Читать книгу Siete tumbas, un invierno - Christoffer Petersen - Страница 11
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ОглавлениеMalik Uutaaq sacó una pierna por debajo del edredón de la cama de su hijo y dejó escapar un gemido al mismo tiempo que se incorporaba apoyado en los codos y parpadeaba mirando la luz del sol, que se filtraba por las cortinas. Sacó los pies de la cama e hizo una mueca de dolor cuando se le clavó una afilada pieza de Lego. Sipu se había olvidado de recoger su habitación antes de marcharse al campamento de fútbol. Malik apartó a un lado la pieza de Lego y se levantó. El edredón le resbaló del cuerpo. Cruzó la habitación con paso tambaleante en dirección a la puerta, y lanzó un gruñido al ver el cuarto de baño cerrado y oír el ruido de la ducha que estaba usando su hija, Pipaluk. Se enderezó la cinturilla de los calzoncillos, se agachó para recoger la camiseta del suelo y se la puso mientras bajaba la escalera camino de la cocina. Su mujer no le hizo caso cuando abrió el frigorífico y sacó un cartón de leche.
—¿Has dormido bien? —preguntó él. Su mujer soltó una risa burlona y volvió a concentrarse en sus cereales.
Malik abrió el cartón de leche y bebió directamente, pegando los labios al borde del envase y dejando que le chorrease un poco de líquido por la barbilla. Acto seguido, dejó el cartón con brusquedad sobre la encimera y dijo:
—En algún momento tendrás que hablarme, Naala.
Su mujer dejó caer la cuchara dentro del cuenco y se volvió lentamente para mirarlo. Apoyó un dedo en la encimera y contestó:
—Cuando tú dejes de tirarte a otras, hablaremos. ¿Te parece?
—¿Tirarme a otras?
—Basta —le advirtió Naala levantando una mano.
—¿Crees que por eso volví tarde anoche? —Malik lanzó una carcajada—. Dios. Los celos no te sientan bien. Pero si eso es lo que quieres creer que estuve haciendo...
Naala cruzó los brazos sobre el pecho y miró a su marido con expresión furiosa. Iba a decir algo, pero Malik se lo impidió con otra carcajada.
—Claro que, si tú adelgazaras unos cuantos kilos, a lo mejor yo volvería a casa más a menudo.
—Eres un cabrón.
Naala agarró el cuenco de cereales y se lo lanzó a Malik a la cabeza. Este acertó a esquivarlo echándose a un lado, y fue a hacerse añicos contra el frigorífico. La leche le salpicó todo el cabello, negro y tupido. Se quitó un copo de cereal del hombro mientras su mujer pasaba por su lado como una exhalación y salía de la cocina. Sonriendo, llenó el hervidor de agua y lo puso al fuego a la vez que encendía la radio.
Se preparó un café con una cucharada de gránulos instantáneos mientras el locutor empezaba a radiar las noticias. Añadió un poco de leche, y se detuvo un instante al oír que mencionaban su partido político, Seqinnersoq, el partido del sol.
—Aquí tenemos sol de sobra —comentó, y dio un sorbo al café. Continuó escuchando. El locutor dio paso a Aarni Aviki, el director de comunicación del partido. Sonrió al reconocer la voz nasal de Aarni repasando una lista de puntos prioritarios del programa de Seqinnersoq. Los medios de comunicación ya se habían percatado de la dificultad que mostraba con el idioma groenlandés, ponían de relieve las raíces danesas de su nombre y, a la menor oportunidad, lo llamaban Arne. Malik se maravillaba del control que ejercía su amigo cuando lo presionaban en todas las entrevistas. Pero sabía que para el partido, no había nadie mejor de cara al público que un groenlandés con mezcla de sangre desplegando un esfuerzo considerable por dominar la lengua del pueblo. Malik bebió otro sorbo de café y sonrió ante la simplicidad de todo ello. Los demás partidos se veían obligados a hacer comentarios sobre sanidad, economía y los problemas sociales del desempleo y la vivienda, mientras que Malik había conseguido sostener el discurso únicamente en torno a la cuestión del idioma, gracias al firme empeño de su director de comunicación.
