Читать книгу Desafío al pasado - La niñera y el magnate - Christina Hollis - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеMás tarde, en su dormitorio, Aimi abrió las ventanas de par en par, pero el calor atrapado en la habitación era casi insoportable. Se quitó los zapatos, retiró las horquillas que sujetaban su moño y una cascada de cabello rubio cayó hasta sus hombros. Le gustaba sentirlo suelto, pero al día siguiente volvería a recogerlo para mantener la imagen que llevaba años cultivando.
En el espejo vio que el cabello ondulado suavizaba sus rasgos y le daba un aspecto joven y atractivo, casi despreocupado. Pero ella ya no era así y no se permitiría volver a serlo. Era parte de la penitencia que se había impuesto.
Fue al cuarto de baño a darse una ducha fresca. Sintiéndose algo mejor, se secó y se puso un camisón de seda que le llegaba hasta el muslo. Apagó la luz y se tumbó sobre la cama. Sin embargo, le resultó imposible dormirse, y no sólo por el calor. A solas en la húmeda oscuridad, rememoró el momento en el que había visto a Jonas por primera vez. Podía visualizar su poder y magnetismo. Sólo pensarlo le provocaba un cosquilleo.
–¡Maldición! –exclamó exasperada, sentándose–. ¡Para, Aimi! –ordenó. Sin embargo, su cerebro se negó a obedecer. Recordó sus miradas y sintió una intensa e incontrolable oleada de calor.
Bajó de la cama y fue a la ventana a respirar aire fresco. Pero los recuerdos eran demasiado poderosos e impactantes. Bajó los párpados y casi sintió la caricia de los ojos azules en sus labios mientras ella se los mojaba con la lengua.
–¡Por Dios santo, Aimi, contrólate! –masculló–. Da igual que el hombre exude atractivo sexual. No puedes permitir que te atraiga hacia su llama. Es un conquistador. Sólo desea un cuerpo en su cama, ¡y no va a ser el tuyo!
Aimi se pasó una mano por el cabello húmedo y suspiró. Hacía un calor horrible. Deseó sentir algo fresco en la piel. Se puso una bata de seda sobre el camisón y bajó las escaleras descalza. Su destino era la enorme y moderna cocina; la alivió descubrir que no había nadie allí. Entró y cerró la puerta. No le hizo falta encender la luz, la luna daba a la habitación un resplandor plateado.
Tardó unos minutos en encontrar lo que buscaba, una servilleta, que llevó a la encimera, junto al frigorífico. Sintió un frío delicioso al abrir la puerta del congelador. Sacó un puñado de cubitos y los envolvió con la servilleta, después cerró el congelador y se sentó ante la mesa, suspirando de placer mientras se pasaba la servilleta por la piel.
Se preguntó cómo no se le había ocurrido la idea antes. Colocó las piernas en otra silla y tarareó una melodía mientras se refrescaba. Estaba a miles de kilómetros de distancia cuando unos súbitos golpecitos en la ventana la sobresaltaron. Volvió la cabeza y, para su sorpresa, vio a Jonas ante la puerta de la cocina que daba al exterior.
–¡Oh, Dios mío! –gimió, imaginándose la imagen que debía presentar, tirada entre dos sillas y sin apenas ropa. Su reacción instintiva fue escapar, pero él señalaba la puerta; era obvio que quería entrar. No tuvo más remedio que dejar la servilleta en la mesa e ir a abrir, sujetándose la bata con una mano.
–Gracias –dijo él en cuanto entró, volvió a echar el cerrojo–. Pensé que iba a tener que dormir en el jardín –añadió.
Se volvió hacia ella y, a la luz de la luna, captó por primera vez su escasez de ropa.
–¡Eso es algo que no veo todos los días! –murmuró seductor. Aimi se ató el cinturón de la bata y cruzó los brazos mientras los ojos azules recorrían su cuerpo. La avergonzaba que la viese así. Cuando volvió a mirar su rostro, sus ojos chispeaban malévolos y una sonrisa sensual curvaba sus labios–. ¿Me estabas esperando? Eso espero, sin duda has captado mi atención –ronroneó como un gato contento.
