Читать книгу Desafío al pasado - La niñera y el magnate - Christina Hollis - Страница 7

Capítulo 3

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Para hacer exactamente eso, Aimi terminó de desayunar y fue en busca de la biblioteca. Era una habitación maravillosa, llena de estanterías de libros con tapas de cuero. Pasó las horas siguientes echando un vistazo y tomando notas de los libros que le servirían para buscar la información que Nick necesitaba. Encontró un diario escrito por el bisabuelo de Nick, lo llevó a un sillón y se sumergió en él.

–¡Ahí estás! –exclamó Nick entrando en la habitación, mucho después. Aimi alzó la cabeza sorprendida. Estaba tan absorta que no lo había oído llegar.

–¿Me necesitas? –preguntó, bajando las piernas del sillón y poniéndose los zapatos.

–Sí, ha llegado el resto de la familia. Comeremos enseguida –le dijo. Aimi se sintió un poco abrumada.

–Sinceramente, Nick, dudo que tu familia quiera la compañía de una desconocida. Te seré mucho más útil quedándome aquí.

–Los libros pueden esperar –refutó él, quitándole el diario y dejándolo en una mesa–. Quiero que te diviertas este fin de semana.

Aimi permitió que la condujera al jardín. La barbacoa estaba dispuesta junto a la piscina, y allí se había congregado la familia. Nick presentó a Aimi a los diversos grupos que había alrededor de las mesas. Todos la recibieron con calidez y demostraron su fascinación por el libro para el que estaba ayudando a Nick a recopilar datos. Aimi consiguió relajarse y, en vez de simular que lo pasaba bien, empezó a disfrutar. Se lo dijo a Nick cuando se quedaron solos un momento.

–Mi familia es buena gente. Me alegra que hayan conseguido que te sientas cómoda.

Aimi miró a su alrededor, viendo al gran grupo de gente risueña y feliz con otros ojos. Había tardado mucho, pero ese día estaba descubriendo que podía pasarlo bien sin sentirse culpable. El cielo no había caído sobre su cabeza ni el mundo había llegado a su fin. No sabía por qué ese día era distinto a cualquier otro pero, por primera vez en años, había dejado atrás su carga y estaba viviendo el momento.

–Gracias por insistir en que me uniera a vosotros –le contestó con una sonrisa.

–No se merecen –contestó él, con una inclinación de cabeza. Aimi sintió el corazón algo más ligero. No duraría, desde luego, pero aceptó la nueva sensación de libertad sin cuestionarla.

Estaban charlando con uno de los primos de Nick, cuando sonó el busca. Aunque era su fin de semana libre, era el cirujano especialista de guardia para emergencias.

–Es del hospital –anunció Nick, reconociendo el número–. Será mejor que hable en casa. No tardaré –dijo, antes de alejarse.

Aimi siguió donde estaba hasta que la conversación pasó a un tema del que no sabía nada y se distrajo. Contemplaba los juegos de dos niños cuando un movimiento llamó su atención. Su corazón se saltó un latido al comprender que miraba a Jonas, que paseaba con un hombre mucho mayor que él.

No pudo desviar la mirada, a su pesar. Jonas parecía totalmente relajado y se reía de lo que decía el otro hombre.

–Ése es el tío abuelo Jack –dijo una de las mujeres de la mesa, sobresaltando a Aimi, que la miró rápidamente.

–¿Disculpa?

–El que está con Jonas. Era marinero y le encanta contar sus aventuras. Los niños lo adoran –explicó la mujer con una sonrisa amistosa.

–Ah, sí –murmuró Aimi, alegrándose de que la mujer hubiera malinterpretado su interés–. Creo que aún no me lo han presentado.

–Entonces te encantará. Vamos por algo de comida. ¿Vienes? –invitó la mujer.

–Esperaré a Nick –rechazó Aimi–. No tardará mucho.

Los demás fueron hacia el grupo que rodeaba la parrilla, dejando a Aimi sola por el momento. De inmediato, buscó a Jonas con la vista, pero los dos hombres ya no estaban a la vista y sintió cierta desazón. Eso le demostró que estaba volviéndose loca. «No puedes seguir así, Aimi», se reprochó.

Se puso en pie y decidió unirse a la cola que esperaba comida. Cualquier cosa para no pensar en ese maldito hombre. Sin embargo, al girar, se encontró mirándolo directamente por encima de un mar de gente sentada. Antes de que pudiera moverse, Jonas, como si hubiera captado su mirada, clavó los ojos en ella. La intensidad de la conexión la anonadó. Por añadidura, sintió un vínculo físico que le urgía acortar la distancia que los separaba. Los ojos azules parecían estar diciendo «Sé dónde quieres estar, y sólo tienes que venir hacia mí». Entreabrió los labios para tomar aire; él sonrió levemente.

