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Siguen las sorpresas

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«Hacen falta muchas horas para levantar un castillo de naipes y solo un segundo, un leve soplo de aire, un descuido, para derribarlo».

Los días siguientes pasaron con el desánimo impreso en el semblante de Carolina. A los pocos días de estar en Jerez le habían dado la baja médica, pues su estado de ánimo estaba bajo mínimos. También había bajado de peso, ya que comía y dormía poco. Todos estaban preocupados por ella. Ahora, en Madrid, la situación seguía casi igual. Solo cambiaba que dormía en su casa y tenía a sus hijos y familia cerca. Sin embargo, dormir cada noche en su cama sabiendo que a pocos kilómetros estaba Emilio en coma la martirizaba bastante.

Su amiga Maribel fue a visitarla. Había acudido varias tardes en ese mes a hacerle compañía. Maribel llevaba doce años casada, pero no tenía hijos. Le encantaban los niños y adoraba a Iván y Nerea. Llevó unos pastelitos para merendar. Fátima también estaba allí. Estos últimos días pasaba muchas horas con Carolina y los niños. Tenía un centro de estética y de rayos láser con una socia, por lo que podía faltar sin problema. Últimamente solo acudía a ratos. En estos momentos su tata, como ella la llamaba, la necesitaba más que nunca.

Fátima era cinco años menor que Carolina. Era una chica encantadora, morena, de pelo corto y ojos marrones, de estatura media, de carácter alegre y con algunos kilos de más que la tenían algo acomplejada. Estaba muy agradecida a Carolina. Eran vecinas de la misma planta. Cuando Carolina se compró el piso, Fátima vivía con su madre. Al poco tiempo su madre enfermó de alzhéimer. Ella la cuidaba sola, pues era hija única. Su madre era separada y su familia vivía en un pueblecito a unos cien kilómetros de Madrid. Fátima no tenía contacto con su padre. Un día su madre empezó a tener lagunas mentales. Hacía diez años de eso. Su padre se marchó de casa y las dejó solas. Se fue con otra y no volvieron a saber nada más de él. Fátima no quería verlo ni en pintura, así que cuando su madre empeoró no tenía a nadie cerca, salvo a su querida vecina Carolina, que le dio todo su apoyo. Esta la consoló, la ayudó y la acompañó en los peores momentos. Era la hermana mayor que no tuvo y que Dios puso en su camino. Ahora le tocaba a ella estar al lado de su tata y ayudarla con los niños, a los que adoraba. Eran sus sobrinos. No tenía novio; vivía sola. Había tenido dos relaciones que no fueron lo que esperaba. No tenía suerte en el amor. Siempre se encaprichaba de los chicos que ni siquiera se fijaban en ella y los que se le acercaban no le gustaban. Se dedicó de lleno a su trabajo y a cuidar de su pobre madre enferma. Tras morir esta, alguna vez salía de marcha con alguna amiga. Sin embargo, no le gustaba mucho el ambiente nocturno. «Hay mucho pescador suelto, tata, con ganas de hincarte el arpón a la primera oportunidad y yo paso de rollos de una noche con desconocidos», le confesaba a Carolina, que sonreía con sus comentarios.

—Cualquier día llamo al programa ese de la tele para buscarte pareja —le había dicho Carolina unos meses antes.

—Calla, calla. Ni se te ocurra, que me da algo como sea feo, enano o calvo. ¿Cómo le dices que no en directo? ¡Qué vergüenza! Oye, que podrá ser muy buena persona, no digo que no, pero no es el tipo de hombre que me gusta. Es que soy un poco exigente —contestaba con una risa maliciosa y poniendo cara de espanto.

—El hombre que se case contigo se llevará un diamante muy valioso. —Ja, ja, ja. Y sin pulir. —Y las dos terminaban riendo a carcajadas—. ¡Uy, tata! ¡A este ritmo me quedo solterona toda la vida!