–¡Típico que pienses algo así! –replicó ella de inmediato. Se sentía incómoda y nerviosa–. Hacía tanto calor que bajé por hielo. No esperaba encontrarme con nadie a estas horas de la noche. ¿Qué hacías afuera?
Jonas se pasó la mano por el cabello, alborotándoselo. Ella tuvo que contener un gemido al comprobar cuánto la atraía.
–Igual que tú, intentaba refrescarme tras una velada más calurosa de lo esperado –contestó él con deje irónico–. Bajé a la piscina cuando os fuisteis de paseo y me quedé dormido. Estaba probando puertas y ventanas para entrar cuando te vi sobre esas dos sillas, semidesnuda.
–Deberías agradecerme que estuviera aquí; en otro caso habrías pasado la noche fuera –dijo ella con firmeza–. Y lo que llevo puesto es perfectamente respetable –añadió, provocando una carcajada de Jonas.
–Oh, te lo agradezco, no lo dudes, y lo que llevas no tiene nada de malo. Te sienta muy bien, ése es el problema. ¿Cómo diablos voy a poder dormir ahora? –se quejó con un brillo seductor y sardónico en los ojos.
–No deberías decirle esas cosas a una empleada de la familia. No es apropiado –le reprochó ella, aunque había pensado exactamente lo mismo que él.
–Deja caer los brazos, Aimi –pidió él, arqueando una ceja con ironía–, y hablaremos de comportamiento apropiado.
Aimi enrojeció, segura de que había visto la reacción de sus pezones antes de ocultarlos. Muda, lo contempló ir hacia la mesa y abrir la servilleta de hielo. Agarró un cubito y se lo pasó por la nuca, volviéndose para mirarla.
–¡Lo que has dicho es una grosería! –exclamó ella, intentando sonar indignada. Él se rió.
–Seguro que mi hermano te ha convencido de que soy un sinvergüenza.
–¡No ha hecho nada de eso! –Aimi defendió a Nick.
–¿En serio? –Jonas la miró con incredulidad–. Recuérdame que le dé las gracias la próxima vez que lo vea –volvió a mirarla de arriba abajo. Se apoyó en la mesa, cruzó los tobillos y sonrió, provocador–. Ese trocito de nada que llevas puesto deja lo justo a la imaginación.
Aimi tomó aire, consciente de que era capaz de manejar la situación, por más que le estuviera costando mantenerse distante. Nick le había advertido con razón. El atractivo de Jonas era muy potente y lo mejor que podía hacer era irse de allí.
–Esta conversación no tiene sentido. Creo que deberíamos irnos a la cama.
–¡Eso sí que es ir al grano! –sus ojos destellaron con malicia.
–No lo decía en ese sentido –corrigió ella, lamentando su elección de palabras.
–¿A pesar de que sea una idea tentadora? –murmuró él. Sus palabras resonaron como truenos en el silencio, recorriéndola de arriba abajo.
–¡Eres un caradura! –protestó débilmente. Jonas soltó una risita seductora.
–Creo que tú deberías irte a la cama, Aimi, antes de que tu necesidad de saber mine tu determinación –aconsejó él.
–¿Qué determinación? –preguntó ella. Decir que estaba afectada sería quedarse muy corta.
–Lo sabes bien –Jonas movió la cabeza y suspiró–. Hablo de tu determinación de no tener nada que ver conmigo. Ésa fue la conclusión a la que llegaste durante el paseo, ¿no?
–Dios, ¡qué arrogancia! Mi determinación de no tener nada que ver con hombres como tú se remonta muchos años atrás, no a esta tarde –declaró ella con desdén.
–¿Hombres como yo? –preguntó él con expresión divertida.
