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CUESTIONES FUNDAMENTALES



• Nuevo modelo del aparato psíquico • El yo como instancia • El superyó y el sentimiento de culpa • Pulsiones de vida y pulsiones de muerte


La comprensión de la vida anímica normal a partir de sus perturbaciones lleva a Freud a formular un nuevo modelo del aparato psíquico: ahora el yo sirve a tres amos, el ello, el superyó y la realidad.

El sentimiento de culpa es la expresión de la tensión entre el yo y las demandas del superyó.

Si bien el ello es ahora el reservorio pulsional, las pulsiones de vida y muerte están activas también en el yo y el superyó puesto que éstos tienen partes inconscientes importantes.


La necesidad de formular un nuevo modelo del aparato psíquico


Emana de las dificultades encontradas en la clínica psicoanalítica. Por una parte, el paciente deja de asociar cuando se acerca al material reprimido; eso sucede a pesar de haberle pedido que diga todo lo que le pasa por la mente. Se encuentra bajo el imperio de una resistencia que él desconoce. Esa situación revela que existen partes inconscientes en el yo: las que se resisten a toda costa a tomar conciencia de algo y las que promueven las defensas. Por otra parte, los años de trabajo en el consultorio ponen en evidencia que algunos pacientes tienen una reacción adversa frente a los progresos en su tratamiento. Freud la vincula con una necesidad de estar enfermos que es distinta de la posibilidad de un empeoramiento momentáneo en la cura vinculado con la resistencia a acercarse a lo reprimido y, luego, a aceptarlo (ver “Recordar, repetir y reelaborar”, 1914). Ejemplos de personajes que, de manera paradójica, no toleran el éxito que buscaron activamente abundan en la literatura. Eso lo lleva a plantear que un sentimiento de culpa inconsciente orilla a ciertas personas a contraer la enfermedad a raíz del triunfo. La conciencia de culpa se enlaza con la satisfacción de deseos edípicos (“Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, 1916). La primera formulación del aparato mental, donde el conflicto se da entre el sistema Preconsciente-Consciente (como el polo defensivo) y el sistema Inconsciente (como el polo del deseo) se vuelve insuficiente para entender dichas dificultades clínicas. En efecto, el yo encargado de la defensa también posee partes inconscientes. Además, al lado del material inconsciente reprimido —y que fue consciente en algún momento— existe otro material inconsciente que nunca ha sido ni percibido, ni consciente. No obstante nos agita y domina; es, por así decirlo, un más allá de lo reprimido. Por último, también hay que dar cuenta de dónde viene el sentimiento de culpa, las más de las veces inconsciente, que condena las acciones del yo y no le permite moverse. Freud propone entonces una segunda descripción del aparato psíquico o segunda tópica, donde el aparato psíquico está conformado por tres instancias: el ello (polo pulsional), el yo (polo defensivo y representante de los intereses de la persona) y el superyó (polo crítico e ideal a partir de una internalización de las prohibiciones y exigencias parentales). El modelo tripartito presenta la ventaja de no reducir el funcionamiento mental a un conflicto entre lo racional y lo irracional. La necesidad de formular un nuevo modelo del aparato psíquico deriva de la comprensión de la vida anímica normal a partir de sus perturbaciones, procedimiento al que recurre Freud con frecuencia a lo largo de su elaboración teórica.


Ahora bien, en el análisis, eso hecho a un lado por la represión se contrapone al yo, y se plantea la tarea de cancelar las resistencias que el yo exterioriza a ocuparse de lo reprimido. Entonces