Hacía un par de meses que Fátima se había apuntado al gimnasio. Iba tres veces por semana. Había bajado unos kilos, se había teñido de pelirroja y estaba muy favorecida. «Mira, soy un bombón de frambuesa. A ver a qué machote le gusta el dulce y me prueba. Eso sí, busco un paladar exquisito. Tengo pleno derecho de ser yo quien escoja», le comentaba a Carolina, que reía con sus ocurrencias.

Quién les iba a decir que meses después iban a estar sentadas las tres para hablar de Emilio. Se habían preparado unas infusiones y en el centro de la mesa habían puesto el plato de minipastelitos que había traído Maribel.

—Amiga, tienes que animarte. No puedes seguir todo el día metida en el hospital, sin salir, sin trabajar, sin ilusión por nada. —Maribel miraba apenada a Carolina. Llevaba un mes sumida en una depresión—. Comprendo que es muy duro y que lo amas; sin embargo, debes pensar en tus hijos. Ellos sufren viéndote en este estado de amargura y apatía.

—Lo sé, Maribel, pero no tengo ganas de nada. Es como si mi vida se hubiese desplomado bajo mis pies, dejándome desprotegida y vulnerable. Aunque nos vemos poco, tú sabes que Emilio es el hombre de mi vida.

—Carolina, piensa que la situación que tienes ahora mismo es complicada. Debes quedarte con lo bueno de vuestros años juntos. Piensa que él no te querrá ver así cuando despierte. Emilio quiere lo mejor para ti —la animó su amiga.

—La verdad es que a estas alturas ya no sé en realidad qué quiere o qué piensa —confesó abatida. Fátima la miró frunciendo el ceño. Notó como Maribel la miraba también sorprendida. En su cara adivinaron que había algo más que ellas ignoraban.

—Amiga, ¿hay algo que no nos cuentas? Aparte del dolor, todos estos días te he notado atormentada y tengo la intuición que hay algo más —le cuestionó Maribel preocupada.

—Tata, espera, no digas ni mu hasta que vuelva. Me voy a llevar a los niños a mi piso un rato para que jueguen allí y así podamos hablar tranquilas. Tienes que contarnos qué te agobia. Y no me digas que nada, que te conozco muy bien y llevo días observándote.

Carolina quedó pensativa unos minutos, en los que dudó si hablar o callar para siempre. Sin embargo, las dudas la estaban trastornando. Asintió con la cabeza y, tras volver Fátima, suspiró y les contó toda la historia. Ambas la escucharon atentas y no terminaban de entender por qué el encantador Emilio había engañado a su amiga. ¿Cómo no le dijo a qué iba a Cádiz y que estaba de vacaciones? No daban crédito a lo que escuchaban. Cierto era que el matrimonio se veía poco; no obstante, cuando estaban juntos se les veía bien avenidos.

—Joder, tata, me has dejado de piedra. Pero ¿no has investigado qué hacía allí? ¿No recuerdas que te dijese algo, algún dato?

—Le he dado mil vueltas y nada de nada. Para mí que estaba en Asturias. Él me dijo que dormiría en Oviedo. En Jerez la Guardia Civil no me contó nada que me ayude a saber algo más. Solo sé que el accidente fue sobre las doce de la noche en la carretera de Ronda a Jerez. Yo no sabría por dónde empezar a indagar.

—¿Has buscado entre sus cosas del camión? Papeles, contratos… Tiene que haber alguna pista que, tirando del hilo, te ayude a saber qué se traía entre manos —le cuestionó Maribel, que no asimilaba del todo lo que había escuchado. Conocía a Emilio desde hacía años y lo consideraba un buen hombre—. Tú siempre has sido muy intuitiva. ¿Qué te dice tu instinto?

—No he tenido ni ganas ni valor para investigar. Me da miedo lo que pueda descubrir. Tengo un mal presentimiento.

—Es un riesgo que debes correr. ¿Y si no despierta en años? No puedes quedarte toda la vida con la intriga. Debes intentarlo al menos. Si me necesitas, para lo que sea, cuenta conmigo. —Maribel se acercó a ella y la abrazó. Estaba muy afectada.