Los ojos de ella se estrecharon mientras lo miraba de arriba abajo, con expresión de ser muy consciente de sus carencias.
–Hombres que creen que pueden conseguir lo que quieren y a quien quieren, sólo con decirlo. Sólo me inspiras desdén –dijo. No era del todo cierto, pero tenía que defenderse.
–En ese caso, ¿por qué tu cuerpo reacciona al verme? –preguntó él con voz suave.
–No reacciona –protestó Aimi.
–Podría demostrarte lo contrario, pero es tarde y estamos cansados. Sugiero que subas a tu habitación. Seguiremos con esta fascinante conversación mañana.
–¡No haremos nada similar! –replicó Aimi.
–Por cierto, me encanta tu pelo así. Deberías llevarlo suelto más a menudo. Resulta muy femenino y sensual –declaró Jonas.
Para Aimi, que la hubiera visto con el pelo suelto era como una invasión de su intimidad. Sintiéndose más vulnerable que en muchos años, decidió que estaba harta y se imponía una retirada digna. Sin embargo, cuando iba hacia la puerta, resbaló en una baldosa húmeda. Agitó los brazos, buscando algo a lo que agarrarse y, de repente, las fuertes manos de Jonas la equilibraron, atrayéndola contra su pecho.
–Tranquila, te tengo –murmuró él contra su cabello. Ella apenas lo oyó, sus sentidos estaban siendo bombardeados por su aroma masculino, unido a la solidez de su poderoso pecho. Una sobrecarga sensorial que la llevó a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo, atónita.
–Creo que lo que estás pensando ahora mismo es muy inapropiado para una empleada de la familia –comentó él con ironía. Sus ojos la quemaron con su intensidad.
Ella comprendió que se había traicionado por completo. Deseaba escapar de esos ojos tan perspicaces, pero ladeó la barbilla, beligerante.
–Quítame las manos de encima –le ordenó. Se liberó de él y fue hacia la puerta sin mirar atrás.
Ya en el vestíbulo, con la respiración acelerada, se dijo que acababa de ponerse en ridículo. Una cosa era experimentar una indeseada atracción por un hombre, y otra muy distinta permitir que él la notara. Jonas conseguía traspasar sus defensas y eso no le gustaba nada. Ni un poco.
Aimi se criticó duramente mientras subía al dormitorio. Antes de dormirse, se prometió mantenerse alejada de Jonas el resto del fin de semana. No sería difícil, estaba allí para seguir con su investigación. Dudaba que él fuera de los que pasaban horas en la biblioteca. En un harén quizá, pero no rodeado de libros polvorientos.
Una cosa era segura, pensara él lo que pensara, ella no iba a convertirse en la siguiente muesca en el poste de su cama. Le había costado mucho esfuerzo alcanzar la paz consigo misma, y no iba a renunciar a ella.
El día amaneció tan cálido y húmedo como el anterior. Aunque Aimi había conseguido dormir, no se sentía nada descansada; Jonas había invadido sus sueños, tentándola. Por lo visto, dormida o despierta, sus sentidos se adentraban en aguas peligrosas y la corriente era fuerte. Era un hombre demasiado atractivo y derrumbaba sus defensas con increíble facilidad.
Mientras se duchaba consideró la situación con lógica. En realidad no había ocurrido nada. Se sentía atraída por un hombre y él por ella. ¡Eso no implicaba que fuera a caer en sus brazos! Había conocido a muchos hombres atractivos y había sido capaz de resistirse a todos. Desde aquel horrible día no había mirado a ningún hombre con interés; había cerrado la puerta a esa clase de sentimientos y emociones. Jonas fracasaría. Ella había ido allí a trabajar, nada más.
Reconfortada por ese pensamiento, salió de la ducha y se secó. No le costó elegir qué ponerse; sólo había llevado lo esencial. Dos faldas y algunas blusas. También un bañador, por sugerencia de Nick, pero no esperaba utilizarlo. Se puso la falda recta color crema, una camisa de seda de manga corta, azul pálido, y unos zapatos cómodos. Se recogió el pelo de la forma habitual y se examinó en el espejo. Parecía discretea, eficaz y distante, justo lo que deseaba.
