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¡Gracias, madre Ganges!

«Oh, madre Ganges, vine a tu orilla, y sentado allí rezo en nombre de Krishna. No tomo nada sino sólo tu agua.

Oh, Ganges, tú que eliminas toda la maldad, tú que eres la escalera al cielo, tú que estás llena de olas esparcidas, sé complaciente conmigo».

Adi Shankara

Agradezco a la madre Ganges, en cuya orilla tuve mi primer encuentro con la vida y con la muerte, mi primera iluminación. En la India, la incineración de los muertos y el depósito de sus cenizas en el río Ganges implican la liberación de futuras reencarnaciones. Sin embargo, hay cadáveres que se echan a la corriente de las aguas sin ser incinerados.

Ese río caudaloso la mayor parte del año, en épocas de sequía deja ver bancos de arena entre los riachuelos que se forman. Me acuerdo muy bien de que teníamos que nadar unos metros para llegar a aquellas arenas que brillaban con el sol –y como el mismo sol. Allí, cuando era niño, jugaba fútbol. A veces no contábamos con ningún objeto para dibujar o excavar las líneas de la cancha en aquellas arenas, así que lo hacíamos con las manos. Pero no con las nuestras: usábamos las manos de los muertos, de los cadáveres que encontrábamos allí. Esos muertos, que habían sido echados al río pocos meses antes, venían con la corriente y, durante el verano, cuando el río se secaba, se quedaban varados en las arenas y se desecaban. Esto nos hacía mucho más fácil quitarles las manos para dibujar la cancha. Mientras más secos, mejor; recién muertos, peor, ya que aquéllos parecían seguirnos al arrancarles las manos.

Y luego, nos faltaban objetos para hacer nuestras porterías… Sí, nos costaba trabajo buscar objetos para definirlas, pero usando «la cabeza» lo conseguíamos.

Mi búsqueda por el sentido de la vida comenzó allí, cuando un día, jugando fútbol en la ribera del río sagrado, encontré un esqueleto humano y me quedé perplejo, contemplando por mucho tiempo aquellos restos óseos, pero en especial el cráneo, pues deseaba saber qué había en su interior. Al momento de quebrarlo e inspeccionar su parte interna, una serie interminable de preguntas vinieron a mi mente. ¿A qué persona había pertenecido esa cabeza?, ¿cómo murió?, ¿por qué?, ¿desde cuándo?, ¿cuánto tiempo llevaba allí el cuerpo abandonado?, ¿quiénes lo habrían tirado?, ¿por qué lo tiraron en lugar de incinerarlo?, ¿quién era?, ¿habría dejado una familia?, ¿hijos huérfanos?, ¿lo lloraron sus hijos cuando murió?, ¿cómo habría vivido?, ¿fue feliz?, ¿aún quedaba algo de él? Fueron estas preguntas las que me impulsaron a buscar, en un principio, cuál era el verdadero sentido de nuestra existencia, indagar para qué vivimos.

Ese fue el inicio de una incesante búsqueda de cráneos para satisfacer la inquietud de saber lo que había en su interior. Al escuchar acerca de mis expediciones diarias –el fútbol pasó a segundo plano–, mi padre entendió que lo que yo quería realmente entender era lo que había dentro del cerebro humano y no el contenido del cráneo. Es decir, me aclaró que yo buscaba descifrar la mente humana y me pidió que dejara de estar quebrando los cráneos de los esqueletos tirados por acá y por allá. Comenzó a darme dirección. Sin duda, él ha sido mi mejor guía espiritual. Me introdujo no sólo en el mundo de los libros sagrados, la sabiduría ancestral de Oriente, sino también en la psicología occidental. Me llevó de la mano en mi búsqueda por comprender la mente humana.

Después de la muerte sólo queda líquido en la cavidad encefálica, quizá porque el cerebro ya sirvió de alimento para los peces o los gusanos. Pero las preguntas permanecen: ¿Qué hace la mente? ¿Determina la mente nuestra vida? ¿Qué es la vida? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué nacimos? ¿Por qué nos morimos? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? ¿Hemos cumplido con el objetivo de nuestra existencia? ¿Vamos hacia él? ¿Cuál es el sentido de nuestro viaje del vientre a la muerte (del vientre, al regazo de la madre Ganges)? ¿Seremos felices o daremos «patadas en la tumba»?

Así fue como emprendí esta aventura de entender nuestro universo; tratar de comprender la mente humana, cómo funciona y cómo se puede entrenar. Quiero compartir aquí este experimento-entrenamiento de nuestra mente pero, como en toda prueba, sólo sabremos que en verdad funciona si lo llevamos a cabo. Así que bienvenidos a la comprensión de la mente humana y al experimento con ella.

¡Experimentemos con la vida! Lo peor que puede pasar es que todo siga igual. El experimento da resultados. Una buena acción siempre da un buen resultado; si hemos hecho bien las cosas y aun así no conseguimos los frutos esperados, es porque quizá la acción estaba bien hecha pero no era una buena acción. Todas las acciones, no sólo deben estar bien hechas, sino que deben ser buenas acciones. Atrévete a participar en este experimento. «Los barcos están seguros en los puertos, –como dijo William Shedd–, pero no están hechos para estar en los puertos». No seas barco de puerto. No busques la seguridad, no tengas miedo. Un mar en calma nunca hizo buenos marineros; así que navega en alta mar, navega ante las adversidades de la vida. Este es tu destino. Naciste para esto, para navegar en alta mar. Cúmplelo.

Del vientre a la muerte

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