—¿Y en su teléfono? ¿No has mirado? —preguntó Fátima, movién-dose nerviosa por el salón.

—El móvil no me lo han entregado. No sé, imagino que estará en el coche. Quiero intentar olvidar toda esta pesadilla. A veces creo que es mejor dejar las cosas así por el bien de mis hijos; pero, por otro lado, la intriga me está desquiciando.

Tras esta frase cambió de tema y ambas entendieron que no le apetecía seguir hablando del asunto. Entendían lo dolorosa que debía de ser para ella toda esta incertidumbre. ¡Vaya con Emilio! ¡Jamás lo hubiesen imaginado!

Maribel era dos años mayor que Carolina. Era bajita, delgada, tenía el pelo oscuro y lacio, la melena le llegaba a media espalda. Llevaba casada con Jorge, su marido, doce años. No habían tenido hijos. Los primeros años de matrimonio lo pasó mal, deseando ser mamá. Se hicieron multitud de pruebas y dieron como resultado que el esperma de Jorge era débil y no lograba fecundarla. Tras esto se relajaron y decidieron disfrutar de la vida. Viajaban mucho y salían a divertirse. Jorge trabajaba en un banco. Eran una pareja estable y estaban bien económicamente. Ahora Maribel se estaba tratando para hacerse la inseminación in vitro. Lo intentarían con el esperma de él y si no daba resultados, pues sería de un donante. Lo intentarían en tres ocasiones. La primera fue hacía seis meses; había fallado. La segunda vez que se inseminó fue hacía un mes. Estaban a la espera de saber qué ocurría. Debía intentarlo antes de que cumpliese los cuarenta años. A partir de esa edad no era recomendable. Era una mujer cariñosa y le encantaban los niños. A Iván y Nerea los consideraba como sobrinos. Años atrás, cuando Emilio estaba más tiempo en casa, algunas veces habían salido a cenar y tomar unas copas los cuatro. Se divertían y pasaban una velada agradable. Maribel era la pequeña de cuatro hermanos. Todos vivían en un pueblo de Toledo. Ella se trasladó a Madrid para terminar la carrera y en ese tiempo conoció a Jorge y ya se quedó a vivir en la capital. Su noviazgo duró poco; al año se casaron. Meses después se presentó a las oposiciones para coger plaza en un colegio privado y las aprobó. Desde entonces seguía trabajando allí de profesora de primaria. Allí conoció a Carolina y desde el principio se hicieron amigas.

Los días seguían pasando y el ánimo de Carolina no mejoraba. Llevaba a los niños al colegio, preparaba la comida, el piso y se marchaba al hospital a ver a su marido. Se sentaba a su lado, se llevaba un libro y se ponía a leer el rato que lo acompañaba. Al mediodía recogía a los niños del colegio y volvían al piso. Por las tardes acompañaba a sus hijos a los talleres o les ayudaba con los deberes. Esa comenzó a ser su rutina diaria. Todos los días iguales y con la única esperanza de que la llamasen para avisarle de que su Emilio había abierto los ojos.

En un par de ocasiones la empresa de Emilio la había avisado de que, cuando pudiese, debía acudir para firmar la nómina de su marido y los papeles del seguro. Como estaba tan deprimida había dejado pasar el tiempo. No obstante, ya no podía demorarlo más, así que decidió que a la mañana siguiente iría a la oficina antes de ir al hospital. Le pidió a Lucas que la acompañara.

Los hicieron pasar al despacho del director, que saludó a Carolina con efusividad y los invitó a tomar asiento.

—¡Qué lástima de Emilio! ¡Qué golpe tan grande! —Carolina pensó que él no tenía ni idea del palo que se había llevado ella al descubrir que Emilio tenía secretos—. ¡Dios mío, qué injusto! Con lo joven que es y en estado vegetativo.

