Читать книгу Desafío al pasado - La niñera y el magnate - Christina Hollis - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеA veces el mundo podía cambiar en un instante. Todo iba como uno lo había planeado y, de pronto, se convertía en un lugar casi irreconocible. Eso fue lo que le ocurrió a Aimi Carteret aquella calurosa tarde de verano, por segunda vez en su vida.
Justo antes de que se produjera ese segundo cataclismo, estaba sentada a la mesa en el comedor de Michael y Simone Berkeley, disfrutando de la conversación. A su lado estaba el hijo de ambos, Nick, un hombre cálido y amable y reputado cirujano, como su padre y su abuelo. Enfrente estaban la hermana de Nick, Paula, y su esposo, James Carmichael.
Seis meses antes Nick había contratado a Aimi para que organizase su caótica vida. Además de operar, daba conferencias, aparecía como invitado en todo tipo de eventos mediáticos y había empezado a recopilar la historia de su familia. Ella trabajaba en el despacho de casa de Nick, pero no vivía allí. Nunca permitía que su trabajo y su vida privada se mezclaran.
Apenas salía, por elección. Su vida había cambiado dramáticamente nueve años antes y había dejado atrás el torbellino social de aquella época. El remordimiento había conferido sobriedad a la adolescente rebelde, que se había jurado convertirse en una persona de quien pudiera sentirse orgullosa.
Se había entregado por completo a estudiar Historia en la universidad. Al no conseguir un trabajo relacionado con su especialidad, se había convertido en secretaria ejecutiva y trabajaba para una agencia de empleo temporal desde entonces. Trabajar para Nick le había permitido utilizar su base histórica para ayudarlo en su investigación. Por fin había encontrado un nicho profesional que la satisfacía.
Si sus antiguos amigos la hubieran visto, no la habrían reconocido. Ya no utilizaba maquillaje, llevaba la melena rubia recogida en la nuca y prefería los trajes ejecutivos y la ropa casual a los últimos gritos de la moda.
En la universidad incluso había utilizado gafas, que no necesitaba, para mantener a los chicos a distancia. Estaba allí para estudiar. Sus tiempos de juego habían llegado a su fin tras una tragedia que nunca olvidaría. Quería ser invisible y que la dejaran en paz.
Le resultaba extraño recordar cuánto había flirteado con el sexo opuesto en otros tiempos. Había heredado la belleza de su madre, Marsha Delmont, actriz, y no tenía problemas para atraer a los hombres. Había disfrutado con su compañía, pero nunca había tenido una relación seria. Su vida se centraba en pasarlo bien, pero después de lo ocurrido en Austria, eso había terminado. Desde entonces se había esforzado por demostrar su valía.
Su vida era tal y como la quería. Estaba allí en su función de ayudante de Nick, pero sus padres la habían recibido en la casa de campo como a una amiga. El plan era que examinara los libros y documentos de la biblioteca en busca de material para el libro que pretendía escribir Nick. Pero toda la familia de Nick iba a reunirse para celebrar una barbacoa al día siguiente y él había insistido en que se uniera a la fiesta.
Sentada a la mesa, escuchando las conversaciones, se alegraba de haber ido. Así se relacionaba la gente normal, y a Aimi le sirvió para despreciar aún más la época en la que había creído que ir de compras y a fiestas glamorosas en las que el alcohol fluía como agua y todo eran risas y música, era la única forma de vivir. Esa Aimi se habría aburrido mortalmente allí; la Aimi del presente lamentaba no haber madurado antes. Pero lo había hecho tarde y no había vuelta atrás.
Justo antes de que su mundo volviera a tambalearse sobre su eje, todos reían por algo que había dicho Paula. A Aimi se le saltaban las lágrimas de la risa. Estaba secándose los ojos con la servilleta cuando sonó el timbre.
–¿Quién podrá ser? –preguntó Simone Berkeley, mirando a la congregación.
–¿Esperas a alguien, mamá? –preguntó Paula. Su madre negó con la cabeza.
Un momento después oyeron pasos y todos alzaron la vista, expectantes. La puerta se abrió y entró un hombre moreno y sonriente.
–¡Espero que me hayáis dejado algo, tragones! –exclamó risueño. Se oyeron grititos deleitados.