–¡Ahí estás! –la voz de Nick, a su espalda, hizo que Aimi girara en redondo, con el corazón desbocado.

–¡Oh, Nick! –exclamó, medio mareada por la sorpresa, medio por lo que había interrumpido–. ¡Me has asustado!

–Lo siento, Aimi –Nick arrugó la frente con preocupación–. ¡Estabas en otro mundo!

Ella deseó estarlo. A millones de kilómetros de Jonas y del hechizo sensual que tejía a su alrededor. Tal vez así podría pensar con claridad y bajarse de la montaña rusa en la que viajaba desde la primera vez que lo vio. Él era una tentación a la que debía resistirse con todas sus fuerzas; si no lo hacía no volvería a respetarse a sí misma. Le había fallado a Lori, no volvería a fallar.

Con eso en mente, Aimi se concentró en Nick para borrar a Jonas de sus pensamientos.

–¿Qué quería el hospital?

–Me informaron sobre un caso de urgencias que acaba de llegar. Es posible que me necesiten para operar, así que querían avisarme. No pinta bien. Lo sabré en unas horas. Lo siento, Aimi, puede que tenga que volver al hospital esta noche.

–No importa –aceptó Aimi, comprensiva. Así era el trabajo de Nick–. Al menos has podido ver a tu familia.

–Sabía que te contraté por una buena razón. Te lo tomas todo con calma, nada te perturba –comentó Nick. Aimi estuvo a punto de echarse a reír, el hermano de Nick estaba tirando por los suelos su afamada calma–. Ven, vamos a comer algo. Estoy muerto de hambre, y no sé cuándo volveré a disfrutar de una comida.

Aimi dejó que la guiara, pero no pudo resistirse a mirar de soslayo. Jonas seguía observándola. Miró al frente, con los nervios a flor de piel. «Dios, que el fin de semana pase pronto», rezó para sí. Sabía que podía hacer algo muy, muy estúpido, y todo lo que había conseguido se tambalearía.

Por suerte, la extensa familia Berkeley la rescató. Tras consumir una cantidad impresionante de comida, la familia se concentró en lo importante del día: jugar a cosas. Concluyeron con un simulacro de béisbol, de hombres contra mujeres, que creó un escándalo de carcajadas; las reglas eran informales, por decir algo, y peleaban a gritos por cada punto. Aimi rió hasta que le dolieron las mandíbulas. Todos acabaron agotados. Gradualmente, los distintos parientes empezaron a dispersarse, de vuelta a sus hogares, y volvió la paz.

A nadie le apetecía cenar mucho tras la copiosa comida y el día de agobiante calor. Por suerte, Maisie había dejado una ensalada y una quiche en el frigorífico antes de marcharse a casa. Todos bromearon durante la cena. Rememoraron los juegos y Aimi pudo concentrarse en eso, en vez de en Jonas, que estaba a pocos pasos de ella. Aunque sus sentidos seguían cosquilleando, receptivos, se enorgulleció de poder ocultarlo.

Tras la cena, Aimi y Paula se ofrecieron para lavar los platos; Nick y James dijeron que ellos secarían. Estaban a media tarea cuando el busca de Nick volvió a sonar. Contestó desde el teléfono de la cocina y, por lo que oyeron, nadie dudó que tenía que volver a Londres. Cuando colgó, Aimi se secó las manos y corrió hacia él.

–¿Es grave? ¿Tienes que irte ahora? –preguntó, asumiendo su función de ayudante–. ¿Quieres que despeje tu agenda?

–Te avisaré si hace falta. Espero que no sea necesario. Pero, ¿y tú? Tengo que ir directo al hospital y no regresaré. ¿Cómo volverás a tu casa?

–No es problema. Yo la llevaré de vuelta el lunes –declaró Jonas. Todos lo miraron. La respuesta instintiva de Aimi habría sido rechazar la oferta, pero Nick se le adelantó.

–Buena idea, Jonas. Así podrás dedicar más tiempo a la investigación, Aimi –la miró con tanto alivio que Aimi fue incapaz de oponerse a la idea. Resignándose a pasar dos días más cerca de Jonas, tomó aire y le dedicó una sonrisa cortés.

