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3. LAS FILÍPICAS EN LA POSTERIDAD65

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Cicerón, modelo de clasicidad, que marcó la norma de la lengua latina, es, naturalmente, múltiples veces objeto de estudio y ejemplo de rétores y gramáticos; y en este sentido, como señala Fedeli, «muchos testimonios de escritores de gramática y de rétores atestiguan, desde la época de Augusto hasta el siglo VI, de qué gloria disfrutaron las Filípicas en los tiempos antiguos»66.

Además, aunque la influencia literaria —«intertextual», y no «metatextual» como la que está presente en las obras de gramáticos y rétores— es escasa, sin embargo, suele reconocerse que el propio Augusto al principio mismo de sus Res gestae (I, 1) se sirvió del elogio de Cicerón en la Filípica III (§ 3) a su iniciativa de aprestar un ejército contra Antonio. Además, un caso particular de influencia es el de Lucano67, que se inspiró en la Filípica II para la presentación de Pompeyo (Fars. VII-IX). Más raro es detectar una influencia textual directa, y uno de los pocos ejemplos identificados68 se puede encontrar en la Historia Augusta: el exordio de la Filípica VII (§ 1)

Deliberamos, senadores, sobre temas de poca importancia, pero quizás necesarios… Aunque el tratamiento de estos puntos parece sencillo, sin embargo mi mente, en vilo por preocupaciones más importantes, se encuentra bien lejos de esta votación. En efecto, la situación ha llegado, senadores, a un punto de máximo peligro y casi al límite.

pudo influir en el comienzo de un discurso pronunciado por un senador del siglo III, que también ante una situación crítica —cuando el usurpador Maximino amenazaba con marchar sobre Roma— comienza su discurso en una sesión del Senado, en la que no se contemplaba en el orden del día tratar dicha situación, de forma similar (Máximo y Balbino 1, 3):

Os inquietan asuntos menores y debatimos en la Curia cosas propias casi de viejas en un momento crítico69.

Pero la mayor presencia en la posteridad de los discursos contra Marco Antonio no deriva del texto en sí mismo, sino del contexto, y en concreto, del contexto posterior provocado por los propios discursos: y es que se ha cumplido la profecía de Cicerón sobre Antonio proferida en Fil. XIII 40:

¡Yo lo entregaré al recuerdo sempiterno de los hombres marcado con las más auténticas señales de infamia!

Como ya he señalado, desde el momento mismo de la muerte de Cicerón se tenía conciencia de que las Filípicas eran causa directa de la muerte del orador; recordemos al respecto las palabras de Plutarco, presentadas supra, cuando señala que Marco Antonio mandó cortarle la cabeza y las manos «con las que había escrito las Filípicas». Muy significativos resultan en este sentido los títulos de dos Suasorias de Séneca el Viejo: Deliberat Cicero an Antonium deprecetur (Suas. VI) y, sobre todo, Deliberat Cicero an scripta sua comburat, promittente Antonio incolumitatem si fecisset (Suas. VII); y además, también nos ofrece el cordobés una recopilación de testimonios de historiadores sobre su muerte (Tito Livio, Aufidio Baso, Cremucio Cordo, Brutedio Niger, Aufidio Baso…). Y en Quintiliano (III 8, 46) queda también constancia de que era común utilizar el tema en los ejercicios retóricos:

Por esto asimismo, si quisiéramos dar consejo a Cicerón de pedir disculpas a Antonio, y hasta de quemar sus Filípicas, supuesto que de ese modo le hace promesa de vida, no haremos alusión al intenso amor por la luz del sol —la existencia— (pues si esta pasión es fuerte en su corazón, también lo sigue siendo, aunque nosotros no lo digamos), sino le exhortaremos a que se conserve para bien de la República70.

Junto a estas referencias resulta significativo el eco en los Epigramas de Marcial, pues el epigrama es poesía cotidiana, dirigida al ciudadano de a pie, y resulta, por tanto, un buen exponente de la vigencia y recepción en la vida real y cotidiana a más de un siglo de la muerte del orador. Por dos veces, además, recrea el tema de la muerte de Cicerón, en un ataque contra Antonio, en el que compara el crimen con el cometido por Potino de Faros, el asesino de Pompeyo (Ep. III 66):

Igual crimen cometió Antonio que el de las armas de Faros:

las dos espadas cortaron rostros sagrados.

Tenías, Roma, una cabeza, cuando alegre celebrabas triunfos

coronados de laureles, la otra, cuando hablabas.