Un momento después, Nick llamó a la puerta.
–Buenos días, Aimi. Tienes un aspecto de lo más refrescante –la saludó.
–Te aseguro que no siento ningún frescor –rió ella. Alzó las manos para colocarle el cuello del polo, que llevaba torcido.
–Pues yo me siento más fresco sólo con mirarte –dijo él con encanto. Aimi suspiró y movió la cabeza.
–Nick, Nick, ¡eres casi tan malo como tu hermano! Debéis haber ido a la misma escuela de seducción –declaró sonriente.
–Buenos días, Nick –saludó Jonas de repente. Aimi dio un bote de sorpresa y él se asomó por encima del hombro de Nick y la escrutó con una sonrisa provocadora–. Me gusta la falda, Aimi, pero me gustaba más lo que llevabas anoche –comentó, risueño, antes de seguir su camino.
Ella se sonrojó y dio un paso atrás. El aparentemente inocente comentario le había recordado la escena de la cocina.
–¿A qué ha venido eso? –le gritó a su hermano, con el ceño fruncido.
–Tendrás que preguntárselo a Aimi –contestó Jonas por encima del hombro, sin dejar de andar.
–¿Qué ha querido decir? –Nick la miró intrigado–. Anoche no llevabas nada especial. ¿Me he perdido algo?
–Tu hermano se refería a más tarde –dijo ella, suponiendo lo que estaba imaginando–. Se quedó afuera y yo estaba en la cocina cuando él forzaba puertas y ventanas, intentando entrar. Eso es todo –al ver su expresión escéptica, suspiró–. Estaba en camisón y bata.
–Aimi, te advertí que tuvieras cuidado –rezongó Nick con exasperación. Es mi hermano y lo quiero, pero cuando se trata de mujeres…
–Lo sé, concédeme algo de crédito –le apretó el brazo con suavidad–. No dejaré que me engatuse con su encanto. He venido a trabajar –lo tranquilizó–. Lo de anoche fue un error que no se repetirá.
–Perdona, sé que soy demasiado protector. Trabajas para mí y te considero mi responsabilidad. No quiero que Jonas practique sus juegos contigo.
–No te preocupes –le dijo Aimi enternecida–. Vamos a desayunar. Después tienes que enseñarme la biblioteca.
Bajaron juntos a la sala de desayunos, que estaba vacía. Maisie Astin, el ama de llaves, llegaba con café reciente y cruasanes calientes.
–¡Buenos días! –los saludó con una sonrisa–. Hoy todo el mundo desayuna fuera. Servios lo que queráis y avisadme si necesitáis algo.
–Gracias, Maisie. ¿Qué te apetece, Aimi? –preguntó Nick, agarrando un plato.
–Los deliciosos cruasanes de Maisie y algo de café me parecen la opción perfecta –dijo, sonriéndole a la otra mujer, que volvía a la cocina.
–Yo los sacaré. Ve a buscar un sitio a la sombra –ordenó Nick.
Aimi salió y se arrepintió de inmediato porque la única persona en la mesa era Jonas. Si él no hubiera alzado la vista, habría vuelto dentro.
–¿Estás decidiendo si es seguro unirte a mí o no? –la retó, sardónico. Aimi se sintió obligada a avanzar.
–En absoluto –negó, sonriendo como si la escena de la noche anterior no hubiera tenido lugar–. Estaba disfrutando de la vista.
–Yo también –respondió él, recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada. A ella le dio un vuelco el corazón y sus nervios se tensaron.
–Pierdes el tiempo –le dijo, irritada por su reacción a él, que no podía controlar–. No morderé el anzuelo, por atractivo que sea el cebo –añadió en voz baja, por si Nick salía.
