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Los marcos referenciales
ОглавлениеNuestras incursiones en la vida y en la ciencia no son ingenuas. Detrás de cada pregunta hay una respuesta prevista (aunque no conocida), en cada mirada una selección perceptiva, en cada apreciación una cantidad de prejuicios.
Todo un bagaje de vivencias, pensamientos y creencias que condensan nuestra historia personal, el marco histórico en que nos tocó vivir y los condicionamientos socioculturales, políticos, económicos y religiosos a los que consciente o inconscientemente adherimos.
Es por ello que cuando hablamos de «objetividad» debemos saber que es relativa, y que las conclusiones a las que arribemos distan mucho de ser «la única explicación posible». En el mejor de los casos será un aporte más que ofrezca, desde una perspectiva nueva, otros elementos de juicio para comprender el complejo mundo que nos rodea.
Este es el modo en que desearía que se tomaran mis contribuciones sobre la problemática del dinero. No son nada más, ni nada menos, que un buceo tenaz y perseverante en un tema irritativo y considerado con frecuencia un tema tabú.
Consciente de su complejidad, he puesto todo mi empeño en presentar las ideas con la mayor honestidad posible, incluyendo reflexiones que pueden aparecer contradictorias entre si o divergentes de las hipótesis formuladas.
El dinero, omnipresente en la vida cotidiana e inevitable en la interacción social —en nuestra cultura— es, sin embargo, silenciado y omitido en muchos aspectos. Y estos silenciamientos no son ingenuos y tampoco inocuos. Responden, por el contrario, a profundas y arraigadas creencias e intereses que considero necesario y conveniente explicitar.
Intentaré, así, poner de manifiesto algunos de estos intereses y creencias, comenzado por explicitar los marcos teóricos referenciales que delimitaron y condicionaron mis búsquedas, percepciones, reflexiones y conclusiones en relación al tema «dinero».
Mi enfoque intenta articular ciertas variables psicológicas y socioculturales.
Confluyen en el análisis e interpretación de los hechos conocimientos provenientes de mi formación psicoanalítica, de las teorías y prácticas referidas a los grupos operativos y de lo que se conoce como los Estudios de la Mujer (Women Studies)5.
Quiero remarcar expresamente que el eje centralizador de esta problemática, tanto para las mujeres como para los hombres, es el cuestionamiento de la ideología patriarcal. Ideología que se relaciona estrechamente con la cultura occidental6 judeocristiana7. Asimismo, esta ideología presenta puntos de unión con el modelo económico capitalista.
Expondré muy brevemente los lineamientos principales de la ideología patriarcal sólo con el fin de orientar al lector. Este tema ya ha sido estudiado y remito para su conocimiento a los autores que lo desarrollaron en profundidad. Entre ellos, Hamilton, Fidges, Oakley, Mitchell, Zaretsky, Groult, Astelarra y Borneman (VI).
La ideología patriarcal es un ideología en el sentido en que lo plantea Schilder: «las ideologías son sistemas de ideas y connotaciones que los hombres disponen para mejor orientar su acción. Son pensamientos más o menos conscientes o inconscientes, con gran carga emocional, considerados por sus portadores como el resultado de un puro raciocinio, pero que, sin embargo, con frecuencia no difieren en mucho de las creencias religiosas, con las que comparten un alto grado de evidencia interna en contraste con una escasez de pruebas empíricas» (VII).
Las ideas predominantes de la ideología patriarcal giran alrededor de la suposición básica de la inferioridad de la mujer y la superioridad del varón. Esta suposición básica lleva a plantear las diferencias entre los sexos como una diferencia jerárquica. En esta jerarquía los varones se instalan en el nivel superior y desde allí detentan el poder, ejercen el control y perpetúan un orden que contribuye a consolidar la opresión de las mujeres. Esta jerarquización de las diferencias justifica y avala la dominación de la mujer por parte del varón.
La suposición básica de la superioridad masculina se apoya en teorías biologistas, naturalistas y esencialistas. Explica las diferencias jerárquicas entre los sexos como el resultado de factores exclusivamente biológicos y, por lo tanto, los considera inmutables. Identifica sexo con género sexual, omitiendo los factores culturales que entran en juego en el aprendizaje y adjudicación del género sexual. Al mismo tiempo sostiene que las maneras de ser femeninas y masculinas responden a una esencia y, por lo tanto, los roles sociales serían expresión de dicha esencia.
Esta ideología está presente en religiones monoteístas como, por ejemplo, el judaísmo y el cristianismo. No sólo en la figura de su máximo exponente, Dios-Padre, sino también —y fundamentalmente— en las aseveraciones de los profetas y apóstoles que resaltaron la inferioridad de la mujer como resultado de un designio divino.
Esta ideología promueve una división sexual del trabajo por la cual los hombres son asignados a la producción y al ámbito público mientras que las mujeres lo son a la reproducción y al ámbito privado y doméstico. Esto conlleva, entre otras cosas, a que las actividades femeninas giren alrededor de la maternidad y lo doméstico, contribuyendo a identificar a la mujer con la madre. Las características atribuidas a la maternidad son consideradas como «esencialmente femeninas».
La ideología patriarcal tiende a establecer un estricto control sobre la sexualidad femenina, entre otras cosas, a través de instituciones familiares que exigen, por ejemplo, fidelidad a la mujer pero no al varón. En este sentido, el pasaje de la poligamia a la monogamia —como lo señala J. Mitchel (VIII)— no significó igualdad de libertad sexual.
En síntesis: la ideología patriarcal —sustentada en el biologismo— enfatiza las diferencias entre los sexos como esenciales. Convalida una relación jerarquizada entre ellos. Esta jerarquización se expresa, en todas las áreas del funcionamiento social, bajo la forma de opresión hacia la mujer. Opresión sexual, económica, intelectual, política, religiosa, psicológica, afectiva…