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La trascendencia de hasta dónde llegar

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Te pongo en situación. 7 de agosto de 2002, Múnich. La fecha es inolvidable para mí. Había quedado campeón de España en cross en Vitoria en el mes de marzo. Mi objetivo lo tenía claro y me había preparado a conciencia para ello: quería, soñaba y deseaba una medalla en el Campeonato de Europa, a pesar de que en mi fuero interno ansiaba el oro, aunque con un bronce me valía, porque sería mi carta de presentación internacional. Ese era el objetivo por el que llevaba entrenando la temporada y mi vida. Me sentía muy bien y, sobre todo, no tenía miedo a ganar. Sí, miedo a ganar.

Ser ganador es otro problema de los deportistas. El miedo a verte ganador porque se incrementa la responsabilidad, porque tienes que tomar decisiones y hacer el mejor papel; es el peso del protagonista. De pronto la carrera recae sobre ti. No tiene nada que ver ir el primero o el octavo en el grupo. Tienes que dirigirla en función de tus posibilidades y tu objetivo. Alguien que no es capaz de tomar decisiones, seguramente nunca gane y se quede en un deportista mediocre por ese atenazamiento a dar un paso adelante. Es lo que diferencia a unos de otros. En la vida, en cualquier disciplina. Si te arriesgas a ganar es un salto al vacío en el que puedes perderlo todo, y en ese todo en muchos casos está la beca y dejar de percibir ingresos al año siguiente, pero también dejar de sentir la gratificación de la victoria.

Era un deportista que se estaba formando, que iba cumpliendo objetivos acordes a una progresión real, pero que jamás había ganado antes una carrera internacional de ese calibre. Si nunca has llegado a un puesto de finalista, es imposible pensar en ganar un oro. De ahí que la intención fuera alcanzar una medalla según la experiencia, según el aprendizaje. Era un objetivo alto, pero realizable.

Durante la prueba jugué a ganar. Así durante las veinticinco vueltas. Habíamos hablado incluso con los atletas españoles que si la carrera iba muy lenta, intentaríamos hacer labor de equipo. Era consciente de que no podía quemar todos mis cartuchos, sabía que si tenía que tomar la decisión de la victoria, debía estar lo más fresco posible en ese momento.

Estuve bien colocado todo el tiempo, no me dejé influir por la presión del estadio, ni por la lluvia ni por el favorito, que era el alemán Dieter Baumann. Conseguí mantener la posición idónea, la concentración, controlé el ritmo; tenía claro que podía hacerlo, pero debía jugar bien mis bazas y tenía que hacerlo en el momento óptimo, porque las balas en una carrera son muy limitadas y, si no aciertas, lo puedes perder todo.

Mantuve esa concentración y fui capaz de ir leyendo lo que sucedía durante la carrera. En esas veinticinco vueltas me daba cuenta de que mis posibilidades de ganar crecían. Lo notaba en cada vuelta y despejaba las dudas a cada zancada, cada paso en realidad era de gigante en mi interior. Cada vez me encontraba más fuerte. Todavía no sentía el miedo a ganar.

Cuando quedaban dos o tres vueltas quedábamos cuatro. Y ya te he contado cuál era mi objetivo: quería la medalla, por lo que sobraba uno. Ahí estaba un campeón olímpico de maratón, Baldini, y un campeón olímpico de Barcelona en cinco mil. No era fácil. Quedaban dos vueltas. Entramos en la última, era el momento definitorio. Empezó a acelerar el español y se fue quedando atrás el italiano. Cuando quedaban trescientos metros fue el instante en el que me jugué el órdago y me dediqué a ganar. «Voy a echar el resto. Lo que me queda. Quiero ganar. Ganar y ganar», me dije. Me desnudé. Di todo. No podía esperar más, no podía guardarme más. Era mi momento, los metros de mi vida. Cambié de ritmo y no volví a mirar hacia atrás. Quise apretar hasta donde me llevara la carrera, mi cuerpo, la cabeza, mi propia decisión y mi locura.

Llegué a meta el primero. Conseguí ganar y me llevé el oro. Puedo recordar todavía hoy esa sensación. Inmensa. No vivo de recuerdos del pasado, pero la felicidad de ese instante fue tremenda. Sufrida, gozada, sudada, padecida… Insuperable. En ese momento lo tuve todo. Fue absolutamente de oro. Para mí queda. La meta real era la medalla. Pero esto ocurrió una vez; glorioso, pero no representativo.

La carrera de un deportista, y la de cualquier persona, está formada de unos pocos éxitos y de muchos fracasos.

Por eso es importante que aprendas a construir bien los objetivos a los que te quieras enfrentar. Es de las cuestiones más complejas, porque, además, está en juego que en el intento no te frustres. Debes analizar con sinceridad de dónde vienes y adónde deseas llegar. Tienes que definir un objetivo lo suficientemente estimulante, sin ser tan excesivo como para que te lleve al fracaso, y debes saber aceptar tu momento.

Soy partidario de que esos objetivos sean realmente alcanzables, porque no te puedes plantear algo imposible y alejarte de la realidad. La complejidad tiene que venir dada por tu experiencia en el objetivo: pasar de cero a diez en un instante de entusiasmo no suele dar buenos resultados.

Soy una persona optimista, ya te irás dando cuenta, y tiendo a lo irrealizable y a creer que lo voy a conseguir, pero luego rebobino y pienso en las cosas que son reales, examino la situación, veo el tiempo que le puedo dedicar y analizo esa curva de la emoción. Por tanto, deja pasar el entusiasmo y vuelve al equilibrio emocional, porque tomar decisiones cuando estás eufórico lo más probable es que te lleve a un camino erróneo.

Alrededor de ese gran objetivo yo me planteo unos microobjetivos flexibles que voy acomodando según varíe mi realidad. Las metas están vivas y como tal hay que tratarlas, por eso tienen que ser modificables según las dificultades que te vayas encontrando. Si estás haciendo una carrera y ves que el ritmo elegido no es el idóneo, tendrás que cambiarlo para no fundirte. Es la garantía de llegar con cierta salud mental y física al final.

Esto es aplicable absolutamente a todo; creo que es un indicativo de inteligencia. Por ejemplo, en mi mundo, en el mundo de los kilómetros, imagínate una marca que ha lanzado una zapatilla al mercado con una evolución sobresaliente por la incorporación de una placa de carbono en su suela que, junto con la ligereza y la densidad, proporciona una mejora del rendimiento que está en torno al cuatro por ciento. Ante esto, si fuéramos la competencia, ¿qué haríamos? Habría dos posibilidades: seguir como siempre y no rectificar o parar todo y adaptarse a los nuevos cambios, que están testados y funcionan. Hemos de ser capaces de dar la vuelta a la realidad porque el mundo cambia. Esto mismo me lo dijo Paolo Vasile en una cena:

—La vida cambia. Mira a tu hijo. Tú estás todos los días viéndole y no le ves crecer, pero deja de verle una semana y te darás cuenta de cuánto ha cambiado.

Y es cierto, porque dejamos de tener contacto con la realidad. No dejes nunca de contactar con lo que está pasando fuera. El mundo es un proceso vivo y por eso los objetivos que te marques tienen que estar muy bien hilados, da igual del tipo que sean: profesionales, personales, deportivos o empresariales, aquellos que quieras conseguir o mejorar en un momento determinado de tu vida. No pierdas de vista lo que está pasando en el exterior mientras tú también evolucionas. Dos evoluciones paralelas que se tienen que ir encontrando en el camino para que el objetivo tenga equilibrio y el éxito deseado.

R-evolución. aprende a avanzar en la carrera de tu vida

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