Las cañerías del agua crujieron, y Malik levantó la vista al oír que su hija cerraba el grifo de la ducha. Apagó la radio, se terminó el café y subió la escalera al trote para usar el cuarto de baño antes que su mujer. Le guiñó un ojo en el momento de colarse por la puerta y echar el pestillo, y sonrió cuando la oyó soltar una palabrota y después cerrar de golpe la puerta del dormitorio.
Cuando Malik salió de casa, vio a Pipaluk esperando dentro del coche. Dejó el maletín en el asiento trasero y dio un paso atrás para admirar su automóvil estadounidense, de importación: un Dodge RAM, fruto de su esfuerzo, y uno de los muchos beneficios debidos al hecho de no tener que pagar el IVA en productos internacionales. El sol matinal brillaba sobre la pintura negra y Malik sonrió al verse reflejado en el panel de la puerta. Saludó con la mano a Pipaluk, que iba en el asiento del pasajero, y se subió al coche.
—Pero qué vanidoso eres, papá —le dijo mientras él se abrochaba el cinturón.
—¿Y tú no, princesa? —Le hizo cosquillas en la oreja y jugueteó con el largo pendiente que le colgaba del lóbulo—. Creía que habíamos quedado en que estos eran únicamente para las ocasiones especiales.
—Hacen juego con la ropa que llevo.
—Pero a los profesores no les gustan —replicó Malik, y arrancó el motor.
—Ya no dicen nada, desde que iniciaste tu campaña.
—No —ratificó Malik—, seguro que no.
Salió del camino de entrada para coches y se incorporó a la calle principal, y al llegar al cruce se detuvo. Observó a Pipaluk mientras ella consultaba las redes sociales.
—Acuérdate de traer hoy a casa la ropa de invierno —le dijo, y seguidamente aceleró cuesta arriba en dirección a Qinngorput.
—El año pasado me la dejé en el perchero del guardarropa.
—Sí, y tu madre quiere ver si todavía te vale.
—¿Te ha dicho eso? —preguntó Pipaluk mirando a su padre—. Pensaba que no os hablabais.
—Me lo ha dicho. —Se volvió hacia su hija—. ¿Qué, no me crees?
Pipaluk negó con la cabeza y se concentró en su teléfono. El resto del trayecto lo hicieron en silencio.
Tardó apenas cinco minutos en llevar a su hija al nuevo colegio de Qinngorput, y habría tardado menos si no se hubiera parado a charlar con una de las madres jóvenes, que estaba dejando a su hijo en la clase de párvulos.Ya se había fijado en ella otras veces: en su suave tono de piel, en cómo iba maquillada, en el estilo de ropa que vestía. El niño que tiraba de su mano era muy maleducado, y Malik llegó a la conclusión de que no merecía la pena tomarse ninguna molestia, sobre todo conociendo al padre. Le dio los buenos días a la madre, se despidió de Pipaluk con la mano y puso rumbo al centro del pueblo.
«Es más bien una ciudad», pensó para sus adentros mientras esperaba en una corta fila de vehículos en la rotonda. En Nuuk vivían quince mil personas. Tenía aeropuerto, hospital, juzgado, un puerto internacional y una universidad.
—Eso la convierte en una ciudad —dijo en voz alta al mismo tiempo que el tráfico empezaba a moverse—. Y yo tengo grandes planes para mi ciudad. —Contempló su rostro reflejado en el espejo retrovisor y sonrió.