—Sí, estamos destrozados. En un instante se te desmorona la vida que llevabas y la persona con la que compartías tu existencia no sabes si va a despertar. Cuesta bastante aceptarlo.

La secretaria entró con una carpeta con documentos y el director le informó:

—Aquí tenemos las liquidaciones de septiembre y octubre para que las firme y poder pasárselas a las cuentas que Emilio nos dio. También está el seguro de vida que la empresa le hizo al contratarlo. No es mucho lo que dan por accidente, pero en algo les puede ayudar.

La secretaria le entregó las nóminas, Carolina las firmó y le dijeron que en un par de días el dinero estaría disponible en la cuenta. Luego la secretaria le presentó otra liquidación de las horas extras casi de la misma cantidad. Esta se la pagarían, como siempre, en la otra cuenta. Carolina miró el número de cuenta y la entidad extrañada, ya que ella no la conocía. Les preguntó, sorprendida:

—Disculpe, ¿este número de cuenta se lo dio mi marido? —No sabía cómo contarle que solo tenían una cuenta sin quedar como una imbécil, así que mintió—. Él es quien se ocupaba de los bancos y no recuerdo esta cuenta. Estoy todavía un poco perdida con todo el papeleo.

—Sí, hace unos años nos la pasó para que le dividiésemos la nómina entre las dos cuentas. —Carolina se estaba quedando de piedra. ¿Que su marido dividía la nómina en dos cuentas? ¿Para qué? Intentó disimular; cada vez entendía menos. La palidez de su rostro no pasó desapercibida para su hermano—. Desde que cogió la exclusividad de Andalucía cobraba más y decidió dividirla. —Otra sorpresa: ¿exclusividad desde cuándo?

—Entiendo. Sí, a él le fascina el sur. —No sabía qué decir ni cómo preguntar las dudas que anidaban en su ser sin levantar sospechas—. Últimamente ha viajado menos al norte, ¿no?

—Sí. Como sabe, desde hace más de tres años su marido solo se encarga de los transportes a las tiendas de Cádiz, Sevilla, Huelva y Málaga. «El norte no me gusta, se lo dejo a mis compañeros. A mí dadme el sur con su buen tiempo, sus gentes, sus comidas y su arte», nos comentaba siempre.

—Claro, sí, es cierto —titubeó. No sabía qué decir. ¿Que solo viajaba al sur? Otra noticia nueva para ella. ¿Hablaban del mismo Emilio? Disimuló como pudo—. ¿Podría, por favor, pasarme todo el pago a la cuenta de la nómina? Hasta que lo organice todo. —Mañana tendría que acudir al banco e investigar lo de la otra cuenta.

Tras entregarle toda la documentación e informarle de que mientras estuviese de baja médica sería la seguridad social quien le pagaría su paga mensual, se despidieron. Ya en la calle, Lucas no pudo callar por más tiempo.

—Hermana, ¿tú sabías lo de la otra cuenta y la exclusividad de Andalucía?

—No. Es más, la noche anterior al accidente yo lo hacía en Asturias, como cientos de veces me había dicho. Si no iba desde hace años al norte, ¿cómo me ha detallado tan bien las ciudades y pueblos de allí que visitaba? Y lo de la cuenta, ni remota idea. Yo siempre creí que ganaba lo que le ingresaban en la cuenta conjunta. Incluso varias veces le comenté que ganaba poco para todo lo que trabajaba y él se molestaba por mis comentarios. ¿Entonces qué hacía con el dinero de la otra cuenta? —Se sentó en un banco, le temblaban las piernas—. No entiendo nada, cada vez estoy más perdida. Me decía que tenía que trabajar muchas horas porque ganaba poco. ¡Lucas, santo cielo! Ganaba el doble de lo que me contaba. ¡Me ha estado engañando durante años! ¿En qué anda metido este hombre?

—A lo mejor está ahorrando para dejar el camión y quería darte la sorpresa. O para llevarte a un crucero como tú quieres.

