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ОглавлениеLa oficina de Nivi Winther se encontraba en el segundo piso del edificio gubernamental, junto a la comisaría de policía de Nuuk. Dado que era la primera ministra de Groenlandia y líder del partido de los socialdemócratas groenlandeses, estaba acostumbrada a mantener una agenda más apretada que los miembros de los partidos minoritarios del país, pero a menudo echaba de menos el pausado ritmo de vida propio del asentamiento en el que había nacido. Incluso Ilulissat, la ciudad más grande del norte de Groenlandia, era un lugar más relajado que la capital, y ya estaba deseando realizar la visita que tenía programada allí para el fin de semana.
Se inclinó hacia delante en su escritorio y tocó la fotografía de su hija, Tinka, en la que se la veía abrazada a su padre Martin, su exmarido. La gente decía que su hija y ella parecían hermanas. Sonrió al pensarlo, y luego contempló la imagen de Martin, aquel danés alto, procedente de Jutlandia occidental.
—De él es de quien has heredado esas piernas tan largas, Tinka —susurró justo un momento antes de que su asistente llamara a la puerta y entrara en el despacho.
Daniel Tukku cruzó el suelo de madera de pino del despacho de Nivi, le colocó delante tres delgadas carpetas y fue tocándolas de una en una.
—Desempleo. Vivienda. Cultura e identidad —recitó—. Dispones de diez minutos antes de la entrevista.
—¿Y solo van a preguntarme por estos tres temas? —replicó Nivi, y alargó la mano para coger la primera carpeta. La abrió con una uña larga y lisa, pintada con esmalte transparente.
—Eso es lo que hemos acordado. —Daniel tocó la tercera carpeta—. Pero el importante es este.
—¿Cultura e identidad?
—E idioma.
Nivi apartó la mirada y suspiró.
—El asunto de la semana entera.
—Y de todas las semanas a partir de ahora hasta las elecciones. Es mejor que vayas acostumbrándote a ello.
—No son capaces de avanzar, ¿verdad?
—Malik Uutaaq no quiere avanzar. —Daniel se encogió de hombros—. Te tiene a ti donde desea tenerte, y el país entero lo está observando.
—Pero no todo el país está de acuerdo con él.
—¿Fuera de Nuuk? Puede que sí.
Nivi apartó la silla y se levantó. Fue hasta la ventana con los pies descalzos y contempló el mar y la línea difuminada del horizonte.
—¿Cómo hacemos para cambiar el discurso?
—Sinceramente, no creo que puedas. Es algo personal. Él quiere que sea personal. Y si yo estuviera en su lugar...
—Harías lo mismo, ya lo sé. —Nivi se volvió—. Recuérdame otra vez por qué decidiste trabajar para mí.
—Porque tú puedes cambiar las cosas. Porque tú no permitirás que el idioma interfiera con la identidad.
—Hablo groenlandés.
—Yo también, pero el danés es cómodo. —Daniel estuvo a punto de esbozar una sonrisa—. ¿Quieres que hablemos en groenlandés?
—¿Con eso resultaré más atractiva a los votantes?
—¿A los votantes de Malik? No. Ellos lo escuchan a él. Y cada vez que tú les ganas en las encuestas...
—Malik le recuerda a la nación que yo estuve casada con un danés, y que tengo una hija que solo habla danés. —Nivi negó con la cabeza—. No es justo, Daniel.
—Tienes razón. No lo es. Y precisamente por eso —dijo señalando las carpetas que descansaban sobre el escritorio— he organizado la entrevista.
—Que debo conceder en danés.
—Porque el periodista es sordo, Nivi. Ese es el motivo.
—¿No podrías haber buscado a otro?
—Qitu no puede ser más groenlandés. La gente le hace caso. Cuenta con el voto de simpatía. Algo que con mucho gusto explotaré yo, si puede sernos de ayuda.
—Pero ¿habla groenlandés?
—Sí, pero le resulta más fácil leer los labios en danés. Los dialectos del groenlandés pueden llegar a ser un problema.
