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2.4. Lengua y estilo

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La lengua y el estilo de Cicerón han sido frecuente y merecido objeto de estudio58, pues no en vano su latín es considerado paradigma y máximo representante de la norma clásica y sus discursos, modelo de oratoria. Además, dentro de esta plenitud, las Filípicas pueden —y suelen— ser consideradas la cima de su arte, y especialmente la Segunda es comúnmente calificada como obra maestra. Junto con las grandes estrategias retóricas recién señaladas que Cicerón pone al servicio de la causa, el orador aplica también toda su experiencia a la expresión de sus ideas en una lengua con diferentes registros y con una cuidada selección de figuras estilísticas. En este sentido, también la lengua y el estilo de las Filípicas hacen gala de la variedad a la que nos hemos referido en el apartado 2.2. de esta Introducción; valgan las palabras de P. Wuilleumier59 para resumir tal variedad: «[las Filípicas] impresionan por la pureza de su vocabulario, la precisión de sus términos, la variedad de las figuras, la solidez de las expresiones, el vigor de las frases, la vivacidad de las preguntas y de los diálogos ficticios, la abundancia de paréntesis, la rapidez del ritmo, el eco de sus cláusulas, que traducen la pasión del hombre y el ardor de la lucha», cualidades todas que, necesariamente, ofrece un texto latino que, en este volumen, queda velado tras la traducción. Por ello, más allá de enumerar ejemplos de detalle sobre el empleo de términos y figuras60, vamos a prestar atención tan sólo a un aspecto más general como es el de la evolución del estilo de las Filípicas frente a otras obras de Cicerón, una evolución que se concreta especialmente en la conformación del período, un elemento que, por otra parte, es más fácil apreciar —aún dentro de los inevitables cambios— en una traducción.

Tal y como señala W. R. Johnson61, en estos discursos las largas y elaboradas estructuras de las oraciones son, frente a otras ocasiones, la excepción: en efecto, de acuerdo con las estadísticas que W. R. Johnson ofrece, la oración media en las Filípicas consta de 18,7 palabras, un número considerablemente menor que el de los primeros discursos de Cicerón, de entre 22 y 26 palabras. Y, aunque como indica J. Hall62, existen ciertos problemas metodológicos en este análisis, ya que en él tan sólo se tienen en cuenta las primeras treinta oraciones de cada discurso, la conclusión, sin embargo, parece cierta. En principio, la adecuación al contexto y a la finalidad de los discursos pudo influir en esta evolución hacia la brevedad del período: por una parte, las intervenciones en un debate senatorial en el que se dirimían cuestiones de urgencia como muchas de las tratadas en las Filípicas requerían más bien de un estilo breve y directo; por otra, el propio Cicerón pretende persuadir al auditorio de la necesidad y premura en la toma de decisiones, y, en cierta manera, «contagia» esa urgencia con una rápida sucesión de frases en las que la utilización del asíndeton y yuxtaposición se convierte en un recurso frecuente; además, la frase suele presentarse entrecortada con abundancia de exclamaciones, incisos y, sobre todo, de preguntas retóricas. También es posible comprobar con cifras el mayor desarrollo de este último procedimiento: en la Filípica III Cicerón hace uso de las interrogativas retóricas en veintidós de los treinta y seis pasajes en que ha sido dividido el discurso, y en la Filípica VII, en dieciocho de veintisiete; sin embargo, en la Catilinaria III las utiliza sólo en tres de las veintinueve secciones, y en la IV en siete de veinticuatro63. Y si la brevedad del periodo parece conveniente para una «retórica de crisis», es un elemento imprescindible cuando se quiere hacer uso del ridiculum, que necesita de la rápida agudeza, de la réplica inmediata, de la ingeniosa brevedad para no perder su fuerza. Hay, pues, adecuación entre los contenidos y su expresión, una sabia utilización del periodo para la estrategia a seguir, siendo la brevedad el rasgo distintivo, aunque, frente a ella y cuando es necesario, emplea Cicerón las amplias estructuras sintácticas que tanto le caracterizan, dotando de solemnidad a los elogios y de precisión a los razonamientos.

Fuerza, energía, vigor son las características comúnmente reconocidas y que más convienen al estilo de las Filípicas; pero la concisión y la brevedad caracterizaban al estilo «ático» puro, y se ha querido ver también una deliberada evolución del estilo del orador hacia el llamado «aticismo» al final de su vida64; de hecho, en una carta a Ático (XV la, 2), escrita el 18 de mayo del 44 a. C., comentando —y criticando— el discurso que Décimo Bruto pronunció ante el pueblo tras la muerte de César, le dice:

si recuerdas los rayos ‘de Demóstenes’, entenderás que es posible hablar ‘totalmente ático’ y a la vez con la mayor fuerza.

Al pronunciar, meses después, las Filípicas, Cicerón haría realidad, emulando a su admirado Demóstenes, estas palabras.

Discursos VI. Filípicas

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