Según los medios de comunicación y las encuestas por las que había pagado su partido, Seqinnersoq llevaba una buena ventaja a todos los demás partidos y estaba aumentando en popularidad, sobre todo en los asentamientos y en los pueblos diseminados a lo largo de la costa. Incluso en la costa oriental, que era una de las zonas más pobres del país pero regionalmente vinculada a Nuuk, la gente había reaccionado de manera positiva ante la llamada de Malik a renovar la identidad nacional, empezando por el idioma. Seqinnersoq quería que el groenlandés fuera la lengua principal, el inglés la segunda, y que el danés quedase erradicado como idioma de trabajo.
Era así de simple.
Pero Malik sabía que las raíces danesas eran largas y tenaces. Lo bastante delgadas como para meterse por entre las fisuras de la roca madre, por debajo del hielo, al igual que una cepa invasora que no se pudiera extraer sin arrancar con ella una enorme porción de la historia y la cultura de Groenlandia. A Malik la historia no le importaba gran cosa, y la cultura groenlandesa era fuerte, como el idioma, por lo que podría aceptar de mala gana que Dinamarca había desempeñado un papel de apoyo en cierto modo, sobre todo si se analizaba el estado actual del inuktitut, la lengua de los inuits canadienses.
—Pero eso no es necesario que lo mencionemos —dijo, y se miró en el espejo—, ¿verdad?
Su objetivo era la futura independencia de Groenlandia. Él se sentía asfixiado por la influencia que ejercía Dinamarca en su país. Hacía caso omiso de la hipocresía que entrañaba enviar a sus hijos a institutos daneses de educación superior. Al fin y al cabo, eran gratuitos. Pero cada vez que miraba un mapamundi y veía el nombre de Dinamarca escrito debajo de Groenlandia, la isla más grande del mundo, notaba el sabor de la bilis en la garganta y le entraban ganas de vomitar.
Respiró hondo y lanzó un suspiro mientras aparcaba delante del Centro Cultural Katuaq. La forma ondulada que tenía el edificio recordaba las curvas de las auroras boreales que él amaba y echaba de menos cada otoño e invierno.
Apagó el motor y, aunque el corazón de aquella bestia americana quedara en silencio, el suyo latía a un ritmo que lo hacía sudar. Antes de apearse del coche, se secó la frente. Aspiró otra bocanada de aire fresco, recogió el maletín del asiento trasero y cerró con llave.
Aarni Aviki lo saludó con la mano desde su asiento en la cafetería. Malik le devolvió el saludo y atravesó el estacionamiento para entrar en el centro cultural. Se detuvo un momento a pedir un capuchino y un bollo de desayuno, y después se dirigió hacia donde estaba Aarni, sentado a la mesa más alejada de la puerta.
—Te he oído por la radio esta mañana —le dijo Malik al mismo tiempo que tomaba asiento.
Aarni dobló el periódico y lo guardó en el maletín que tenía a sus pies.
—¿Podemos hablar en danés? —pidió susurrando—. Tengo otra entrevista programada justo para antes de comer, y necesito relajarme un poco.
—Por supuesto —respondió Malik. Sonrió cuando la camarera le trajo el café y el bollo, y esperó a que se fuera otra vez para hablar—. Te lo he dicho muchas veces, tienes que relajarte más.
—Eso es un lujo. —Aarni desvió la mirada unos momentos—. Esos gilipollas quieren mi pellejo —dijo, y se volvió de nuevo hacia Malik—. Constantemente.
—Eres un blanco fácil. Es lógico que vayan a por ti. Además —añadió—, de ese modo me dejan a mí tranquilo. —Le guiñó un ojo—. Quizá debiéramos subirte el sueldo, otra vez.
—Sí, no estaría mal.
—Y... —agregó Malik. Hizo una pausa para retirar la espuma de su café con la cuchara—. ¿Tal vez más dinero supusiera mayor vida social? Una chica, por ejemplo. Cualquier cosa de la que pudieran hablar los medios. Para que no especulen acerca de otros temas.
—¿Como que yo sea gay? ¿Te refieres a eso?
