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Prólogo de la autora a la primera edición

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En la última década, la negociación comenzó a estar en la mira de las vanguardias intelectuales. La necesidad de descubrir estrategias que permitieran resolver satisfactoriamente las complejidades de los intereses políticos y empresariales despertó el interés de los centros de estudio más renombrados. También el de los profesionales del Derecho quienes, con el nombre de «mediación», dieron nacimiento a una nueva disciplina, cuyo objetivo es favorecer la resolución de diferendos entre partes litigantes, tratando de evitar asperezas innecesarias y el deterioro de los vínculos humanos.

Las negociaciones y las mediaciones se pusieron a la orden del día. Sin embargo, a pesar del interés sostenido y entusiasta, poco se ha investigado acerca de las negociaciones «sin nombre» —las que se llevan a cabo diariamente—, aquellas que fluyen de la mañana a la noche, pasando de la cama a la mesa, a través del baño, los pañales, la limpieza hogareña, la asignación del coche familiar, la distribución del dinero y los tiempos de reposo o distracción. Tampoco se ha indagado acerca de las inhibiciones que —independientemente de su capacidad y sus habilidades— sufren muchas mujeres a la hora de negociar. No son excepcionales los conflictos en los que suelen enredarse no pocas de ellas por creer que sólo la gente «interesada» negocia o porque la necesidad de ser «justas» las inhibe para defender sus intereses personales.

Me resultó fascinante descubrir que había demasiadas cosas silenciadas en un tema que se impone cada vez más y que ya ocupa las carteleras de universidades y academias. No pude resistir la tentación de zambullirme en el trema cuando descubrí, con gran sorpresa, que no pocas mujeres de reconocida experiencia en los ámbitos políticos y empresariales caían en incomprensibles confusiones cuando debían defender intereses personales. Como una de ellas dijo:

Soy una leona para negociar intereses ajenos y una liebre asustadiza para defender los propios.

Resultaba más que evidente, a mis ojos de psicóloga entrenada para desentrañar conflictos, que las dificultades que presentaban muchas de ellas no eran producto de la inexperiencia ni de la falta de capacitación, ni mucho menos de la falta de inteligencia. Allí había algún misterio oculto.

Decidí poner el foco en las negociaciones de la vida cotidiana porque consideré que era el espacio donde se producen los primeros mecanismos de negociación y ello me ofrecía la ventaja de captarlos en la desnudez de sus orígenes. La cotidianidad tiene algo en común con la selva virgen: está llena de vida pero también de riesgos que intuimos y no logramos percibir. En la cotidianidad —como en la selva— algunas de las sombras que nos protegen del sol ardiente son producto de peligros acechantes. El análisis de las «negociaciones nuestras de cada día» nos abre el misterio de lo encubierto, de la misma manera que la limpieza de vestigios arqueológicos deja al descubierto muchas de las huellas pasadas que condujeron al presente.

En mi trayecto de escritura, el prólogo resultó ser el último tramo. Por eso estoy en condiciones de adelantar —a quienes al leer harán el recorrido inverso al que yo hice al escribir— que no fueron pocas las sorpresas que surgieron a lo largo de tres densos años de investigaciones. De ellas dejo constancia en los ocho capítulos que componen este libro. Luego de reiterados cambios en los que buscaba —no siempre con éxito— la estructura que consideraba más pertinente para presentar este tema, decidí organizar el libro en tres partes. En la primera, planteé los criterios más generales —probablemente polémicos— respecto de las negociaciones cotidianas. En la segunda parte me dediqué a puntualizar los elementos concretos sobre los cuales es posible operar para obtener mejores condiciones de negociación. Para ello, analicé los requisitos personales para negociar y los obstáculos más frecuentes con que tropiezan muchas mujeres. Dejé para la tercera y última parte dos temas que considero clave: las negociaciones «consigo misma» y las relaciones entre negociación y género. En el último capítulo hago especial hincapié en la diferencia entre altruismo y solidaridad. Esta diferencia explica muchas situaciones de la problemática femenina.

Considero importante que las lectoras y los lectores cuenten con elementos para saber a qué atenerse cuando aborden el libro y evitar ser «tomados por sorpresa». Según mi criterio, es una forma de respeto y libertad. Consecuente con ello deseo señalar que este libro ha sido escrito desde una perspectiva de género en la cual se ha focalizado la problemática femenina. Sin embargo, ello no margina a los varones. Siempre he sostenido —y sigo sosteniendo— que lo que afecta a una mitad de la humanidad necesariamente afecta a la otra. Por lo tanto, no resulta sorprendente que, al dilucidar ciertos conflictos «femeninos» se abran también vías de esclarecimiento útiles para los varones. Sin ninguna duda, la posibilidad de llevar adelante investigaciones similares —también desde el género— que den cuenta de la problemática masculina, enriquecería y completaría el complejo espectro de las negociaciones entre mujeres y varones. Mi compromiso consciente —en el que he puesto mi mayor esfuerzo— ha sido desnudar los prejuicios encubiertos en los mandatos y las tradiciones sociales. Pero como yo también soy un producto social, he tratado de estar muy alerta respecto de mis propios prejuicios. Mi postura antidiscriminatoria no hace responsables a los varones por las discriminaciones que padecen las mujeres, sino al sistema de valores autoritarios y jerárquicos de los cuales no estamos exentos ni unas ni otros.

Finalmente, este libro recoge las voces de infinidad de mujeres que fueron capaces de desnudar sus sentimientos más profundos creando, para su propia sorpresa, redes solidarias en las que podían reconocerse más allá de las diferencias culturales y personales.

Este libro está destinado a mujeres y varones que anhelan un mundo más solidario. La solidaridad, como ya anticipé, no es un sueño utópico que navega al vaivén de la corriente de los tiempos ni tampoco una consecuencia ineludible de la herencia genética. Ni tan lábil ni tan estricta, la solidaridad es una construcción social y, como tal, requiere de la participación voluntaria de las personas que consideran que la paridad en los vínculos humanos es mucho más oxigenante que los privilegios. Elegir la solidaridad es, a mi juicio, una opción ética. Si se lograra que las negociaciones dejaran de ser concebidas como un campo de batalla, tal vez sería posible convertirlas en recursos útiles al servicio de la reciprocidad. Con esta intención escribí Las negociaciones nuestras de cada día.

Las negociaciones nuestras de cada día

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