–¡Jonas!
Toda la familia se puso en pie. Aimi giró en el asiento para ver al recién llegado. Por supuesto, había oído hablar de Jonas Berkeley, el primogénito, un empresario de éxito que vivía como la jet-set, viajando por todo el mundo. Su nombre aparecía con frecuencia en los periódicos, a veces por sus negocios, pero más a menudo por su última conquista femenina. Nadie había esperado que pudiera asistir a la reunión familiar; de ahí el entusiasmo generalizado.
Ella se sorprendió por su inesperada reacción al verlo. En cuanto puso los ojos en él, algo se removió en su interior. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, como si reconocieran y respondieran a algo que había en él. Su risa mientras saludaba a todos le provocó escalofríos y el brillo de sus ojos azules la dejó sin aire.
A pesar de su alocada juventud, Aimi no había sentido una reacción física tan desmedida en sus veintisiete años de vida. Notó la sangre fluir desbocada por sus venas y su sonrisa se apagó. Fue entonces cuando Jonas Berkeley la miró y sus ojos se encontraron.
Captó el momento en que él se quedó paralizado. Algo elemental surcó el aire entre ellos, deteniéndose cuando su hermana reclamó su atención, pero no antes de que Aimi viera el brillo depredador de sus ojos. Atónita e incrédula, Aimi se dio la vuelta, apretándose el estómago con una mano.
Ella se preguntó qué había ocurrido, aunque lo sabía muy bien. Acababa de experimentar la dentellada de una intensa atracción sexual y todo su cuerpo se estremecía en consecuencia. Era lo último que había esperado, porque se había esforzado mucho para controlar la parte extrovertida y atractiva de su naturaleza y convertirse en la antítesis de lo que había sido. Había eliminado las relaciones románticas de su vida; ningún hombre había roto su control.
Hasta ese momento. Sin una palabra, él había atravesado sus defensas, haciéndole sentir cosas que no deseaba. No sabía por qué había ocurrido, sólo que debía reparar rápidamente el daño. Se ordenó serenidad y respiró lentamente hasta recuperar el control y poder aparentar calma externa.
Sintió una mano en el brazo y dio un bote. Era Nick.
–Ven a saludar a mi hermano, estoy deseando que te conozca –la invitó Nick. El corazón de Aimi se aceleró al pensar en mirar esos asombrosos ojos de nuevo. Pero quería comprobar que no había imaginado lo ocurrido, así que sonrió y se puso en pie.
Mientras iba hacia Jonas Berkeley, rodeado por su familia, tuvo la sensación de que iniciaba un camino predestinado. La voz de la cautela le murmuró «No vayas», pero siguió adelante. Alzó los ojos hacia los de él y, de nuevo, el aire pareció cargarse y espesarse.
–Aimi, este impresionante tipo es mi hermano Jonas –dijo Nick, sin notar la extraña corriente–. Alto, guapo y asquerosamente rico, también es un poco donjuán, te lo advierto. Esta joven es mi indispensable ayudante, Aimi.
–Hola, indispensable Aimi de Nick –la sonrisa directa de Jonas mostró sus relucientes dientes blancos mientras le ofrecía la mano–. Encantado de conocerte –dijo con voz de timbre bajo y seductor.
Aimi gimió para sí, nerviosa al saber que seguía afectándola la fuerza del carisma de ese hombre, a pesar de haber vuelto a alzar sus defensas. Rezumaba seguridad masculina y atractivo sexual. Titubeó un segundo antes de aceptar su mano y, cuando sintió sus dedos, supo por qué. El contacto creó una oleada de escalofríos que recorrieron su sistema, erizándole el vello.
–Yo también estoy encantada de conocerte –contestó con cortesía, alegrándose de que su voz sonara normal. Liberó su mano y apretó los dedos contra la palma–. Nick habla de ti a menudo –dijo. Era cierto, aunque nunca había mencionado lo carismático que era su hermano. Probablemente porque él no lo veía así. Serían las mujeres las que captaban eso en él. ¡Algo que ella habría preferido no percibir! Aunque podía admirar el físico de un hombre, intentaba que nunca la afectase. Sin embargo ese día algo iba mal y no le gustaba nada.