–¿Cuántas veces tuviste que repetirte eso anoche? –ironizó él, arqueando una ceja.
–Bastó con una. No eres tan irresistible –le devolvió ella. Jonas se rió.
–Se supone que hay que cruzar los dedos al decir esas mentiras –le advirtió, sin dejar de mirarla. Ella era tan consciente de sus ojos que le costaba respirar. Llegó a la mesa y se sentó frente a él.
–En contra de lo que supones, no suelo mentir –lo corrigió, simulando una serenidad que no sentía en absoluto. Estaba tensa e inquieta.
–¿En serio? Yo habría dicho que las mujeres nacen siendo mentirosas.
–Eso es una generalización ridícula. Supongo que tus prejuicios se deben a una mala experiencia –dijo Aimi con ironía.
–El mundo es una jungla –le devolvió él con una sonrisa traviesa. Aimi supo que no podría olvidar esa sonrisa en toda su vida.
–¿Y los hombres no mienten? –lo retó. Ella podía nombrar a más de doce mentirosos–. ¡Sería más fácil creer que la luna está hecha de queso!
–Eso sí que suena a la voz de la experiencia –Jonas se recostó en la silla y cruzó las piernas por los tobillos–. ¿Por eso te vistes así?
–Me visto para mí, no para un hombre –señaló Aimi. El comentario de Jonas había sido tan descarado que estuvo a punto de reírse.
–¿En serio? –la miró pensativo–. ¿Intentas decirme que nadie ve la exótica lencería que usas? ¡Eso sería un desperdicio increíble!
–Mi ropa no es asunto tuyo. No habría bajado a la cocina si hubiera sabido que estabas allí.
–Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese impresionante despliegue de seda y encaje. Sigue grabado en mi mente, aun ahora –Jonas alzó una pierna y la cruzó sobre la otra–. Me da la impresión de que sé algo de ti que los demás hombres desconocen. Bajo ese aspecto almidonado te gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?
–¡Ninguno que vaya a desvelarte a ti! –le devolvió Aimi, seca. Jonas se limitó a sonreír.
–Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿por qué?
–No duermo con el pelo recogido –explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.
–¿Sabes lo que opino, Aimi Carteret?
–¡Tu opinión no podría interesarme menos!
–Creo que practicas la decepción.
–Como he dicho, tu opinión no me interesa –replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad–. ¡Tú no me interesas!
–En cambio, tú me interesas mucho –contraatacó Jonas–. Pienso en ti todo el tiempo.
–¡Debe resultarte muy aburrido!
Él dejó escapar una risa suave y sensual que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.
–Tengo la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Aimi.
–No soy tu querida Aimi –protestó ella, afectada por el término cariñoso.
–Aún no, estoy de acuerdo –concedió él.
–¡Nunca! –exclamó ella, ya de mal humor.
–Nunca se debe decir nunca –la miró a los ojos–. Yo mismo lo descubrí anoche. Habría apostado mucho dinero a que nunca me costaría dormir en mi vieja cama, pero comprobé lo contrario. Estuve inquieto toda la noche –aclaró, con sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.
–No puedes culparme a mí de eso –discutió Aimi, con los nervios a flor de piel. Era como si sus defensas se hubieran desvanecido por completo, dejándolo abierta a todo lo que él decía o hacía. No entendía por qué la habían abandonado cuando más las necesitaba.
–¿No puedo? –sus labios se curvaron–. Fuiste tú quien elevó mi tensión sanguínea –arguyó, antes de tomar un sorbo de café.
De alguna manera, Aimi consiguió mantener una expresión serena.
–A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta –le dijo, cruzando los dedos mentalmente.
–Hum –murmuró dubitativo, acariciándose la barbilla–. No eres lo que aparentas a primera vista. ¿Sabías que debía pasar ese fin de semana en América? Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.
–Para el deleite de todos –comentó ella con voz seca.