Malik se encogió de hombros.
—Tu tendencia sexual es asunto tuyo, Arne...
—No me llames así. —Aarni paseó la mirada por el local—. Si la gente te oye llamarme así...
—Relájate, Arne —le dijo Malik—. Dio un sorbo al café y se lamió la espuma de los labios mientras depositaba la taza en el plato—. Simplemente estoy diciendo que eres un tipo interesante. Pero no es necesario que seas demasiado interesante. Groenlandia es un país pequeño y, en ciertas situaciones, resulta sano que haya una pequeña distracción.
—¿Una distracción?
—Sí.
Aarni se inclinó por encima de la mesa.
—¿Estás diciendo que debería ser más como tú?
—Un poco más como yo, sí.
—Entonces no has leído el periódico esta mañana, ¿verdad? —replicó Aarni, y volvió a recostarse en la silla. Cogió el periódico y se lo pasó a Malik—. Por suerte para ti, no eres el único.
Malik agarró el periódico con el entrecejo fruncido. Empujó su silla hacia atrás a fin de disponer de mayor espacio para pasar las páginas, y luego examinó la portada.
—Este no es el Sermitsiaq.
—No, es el Politiken de ayer, de Dinamarca. Anoche me lo dejaron encima de mi mesa.
—¿Anoche?
—Después de cenar, volví a la oficina a recoger unos papeles. Entonces fue cuando lo vi. Página diecisiete.
El periódico crujía mientras Malik iba pasando las hojas. Se detuvo un momento a leer la página en cuestión, sus ojos recorrieron un artículo tras otro hasta que se centraron en uno que estaba rodeado por un círculo de tinta azul. Luego, dejó el periódico y preguntó:
—¿Lo has marcado tú?
—No —respondió Aarni. Le dio la vuelta a su taza en el plato, empujó su silla hacia atrás y se levantó—. Voy a pedir otro. ¿Tú quieres algo?
Aguardó a que Malik le respondiera, pero se fijó en las arrugas que mostraba su jefe en la frente y decidió dejarlo tranquilo leyendo el artículo. Cuando volvió, encontró el periódico doblado sobre la mesa.
Malik estaba mirando por el ventanal.
—¿Quién ha rodeado ese artículo con un círculo?
—No lo sé —contestó Aarni, y se sentó.
—Tienes que averiguarlo.
—Obviamente.
Malik se volvió al oír que regresaba la camarera con el café de Aarni. Cruzó una pierna sobre la otra y esperó a que se fuera para hablar de nuevo:
—Por lo menos, no se menciona mi nombre.
—Si así fuera, te habrían pedido que hicieras algún comentario.
—Pero alguien...
—Espera un segundo —dijo Aarni, y levantó una mano. Si ahora disfrutaba del cambio que se había operado en el equilibrio de poder de aquella mesa, desde luego estaba siendo lo bastante inteligente como para no demostrarlo—. Vamos a hablar de distracciones, ¿te parece? —Esperó a que Malik respirase hondo—. Ya llevo mucho tiempo sirviéndote de escudo. Creo que los dos sabemos que por eso me contrataste.
Malik lo miró, asintió y apartó la vista.
—Pero el mero hecho de que los medios de comunicación tengan su atención totalmente centrada en mí no significa que tú seas inmune. —Aarni dio unos golpecitos en el periódico con el dedo—. La cultura de partido de la política de Groenlandia que Politiken ha encapsulado de manera tan elocuente es, por suerte para ti, principalmente histórica. Pero tu problema no son los partidos, Malik.
—¿No? —Malik volvió a mirar a Aarni.
—Tu problema es el gusto exótico que tienes con las mujeres.
—¿Exótico?
—De mezcla de sangre, para decirlo de forma escueta. Te gusta el café de tueste medio, no el oscuro. Nunca lo tomas solo, sino con leche...