hacemos en el análisis esta observación: el enfermo experimenta dificultades cuando le planteamos ciertas tareas; sus asociaciones fallan cuando debieran aproximarse a lo reprimido. En tal caso le decimos que se encuentra bajo el imperio de una resistencia, pero él no sabe nada de eso, y aun si por sus sentimientos de displacer debiera colegir que actúa en él una resistencia, no sabe nombrarla ni indicarla. Y puesto que esa resistencia seguramente parte de su yo y es resorte de este, enfrentamos una situación imprevista. Hemos hallado en el yo mismo algo que es también inconsciente, que se comporta exactamente como lo reprimido, vale decir, exterioriza efectos intensos sin devenir a su vez consciente, y se necesita de un trabajo particular para hacerlo consciente. He aquí la consecuencia que esto tiene para la práctica analítica: caeríamos en infinitas imprecisiones y dificultades si pretendiéramos atenernos a nuestro modo de expresión habitual y, por ejemplo, recondujéramos la neurosis a un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente. Nuestra intelección de las constelaciones estructurales de la vida anímica nos obliga a sustituir esa oposición por otra: la oposición entre el yo coherente y lo reprimido escindido de él (Freud, 1923a: 19).


Un individuo {Individuum} es ahora para nosotros un ello psíquico, no conocido {no discernido} e inconsciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo, desarrollado desde el sistema P [sistema percepción] como si fuera su núcleo... El yo no está separado tajantemente del ello: confluye hacia abajo con el ello (Freud, 1923a: 25-26).


Más sorprendente, empero, es otra experiencia. Aprendemos en nuestros análisis que hay personas en quienes la autocrítica

y la conciencia moral, vale decir, operaciones anímicas situadas en lo más alto de aquella escala de valoración, son inconscientes y, como tales, exteriorizan los efectos más importantes; por lo tanto, el permanecer-inconscientes las resistencias en el análisis no es, en modo alguno, la única situación de esta clase. Ahora bien, la experiencia nueva que nos fuerza, pese a nuestra mejor intelección crítica, a hablar de un sentimiento inconsciente de culpa, nos despista mucho más y nos plantea nuevos enigmas, en particular a medida que vamos coligiendo que un sentimiento inconsciente de culpa de esa clase desempeña un papel económico decisivo en gran número de neurosis y levanta los más poderosos obstáculos en el camino de la curación... No sólo lo más profundo, también lo más alto en el yo puede ser inconsciente (Freud, 1923a: 28-29).


En otros textos se expusieron los motivos que nos movieron a suponer la existencia de un grado {Stufe; también, “estadio”} en el interior del yo, una diferenciación dentro de él, que ha de llamarse ideal-yo o superyó. Ellos conservan su vigencia. Que esta pieza del yo mantiene un vínculo menos firme con la conciencia, he ahí la novedad que pide aclaración (Freud, 1923a: 31).


El yo adquiere el estatuto de instancia del aparato psíquico aunque su autonomía esté limitada


La noción de yo está presente desde los primeros trabajos de Freud. Describe sucesivamente su rol en el conflicto neurótico donde ciertas representaciones son incompatibles con él; su función de censor en el sueño; las pulsiones que dependen de él; su papel en la prueba de realidad; el yo como objeto de la libido en el narcisismo; el yo como reservorio de la libido; el yo que se modifica a través de identificaciones y que puede escindirse tal como sucede en la melancolía.

Pero es solamente hasta la segunda tópica que el yo se convierte en una instancia, o parte, del aparato psíquico con determinadas características, vinculadas con su génesis, encargada de ciertos procesos y que lleva a cabo funciones importantes, entre otras la de mediar las peticiones contradictorias de las demás instancias. Si bien Freud señala el poder del yo como ordenador del mundo interno no deja de subrayar su situación de dependencia en relación con el ello, el superyó y la realidad: no tiene patrimonio energético propio con lo que tiene que cortejar el amor del ello para recibir libido; está expuesto al maltrato del superyó y tiene que acatar las exigencias de la realidad, razones por las que su autonomía se ve reducida. Aparte, se ve debilitado por el conflicto con sus amos —ante lo cual reacciona sintiendo angustia—, y las divisiones en su interior. Es más, no es dueño de sí mismo: dado que algunas de sus operaciones son inconscientes, está siendo privado de una parte propia que ni ve ni conoce.


