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A modo de introducción

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Lo peor es quedarse en el escenario

cuando el acto terminó.1

La vida —al igual que el teatro— es una trama que se va componiendo a través de un sinfín de escenas que se representan en el gran escenario por donde transcurre el vivir. Cada una de las escenas pone en juego lo pasado y también lo que subyace al momento presente. Cada personaje contribuye a darle significado a la escena y los actores (tanto en el teatro como en la vida) siempre hacen —inevitablemente— lo mejor que les es posible hacer.

La vida no se cansa de enseñarnos que las escenas terminan en algún momento y se impone una situación de cierre, ya sea porque se incorpora una circunstancia nueva o porque se diluyen algunos de los pilares que sostenían lo que hasta ese momento era considerado «nuestra vida». Con frecuencia sucede que «el fin de la escena» nos toma por sorpresa y, aun cuando sea posible preverlo, casi nunca resulta sencillo poner el punto final, como tampoco lo es incluirse como protagonista de dicho cierre. Suele suceder que cuando insistimos en hacer perdurar lo que ya dejó de ser, el escenario comienza a perder luminosidad y llegamos a desorientarnos al percibir que las luces menguaron, que los demás actores ya se fueron y que el escenario mismo se convirtió en un espacio sin resonancias. Ha llegado el momento de hacer un cierre, aceptar que la escena ya dio todo lo que podía dar y que inclusive es conveniente cambiar de obra para dar cabida a otros espacios, distintos argumentos y nuevas maneras de hincarle el diente a la vida.

Este libro intenta abordar algunas de las muchas escenas con las que la vida suele sorprendernos cuando ya está promediando el recorrido. La intención es mostrar que todo cierre ofrece la posibilidad de una apertura, siempre y cuando no insistamos en perpetuar situaciones para las cuales tampoco hay actores dispuestos a continuar escenas en las que, de más está decir, ya dieron todo lo que tenían para dar. En esto que conocemos como «vida» resulta ser tan cierto que las escenas se modifican como que también no dejan de sucederse indefinidamente. Y tal vez uno de los aprendizajes más redituables para los humanos consista en aprender a no quedarse último para apagar la luz.

Desearía que este libro pudiera ser leído como un compañero de viaje e interlocutor paciente, por muchas de las que hemos transitado nuestra juventud en el siglo pasado, tan lleno de mandatos, de utopías y de reivindicaciones que se fueron entreverando de las más variadas formas como rizomas inextricables.

Aventuras en la edad de la madurez

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