–Ah, por eso me han pitado tanto los oídos últimamente –bromeó Jonas con una sonrisa traviesa–. ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Nick? –preguntó, mirando su falda gris y recta, y la blusa blanca que lucía, a pesar del calor.
–Seis meses, más o menos –dijo Nick, sonriendo a Aimi–. ¡Todo el mundo debería tener una ayudante tan maravillosa como ella!
–¿Ah, sí? –su hermano miró de uno a otro–. ¿Detecto algo más que una relación de trabajo? –preguntó. Aimi intuyó que quería saber hasta qué punto estaba Nick interesado por ella.
–¡Cielos, no! –Nick se rió y sacudió la cabeza–. ¡Nada de eso! Ella ha puesto orden en el caos de mi vida. ¿Verdad, Aimi?
–Hago lo que puedo –aceptó Aimi, incómoda, preguntándose si Nick era consciente de que acababa de decirle a su hermano que no estaba vedada. Por la ironía que veía en los ojos de Jonas, él sí se había percatado, y sabía que Aimi también.
–¿A qué se debe que te hayas decidido a venir este fin de semana? ¿Te ha dejado alguna mujer? –preguntó Nick con precisión de cirujano. Aimi tuvo que contener una sonrisa.
–Tan delicado como siempre, Nick –Jonas sonrió a Aimi–. Sí, inesperadamente, me encontré con un fin de semana libre. ¡Pero creo que no será tan decepcionante como había pensado!
Consciente de lo que estaba sugiriendo, Aimi alzó las cejas. Aunque ya no jugara, no había olvidado las reglas del juego.
–¡Seguro que sí lo será! –afirmó ella.
–¿Eso crees? –él ladeó la cabeza–. Suelo encontrar algo con lo que divertirme.
–¡Típico de Jonas! –rezongó Nick– ¿No crees que ya es hora de madurar? Tienes treinta y cuatro años. Deberías de estar pensando en asentarte y formar una familia.
–Eso te lo dejo a ti. Yo soy feliz con mi vida.
–Yo por lo menos busco a alguien. Tú sólo vas con bellezas de cabeza hueca. ¿Qué diablos ves en ellas? ¡Ni siquiera pueden entablar una conversación inteligente! –insistió Nick.
–¡Avergüénzate, Nick! –interrumpió su hermana–. Jonas puede salir con el tipo de mujer que prefiera. El que quiera probar a toda la población femenina no implica que no vaya a asentarse eventualmente. Lo hará cuando esté listo.
–Gracias por hacerme quedar como un donjuán sin corazón, Paula –Jonas suspiró ante la crítica de la persona que le era más querida y cercana.
–Claro que tienes corazón, pero eres un donjuán –Paula besó su mejilla–. Te quiero, Jonas, pero debes admitir que tu actitud hacia las mujeres es deplorable. ¡Necesitarías enamorarte de una mujer que no te quiera, para variar!
–¡Ésa es mi chica! –exclamó Jonas, seco–. No esperaría menos de quien intervino en una pelea para rescatar a su hermanito pequeño.
–¡Oh, sí, me rescató! –dijo Nick con pesar–. ¡Y después me pegó por meterme en la pelea!
Todos se rieron con eso. Aimi se alegró de haber dejado de ser el centro de atención.
–Vamos. Sentémonos antes de que se enfríe la cena –ordenó Simone Berkeley–. Jonas, siéntate junto a Paula. Quiero saber qué has hecho últimamente.
Poco después, había un cubierto y un plato de comida listos para él. Aimi descubrió, para su disgusto, que Jonas estaba frente a ella. Era imposible no verlo cuando alzaba la cabeza. Incluso sin levantarla, lo percibía. Su presencia en la habitación era como una corriente de energía. Era imposible ignorarlo. Por suerte, él charlaba con su madre y pudo estudiarlo con libertad.
Tenía el pelo negro y la mandíbula fuerte, pero sus labios sugerían sensualidad. Se preguntó cómo sería sentirlos y sintió un delicioso escalofrío. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Tenía que controlarse, lo antes posible. Se enorgullecía de su templanza y la necesitaba. No podía permitir que Jonas notase cuánto la afectaba.
