Читать книгу Ahora sí, te quiero tal como eres - Carolina Moreno Romero - Страница 9
Оглавление2.
A lomos de un caballo desbocado
De Carolina
A Lluna
Lunes, 10 de noviembre de 2014
Cuando esta semana me pedías que intentara escribir lo que me pasaba, lo que sentía, se me hizo demasiado duro: no quería dejar por escrito el momento tan doloroso por el que estoy pasando, por el que estamos pasando… Pero ahora he decidido hacerlo, aferrándome a la idea de cuán sanador es para mí verter por escrito el embrollo de emociones que siento. Me ayuda a ordenarme, a darme permiso. Permiso para sentir. Poder compartirlo contigo y saber que no me juzgarás es la caricia que mi dolor necesita.
¿Cómo estoy? Una pregunta que nadie se atreve a hacer por miedo a recibir un embate de sarcasmo, una bocanada de dolor tan grande que sea incontrolable.
No estoy, no vivo en este mundo. Vivo en una realidad virtual muy dura, muy pesada. En esta realidad virtual el tiempo pasa muy despacio, las noches se alargan y se vuelven inacabables, el futuro no llega nunca, estoy anclada en una realidad que no siento mía. Vivo en el eco de una montaña lejana.
Entretanto, a mi lado pero a años luz de distancia, el resto de humanos continúan caminando sin anclas, continúan colgando fotos idílicas y envidiables de sus vidas igual de idílicas y envidiables en los muros de las redes sociales. Entonces me siento todavía más pequeña al lado de mi ancla, que en estos momentos me sobrepasa en tamaño y peso.
Aún siento que no puedo explicar lo que estamos viviendo. Yo, que siempre me he caracterizado por explicar, sin muchos tapujos, lo que siento y lo que estoy viviendo, ahora me profeso estrictamente cauta respecto a mi intimidad. Quiero silencio. En el fondo creo que, si no lo explico mucho, acabará desapareciendo. Que si de mi boca no salen determinadas palabras, nunca se harán realidad. Y podré retomar mi vida al lado de mis fantásticas hijas, y todo volverá a ser fácil. Porque ahora me doy cuenta de cuán fácil era todo antes. Antes.
¿Y por qué no podrá ser todo igual? De hecho, ¡todavía no hay un diagnóstico! Tengo la esperanza de que todo terminará un día de estos. Quiero pensar que mañana detectaremos lo que le pasa a nuestra pequeña y veremos que tiene solución, una solución rápida, ya que el destino tendrá piedad de nosotros: ya hemos sufrido bastante. Y cuando siento esta «certeza» me invade una sensación poderosa de fortaleza y optimismo. ¡Todo irá bien! ¡Todo se arreglará!
Así que a menudo me hallo haciendo ver que no pasa nada; de hecho, esto que estamos viviendo lo saben pocas personas… Cuando intento escuchar a los otros y sus quejas sobre sus vidas, me parecen ridículas y despiertan mi rabia. Intento ser empática con sus situaciones, pero sus banalidades me parecen despreciables. Intento disfrutar de sus metas, pero sus alegrías me parecen ofensivas. Y es entonces cuando quiero regresar a mi realidad: mi realidad virtual. Y es cuando me evado del mundo, cuando le encuentro sentido: su lentitud y su peso acompañan al mismo ritmo mi dolor, mi llanto intenso e incontrolado. Y es entonces cuando solo hay una persona que tiene derecho a estar, a acompañarme, a llorar conmigo: mi compañero. Él.
Así que mi mundo virtual lo lleva una especie de caballo desbocado. Mis emociones responden claramente a mis pensamientos. Soy consciente de que tengo otra hija, así que intento que el caballo vaya al trote y con la cabeza bien alta para transmitirle la sensación de que todo va bien, que todo está en su lugar y que nosotros, sus padres, llevamos las riendas.
Y me gustaría que este fuera el punto final y que no hubiera ninguna solicitud de aclaración a continuación. Pero la hay. El caballo va solo y tiene todo el mundo por delante. Esto me provoca un miedo hasta ahora desconocido. Un miedo que me asfixia y no me deja respirar. ¿Será la falta de oxígeno lo que hace que viva en otro mundo?
*****
De Lluna
A Carolina
Miércoles, 12 de noviembre del 2014
Hola Carolina,
No sabes cómo te agradezco la confianza de compartir conmigo lo que escribes. Te imagino delante del ordenador concentrada en narrar lo que sientes, poniendo palabras a tu maraña de emociones. Creo que escribir te hace bien, sacas fuera lo que te duele y, de alguna forma, lo ordenas.
Ayer releí las notas que guardo sobre etapas y procesos de pérdida para encontrar pistas y perspectiva para acompañarte. De algún modo, has perdido el ideal de hija saludable que querías, y esto ha desencadenado una tempestad de reacciones emocionales que son el caballo desbocado del que hablas. Y, además, no hay certezas, no hay diagnóstico. No sabéis de manera cierta para qué os tenéis que preparar.
Esta es una primera fase de preocupación, es la intuición de saber que algo no va bien, más allá de lo que digan los médicos. Incredulidad, resistencia, miedo, rabia, aislamiento… todo mezclado. Acercándome e intentando imaginar lo que sientes, te puedo asegurar que no eres extraña ni anormal; eres como las demás personas que pasan por situaciones de dolor intenso, de dolor que sale del fondo del corazón.
El mundo va a su ritmo, el de cada día. El vuestro parece más lento, a pesar de que la cotidianidad sigue su curso. En estos momentos, quizá la misma cotidianidad pueda ayudar a transitar la espera.
Ayer, cuando nos llamamos, te escuché angustiada. Aun así, tienes las riendas del caballo más agarradas que hace un par de días. Ya hablas de lo que sientes, lo escribes, lo compartes y lo respiras.
Lo que te dices a ti misma en estos momentos imagina el peor escenario de un desastre. Sin embargo, respecto a esto sí que puedes hacer algo: no alimentarlo; quedarte en el presente e invitar a la preocupación a ser realista y poco proyectada hacia el futuro. Ya habrá tiempo, para el futuro.
También me atrevo a preguntarte…
Ahora, en este momento, ¿con quién puedes compartir lo que sientes, tal como lo sientes?
Respecto al resto de la gente, ¿cómo puedes estar tan segura de que su vida es mejor que la tuya?
¿Qué momentos de respiro puedes encontrar para ti?
Ahora mismo, ¿qué hay de bueno en tu vida?
«Acompañar conjuga distintos verbos:
estar, reír, llorar, descansar, compartir, soltar…»
(Julio Gómez, del libro «Cuidar siempre es posible»)