–Gracias, eres muy amable –aceptó, pero no se le escapó el brillo diabólico de sus ojos.

–De nada –dijo Jonas.

–Bueno, arreglado –Nick se frotó las manos, ya pensando en su obligación–. Tengo que irme.

–Te ayudaré a hacer la maleta –declaró Aimi, siguiéndolo. Se rozó con Jonas en el umbral y, sin poder impedirlo, alzó la vista hacia él. Vio un brillo malicioso en ese abismo azulado. Se obligó a desviar la mirada. Tenía la sensación de que, si no lo hacía, estaría irremediablemente perdida.

Agitada, ayudó a Nick a recoger sus cosas. Le ocultó su estado, porque no quería que se preocupara por ella en vez de concentrarse en su trabajo. Quince minutos después, él se despedía de sus padres y demás parientes. Aimi lo acompañó hasta el coche.

Después volvió a la cocina y descubrió, para su consternación, que Jonas era el único que estaba allí, secando un plato.

–¡Oh! –exclamó ella, desconcertada–. ¿Dónde están los demás? –preguntó desde el umbral.

–Afuera, supongo –Jonas se encogió de hombros–. Les dije que acabaríamos nosotros –señaló el fregadero con la cabeza, mientras seguía secando.

Aimi rezongó para sí, era justo el tipo de situación que quería evitar. Jonas Berkeley era una tentación andante y, aunque se sentía capaz de resistirse a casi todo, él era harina de otro costal. La atraía como el mitológico canto de las sirenas a los marineros. Era como estar atrapada entre el diablo y una tormenta en el mar.

Pero había que terminar con la vajilla y no podía marcharse sin acabar lo iniciado. Así que fue hacia el fregadero y agarró una taza. El silencio era tan intenso que se vio obligada a romperlo.

–Supongo que, en tu trabajo, estás acostumbrado a ofrecer a la gente como voluntaria –comentó con ironía. Jonas se rió.

–Yo lo llamo delegar. Pago a mis empleados un buen sueldo para que hagan lo que les pido –dijo él, apoyándose en la encimera para mirarla.

Consciente de su mirada, imposible de ignorar, Aimi se esforzó por concentrarse en lo que hacía.

–¿No se rebelan nunca?

–De vez en cuando escucho sus opiniones, pero al final decido yo. Tengo un grupo de empleados leales que llevan años conmigo.

–Ya. Has dicho que pagabas bien –lo pinchó ella, incapaz de resistirse.

–Eso es muy cínico. Yo prefiero pensar que disfrutan con su trabajo –Jonas esperó a que lavara la última taza. No quedaba nada por secar.

–Lógico –respondió ella con sarcasmo. Le dio la taza y sus manos se rozaron. Aimi apartó la mano de golpe y observó, horrorizada, como la taza de porcelana caía al suelo y se hacía añicos.

–¡Ay, Dios! –exclamó, apurada–. ¡Lo siento mucho! –sin pensarlo, se agachó para recoger los pedazos.

–¡No! ¡Cuidado! –ordenó Jonas, pero ya era tarde. Un trozo afilado había cortado su dedo y ella gritó de dolor. Jonas se inclinó para levantarla. La llevó al fregadero, abrió el grifo y sujetó su mano bajo el agua–. Has hecho una tontería.

–Ha sido sin pensar –se defendió Aimi, haciendo una mueca de dolor por el frío.

–Eso es obvio. Echaré un vistazo –cerró el grifo y secó el corte con una servilleta limpia, que sacó de un cajón–. Bueno, no es profundo. Apriétalo con la servilleta mientras voy a buscar antiséptico y tiritas.

Aimi, aturdida, obedeció. Había hecho una tontería, pero se debía a cuánto la afectaba que él la tocase. Jonas regresó y se aseguró de que la herida estaba seca antes de ponerle crema antiséptica y una tirita. Sus cabezas se juntaron y ella contempló las ondas negro azulado, deseando acariciarlas, sentirlas bajo sus dedos.

Volvió a la realidad cuando sintió el roce de los labios de Jonas sobre la herida tapada. Parpadeó, atónita. Un momento después se quedó sin aire cuando esos mismos labios besaron la palma de su mano.

–¿Qué haces? –gimió, con el pulso acelerado.

Jonas alzó la cabeza, con un brillo diabólico en los ojos. No soltó su mano, siguió acariciándola con el pulgar.

–Algo que llevo deseando hacer desde que te vi. Besarte –declaró, con voz sensual.