Por lo que acababa de oír y ver, era obvio que el hombre no necesitaba que lo animasen a la hora de atraer polillas a su luz. Pero iba a descubrir que cierta polilla era invulnerable. Aunque tuviera reputación de derretir a las mujeres, no lo conseguiría con ella. Aimi no estaba disponible.
Abrió los ojos tras recuperar su fuerza. No era una mujer débil, a merced de sus sentidos, era fuerte. Estaba concentrada en la deliciosa comida de su plato cuando se le erizó el cabello de la nuca. Alzó la vista y comprobó que Jonas la observaba con mirada provocativa.
Sus ojos se encontraron un momento, antes de que Jonas sonriera y desviase la mirada. Pero fue suficiente para que a ella se le acelerase el pulso. Se dijo que era por irritación, aunque una vocecita le decía lo contrario. Ese hombre no era ningún tonto y había percibido su reacción inicial al verlo. Aimi no permitiría que volviera a ocurrir.
Alzó la cabeza y volvió a interesarse en la conversación general, como antes de la llegada de Jonas. Lo miró una o dos veces y captó una mirada divertida en sus ojos, pero alertada, no reaccionó. Por fin, tras la hora más extraña que Aimi recordaba haber pasado ante una mesa, la cena concluyó.
–Tomemos el café en la terraza –sugirió Simone–. Puede que sople algo de aire fresco. Hace un calor agobiante.
Estaban sufriendo una ola de calor que no parecía dispuesta a terminar. Todos salieron. Simplemente ver el jardín y el lago ornamental resultaba refrescante.
–Debes alegrarte de no estar en la ciudad este fin de semana, Aimi –comentó Michael Berkeley, repartiendo los cafés que servía su esposa.
–¡Oh, sí! –Aimi aceptó su taza–. Mi piso tiene aire acondicionado, pero en noches como ésta no sirve de nada. Y trabajar en su despacho será mejor que hacerlo en un archivo polvoriento.
–Pensé que eras la ayudante de mi hermano. ¿Estás pluriempleada como archivista?
La pregunta era de Jonas y Aimi tomó aire antes de volverse hacia él. Había cambiado de apariencia desde la cena. Sin chaqueta y corbata, y con la camisa arremangada, tenía un aspecto muy distinto. Daba una impresión mucho más viril y sexy.
No la sorprendió sentir que se le secaba la boca. Por suerte, había tomado un sorbo de café para mojarse los labios antes de contestar.
–No estoy pluriempleada. Ayudo a Nick con la investigación para su libro sobre la familia.
–¿Nick? No parece un trato muy profesional –la pinchó Jonas. Aimi sonrió.
–Puede que usted sea un jefe que insiste en el trato formal, señor Berkeley, pero su hermano prefiere un trato más amigable –le contestó con desparpajo.
–Llámame Jonas. Aquí nunca insisto en las formalidades –declaró él. Aimi comprendió que no se había hecho ningún favor. Tendría que tutearlo o quedaría como una tonta–. Así que también eres investigadora.
–Y se le da muy bien –alabó Nick–. Lógico, considerando que se licenció en Historia con matrícula de honor.
Jonas inclinó la cabeza hacia Aimi, con un gesto que demostró que estaba impresionado.
––Una mujer de muchos talentos. No me extraña que Nick te contratara. Si la historia es tu gran amor, ¿por qué no trabajas en uno de los museos o instituciones relacionados con eso?
–Por desgracia, esos trabajos no son fáciles de encontrar y, como estoy acostumbrada a comer tres veces al día, tuve que buscar alternativas –contestó ella.
–Una gran pérdida para la historia y una gran suerte para mi hermano –replicó Jonas–. Y para nosotros, por supuesto. O no habríamos contado con el placer de tu compañía este fin de semana.
–Me temo que no me veréis mucho. Estoy aquí para trabajar –apuntó Aimi, risueña.
–Nick no puede pretender que trabajes mientras los demás nos divertimos –se sorprendió Jonas. Miró a su hermano con desaprobación.
–Claro que no. Aimi sabe perfectamente que espero que ella también se relaje –replicó Nick rápidamente. Ella contuvo un suspiro exasperado.
–Me ocuparé de que lo haga –los ojos de Jonas chispearon.