Es fácil inteligir que el yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de P-Cc [percepción-conciencia]: por así decir, es una continuación de la diferenciación de superficies. Además, se empeña en hacer valer sobre el ello el influjo del mundo exterior, así como sus propósitos propios; se afana por remplazar el principio de placer, que rige irrestrictamente en el ello, por el principio de realidad. Para el yo, la percepción cumple el papel que en el ello corresponde a la pulsión. El yo es el representante {repräsentieren} de lo que puede llamarse razón y prudencia, por oposición al ello, que contiene las pasiones (Freud, 1923a: 27).


Ahora vemos al yo en su potencia y en su endeblez. Se le han confiado importantes funciones, en virtud de su nexo con el


sistema percepción establece el ordenamiento temporal de los procesos anímicos y los somete al examen de realidad. Mediante la interpolación de los procesos de pensamiento consigue aplazar las descargas motrices y gobierna los accesos a la motilidad. Este último gobierno es, por otra parte, más formal que fáctico (Freud, 1923a: 55-56).


El yo se enriquece a raíz de todas las experiencias de vida que le vienen de afuera; pero el ello es su otro mundo exterior, que él procura someter. Sustrae libido al ello, trasforma las investiduras de objeto del ello en conformaciones del yo (Freud, 1923a: 56).


El yo se desarrolla desde la percepción de las pulsiones hacia su gobierno sobre estas, desde la obediencia a las pulsiones hacia su inhibición. En esta operación participa intensamente el ideal del yo, siendo, como lo es en parte, una formación reactiva contra los procesos pulsionales del ello (Freud, 1923a: 56).


Así, con relación al ello, se parece al jinete que debe enfrenar la fuerza superior del caballo, con la diferencia de que el jinete lo intenta con sus propias fuerzas, mientras que el yo lo hace con fuerzas prestadas (Freud, 1923a: 27).


[...] vemos a este mismo yo como una pobre cosa sometida a tres servidumbres y que, en consecuencia, sufre las amenazas de tres clases de peligro: de parte del mundo exterior, de la libido del ello y de la severidad del superyó (Freud, 1923a: 56).


La introducción del superyó. Su relación con el sentimiento de culpabilidad consciente e inconsciente


Es una aportación novedosa de El yo y el ello aunque no figure en el título del ensayo. La tercera instancia del aparato psíquico se origina a partir de una diferenciación en el interior del yo que resulta de la internalización de las demandas de las figuras parentales. Lo que hay de más elevado en el hombre, la conciencia moral, nace de la prohibición del incesto. El superyó perpetúa en el seno del aparato psíquico la dependencia infantil hacia los primeros objetos de amor que castigan y brindan protección. Tal como su nombre lo indica, está sobre el yo y lo domina. La tensión entre las dos instancias desemboca en sentimientos de culpa. La oposición entre consciente e inconsciente de la primera tópica no bastaba para explicar la formación de sueños punitivos: en La interpretación de los sueños (1900) precisa que emanan de una parte inconsciente del yo que se opone a la satisfacción del deseo en proveniencia del sistema Inconsciente. Con el planteamiento del superyó puede ahora integrar de manera más satisfactoria las reacciones adversas ante el cumplimiento de un deseo, el éxito o la mejoría en el tratamiento; son el producto de un conflicto entre el yo y el superyó. La experiencia clínica pone cada vez más en evidencia cómo el superyó contribuye a que una persona enferme. De hecho, cuanto más severo es el superyó, más intenso se vuelve el sentimiento de culpa, más maltratado queda el yo y, por ende, más grave se torna la patología mental. Freud asocia la crueldad del superyó con la neurosis obsesiva, la melancolía y el carácter masoquista. Asimismo descubre que esa crueldad está en el origen de la reacción terapéutica negativa que afecta la marcha normal, o esperada, del proceso analítico. Después, autores post freudianos subrayarán la conexión entre la psicosis y un superyó despiadado. Ahora bien, el sentimiento de culpa es con frecuencia inconsciente; el sujeto se percata de su sufrimiento psíquico pero no se siente culpable. Eso se debe en gran parte a la génesis del superyó: en la teoría freudiana nace a partir de la represión de las mociones de deseo del complejo de Edipo, que quedan forzosamente inconscientes. El superyó hunde sus raíces en el ello y se parece más a él que al yo. El concepto de superyó también le permite tender un puente entre lo individual y lo colectivo. En efecto, el superyó abarca también los ideales de la cultura; a través de él perviven el pasado y la tradición del pueblo que el sujeto se apropia de manera gradual.


Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones [con el padre y la madre del complejo de Edipo, objetos a los que el niño dirige tanto sentimientos amorosos como hostiles.] unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó (Freud, 1923a: 35-36, curs. de Freud).


Empero, el superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene también la significatividad {Bedeutung, “valor direccional”} de una enérgica formación reactiva frente a ellas. [...] Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en la represión del complejo de Edipo; más aún: debe su génesis, únicamente, a este ímpetu subvirtiente {Umschwung} (Freud, 1923a: 36).


El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad, la doctrina religiosa, la enseñanza, la lectura), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como sentimiento inconsciente de culpa, sobre el yo (Freud, 1923a: 36).


El ideal del yo tiene, a consecuencia de su historia de formación {de cultura}, el más vasto enlace con la adquisición filogenética, esa herencia arcaica, del individuo (Freud, 1923a: 38).


Ahora bien, descender de las primeras investiduras de objeto del ello, y por tanto del complejo de Edipo, significa para el superyó algo más todavía. [...] Por eso el superyó mantiene duradera afinidad con el ello, y puede subrogarlo frente al yo. Se sumerge profundamente en el ello, en razón de lo cual está más distanciado de la conciencia que el yo (Freud, 1923a: 49-50).


Hay personas que se comportan de manera extrañísima en el trabajo analítico. [...] Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o una suspensión temporal de los síntomas, como de hecho lo es en otras personas, les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer; empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar. Presentan la llamada reacción terapéutica negativa. No hay duda de que algo se opone en ellas a la curación, cuya inminencia es temida como un peligro. Se dice que en estas personas no prevalece la voluntad de curación, sino la necesidad de estar enfermas. [...] Por último, se llega a la intelección de que se trata de un factor por así decir “moral”, de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. [...] Ahora bien, ese sentimiento de culpa es mudo para el enfermo, no le dice que es culpable; él no se siente culpable, sino enfermo (Freud, 1923a: 50).


El sentimiento de culpa normal, consciente (conciencia moral), no ofrece dificultades a la interpretación; descansa en la tensión entre el yo y el ideal del yo, es la expresión de una condena del yo por su instancia crítica (Freud, 1923a: 51).


Y más todavía: quizás es justamente este factor, la conducta del ideal del yo, el que decide la gravedad de una neurosis (Freud, 1923a: 51).


Uno puede dar un paso más y aventurar esta premisa: gran parte del sentimiento de culpa tiene que ser normalmente inconsciente, porque la génesis de la conciencia moral se enlaza de manera íntima con el complejo de Edipo, que pertenece al inconsciente (Freud, 1923a: 52-53).


Las pulsiones forman parte del aparato psíquico en la segunda tópica


Por una parte, la segunda tópica se caracteriza por la inclusión de las pulsiones dentro del aparato psíquico, más precisamente en el ello. Recordamos que el sistema inconsciente de la primera tópica solamente contenía representaciones. Por otra, Freud trata de articular la última versión del conflicto psíquico presentada en Más allá del principio de placer (1920)3 con las tres instancias que acaba de introducir. Si bien el ello es el reservorio pulsional, los hechos clínicos ponen de relieve que las pulsiones de vida y de muerte están también activas en el yo y el superyó. En general, las dos clases de pulsiones se presentan mezcladas con lo que los efectos destructivos de las pulsiones de muerte quedan neutralizados. Un ejemplo clásico de mezcla pulsional es el sadismo sexual donde el sometimiento del compañero produce un placer erótico. Otra forma de lidiar con las pulsiones de muerte es desviarlas hacia el exterior como agresión. En lo que se refiere al yo, acoge libido (pulsión de vida) del ello cuando se hace amar por él; de la misma forma, en su trabajo de ligazón, tal como sucede en la formación de pensamientos, se impone Eros.

