minutos eternos durante los cuales le ha hecho pruebas, ha dictaminado su conclusión sin más preámbulos: «He atendido en más de una ocasión a niños con los mismos síntomas. Son retrasados». Lo que ha dicho después ha quedado en una nube difusa. No he podido entender nada de lo que aquel hombre explicaba. Tampoco he podido contener las lágrimas. ¡Mi bebé! Mi hija ha sido calificada de retrasada. En aquel momento habría empezado a correr llevándomela lejos, muy lejos de aquel hombre y de sus palabras hirientes.

Hemos salido de la consulta como si nos hubieran dado una paliza, la mayor paliza de nuestras vidas. En menos de dos minutos hemos entendido que las personas que habían entrado en la consulta estaban a años luz de ser las mismas que salían.

Durante el camino de vuelta a casa, el silencio ha sido denso. No hemos querido decir nada. Silencio… No hemos podido decir nada. Solo he sabido mirar a mi hija, sus manos, y aferrarme a la vida que transmite para poder contener el inmenso vacío que estamos viviendo.

Las palabras tienen un poder increíble y nos han traído a un mundo en el que no queremos estar; no queremos, bajo ningún pretexto, que nuestra hija sea retrasada. Queremos la hija que habíamos soñado. Queremos la hija que teníamos media hora antes. Nosotros no estamos diseñados para soportar este dolor. Nosotros no.

Las palabras que he oído esta tarde resuenan constantemente en mi cabeza. Ahora solo quiero dormir. Dormir para despertarme mañana y comprobar que esto que hemos vivido solo ha sido una pesadilla, la peor pesadilla de nuestras vidas. Una pesadilla desgarradora capaz de llevarse la alegría y la calma, los sueños, y la promesa de un futuro fácil.

Una pesadilla.

*****

De Lluna

A Carolina

Martes, 7 de octubre de 2014

Hola Carolina,

Acabo de abrir el correo y he leído tu mensaje. Tengo el corazón encogido y ahora mismo está de viaje para estar a vuestro lado, cerca.

¿Qué necesitas, que yo pueda hacer?

Hoy no me atrevo a escribir mucho, a llenar de palabras… Siento que en estos momentos es necesario dejaros sentir el dolor junto con el abanico de emociones que vayan surgiendo. Los que os queremos podemos estar presentes, acompañando, sosteniendo, cuidando, respetando y esperando el momento en que os levantéis mañana por la mañana.

Esta noche puede ser larga. A vuestro universo, y al nuestro, ha llegado un hecho inesperado y necesitamos tiempo para darle un lugar.

*****

De Lluna

A Carolina

Sábado, 25 de octubre de 2014

Hace unas semanas desde el primer correo y la primera conversación que tuvimos sobre Irai y sobre lo que no esperabais.

Nos hemos llamado, hemos hablado, hemos llorado, nos hemos calmado, agitado, acompañado, nos hemos orientado como un navegante en un mar en plena tempestad. Me pregunto si te has sentido apoyada en estos momentos difíciles. Es más, me planteo cómo lo podríamos explicar a aquellas personas que acompañan a los que quieren en momentos como el tuyo.

Creo que la relación de acompañamiento se basa en la presencia: estar con el otro desde la escucha y la disponibilidad. Habrá momentos en los que no será necesario hablar, aconsejar, dirigir o juzgar, sobre todo si el otro no lo pide. La presencia a menudo es discreta, paciente, y habla poco.

A veces, nos parece que ayudamos si hacemos cosas. Quizá sí, si el otro nos lo pide. Aun así, en un primer momento de desconcierto acompaña mejor la presencia que el hacer; basta con estar atento.

El primer impacto del dolor es el punto de partida de un proceso que pasará por muchas etapas y que ha de encontrar su camino a través de la expresión, haciéndose palabra y emoción. Justo en estos momentos, el acompañante puede ser de gran valor permaneciendo al lado, dando permiso a la tempestad y ofreciendo la confianza del soporte y la proximidad. No hace falta ser experto en nada, solo saber estar cerca, desde el corazón.


«Muchas personas en el mundo han pasado por esto.

Me reflejo en quien conserva el impulso de vida y la sonrisa.»

Ahora sí, te quiero tal como eres

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