–No te molestes –rechazó ella con cortesía. Le costó mantener la expresión de serenidad.
–No será ninguna molestia. Será un placer.
Ella supo que no podía protestar más, pero se aseguraría de evitarlo en la medida de lo posible. Captó su mirada divertida y se sintió en la obligación de decir algo.
–¿A qué te dedicas, Jonas? –preguntó–. ¿O ya has ganado tanto dinero que no necesitas trabajar? –añadió, refiriéndose al comentario de Nick al presentarlos.
–Compro empresas con problemas e intento sanearlas –contestó él, divertido.
–¿Y si no lo consigues?
Jonas esbozó una sonrisa que iluminó su rostro y dejó a Aimi sin aliento.
–Entonces las divido en partes susceptibles de ser vendidas a otras empresas.
–Obteniendo grandes beneficios, claro –añadió Nick–. Ya te dije que era asquerosamente rico.
–Hacer dinero es una cosa pero, ¿y la gente? –inquirió Aimi, viendo el fallo–. ¿Los empleados? ¿Qué pasa con ellos si el saneamiento fracasa?
Jonas no pareció molestarse porque le pidiera que justificase sus acciones.
–Continúan en la empresa siempre que es posible. El objetivo es darle la vuelta a la empresa, convertir la mala gestión en buena. Si va bien, todo el mundo gana. Si es necesario dividir, hacemos lo posible por buscar empleo a todo el personal dentro de nuestro grupo. ¿Eso merece tu aprobación, Aimi? –preguntó con sorna.
–Por supuesto –Aimi asintió con una mueca–. Si he sonado crítica es porque, en tu línea de trabajo, muchos no tienen conciencia –añadió con calma–. Te pido disculpas si he sido grosera.
–No hace falta –curvó los labios y sus ojos chispearon–. Te has limitado a decir lo que muchos otros piensan. Sin embargo, me alegra saber que hay algo de mí que te parece atractivo.
Eso la llevó a mirarlo y entreabrir los labios con sorpresa. Ese reto tan directo, ante toda su familia, la desequilibró; al igual que la diversión que brillaba en sus ojos azules. Aimi no solía acobardarse. Tomó aire y se humedeció los labios. Notó que sus ojos seguían el movimiento de su lengua, ya no irónicos, sino ardientes. En cuanto él se dio cuenta de que lo había visto, sonrió, y ella supo que estaba jugando con ella.
–¿Andas a la busca de cumplidos, Jonas? –lo pinchó, burlona. Se oyeron risas a su alrededor.
–Yo diría que sí –intervino James Carmichael–. ¡Siempre tiene que haber una primera vez!
Todo el mundo empezó a burlarse de él, que se lo tomó con filosofía, una actitud que a ella sí le pareció muy atractiva. Siempre le habían gustado los hombres con sentido del humor y capaces de reírse de sí mismos. Pero eso no cambiaba nada, no estaba interesada en sus juegos. Se recostó en el asiento, distanciándose de las bromas, que siguieron hasta que Jonas cambió de tema.
–¿Cuánta gente vendrá a la barbacoa? –le preguntó a su madre. No oyó la respuesta, pero aprovechó para reorganizar sus pensamientos.
Aimi se daba cuenta de que estaba peligrosamente cerca de enredarse en el maremagno del deseo sexual y eso la inquietaba. Desde que había decidido cambiar de vida ningún hombre había hecho mella en su radar. Al principio había estado demasiado afectada por lo ocurrido para sentir, pero después había apagado ese radar a propósito. No quería sentirse atraída por nadie ni encontrar la felicidad en una relación amorosa, porque eso incrementaría su culpabilidad por estar viva. Lo había hecho tan bien que había llegado a creer que sus defensas eran impermeables a todo, hasta momentos después de conocer a Jonas. Él la había llamado en silencio y todo su ser había respondido. La atracción era tan fuerte que tenía el vello erizado.
No quería sentir eso, ser tan consciente de él, pero su cuerpo estaba desobedeciendo sus normas. Sólo podía intentar bloquear la reacción en la medida en que pudiera. Una vez concluyera el fin de semana, la atracción se acabaría.