—Recuérdame otra vez cómo se quedó sordo.
—Le ocurrió cuando era pequeño, saltando por entre los bloques de hielo que flotaban en el puerto. Se cayó al agua. —Daniel sonrió al recordar una experiencia parecida—. ¿Qué puede ser más groenlandés que eso?
—Sí, tienes razón. —Nivi se sentó tras su escritorio—. ¿De cuánto tiempo dispongo?
Daniel consultó el reloj.
—De cinco minutos —respondió—. Diez si le ofrezco un café.
—Pues ofréceselo —dijo Nivi mientras iba abriendo las carpetas. Empezó a leer y Daniel salió del despacho. Cerró la puerta tras de sí con suavidad.
Nivi repasó el documento que hablaba de la vivienda y fue asintiendo con la cabeza a cada uno de los distintos puntos. No había nada nuevo. El desempleo, por su parte, sí representaba harina de otro costal, y la promesa de crear puestos de trabajo en la minería y el petróleo suponía una constante fuente de optimismo entre los medios de comunicación, únicamente por detrás del debate sobre la identidad. Sin embargo, a Nivi le resultaba difícil mostrarse optimista cuando Groenlandia dependía de habilidades y tecnología extranjeras. Ella quería impulsar el turismo, aunque los puestos de trabajo que podía ofrecer el sector turístico fueran escasos.
—Estos son los temas que deberíamos estar debatiendo —dijo en voz alta, sorprendida de oír su propia voz. Levantó la vista esperando a medias que Daniel asintiera con la cabeza y se mostrara de acuerdo con ella; pero estaba sola, y la última carpeta le aguijoneaba la conciencia. La miró un instante, y después cogió el teléfono móvil que descansaba sobre el escritorio. Revisó los mensajes y consultó la página de Facebook de su hija. No había actualizaciones nuevas. Resistió el impulso de llamar a Tinka solo para hacer una comprobación. Dejó el teléfono y cogió la última carpeta, leyó el contenido un poco por encima y se levantó. Un segundo más tarde, Daniel llamaba a la puerta.
—¿Preparada? —preguntó asomándose al interior.
—Claro. —Nivi se puso las botas y se subió la cremallera hasta la pantorrilla, seguidamente guardó el teléfono en el bolsillo trasero de los vaqueros y recogió las carpetas apilándolas. Al salir del despacho, se las entregó a Daniel—. ¿Dónde está? —le preguntó.
—En la sala de reuniones.
—¿Cómo se apellida? —dijo mientras andaban.
—Kalia.
—Bien.
Se detuvo un momento ante la puerta de la sala de reuniones, se arregló el flequillo con sus largos dedos y respiró hondo. Le sonrió a Daniel y, a continuación, abrió la puerta.
—Qitu —dijo entrando en la sala a grandes zancadas para estrechar la mano del periodista—. Me alegro mucho de que haya podido venir. —Le hizo una seña a Daniel para que cerrase la puerta y luego se sentó.
Qitu se limpió unas migas de galleta de la camisa y tomó asiento frente a Nivi. Apartó a un lado el café y el platito, y abrió su libreta. Nivi se sorprendió a sí misma buscando la grabadora que los periodistas solían llevar consigo. Hizo un alto, se recostó en su asiento y esperó. La voz de Qitu, cuando empezó a hablar, resultó más grave de lo que ella imaginaba. Se fijó en su boca, observó la línea definida de su mandíbula y después le vio los ojos, y por segunda vez descubrió que aquel periodista la había dejado sorprendida. Estaba con la guardia baja, y la pregunta abierta de Qitu la puso a la defensiva.
—Hábleme de su hija —pidió mientras sostenía el bolígrafo en el aire, encima de la libreta, con sus ojos de color castaño oscuro fijos en la boca de ella.
—¿Mi hija?
—Sí. Hábleme de ella.
—¿No quiere hablar de la vivienda? ¿O del desempleo?
El periodista negó con la cabeza.
—Este artículo es de índole personal. Su asistente ha dicho que Groenlandia necesita conocerla. Para eso he venido aquí.