—Ya he pillado el sentido, Aarni —lo interrumpió Malik. Frunció los labios y añadió—: Explícame lo que significa «políticamente».
—¿Es necesario?
—Supón que sí.
—De acuerdo. —Aarni asintió con la cabeza—. Pongamos el asunto en perspectiva. Los medios de comunicación van a por mí porque yo tengo dificultades para hablar el groenlandés. Están sondeando, esperando a que yo cometa una equivocación y hable en danés. En ese momento me crucificarán por ello, pero es lo único que tienen. Que fuese gay sería un asunto de menor importancia. Sí, perdería toda mi credibilidad, y, teniendo en cuenta los tabúes que rodean a la homosexualidad en este país, mi carrera política quedaría destrozada. Pero mi carrera profesional, no. Esta campaña me ha puesto en el centro de todas las miradas...
—Yo te he puesto en el centro de todas las miradas —replicó Malik, y golpeó la mesa con los nudillos.
—Así es, y te estoy agradecido, y voy a demostrarte hasta dónde llega mi agradecimiento, y... —Se interrumpió porque empezó a vibrar un mensaje entrante en su móvil. Lo leyó, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y luego terminó la frase—: ... mi lealtad. —Sonrió a Malik, que lo estaba mirando. Cerró la pantalla de mensajes y se guardó el móvil en el bolsillo—. Pero los efectos secundarios que vas a sufrir en política serán mucho mayores para ti. Has hecho ver a todo el mundo que Groenlandia es para los groenlandeses, y eso significa hablar el idioma.
—Es lo que esperan sus habitantes.
—Sí, y eso te reporta una comisión: que todo el mundo hable de ti. Hace que te sientas poderoso.
Malik soltó un resoplido.
—Se te ha olvidado decir «omnipotente».
—Sea lo que fuere lo que sientas, también es tu talón de Aquiles. Tu punto débil. Tu lujuria te hace parecer débil...
—¿Débil?
—Sí, porque tu gusto por las mujeres jóvenes groenlandesas con mezcla de sangre te convierte en el político más hipócrita que se haya visto jamás en la política de Groenlandia —afirmó Aarni y rechazó la reacción de Malik con la mano; ahora le tocó a él golpear la mesa con los nudillos—. Es posible que los groenlandeses denuncien y monten un gran alboroto acerca de la apropiación indebida de fondos, el nepotismo, los pactos por debajo de la mesa que hacen los políticos, pero lo perdonarán y olvidarán todo cuando lo consideren en perspectiva, cuando se les recuerde cuántas cosas se le tienen que dar bien a un político hoy en día, cuántas habilidades precisan dominar, cuán complicada y compleja se ha vuelto nuestra sociedad. Pero tú... —Aarni guardó silencio para reclinarse en su silla—. Cuando te llegue a ti el turno, dirán: «Tenía una sola cosa que hacer». Una sola cosa. Groenlandia para los groenlandeses, hablar el idioma de su país. Si te tiras a otra chica más que hable danés, se enterarán, y eso supondrá el fin de tu carrera política o cualquiera que sea.
Malik empujó el asa de su taza de café con el dedo y la hizo girar en el plato hasta que quedó apuntando hacia Aarni. Miró a su director de comunicación a los ojos y le dijo:
—Acabas de decir que sientes agradecimiento y lealtad.
—Así es. Y es verdad —contestó Aarni—. Ha sido verdad.
—¿Ha sido? ¿Quieres decir que me has sido leal?
—Quiero decir que cuando llegue el momento verás cuán profunda es mi lealtad. Sin la menor duda. Es lo menos que puedo hacer. Mi carrera ya está encarrilada —añadió Aarni, y sonrió—. Y me siento agradecido por ello.
—En ese caso, necesito que hagas una cosa.
—Lo que sea.
Malik señaló el periódico con la cabeza.
—Busca al que ha rodeado ese artículo con un círculo. Averigua qué es lo que saben y qué quieren. Haz eso por mí.