Con todo la razón de Antonio fue peor que la de Potino:

éste ejecutó el crimen para su señor, aquél para él mismo.

con variación sobre el mismo tema en V 69:

Antonio, que nada tienes que echar en cara a Potino de Faros

y menos culpable por las proscripciones que por Cicerón,

¿qué espada, loco, desenvainas contra una boca romana?

Ni siquiera Catilina hubiera cometido este crimen nefando.

El impío soldado se corrompe con oro infame

y una sola voz calla de ti a cambio de tanto dinero.

¿De qué sirve el caro silencio de una lengua sagrada?

Todos comenzarán a hablar por Cicerón 71.

Y también hay mención y recuerdo para el orador y las Filípicas en la sátira, un género que comparte rasgos y temas con el epigrama; Juvenal (Sát. X 114-126) presenta juntos a Demóstenes y Cicerón, e introduce también el motivo de la muerte:

A Cicerón su ingenio le costó la mano y la cabeza, pero las tribunas nunca se empaparon de la sangre de un abogadillo de tres al cuarto. «¡Oh Roma afortunada, en mi consulado engendrada!» Hubiera podido despreciar las espadas de Antonio, si todo lo hubiera dicho en tal estilo. Yo prefiero poemas risibles a ti, «Filípica» divina, de fama conspicua, que en el volumen sigues a la primera72.

Mediante la perífrasis se refiere a la Filípica II, cuya calificación metaliteraria como «divina» ha pervivido, a su vez, desde entonces adornando la fama de este discurso.

Pero la fama de la «hazaña» de Antonio siguió perviviendo a través de los siglos y aparece mencionada en un emblema de Alciato (XXIX), que ofrece superposición y contaminación de temas. De hecho, en este caso la «figura» se inspira en el relato de Plinio el Viejo (VIII, 16) sobre la actuación de Marco Antonio cuando unció dos leones a su carro, tras la batalla de Filipos (42 a. C.), en la que derrotó a Bruto y a Casio, siendo el «mote»: Etiam ferocissimos domari («Que también se doma a los más feroces»). Ahora bien, en el epigrama de acompañamiento se superpone e inserta la mención a la muerte de Cicerón, equiparado con la elocuencia misma. Presento la traducción según una versión de Bernardino Daza Pinciano en rimas españolas73:

Después que Antonio con indina muerte

de Tullio, hizo perderse la eloquencia

queriendo sublimar su feliz fuerte

subió en un carro, lleno de insolencia,

unciendo la fiereza del leon fuerte,

por declarar como a su violencia

dieron lugar los grandes caballeros

hechos à fuerza de armas prisioneros.

Puede señalarse, finalmente, una curiosa forma de pervivencia de las Filípicas —«metaliteraria» podría decirse— que se encierra en el dicho castellano «echar una filípica»74; en efecto, «filípica» se ha convertido en nuestra lengua en nombre común con el significado, según el DRAE, de: «(con alusión a las arengas u oraciones de Demóstenes contra Filipo, rey de Macedonia) invectiva, censura acre»; y según el Diccionario de uso del español de María Moliner: «(por alusión a los discursos de Demóstenes contra Filipo) reprensión extensa y violenta dirigida a alguien», añadiendo la autora que se trata de un uso informal. En las dos definiciones se remonta el origen del vocablo a los discursos de Demóstenes contra Filipo; y, aunque de ellos procede la denominación de los del orador latino, sin embargo, en mi opinión, tan sólo en esa relación de dependencia puede decirse que con la forma «filípica» se aluda a los discursos demosténicos; en efecto, es lógico pensar que el uso común del término no deriva de las piezas griegas, sino de forma más próxima y directa del título latino, por evidentes y diversas razones: es un hecho, ante todo, que la figura y la obra de Cicerón resulta, sin duda, mucho más cercana y ha tenido una mayor y secular presencia en nuestro acervo cultural; y, además, el que el término exista también en otras lenguas como la francesa, y la inglesa incluso, invita a pensar en una evolución común del término a partir de un latín tardío y coloquial, el latín de los humanistas (el primer testimonio en lengua francesa parece ser de 1624). Por otra parte, el sentido que el término adquiere es un buen exponente del tono utilizado por Cicerón contra Marco Antonio, que propició que «filípica» se convirtiera en sinónimo de «reprimenda»; cierto es que el reproche y la invectiva predominan también en las Filípicas de Demóstenes, pero el auge del orador latino desde el Renacimiento, con toda la polémica creada en torno a él por ciceronianos y anticiceronianos, supone en todos los casos un profundo conocimiento de su obra y estilo, y favorece la idea de que sus Filípicas sean el punto de referencia para el significado común.

Discursos VI. Filípicas

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