Читать книгу Los celajes de Daniela - Cecilia Domínguez Luis - Страница 16

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–¿Y por qué no nos lo pregunta usted directamente?

–¡Insolente! ¿Cómo te atreves? –respondió la nube grande. Y mientras decía esto, un rayo salió de una de sus negras manos y a punto estuvo de alcanzar a los cinco amigos, que tuvieron que utilizar sus alas para esquivarlo.

–Los intrusos no pueden dirigir la palabra directamente a nuestra reina –explicó la otra–. Está totalmente prohibido.

–Pero nosotros no somos intrusos –trató de explicar Daniela–. De pronto nos crecieron estas alas que nos elevaron, nos elevaron sin que nosotros pudiéramos evitarlo.

–Es igual. Para mi señora, la reina Nubarrona Feroz, todo el que no es su súbdito es un intruso.

–Pues para que lo sepa, a mí me gustan más…

Daniela iba a decir los celajes, cuando Alejandro le dio un codazo.

–¿Y tú cómo te llamas? –preguntó Lucas tratando de disimular.

–Yo soy la nube de compañía, Nimbo Plasta.

Los cinco amigos contuvieron a duras penas la risa.

«¡Vaya nombres más estrambóticos!», pensaron.

Pero no les dio demasiado tiempo a nada. A una señal de la reina Nubarrona, aparecieron unas nubes grises, algo mayores que la Nimbo Plasta. Eran nubes soldados, que los rodearon.

–¡A ver, Nimbo Plasta, ordénales que nos sigan si no quieren que les corte la cabeza! –rugió Nubarrona.

–Eso me recuerda a la reina de corazones del cuento de Alicia –dijo Daniela–. Aunque esta es todavía mucho más fea.

Lo dijo bajito, para que solo se enteraran sus amigos, pero Lucas, que no se fiaba, le dijo:

–Shhh. A ver si te van a oír…

–¿Se puede saber qué están cuchicheando esos

mocosos?

–Nada, nada, Nimbo Plasta, solo que estamos asombrados de todo el ejército de nubes que tiene tu reina.

–Pues eso no es nada, niña tonta. Cuando lleguemos a su reino ya verás…

–¿Pero es que vamos a ir a su reino? Si nosotros solo queríamos ir…

–Sí, ya, ya, al reino de los Celajes. Pero ¿no sabes que ese reino y el nuestro siempre están en guerra?

–¿Y quién gana? –se atrevió a preguntar Alejandro.

–Nuestra reina, claro está. ¿Quién si no? –dijo orgullosa Nimbo Plasta.

Pero nuestros amigos no se lo creyeron demasiado.

–Pues yo no lo veo tan claro –volvió a responder Daniela–, porque siempre, después de las tormentas y de esas nubes negras que nos dan miedo, aparece el sol y el cielo empieza a llenarse de nubes blancas que se deshilachan hasta quedarse todo muy azul, mientras que las nubes negras se baten en

retirada.

–¡Niña, no vuelvas a decir nada parecido! Menos mal que nuestra reina es algo dura de oído, que si no…

Sí, la Nubarrona Feroz estaba un poco sorda, porque no hacía más que fabricar rayos y truenos y, claro, con tanto ruido…

–¡Bueno, menos cháchara, que aún nos queda un buen trecho!

A Daniela y a sus amigos no les quedó más remedio que seguir a aquellas nubes grises. Los tenían rodeados y era imposible escapar.

Caminaban –o, mejor dicho, volaban– por un cielo que poco a poco se iba volviendo más y más oscuro, como esos días de invierno que amenazan tormenta.

«Lo que faltaba ahora es que empiece a llover y se mojen nuestras alas. ¡A ver quién puede volar así!», pensaba Daniela.

–¡Qué frío hace! –se lamentó Lucas.

–¡Silencio! –ordenó Nimbo Plasta–. Ya estamos llegando.

Los celajes de Daniela

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