Nivi se volvió hacia la puerta, pero Daniel ya la había cerrado. Miró a Qitu, reflexionó unos instantes y contestó:
—Muy bien. ¿Qué es lo que desea saber?
Guardó silencio mientras Qitu daba un sorbo al café.
—Hábleme de su hija.
—¿De Tinka? —Nivi sonrió—. Tiene diecisiete años y está en segundo curso de enseñanza secundaria, en el instituto.
Observó que Qitu iba tomando apuntes casi sin mirar la libreta. Por primera vez en su vida, tuvo la sensación de contar verdaderamente con la atención de otra persona, de que Qitu estaba concentrado en ella y en lo que estaba diciendo. Comenzó a relajarse. Se sirvió también un café, y rodeó la base de la taza con las manos para calentarlas. Bebió un sorbo y empezó a hablar.
—Acabo de decir que Tinka tiene diecisiete años, pero la verdad es que actúa como si ya tuviera veintitantos. —Sonrió al recordar los cientos de discusiones que habían mantenido en Ilulissat, un viernes por la noche, antes de que Tinka se fuera a estudiar a Aasiaat y ella se mudara a Nuuk—. Tengo que acordarme de que es una mujer joven y no mi niñita.
—¿Cuánto hace que no la ve?
—¿Cuánto? —Nivi arrugó el entrecejo y se inclinó hacia delante—. Desde el verano, antes de que empezaran las clases. Estuvimos dos semanas en Grecia y, después, un fin de semana en Nuuk.
Qitu escribió otra anotación.
—¿Cuándo habló con ella por última vez?
—Eh —protestó Nivi depositando la taza en la mesa—, ¿de qué va esto?
—Simplemente le estoy haciendo preguntas sobre su hija. ¿Cuándo habló con ella por última vez?
—El jueves por la noche. ¿Por qué?
—¿Antes del fin de semana?
—Sí. Los jueves suelen llegar antes del fin de semana.
Nivi volvió la cabeza al ver que Daniel abría la puerta.
—¿Va todo bien? —preguntó el asistente.
—¿Qué sucede, Daniel?
—¿A qué te refieres?
—Qitu quiere saber cuándo hablé por última vez con Tinka.
Las patas de la silla, forradas con caucho, rozaron la madera de pino del suelo cuando se puso de pie. Se sacó el teléfono del bolsillo y marcó el número de su hija. Mientras esperaba a que Tinka contestara, miró al periodista con gesto furioso. Empezó a dar golpecitos con el pie, y cuando vio que Tinka no contestaba a la primera, pulsó el botón de rellamada.
—Lo más probable es que esté en clase —sugirió Daniel cuando Nivi bajó el teléfono.
Nivi clavó la mirada en Qitu. Sus ojos habían perdido el atractivo del principio, y a Nivi dejó de impresionarla su habilidad para tomar notas y empezó a preocuparla mucho más cuáles podían ser sus motivos. Daniel se acercó a la mesa; Nivi no le hizo caso y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Dígame por qué quiere saber eso —ordenó.
Qitu la miró fijamente y luego miró a Daniel.
Nivi se apretó las manos contra el cuerpo. Notaba los bordes del teléfono clavándosele en la piel. Miró a Qitu con el ceño fruncido y le ordenó:
—Dígamelo.
—Estoy trabajando en un artículo.
—¿Acerca de Tinka? —Nivi dio un paso hacia la mesa.
—Nivi... —intervino Daniel en tono suave pero apremiante.
—Cierra la puerta —dijo Nivi. Esperó a oír el chasquido de la hoja al cerrarse y añadió—: Hábleme de ese artículo.
Qitu bajó la mano a la bolsa que tenía a los pies y sacó de ella un ejemplar del periódico danés, el Politiken. Lo puso encima de la mesa, lo abrió e indicó un artículo concreto con el dedo. Nivi se inclinó hacia delante y empezó a leer. Daniel esperó a que terminase y después giró el periódico para poder leerlo también.
