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ОглавлениеCLAUDIA LIRA LATUZ
Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.
(JORGE TEILLIER)
Lecturas de la animita es el resultado de un coloquio realizado el 24 y 25 de marzo del 2011, el que reunió a los investigadores que trabajaban la temática de la animita desde diversos ángulos. De ahí que el libro se presente estructurado a partir de cuatro temáticas principales, a saber: Animitas y religiosidad popular; Estética de la animita y arte; La ritualidad en torno a la muerte en el culto de las animitas; y Las animitas como componente del paisaje cultural de los caminos de Chile (espacio público / privado).
Inauguramos el coloquio en aquella ocasión con el verso del poema: “Un desconocido silba en el bosque”, del libro de Jorge Teillier denominado Poemas del país de Nunca Jamás (1963) en homenaje a la memoria, temática central del poeta, que nos ayudaba a retratar el vínculo de la cultura tradicional de nuestro país con las ánimas, las cuales se aproximan a los seres humanos, especialmente a sus seres queridos, en los momentos en que el sabor de la vida es más intenso, es decir, durante la intimidad, el sufrimiento o la celebración. En este caso el padre envuelto en la noche, la niebla, el misterio y el silencio de quienes lo escuchan, abre con su relato un mágico espacio a través del cual las almas se deslizan para acompañarnos. Pareciera que el aroma de la vida las trajera de vuelta, como si los sentimientos emanados por los que estamos remecidos por las consecuencias del vivir las despertaran. Creencia que no podemos comprobar, pero que muchos dicen vivir.
La muerte, en la sociedad premoderna no es rechazada. En ella vida y muerte permanecen entrelazadas. Se cree que se complementan en cuanto desde la muerte surge o se inicia un nuevo proceso, una nueva vida conectada y derivada de la anterior. Así lo muestra la naturaleza, así lo sentimos los seres humanos pues mi vida es la continuidad de aquellos que ya no están, de mis antepasados. Estos como las animitas nunca se van del todo, son presencias que penetran la realidad por medio de la dinámica del ritual: el que se establece para ayudar a los muertos a remontarse a su próxima condición, así como para ayudar a los vivos a seguir existiendo tras su partida.
De ahí que sea necesario rememorar e investigar el modo como fueron transmitidas las creencias y prácticas en torno a los fallecidos, entender la sensibilidad que mantiene los lazos con los muertos y con la muerte, objetivos de las investigaciones presentadas a este coloquio. Esta sensibilidad no nos es ajena, pero se hace necesario hurgar y dejarnos tocar por estas presencias, por aquellos que circulan en un tiempo distinto del nuestro, incluso en nuestro espacio, buscando comunicarse, tratando de ayudarnos para que los ayudemos.
A partir de todo esto pensé en mis propios antepasados y removiendo los objetos de la memoria, encontré dos fotografías que miré muchas veces durante mi infancia. La primera fue tomada en el Cementerio General, aproximadamente en 1942. En ella aparece un grupo familiar que se ha fotografiado con el féretro antes de su ingreso a la tumba. Quizá para algunos esta imagen sea extraña porque ya no nos retratamos con los fallecidos, hemos perdido esta tradición, lo que nos hace preguntarnos: ¿con qué finalidad se detienen ante una cámara en el espacio de la muerte y con un cuerpo que no vemos, que se halla al interior de un ataúd?
Al hurgar la imagen podemos ver que algunos están serios, uno que otro triste, los demás posan, incluso algunos tímidos o nerviosos esbozan una leve sonrisa. El niño de pantalón corto es mi padre. No sé a quién despiden tampoco existe alguien a quién preguntarle. Lo que hacen, la acción no parece ser algo extraño para ellos. Podríamos decir que la familia reunida por este acontecimiento deja un recuerdo del momento, así el “evento” fue incluido dentro del álbum familiar.
La siguiente imagen es una fotografía de mi bisabuela materna con su hija, la gemela de mi abuelo quien fue rescatada del anonimato en el estudio del fotógrafo Francisco Arenas, activo en Santiago desde 1895, a fin de ratificar y conservar su presencia en la familia.