—¿Tú crees? No sé, todo esto me da mala espina. Lucas, no quiero pensar mal de él, pero no me está dejando muchas alternativas.

—Sea como sea, es todo un misterio y está claro que Emilio no es el transparente hombre que creíamos o nos hacía creer. Jamás imaginé que mi cuñado tuviese tantos secretos. —Carolina sollozaba en silencio. No se merecía todo lo que le estaba pasando—. Tienes que tomarte esto con calma. No puedes caer enferma, los niños te necesitan. Tienes que averiguar qué hay en esa cuenta.

—Lucas, estoy pensando que a lo mejor por todo esto era por lo que lo notaba inquieto y malhumorado en los últimos años. Yo lo achacaba a trabajar mucho y descansar poco.

—Seguramente, hermana. Ahora todo son suposiciones. —Lucas no dejaba de pensar qué se traía entre manos su cuñado.

Esa tarde Carolina fue a visitar a su marido. Al tenerlo frente a ella no pudo contener por más tiempo la rabia que sentía en su interior:

—¡Maldita sea, Emilio! ¿¡Hasta cuándo vas a seguir dormido para no darme explicaciones!? Me he portado muy bien contigo, no me merezco esta incertidumbre. ¡Joder, no seas cobarde y da la cara! ¿Qué será lo siguiente? —le reñía molesta, alzando un poco la voz. Estaba de pie, a su lado y dándole en el brazo como para que le prestase atención—. Puedo ser buena, pero no tonta, ¿te enteras? Y tantos secretos me cabrean bastante. ¿Qué traes entre manos para mentirme durante años? —Tras desahogarse, dio media vuelta y se fue.

Al día siguiente se llegó al banco y preguntó por la cuenta secreta. Carolina les comunicó el estado de su marido y que quería información. Le indicaron que, como esposa y dada la situación en que se encontraba su marido, podía acceder a dicha cuenta. Para ello debía presentar un certificado notarial que constatase el estado de salud de Emilio y un informe médico. Cumpliendo estos requisitos, la entidad aprobaría la orden y podría entrar a la cuenta para coger o traspasar la cantidad que quisiese. Debía tener paciencia, pues todo este papeleo era lento y tardaría un poco.

Durante los días venideros Carolina se dedicó a solicitar toda la documentación, lo que la ayudó a distraer un poco la mente, misión casi imposible, ya que se estaba volviendo loca de tanto pensar. Estaba como en una nube; le costaba creer que su marido le ocultase tantos detalles. Parecía una novela de misterio. A veces cuando sonaba el teléfono corría pensando que Emilio habría despertado, pero no. Incluso imaginaba que en cualquier momento su marido iba a aparecer por la puerta y que todo este embrollo no era más que una horrible pesadilla instalada solo en su cabeza. Lo que ella no imaginaba era que todavía le quedaban algunas sorpresas por descubrir de su querido Emilio.

Una noche, estando acostada, de pronto recordó que no había revisado el camión. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Como Emilio tuvo el accidente con el coche, no pensó en que quizás encontrase algo allí que le ayudase a entender toda esta historia o alguna pista que la encaminase a la verdad. Él siempre lo aparcaba a las afueras, en un parking grande junto a una gasolinera. Carolina había decidido que tendría que venderlo, ya que, si despertaba y se ponía bien, con total seguridad no iba a poder conducirlo más.