—¿Unas fiestas? —dijo Nivi—. ¿Se propone escribir un artículo sobre unas fiestas con políticos en Groenlandia?
—Sí —respondió Qitu.
—Y —Daniel intervino lanzando una mirada a Nivi—, ¿usted cree que Tinka ha estado en una de estas fiestas?
—No solo en una.
La primera ministra se apartó de la mesa y volvió a marcar el número de teléfono de su hija. Al tercer timbrazo, se rindió y marcó otro número, y mientras esperaba, miró a Daniel sin parpadear.
—Esta entrevista la has organizado tú —le dijo.
—Ya.
—De manera que Tinka acude a fiestas. Es una chica joven. —Dio unos golpecitos nerviosos con el pie—. ¿Qué es lo que pretendías?
—Lo siento. ¿Le digo a Qitu que se vaya?
Nivi alzó una mano y empezó a hablar por el teléfono.
—¿Martin? Hola. Oye, tengo que hablar con Tinka. —Aguardó unos instantes, asintió con la cabeza y después dijo—: De acuerdo, llámame otra vez para darme el número de Kaka, por favor. Gracias. —Puso fin a la llamada y miró a Qitu—. Ha estado todo el fin de semana con una amiga.
Qitu asintió, dobló el periódico y cerró la libreta. Acto seguido, se levantó, se echó la bolsa al hombro y metió dentro la libreta.
—El periódico se lo puede quedar —dijo, y echó a andar en dirección a la puerta. Agarró el tirador, se detuvo un momento y se volvió—. Lo siento.
—¿Por qué? ¿Por haber acusado a mi hija de salir de fiesta con políticos? Eso no es un delito.
—Tiene razón. No es un delito.
—Entonces, ¿por qué tiene tanto interés? —Nivi frunció el ceño y se mordió el labio. Bajó la mano y señaló a Qitu—. Aquí está ocurriendo algo más, ¿verdad? —Dio un paso al frente—. ¿Qué es lo que me está ocultando?
Qitu miró a Daniel y esperó a que este le hiciera un gesto de asentimiento. Luego se volvió hacia la primera ministra.
—Estoy escribiendo un artículo acerca de Malik Uutaaq.
—¿Y? —lo apremió—. No mire a Daniel. Dígame qué tiene todo esto que ver con mi hija.
—Uutaaq ha estado este fin de semana en Ilulissat —aportó Daniel.
—Eso no resulta nada raro —replicó Nivi—. Tiene una agenda programada, como la de los demás. Ha acudido a una reunión, en el hotel Arctic. Me lo has dicho tú, Daniel. Tú has estado en esa misma reunión.
—Así es. Allí ha estado. Pero él se ha quedado a pasar el fin de semana.
—¿Y ha asistido a una fiesta con mi hija?
—Puede ser, no lo sé. Pero si...
—¿Si qué? —lo interrumpió Nivi con voz temblorosa, sintiendo que el corazón se le desbocaba en el pecho.
Daniel tragó saliva y miró a su jefa.
—Si él ha estado allí —dijo—, y tu hija también... —Hizo una pausa para tomar aire—. Podríamos utilizar esa información.
—¿Utilizarla? ¿Para qué? —Se volvió hacia Qitu—. ¿Piensa escribir un artículo sobre Malik Uutaaq y mi hija?
Qitu asintió con la cabeza.
—Sí —respondió.
—¿Por qué? ¿Es porque cree que...? —Nivi se interrumpió al comprender qué era lo que estaban insinuando los dos hombres. Sintió que palidecía de golpe y se lanzó sobre la pantalla del teléfono.
—Nivi, espera —le rogó Daniel, y dio un paso hacia ella. Nivi levantó la mano con un dedo extendido, a modo de advertencia, y Daniel se detuvo. Nivi se llevó el teléfono al oído y esperó, y volvió a bajarlo al ver que Tinka no contestaba.
—Está bien —dijo, y respiró hondo—. Está bien. Queréis decirme algo que resulta difícil, así que decídmelo.
—¿El qué? —repuso Daniel.