Volvió a concentrarse en la conversación a tiempo de oír a Paula anunciar que su marido y ella iban a dar una vuelta alrededor del lago y preguntar si alguien quería acompañarlos.
–Me vendría bien un paseo –dijo ella, aprovechando la oportunidad–. ¿Vienes? –le preguntó a Nick.
–Paula me dará la lata si no voy –gruñó él, poniéndose en pie. Su hermana le sacó la lengua.
Aimi se preparó para oír a Jonas declarar que él también se unía y suspiró con alivio cuando no lo hizo. Sintió que la miraba mientras se alejaban.
Hacía más fresco junto al agua. Nick y ella pasearon lado a lado, siguiendo a la otra pareja. En un momento dado, Paula y su marido desaparecieron tras una curva, dejándolos a solas momentáneamente.
–Aquí se está mucho mejor –afirmó Aimi, agradeciendo un respiro del calor y del escrutinio de los intrigantes ojos azules de Jonas.
–Jonas y yo solíamos jugar en el lago de niños. Construimos una balsa y simulábamos ser náufragos. Por supuesto no nos permitieron botarla hasta que supimos nadar, y para entonces Jonas tenía otros intereses –concluyó con retintín.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Aimi. Nick puso los ojos en blanco.
–Para entonces él había descubierto a las chicas. Altas, bajas, rubias y morenas. Todas guapas y locas por ese guapo diablo. No ha tenido que luchar por una mujer en toda su vida. ¡Lo miran y caen en sus brazos! Es demasiado fácil. Nunca se asentará. ¿Por qué iba a hacerlo cuando puede tener a cualquier mujer que desee?
Aimi no dudaba que Jonas debía de tener mucho éxito con las mujeres. Se estremeció.
–¡No me extraña que lo llames donjuán!
–No trata mal a las mujeres –rió Nick–. Al contrario, es muy generoso. Pero nunca se entrega personalmente. Es mi hermano y no le deseo ningún mal, pero le vendría bien enamorarse de alguien, para aprender una lección.
–No todo el mundo desea asentarse –aventuró ella, sabiendo que era su caso. Una vez se había imaginado casada y con hijos, pero ese sueño se había esfumado hacía mucho.
Nick se detuvo y se volvió hacia ella.
–Ya lo sé –dijo con frustración–. No se trata de eso. Jonas nació con buena estrella. Todo ha sido fácil para él. Necesita un golpe de realidad; saber que es humano, como el resto de nosotros.
–Quieres decir que necesita sufrir –propuso ella con una leve sonrisa. Nick hizo una mueca que acentuó su parecido con Jonas.
–Suena horrible, ¿verdad? Te aseguro que hará falta alguien muy especial para que ocurra.
–Creo que no deberías estar contándome esto –suspiró Aimi, incómoda. Nick movió la cabeza.
–Al contrario, tú eres quien más necesita saberlo –declaró. Ella lo miró atónita.
–No entiendo por qué –protestó.
–Claro que lo entiendes –Nick chasqueó la lengua, paternal–. Recuerda lo que te he dicho cuando él empiece a presionarte.
–¿Qué quieres decir? –preguntó, curiosa.
–Aimi, eres una belleza rubia de ojos verdes y Jonas no es ciego. Ten cuidado.
Aimi se sintió alarmada porque hubiera captado las intenciones de su hermano y agradecida por la advertencia, aunque fuera innecesaria.
–Tu hermano perderá el tiempo. No tengo intención de ser su entretenimiento de fin de semana. Pero gracias por avisarme.
–No me gustaría que resultaras herida.
–Tranquilo, no pienso relacionarme con él.
–Estoy seguro de que eso mismo dijeron la mayoría de sus conquistas –contrapuso él con una mueca. Aimi se detuvo y lo miró.
–Por favor, no te preocupes por mí; estaré bien. He conocido a hombres como tu hermano y soy inmune a ellos –dijo. Era casi verdad. Jonas sin embargo, era harina de otro costal y la había tomado por sorpresa. Pero no volvería a ocurrir.
Nick escrutó su rostro; lo que vio en él lo convenció de que podía relajarse. Tal vez sí fuera inmune. Tenía unas defensas muy sólidas.
–Entonces, no diré más –aceptó.