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4.2. Ediciones
ОглавлениеDe las muchas ediciones antiguas de san Cipriano mencionaremos solamente las que representan hitos en la historia de la fijación del texto del Epistolario.
La primera edición apareció en Roma el año 1471. Se trata de una edición basada en el ms. Parisinus y, por eso, incompleta, realizada por J. Andreas, obispo de Aleria81.
Un gran paso en la mejora del texto representa la edición de Erasmo, Basilea, 152082, hecha después del estudio de nuevos manuscritos.
La de Manucio83, preparada por Latino Latini, reproduce la de Erasmo mejorada con las colaciones de otros buenos manuscritos, y contiene un número mayor de cartas que las anteriores.
Es preciso citar también la edición J. de Pamèle84, que contiene ya todas las cartas e intenta establecer un orden cronológico; la de Rigault85, las de Fell y Pearson86, dando esta última un orden cronológico casi exacto.
La edición fundamental es todavía actualmente la de G. von Hartel87, que contiene los opúsculos, las cartas y los escritos apócrifos. El texto está, en general, bien establecido: el autor trabajó sobre un gran número de manuscritos, y pudo, consiguientemente, dar una obra cuidada y completa, casi perfecta en lo que se refiere a las cartas del santo; en cambio, él mismo confiesa haber prácticamente ignorado aquellas que, al haber sido escritas por iletrados, están llenas de errores de sintaxis.
La edición de Bayard88 llena los vacíos de la anterior; teniendo a la vista los trabajos de Mercati89, de Miodonski90, de P. Capelle91 y de Von Soden92, ha podido en muchos casos mejorar el texto de Hartel; ha dado algunas lecturas de V ignoradas por el editor vienés, ha restablecido el latín bárbaro de las cartas de los corresponsales de san Cipriano y ha fijado el texto de las citas de la Biblia africana. Esta edición va acompañada de un breve aparato crítico, tan breve que no puede ser usado si no es como complemento del de Hartel.
En la presente traducción de las cartas del obispo de Cartago hemos seguido la edición de Bayard.
De entre los datos que aportan los diferentes estudios ciprianeos basados en la investigación de manuscritos, cabe destacar:
Bévenot93, aunque sigue la línea de investigación de Von Soden, establece nuevos criterios de clasificación de manuscritos en familias, a partir del estudio del tratado ciprianeo De catholicae Ecclesiae unitate. Las cartas han ido uniéndose al corpus por separado o en pequeños grupos, y no existe, por consiguiente, uniformidad en la transmisión; por el contrario, los tratados aparecen en la mayoría de manuscritos que contienen colecciones de Cipriano, y generalmente agrupados desde el comienzo, como formando una unidad. Por lo cual Bévenot llega a decir que los manuscritos seleccionados como «mejores» para un tratado, también lo serán para los otros; y que dicho estudio puede aportar resultados orientativos para las cartas ciprianeas o, por lo menos, para buen número de ellas.
Dada la gran contaminación que invade la tradición manuscrita del obispo de Cartago, Bévenot encuentra dificultades en la plasmación de un stemma general de los manuscritos. Ahora bien, logra clasificar los más recientes y consigue asimismo aislar los más importantes, de cuya combinación obtendrá como resultado el mejor y más completo texto, rectificando la datación y la valoración de los manuscritos realizada por Von Soden.
Las ediciones sucesivas de las obras de san Cipriano, auténticas o espurias, aparecidas en el Corpus Christianorum Latinorum se mueven en la revalorización del Codex Veronensis efectuada por Mercati y Petitmengin, y la utilización de los manuscritos señalados como «mejores» por Von Soden y Bévenot. Los eruditos de la Contrarreforma se sirvieron, para la edición romana de Cipriano del año 1563, de un antiguo manuscrito de Verona, luego desaparecido.
Hay que decir también que la valoración del Codex Veronensis resulta muy desigual entre los estudiosos: Von Soden le reserva el núm. 1 de su lista cronológica; P. Capelle lo considera muy bueno; Pasquali presenta la colación de Latino como típico del principio recentiores non deteriores; Hartel lo tiene por muy antiguo, afirmando Bayard que el texto de V ha sufrido la acción de un corrector; Bévenot sigue V con reservas, por lo que un escaso número de lecciones, consideradas como seguras, figuran en su aparato crítico. Y, porque ofrece poco material, lo elimina definitivamente en su selección final de manuscritos.
Los diferentes editores del obispo Cipriano en el Corpas Christianorum Latinorum recogen la lista de los «mejores» manuscritos dada por Bévenot, alargando de esta forma la lista restringida de Hartel. Simonetti establece algunos criterios que afectan al corpus completo de san Cipriano, aceptando de Bévenot la imposibilidad de reconstruir un stemma codicum, a la vez que demuestra que algunas lecciones erróneas derivan de un único ejemplar en el que se ha producido la corrupción. Este arquetipo común quizá se encuentre en las primeras ediciones de un corpus ciprianeo, realizadas entre finales del siglo III y principios del IV, tal como lo indica la importancia conseguida por los escritos de nuestro obispo ya en tiempos de las controversias donatista y pelagiana, y el testimonio de la lista de Cheltenham. La presencia de errores antiguos, en una tradición manuscrita tan amplia y complicada por la contaminación horizontal y transversal, invita al editor a seleccionar los manuscritos, escogiendo los representativos de las ramas tradicionales más importantes y considerados independientes.