Читать книгу Y tú serás el río - Cecilia - Страница 13
ОглавлениеVII
Daniel les sigue contando historias a mis hijas, para que olviden la pesadez de este viaje hasta la Isla Baja. Tiene una gran habilidad para comunicar. Siempre la tuvo. Tal vez para compensar el ser el menos corpulento y fuerte de sus hermanos.
El día que se proclamó la II República, el párroco no quiso que se tocaran las campanas para celebrarlo. Estaba claro que, desde ese momento, habría una especie de guerra soterrada de la Iglesia y los caciques contra todos los que tuviesen ideas republicanas y de izquierdas.
Mis hermanos estaban exultantes. Yo siempre pensé que eran algo ingenuos y que echaban demasiado pronto las campanas al vuelo (ahora lo sigo pensando y creo que, después de lo de Ernesto, con más razón).
–Tú siempre tan optimista, Julia. Anímate, mujer, ya verás como todo va a cambiar.
Daniel llegó con nuevas noticias. La República había decidido que España debía ser un Estado laico, por lo que en las escuelas ya no se iba a impartir religión, y había que suprimir los crucifijos y cualquier otro símbolo religioso de las aulas.
–Esto va a levantar ronchas –le dije–. No solo los curas, sino los católicos…
Me interrumpió diciéndome que no se trataba de un ataque a la Iglesia, sino una separación entre esta y el Estado.
–Preparamos a los niños y a las niñas para ser hombres y mujeres cultos el día de mañana. El que quiera seguir con su religión, podrá hacerlo en sus respectivas parroquias.
–¿Cómo lo harás? Me refiero a lo de los crucifijos.
–Simplemente lo descolgaré y lo guardaré en una de las gavetas de mi mesa.
Intuía, más bien estaba segura de que iba a ser complicado que la gente se adaptase a las novedades, pero Daniel se lo tomaba de forma tan natural, y lo explicaba de tal manera, que hacía que todo pareciera fácil.
–Estoy seguro de que muchos nos apoyarán –insistía–. Otros se mantendrán al margen y otros intentarán cualquier cosa desde la clandestinidad, pero eso no me preocupa. Pretendo hacer de la escuela lo que siempre he querido: un lugar de estudio, de libertad y de tolerancia. Los chicos deben aprender a pensar por su cuenta, a no dejar que nadie los haga comulgar con ruedas de molino; que ellos mismos puedan decidir sobre su futuro…
A partir de ese momento, pareció que a mi hermano le habían dado cuerda. No paraba de hablar de todos los proyectos que pretendía llevar a su escuela. «Esta será la escuela del futuro, por la que siempre he trabajado y en la que siempre he creído».
Su novia, Amalia, que en ese momento estaba en casa, lo contemplaba con arrobo.
Le contesté que todo eso sonaba muy bien, pero que no se confiara demasiado.
–¡A ver, ese optimismo, cuñada! –me dijo Amalia. Una mujer espontánea, sin prejuicios y sin pelos en la lengua, que siempre consigue sacarme una sonrisa.
Daniel siguió explicando sus planes para enseñar en su escuela. Quería llevar a ella las ideas de libertad, autonomía y solidaridad que pretendía la recién nacida II República.
Yo misma tuve ocasión de comprobar cómo sorprendía a los muchachos con aquellos mapas en relieve, hechos con periódicos viejos y yeso pintado.
Allí estaban el Sistema Ibérico, los ríos, las lagunas. Allí las islas Canarias, en su justo sitio, muy cerca de África, y el volcán, sobrepasando cualquier altura. Las letras del abecedario, multiplicadas, dibujadas en cartulinas, jugaban a quedarse en la memoria, y leer era encontrarlas y encontrarnos.
Luego vendría lo de tomar partido y hacerse socialista, con el apoyo de Amalia, con la que se casó en cuanto aprobó las oposiciones a maestro y que, según ella misma, no entendía demasiado «de esas cosas», pero que siempre estaría a su lado, pasara lo que pasase. Y vendrían también mis temores y su destino a la Isla Baja, a Los Silos.
Yo no dije nada más, pero algo me decía que todo se iría complicando, a pesar de que los periódicos empezaban a hablar ya de reformas agrarias, sanitarias y educativas.
Además, el oír hablar a Daniel del Estado laico me trajo, inevitablemente, el recuerdo de mi hermana Sara.