Aimi se debatió entre dos mundos. Su voz y su caricia habían conseguido que perdiera el control de sus sentidos. Lo miró, casi hechizada.

–¡Vas demasiado lejos! –protestó, sin fuerza.

–Al contrario –los labios de él se curvaron con una sonrisa perceptiva–, esto ni se acerca a lo que será, y tú lo sabes, cariño.

–¡No te atrevas a suponer que sabes lo que pienso! –clamó ella, aunque ese «cariño» había sido como una caricia para sus sentidos.

Jonas rió suavemente y acarició su labio inferior con un dedo.

–No supongo, lo sé. Ambos lo sabemos. Hemos sabido lo que pensábamos y sentíamos desde el momento en que nos vimos.

Aimi no necesitaba oír eso, porque era verdad. Sin embargo, sirvió para que alzara sus defensas de nuevo e hiciera acopio de fuerzas para no rendirse a él.

–No estoy de acuerdo. Y no he hecho nada para alimentar esa fantasía tuya –exclamó.

–Aimi, ¡sabes que no necesitas hacer nada! Tú y yo conectamos a otro nivel.

Ella se estremeció; Jonas hablaba de un nivel que ella había jurado no volvería a ver la luz en su vida. Angustiada, se apartó de él.

–Pues vamos a desconectar, ¡no escucharé más tonterías como ésa!

–Echar a correr no cambiará nada. Ambos sabemos que nos deseamos. Se nota en cada bocanada de aire, en cada latido.

Ella sabía bien a qué se refería. Y no querer que ocurriera era insuficiente. La atracción sensual era más fuerte que nunca y el deseo de explorarla la quemaba por dentro. No había creído que pudiera desear a un hombre tanto como para sentir la tentación de faltar a las promesas que se había hecho tras perder a Lori.

Pensar en ese traumático evento la llevó a alzar la barbilla con determinación.

–Puede que sí, pero no pienso iniciar una relación contigo, Jonas.

–Eso suena bien, pero ambos sabemos que no lo dices en serio –replicó él, dejándola sin aire.

–¡Claro que lo digo en serio! ¿Por qué iba a mentir? –lo retó. Él dejó escapar una risotada.

–Porque este deseo no desaparecerá fácilmente. Tiene que agotarse, y sólo hay una forma de conseguirlo. Por eso tú y yo tendremos una aventura muy pronto –declaró él.

Sus palabras incrementaban la sensación de que iba a ocurrir algo inevitable.

Aimi se dijo que no tenía por qué ser así. No estaba obligada a seguir el camino que se dibujaba ante sus ojos, por atractivo que pareciera. Por muy guapo y encantador que fuera Jonas, no lo quería en su vida. No perdería lo que había ganado por la evanescente satisfacción de una aventura sexual.

–Si yo fuera tú, no contendría la respiración –le dijo, brusca–. Nunca tendré una aventura contigo.

–Nunca digas nunca, es como agitar un trapo rojo ante un toro –advirtió el.

–Perderás el tiempo intentando que cambie de opinión –Aimi alzó la barbilla, desafiante.

–Ya veremos. Me gustan los retos –sonrió con ironía–. Puede que seas uno de los mejores a los que me he enfrentado.

–Mantente lejos de mí, Jonas –dijo ella, airada por su arrogancia. Giró sobre los talones y salió de la cocina. El hombre era insoportable.

Estaba tan enfadada que no podía reunirse con el resto de la familia. Tenía los nervios a flor de piel y necesitaba intimidad para recuperar el aliento y pensar. Acababan de volver a derrumbar sus defensas con muy poco esfuerzo. Necesitaba reconstruirlas cuanto antes.

Aimi fue a la biblioteca. No se molestó en encender la luz. Se acomodó en un sillón, junto a la chimenea. Cerró los ojos y rememoró el roce de los labios de Jonas en su mano. Eso la llevó a preguntarse qué caos provocaría en su ser si permitía un contacto más apasionado.

Una parte de ella sabía lo que sería sensato hacer, pero su sensualidad tomaba las riendas cuando él la tocaba. Consciente de su debilidad, la única solución era mantener las distancias. Si no dejaba que se acercase, todo iría bien. Cuando, pasados dos días, se alejara de su influencia magnética, la atracción se difuminaría y la Aimi del presente volvería a ser la que era.

Suspirando, rezó para que el tiempo pasara deprisa. Necesitaba recuperar la calma que tanto le había costado obtener. Sólo entonces se sentiría a salvo de nuevo.

Desafío al pasado - La niñera y el magnate

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