En varias de las operaciones llevadas a cabo por el yo, sin embargo, en particular la identificación y la sublimación, ocurre una desexualización que conlleva una desmezcla pulsional. En aras de dominar la libido, el yo se pone al servicio de las pulsiones de muerte con el riesgo de sucumbir él mismo.

La instancia cuya severidad exagerada llama la atención de Freud es el superyó. En efecto, el sentimiento de culpa que deriva del superyó es directamente responsable de las dificultades encontradas en la cura. Lo más extraño es que la presencia de una conciencia moral rigurosa en extremo no refleja la educación recibida por el niño; al contrario, en muchas ocasiones los padres fueron permisivos en su educación. Ahora bien, se proponen dos explicaciones para dar cuenta de la híper severidad del superyó. En la primera, cuanto más limita el individuo su agresión hacia afuera, tanto más estricto se torna el superyó hacia el yo. En otras palabras, la agresión que no sale queda activa y se descarga en el interior. En la segunda, la crueldad superyoica resulta de una desmezcla pulsional en su seno; por consiguiente, las pulsiones de muerte pueden actuar sin obstáculo. Se observa el carácter pulsional del superyó: éste puede volverse tan feroz como el ello. En cambio, los aspectos benévolos del superyó ponen en evidencia el predominio de las pulsiones de vida o Eros.


Ya tenemos en claro [...] que el yo se encuentra bajo la particular influencia de la percepción, y que puede decirse, en líneas generales, que las percepciones tienen para el yo la misma significatividad y valor que las pulsiones para el ello. Ahora bien, el yo está sometido a la acción eficaz de las pulsiones lo mismo que el ello, del que no es más que un sector particularmente modificado (Freud, 1923a: 41).


[...] uno tiene que distinguir dos variedades de pulsiones, de las que una, las pulsiones sexuales o Eros, es con mucho la más llamativa, la más notable, por lo cual es más fácil anoticiarse de ella. No sólo comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina, y las mociones pulsionales sublimadas y de meta inhibida, derivadas de aquella, sino también la pulsión de autoconservación. En cuanto a la segunda clase de pulsiones, tropezamos con dificultades para pesquisarla; por fin, llegamos a ver en el sadismo un representante de ella. Sobre la base de consideraciones teóricas, apoyadas por la biología, suponemos una pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte, mientras que el Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la reunión, la síntesis, de la sustancia viva dispersada en partículas, y esto, desde luego, para conservarla (Freud, 1923a: 41).


[...] en cada fragmento de sustancia viva estarían activas las dos clases de pulsiones, si bien en una mezcla desigual [...] (Freud, 1923a: 42).


Una vez que hemos adoptado la representación {la imagen} de una mezcla de las dos clases de pulsiones, se nos impone también la posibilidad de una desmezcla —más o menos completa— de ellas (Freud, 1923a: 42).


[...] las mociones pulsionales que podemos estudiar se revelan como retoños del Eros. [...] se nos impone la impresión de que las pulsiones de muerte son, en lo esencial, mudas, y casi todo el alboroto de la vida parte del Eros (Freud, 1923a: 47).


Ahora habría que emprender una importante ampliación en la doctrina del narcisismo. Al principio, toda libido está acumulada en el ello, en tanto el yo se encuentra todavía en proceso de formación o es endeble. El ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo fortalecido procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos (Freud, 1923a: 47).


[…] el yo le alivia al ello ese trabajo de apoderamiento sublimando sectores de la libido para sí y para sus fines (Freud, 1923a: 48).

3 En ese texto, hay un cambio de eje notorio. El problema central no radica más en la sexualidad sino en la agresión y la destructividad del ser humano.

S. Freud: El yo y el ello

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