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En puntas de pie

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Los «no negociables» se mimetizan con la vida y se filtran por las grietas de nuestra necesidad de ser amadas. Pasan a formar parte de lo que se considera nuestra «naturaleza» y se instalan a nuestra vera como si fueran nuestra sombra. Los incorporamos como obvios, y al hacerlo, los convertimos en invisibles para nosotras mismas. Por todo esto es que son capaces de perdurar tantos años… ¡y sin envejecer! En una oportunidad, coordinando unos talleres de reflexión en Chile, una muchacha de origen humilde contó una anécdota conmovedora.

Viví quince años con un hombre que era mucho más alto que yo. Durante quince años, todas las mañanas me ponía en puntas de pie para mirarme en el espejo de nuestro baño, que estaba colocado a la altura apropiada para su medida. Tardé mucho en darme cuenta de que eso era «negociable para mí misma». Cuando me di cuenta, lo descolgué y lo coloqué a una altura intermedia; ya no tenía que ponerme en puntas de pie, y él sólo necesitaba hacer dos pasos hacia atrás para mirarse con comodidad.

¿Cuántas puestas «en puntas de pies» habrán conocido los muros de tantas casas? Adaptándolo a las historias y las modalidades personales, no sería difícil descubrir que somos muchas las mujeres que, en mayor o menor medida, «naturalmente» nos hemos acomodado durante años, sin siquiera darnos cuenta de que lo hacíamos. La naturalidad con que se incorpora el «acomodarse» a la propia subjetividad explica esa modalidad satelital que con tanta frecuencia signa la vida de muchas mujeres.

Las negociaciones nuestras de cada día

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