–Bien dicho, Aimi –Jonas se rió–. Tienes mucho tacto. No me extraña que Nick hable tan bien de ti.
–Hago cuanto puedo –contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.
–Ah, llega la caballería –declaró Jonas, Aimi volvió la cabeza y vio a Nick con una bandeja–. Justo a tiempo, ¿eh?
–Justo a tiempo, ¿qué? –preguntó Nick, que había oído el comentario. Puso un plato y una taza ante Aimi.
–Tu llegada con la comida –contestó su hermano sonriente–. Aimi estaba a punto de comerse la mesa.
–Siento haber tardado –se disculpó Nick.
–No has tardado. Jonas te toma el pelo.
–Es uno de sus hábitos –confirmó Nick.
–Lo cierto es que estaba flirteando con Aimi y ella me lo estaba poniendo difícil –Jonas se enderezó en el asiento.
–¡Bien por ti, Aimi! –aprobó Nick, guiñándole un ojo–. Demasiadas mujeres caen en sus brazos cuando chasquea los dedos –se sentó junto a ella y empezó a devorar su desayuno. Aimi lo imitó.
–¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? –preguntó Jonas tras unos minutos de silencio.
–A partir del mediodía. Luego seguirá lo de siempre. ¡Papá achicharrará las salchichas y hamburguesas, como es habitual!
–¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? –le preguntó Jonas a Aimi.
–No, ésta es la primera –admitió ella, divertida. Estaba un poco nerviosa por conocer a toda la familia. En otros tiempos había sido frecuente estar rodeada de extraños y unirse a la fiesta con entusiasmo. Pero desde aquel horrible día, disfrutar y reírse le había parecido mal. No podía comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.
–Entonces te espera toda una experiencia –le dijo Jonas con humor.
–Eh, ¿recuerdas la vez que…? –Nick chasqueó los dedos.
Aimi dejó de escuchar a los hermanos, que iniciaron un divertido recuento de recuerdos. Se recostó en la silla y, mordisqueando el último cruasán, los contempló con atención. Se parecían mucho. Ambos eran hombres guapos, pero Nick tenía las facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Jonas negro. Nick exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Jonas los que atraían su atención.
Inesperadamente, Aimi deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para grabarlos en su memoria. Un deseo estúpido, desde luego. No quería recordarlo. Cuanto antes dejaran de verse, mejor. Sin embargo, al pensar eso, un pedazo de ella se sintió perdido. Miró su taza de café, confusa. No entendía qué había en él que la atrajese tanto. Él sólo buscaba sexo pero, aun así, tenía algo especial.
Unas sonoras carcajadas llamaron su atención. Nick estaba doblado de risa y Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón.
Un estruendoso silbido interrumpió las risas. Los tres se volvieron. Michael Berkeley estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.
–¡Venga, vosotros dos! Necesito músculos para preparar las mesas. ¡En marcha!
Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.
–A papá le gusta dirigir a sus tropas –comentó Nick con cariño. Aimi sonrió al ver su expresión.
–¡Diviértete! –le deseó, mientras él se alejaba. Jonas, retrasándose, atrapó su mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante–. ¿Querías algo?
–Sólo esto –contestó él. Rodeó la mesa y se inclinó para darle un beso en la mejilla.
–¡Eh! –exclamó, con el pulso desbocado. Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.
–Tengo que divertirme un poco –dijo Jonas sin asomo de arrepentimiento–. ¡Considéralo un adelanto! –después siguió a su hermano, dejando a Aimi sin habla.
Ella contempló su marcha. El maldito hombre era perfecto. De espalda ancha, caderas estrechas y piernas largas y fuertes. No tenía sentido negarlo, pocos hombres podrían competir con él. De inmediato, se recriminó por haberlo pensado.
Iba a tener que esforzarse más. Mucho más. Ya era malo que estuviera ocupando sus pensamientos; no permitiría que la tentara para romper su solemne promesa. Tenía que resistir.