Recuerdo que le pregunté a mi madre por la mujer de la fotografía. “Es la mamá de tu abuelo, ella era francesa”, comentó. Miré larga y profundamente la imagen reconociendo los rasgos de mi hermana en los de mi bisabuela. Tras lo cual le pregunté por los ojos cerrados de la niña, ya que pensé en silencio que si se hacía tamaño esfuerzo de estar tan bien vestido y en un estudio, lo mínimo era que la niña mirara la cámara. Es la hermana de tu abuelo, me dijo, y al insistirle por qué no la recordaba, agregó: “Es que está muerta”. De esta manera, me enteré con sorpresa que la niña de la fotografía era un angelito. Debo reconocer que no supe qué era sino muchos años después de mi encuentro con la imagen. La había mirado muchas veces sin sospechar ni siquiera saber lo de la tradición respecto de los niños fallecidos considerados ángeles, a los que se les cantaba y festejaba de un modo especial. Todavía me causa impresión su gesto, el rostro de la madre, mi bisabuela, su dolor/amor retratado/detenido en esa urgencia por resguardar la imagen del amor en una fotografía con su hija muerta. La imagen fotográfica como sustituto concreto del cuerpo del que deja de estar corporalmente entre nosotros.
Hay algo secreto en ese acto, algo que necesitamos hacer en el momento de la pérdida. La última imagen, como la fotografía del fallecido en la animita, que expresa su esencia, la manera en que lo queremos recordar. Para la gente, el último hálito del fallecido carga un espacio dándole un sentido, una identidad; de la misma forma lo hacen los restos del accidente, sus cosas amadas como nexos materiales, concretos y reales con aquel que permanecerá en otro espacio para siempre, pero que vendrá en auxilio de quienes pedirán por el descanso de su alma, para que los favorezca en las necesidades imperantes de la vida.
Sabemos que la animita se instala en la vía pública a raíz de un hecho fatal, la muerte repentina y cruenta. A partir de ese momento se sacraliza ese espacio, purificado y enrarecido por la sangre derramada, que clama justicia y ayuda por medio del ritual: la instalación paulatina de velas, flores, objetos y, finalmente, de la animita misma que cumple la función de anclar el alma errante al sitio del fallecimiento. La animita comparece como el nuevo cuerpo del ánima, en él puede refugiarse y descansar, ya que como lo establece la tradición, “quien se cae compra el lugar”, y en su caso, la caída ha sido absoluta, definitiva.
Así, la animita viva y en expansión territorial es un fenómeno de encrucijada en cuanto a que puede ser leída desde lo estético, religioso, lo social, lo psicológico y filosófico. Debido a esto nuestro coloquio tiene la intención de poner en escena y en debate la presencia dinámica del objeto y del culto, a fin de rozar su sentido patrimonial como expresión de una identidad, tanto en sus aspectos tangibles, a saber: formas, ofrendas, entre otras cosas; e intangible, creencias y actos en torno a la muerte trágica. Reflexión que se hace urgente, pues desde hace un tiempo es intervenida desde la cultura dominante a partir de la modernización de Santiago, con una propuesta estética de las concesionarias de las autopistas de una animita estándar, que propone una estética en donde no intervienen los creyentes ni los deudos. Al mismo tiempo está siendo resemantizada por movimientos externos a su principal razón de ser, levantándola como símbolo de una lucha en torno a la circulación de las bicicletas por la ciudad. Por otro lado, vivimos la llegada de animitas allende los Andes, como la de la Difunta Correa y la del Gauchito Gil. Así, el coloquio “Lecturas de la animita” surge como una necesidad de reflexión, en el contexto actual, justamente porque necesitamos repensar lo que acontece en torno a este objeto/creencia que nace y crece a lo largo del país.
El coloquio, además, se ofrenda a la memoria de todos los fallecidos el año pasado en Chile y este año en Japón. En homenaje a Amalia, alumna del Instituto de Estética que perdió la vida en un accidente en agosto del 2010 y a María Angélica Pérez, abrazada por el mar en Juan Fernández. De esta forma, iniciaremos nuestro encuentro reflexión, dando “gracias a las animitas por los favores concedidos”.