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2.2. Unidad y variedad de las Filípicas

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De los catorce discursos que forman el corpus, once fueron pronunciados en el Senado, dos ante el pueblo —cuarto y quinto— y uno —el segundo— fue redactado para su publicación. Atendiendo a la canónica distinción establecida por la retórica antigua entre genus iudiciale, deliberatiuum y demostratiuum, todos ellos pertenecen, en principio, por su contexto de debate político al segundo de los tres tipos, es decir, al genus deliberatiuum. Pero, sin embargo, hay en las Filípicas muestras de los otros dos; así, por ejemplo, la Filípica I ofrece la estructura propia de un discurso judicial20 y es calificada por el propio Cicerón como una invectiva (Cartas a los Fam. XII 5, 4: sum in Antonium inuectus); en la II, la primera parte es un discurso de defensa propia y la segunda, una acusación contra Marco Antonio; la IV y la V pueden inscribirse en el género epideíctico, pues no tienen como fin deliberar sobre una cuestión, sino animar a la lucha por la libertad a un auditorio bien predispuesto y entregado al orador21. El mismo tono epideíctico está presente en la Filípica IX, en la que se funde la deliberación sobre los honores debidos a Servio Sulpicio, muerto mientras formaba parte de la embajada de paz enviada a Antonio, con la laudatio del difunto; e igualmente en el último discurso se encuentra un solemne elogium de los soldados caídos en combate contra Antonio. Hay, además, otros elementos cuya utilización resulta sorprendente como la aparición de una ‘diatriba estoica’ en la Filípica Undécima, en la que Cicerón presenta a Dolabela sufriendo por su crimen más de lo que pudo sufrir Trebonio con la muerte física y violenta; y en la Decimotercera Filípica introduce el orador una singular altercatio —que prácticamente constituye una rareza entre las obras de la literatura latina22— cuando lee y comenta de forma incisiva y rápida, palabra por palabra, la carta que Antonio había enviado al cónsul Hircio y a Octavio. Por otra parte, muchos de los discursos se cierran con la propuesta de un senatus consultum, un elemento plenamente pertinente y apropiado al debate senatorial, pero que resulta también un rasgo de variación, pues dado que se resume oficialmente lo defendido a lo largo de la intervención, es posible comprobar las diferencias entre el estilo formular, seco y ya fijado de los decretos y el del propio orador. Hay lugar, finalmente, en las Filípicas para la reflexión filosófica, al punto que, según Michel23, es precisamente en los pasajes en los que el orador trata sobre la verdadera gloria, sobre la inmortalidad y sobre la uirtus cuando Cicerón más se aproxima a la sobriedad de expresión y a la grandeza de su admirado Demóstenes.

Por otra parte, la variedad está presente en la estructura de los discursos24, en los exordios25 y en la propia extensión, que presenta diferencias notables; por ejemplo, la II consta de cuarenta y seis capítulos y ciento diecinueve párrafos y dobla a la XIII —la más larga del resto, con veintiún capítulos y cuarenta y nueve versículos—, una diferencia que se acrecienta en el caso de los dos discursos pronunciados ante el pueblo: seis y dieciséis los de la IV; siete y diecinueve, los de la VI. Precisamente estas dos últimas son un ejemplo, por contraste con las Filípicas III y V pronunciadas en el Senado, del diferente tono —más ligero, informativo e incluso didáctico— empleado ante la plebe26.

El contexto de las intervenciones lleva incluso a que la actitud de Cicerón hacia personas concretas varíe de un discurso a otro, en lo que son tan sólo contradicciones aparentes, que responden a la evolución de los acontecimientos. Valga un pequeño detalle como ejemplo: al final de la Filípica VII se dirige al cónsul Pansa en términos respetuosos (§ 27):

A ti en particular, Pansa, te aconsejo —aunque no necesitas de consejo, pues en ello te distingues sobremanera, sin embargo incluso los más consumados pilotos suelen ser aconsejados por los pasajeros en las grandes tempestades— que no permitas que estos enormes e importantes preparativos tuyos se reduzcan a nada,

y, sin embargo, el discurso siguiente comienza con tono de reproche (Fil. VIII 1):

Tu actuación en el día de ayer, Gayo Pansa, fue más confusa de lo que requería el programa de tu consulado. Me pareció que ofreciste poca oposición a aquellos ante los que no sueles ceder,

para volver al elogio en la Novena Filípica, pronunciada al día siguiente de la Octava, sobre el tema adyacente de la muerte de Servilio (&3):

Así pues, al igual que en otros asuntos, tú, Gayo Pansa, en éste has actuado brillantemente, porque nos has exhortado a honrar a Servio Sulpicio y has hablado mucho y muy bien en alabanza suya27.

Todas estas diferencias entre los discursos conservados son, a la vez, buena muestra de que las Filípicas representan todavía una oratoria real y útil, fruto de las circunstancias y con repercusión en la vida y en el acontecer histórico.

Discursos VI. Filípicas

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