—Ya lo sabes.
Qitu fue hasta la mesa y se sentó, y apretó su bolsa contra las rodillas a modo de escudo.
—Pensamos que su hija ha tenido relaciones sexuales con Malik Uutaaq. —Aguardó a que la primera ministra reaccionara. Ella frunció los labios e hizo un gesto de asentimiento para animarlo a continuar—. Más de una vez —agregó.
—¿Y queréis utilizar eso —miró a Daniel—, que Malik se haya acostado con mi hija?
—No —respondió Daniel negando con la cabeza—. Lamento que haya sido con tu hija, pero esa no es la razón de que queramos utilizarlo.
—Entonces, ¿cuál es? No lo entiendo.
Daniel se sentó a la mesa y le indicó a Nivi con una seña que hiciera lo mismo. Ella depositó el teléfono encima, se lo quedó mirando unos instantes y luego lo puso boca abajo para ocultar la pantalla.
—Nivi —dijo Daniel.
—Sí.
—Malik cuenta con el voto popular. Ha asumido la posición de superioridad moral, a ojos del pueblo.
—¿En la postura que adopta respecto del idioma y de la identidad? Es patético.
—Y antidanés, y anticolonial.
—No somos una colonia —apuntó Nivi.
—Eso depende de la manera en que uno vea la relación que tenemos con Dinamarca —replicó Qitu.
—Dinamarca está muy lejos de los asentamientos —dijo Daniel.
—Nuuk, también —repuso Nivi.
—Cierto, pero Nuuk sigue siendo Groenlandia.
—¿Y tú crees que las elecciones van a reducirse a eso? ¿A elegir entre partidos prodaneses y el voto popular nacionalista?
—Piénsalo, Nivi —le dijo Daniel—. Sabes que sí.
—La política de Malik se basa únicamente en la lengua que él habla. Si está dentro es por el poder. No tiene ni pizca de capacidad de liderazgo, ni la experiencia necesaria para cuadrar unos simples presupuestos.
—Todo eso no tiene importancia si la gente cree que tan solo quiere lo que sea mejor para Groenlandia.
—Te refieres a la independencia.
—Sí, a eso me refiero.Y no estamos preparados. Lo sabes muy bien. No hay petróleo, y los chinos van detrás de nuestras minas para apropiárselas. Tampoco hay puestos de trabajo. —Daniel guardó silencio—. Tenemos que frenar a Malik, Nivi. Tenemos que desacreditarlo.
—Por medio de mi hija, Daniel. ¿Vais a serviros de ella? —Soltó un bufido—. ¿Habéis pensado, siquiera por un instante, la repercusión que tendrá eso sobre mí? Hará que él parezca fuerte. Si puede acostarse con la hija de su rival político, es capaz de lograr lo que sea.
—No creo que sepa quién es la chica —comentó Qitu.
—¿Cómo?
—No se ha acostado con ella porque fuera hija de usted, sino porque la encuentra atractiva.
—Hay montones de chicas atractivas.
—Pero Malik Uutaaq se acuesta solo con las de un tipo determinado. —Qitu aguardó a que la primera ministra le preguntara qué tipo era aquel, pero no fue necesario. Le quedó claro en la chispa que brilló en sus ojos y en el músculo que se le contrajo en la mejilla.
Nivi se acordó de las largas piernas de su hija, de su piel color nata, de su melena negra y sedosa, y de sus finas cejas europeas. Asintió con la cabeza y dijo:
—Le gustan las chicas danesas.
—No —replicó Daniel—, le gustan las que son mitad y mitad, precisamente aquellas que, según él, no son groenlandesas por tener padres con mezcla de sangre o...
—Porque hablan danés. —Nivi miró primero a Daniel y después a Qitu—. Entiendo —dijo. Acto seguido, se levantó, cogió el teléfono y se dirigió hacia la puerta.
—¿Nivi? —llamó Daniel, y señaló a Qitu con un gesto—. ¿Y el artículo?
Pero Nivi rechazó la propuesta con un gesto de la cabeza y salió del despacho.