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Después de 25 años
ОглавлениеHace 25 años que se publicó la primera edición de El sexo oculto del dinero, y desde entonces han visto la luz aproximadamente diez ediciones y reimpresiones, siendo esta, en formato electrónico la última. ¿Se ha modificado sustancialmente el panorama del modelo partriarcal que analizamos entonces?
Sostengo que, aún cuando en las últimas décadas algunas mujeres hayan accedido a la adquisición y posesión del dinero, este sigue teniendo un género sexual, y ese género sexual sigue siendo masculino. Mujeres y varones siguen perpetuando conceptos y maneras tradicionales en sus prácticas con el dinero porque aunque se haya modificado en algo la distribución del mismo, no se ha cambiado el modelo de poder implícito que contiene. Tanto las mujeres como los varones entran en conflicto al intentar armonizar los viejos códigos con las nuevas pretensiones (de unos y otras) y ambos siguen buscando estrategias —que todavía no encuentran— para llegar a una convivencia más paritaria.
Creo necesario señalar que el acceso al dinero por parte de las mujeres no ha modificado el modelo de poder imperante en la sociedad patriarcal. Es cierto que ha corrido mucho agua bajo el puente en los últimos 25 años en cuanto al posicionamiento que no pocas mujer tomaron respecto del dinero para ganarlo, administrarlo y gastarlo. Se produjeron grandes modificaciones que impactaron con fuerza en la subjetividad femenina y por lo tanto, también impactaron con fuerza en la subjetividad masculina. En lo que respecta a muchas mujeres cabe señalar que el sólo hecho de acceder al dinero no significó que lograran modificar los modelos de poder que habían sido incorporados en su propia subjetividad. Con frecuencia, asimilan esos modelos practicados durante siglos por los varones y terminan imponiéndoselos con modalidades similares a las que las mujeres sufrieron durante siglos. Con respecto a los varones, la también frecuente resistencia masculina para aceptar compartir las decisiones de fondo sobre el dinero, han generado conflictos de tal envergadura que terminaron atacando los cimientos profundos de los vínculos de pareja, salpicando, por supuesto, al amor. Cada vez estoy más convencida que no es el dinero lo que mata al amor sino el modelo de poder que esgrimen quienes lo comparten. No es como suele decirse que «la billetera es la que mata a galán» sino la necesidad de hacerse del recurso de poder que significa el dinero, que tanto el género femenino como el masculino aprendió a implementar con un modelo jerárquico de dominio.
Considero imprescindible poner en evidencia que muchos de los cambios en lo que al dinero se refiere, no son cambios de fondo sino sólo son modificaciones cosméticas que tranquilizan la conciencia de mujeres y varones. Ellas, porque sus pretensiones de autonomía suelen generarles múltiples conflictos internos. Y ellos porque temen perder autoridad —además del privilegio de ser quienes deciden— en esto de compartir el poder que otorga el dinero. Mujeres y varones siguen sin haber encontrado una manera satisfactoria en el pasaje de la dependencia a la autonomía compartida. Ambos suelen estar un tanto desorientados en lo que al reparto de dinero respecta, pero suelen disimular esa desorientación con cambios gatopardistas. Se llama gatopardismo a la estrategia de poder que consiste en permitir algunos cambios de superficie para perpetuar el sistema. Este término proviene de la novela de Lampedusa, El Gatopardo, que muestra a la sociedad siciliana en la época de la lucha garibaldina dejando en claro que ceder algunos privilegios en la superficie permite perpetuar el sistema de fondo. Es así como muchos hombres y mujeres insisten en sostener que se produjeron grandes cambios por el hecho de que ellas aprendieron a ganarlo y ellos aceptaron delegar algunas decisiones. Los cambios de fondo se producirán realmente cuando las mujeres y los varones se animen a revisar el modelo de poder que han incorporado y que siguen avalando a veces de manera inconsciente. Muchos varones se resisten a revisar el modelo porque no están dispuestos a perder los privilegios que otorga la administración del dinero. También muchas mujeres se resisten porque intentan evitar el conflicto que les genera el choque entre las prácticas del dinero y el ideal de feminidad que fueron absorbiendo con los condicionamientos de género instalados por la cultura patriarcal. Como si esto fuera poco, los varones, asustados por la pérdida del privilegio que les daba la administración de los recursos económicos, no suelen colaborar con las mujeres en re-pensar una manera distinta que sea más paritaria y más solidaria.