A la mañana siguiente no había colegio, era sábado. Decidió pasar la mañana con los niños e ir por la tarde al hospital. Se levantó temprano, antes de que los niños se despertaran, avisó a Fátima para que estuviese pendiente de ellos y se dirigió hacia el parking. Cogió una copia de las llaves que sabía que Emilio guardaba en un cajón del mueble del salón. Buscó por toda la cabina. Encontró varias facturas de compras y pagos, de cantidades considerables, todas ellas hechas en Cádiz. También una caja de preservativos, que estaba abierta y le faltaban algunos. Esto la hizo suspirar. Como sospechaba, debía de usarlos con otras, pues ella tenía puesto el diu. Sin darse cuenta, su corazón lo defendió y justificó: «Es hombre, tiene sus necesidades y está muchos días fuera de casa. Es lógico que tenga algún desliz para desahogarse, pero nada serio. De eso creo estar segura. Aunque, si he de ser sincera, a estas alturas ya no estoy segura de nada, si bien sé que él me quiere». Su mente con rapidez la contradijo: «Mira que eres inocente. Mucho quererte, pero te engaña y se folla a otras. Y encima eres tan tonta que lo defiendes y lo consientes».

En la cabina interior había un asiento que servía de cama. Notó que la base del mismo no estaba bien encajada. Con un esfuerzo tiró con fuerza y al levantarla vio que dentro había una pequeña mochila. La abrió y su boca se desencajó: estaba llena de billetes. Lo metió todo en el macuto que llevaba y se fue de allí como alma a la que persigue el diablo.

Cuando llegó a su casa, a escondidas de sus hijos, contó el dinero. Había más de cinco mil quinientos euros. En ese instante sintió repulsión. A su cabeza acudió la idea de que fuese dinero sucio. No quería ensuciarse sus manos con dinero procedente de quién sabe qué delito. Se sentía mal. Estuvo vomitando toda la mañana. ¿Se estaba volviendo chiflada? ¿Cómo podía pensar mal de su marido? O, mejor dicho, ¿cómo iba a poder perdonarle tantas cosas?

Esa tarde su hermano vino a verla. Al mirarla supo que había algo más. Era su melliza y la conocía muy bien. No necesitaban hablar; con solo mirarse se entendían. Cuando tuvieron un momento a solas ella le contó lo que había encontrado en el camión.

—Me siento horrible y hundida en un mar de dudas, Lucas. Por un lado, no sé si ese dinero es limpio. Siento repugnancia de imaginar que estuviese metido en algún trapicheo. No quiero ensuciar mis manos con ese dinero. Por otra parte, siento rabia conmigo misma por pensar mal. Te confieso que cada día me siento más furiosa con él, pues no me está dejando otra alternativa.

—Hermana, no te agobies. Tú no estás haciendo nada malo. Es normal que la incertidumbre te haga tambalear. Si hay un culpable, es tu marido con tantos tapujos y mentiras. Lo que está claro es que ese dinero, venga de donde venga, no lo vas a tirar. Piensa que es el precio por haberte tenido engañada. ¡Joder con el cabrón de Emilio!

—¿De qué será tanto dinero? Al principio pensé que a lo mejor era algún pago de la mercancía y que lo tendría escondido en el camión hasta llevarlo a la empresa. No obstante, la empresa no me ha pedido ni preguntado nada.

—No, hermana. Yo creo que ese dinero es de Emilio y lo tenía escondido. Él sabrá por qué.

—No sé qué pensar después de tantas mentiras. ¿Y si está metido en algún lío? Lucas, ¿será dinero falso? —Este cogió un puñado y lo examinó bien.

—No, son verdaderos. No sabremos de dónde ha salido este dinero hasta que él nos lo cuente. Mi consejo es que lo uses para viajar con tus hijos. Mira, Iván lleva dos años pidiéndote que lo lleves a Disneyland. Pues ya no tienes excusas. Los niños te lo van a agradecer toda la vida. Puede ser un buen regalo de cumpleaños o de Navidad. Eso es lo que yo haría.

Se quedó pensativa, pero no dijo nada. No estaba de ánimos para viajes. Guardó el dinero y no comentó nada a sus amigas. En el fondo le dolía que ellas pensasen mal de Emilio y, aunque todas las pistas iban en su contra, no sabía bien de qué culparlo, salvo de no ser sincero. A veces no sabía si el cariño que le profesaba la tenía ciega o, en realidad, no era tan buena persona como creía por desconfiar de él, y más en el estado en que este se encontraba.

Una vida de mentiras

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