Ambos tropiezan con obstáculos para generar un cambio saludable. El mayor obstáculo de las mujeres reside en la dificultad para desprenderse del modelo «maternal» que está en la base del ideal de feminidad, mientras que el obstáculo de los varones reside en no poder desprenderse del modelo de jerarquía patriarcal por el cual ellos siempre deben «tener mas»: más erecciones, más dinero, más sabiduría, más autoridad, etc. para no correr el riesgo de ser considerados «poco viriles». Ambos quedan aprisionados en el modelo de poder patriarcal basado en la jerarquía y la superioridad de unos sobre otros. Es por esto que algunas mujeres se equivocan y creen que acceder a la libertad es «invertir las situaciones de poder» y someter a los varones. Y muchos hombres también se equivocan y creen que perder privilegios es caer en la descalificación y perder virilidad. Lo que enfrenta a mujeres y a varones, no son sus diferencias —que enriquecen el intercambio— sino el modelo de poder que han incorporado. No se trata de una lucha entre mujeres y varones sino de una lucha por perpetuar un modelo autoritario y jerárquico en la que suelen quedar atrapados tanto las mujeres como los varones.
Me parece muy importante develar el error, bastante frecuente, que consiste en creer que el modelo patriarcal es patrimonio masculino. No es novedad que los seres humanos transitamos juntos los caminos de la cultura y todos mamamos la misma tradición imperante en ella. Las culturas autoritarias y jerárquicas promueven personas autoritarias y jerárquicas en ambos géneros aunque cada uno de los géneros encuentre una modalidad diferente de poner en práctica dicho autoritarismo jerárquico.
Voy a recordar, muy sintéticamente, que se llama patriarcado a un modelo de vínculo entre los géneros que se caracteriza por concebir las diferencias entre ellos en términos jerárquicos. Es decir, se da por sentado que existe una escala jerárquica, a la que se considera de origen natural, en cuyo escalón superior se instala a los varones de la especie. Es una manera de clasificar a los seres humanos en superiores e inferiores. Dentro de este modelo la paridad no tiene lugar y por lo tanto, tampoco la solidaridad. Es un modelo de poder que hemos mamado tanto las mujeres como los varones porque ambos estamos dentro de la cultura patriarcal. He podido comprobar que aquellos hombres y mujeres que se animan a revisar el modelo llegan a estar en mejores condiciones para construir un entramado de vínculos con mejor calidad de vida. Ambos dejan de confundirse y las mujeres ya no necesitan «invertir la jerarquía» para sentirse libres así como tampoco los varones necesitan reafirmar permanentemente su virilidad.
Y por último, en relación con el amor y la pareja, quiero insistir con algo tan simple como evidente: que la superficie es consecuencia del basamento en el que se apoya. En otras palabras, que la manera de transitar la pareja y el amor es consecuencia necesaria del modelo que subyace al vínculo. Se trate de mujeres o de varones, no es lo mismo amar al «otro amado» desde un modelo patriarcal que desde un modelo paritario. No es lo mismo asumir los roles sociales necesarios para el desarrollo humano desde la imposición social que supone que la protección es una exclusividad masculina y la contención una exclusividad femenina. No es lo mismo para la salud y el divertimento de la pareja concentrar a la mujer con exclusividad en la crianza de la prole y las tareas domésticas mientras se legitima para el varón un amplio espectro de relaciones amorosas y atenciones hogareñas. No es lo mismo aceptar como natural el modelo de la doble moral sexual, propia del patriarcado, que desde hace siglos estableció que hay mujeres para gozar y otras para procrear. De la misma forma que no es lo mismo que los varones desconozcan que la sexualidad femenina es multifacética y por lo tanto, no reside exclusivamente en la penetración. Varones y mujeres quedan prisioneros en la trampa de estas imposiciones patriarcales. Ellos suelen sentirse obligados a rendir un permanente examen de virilidad a riesgo de quedar borrados del universo. Y ellas soportando insatisfacciones que a veces intentan disimular para atemperar los conflictos masculinos. Abreviando, no es lo mismo transitar la vida de pareja y alimentar el amor cuando las diferencias entre los géneros promueven privilegios en unos a expensas de los otros y se conciben en términos de jerarquía que cuando subyace un modelo paritario que valora las diferencias y se enriquece con ellas.