Читать книгу La lección de los peces - Claudio García - Страница 6
ОглавлениеTenía un gato al que le gustaba pasar largas horas en el balcón, único lugar donde podía ver el cielo y sentir un poco de aire.
Vivía en un departamento donde no podía brindar un jardín con pasto, plantas y flores para que corriera pájaros y lauchas o se echara panza arriba al sol.
Los animales domésticos mantienen sus instintos, esos de cuando eran salvajes y estaban obligados a cazar para poder comer. No como ahora que dependen de la bolsa de alimento balanceado que les compramos en el supermercado y un poco de sobras de nuestra propia comida.
Mi gato tenía también sus instintos como cualquier otro. Y así acechaba en el balcón a los pájaros que por azar dejaban un rato de volar para pararse sobre la baranda de metal que protegía ese espacio de los dos pisos que separaban el departamento de la calle. Siempre pasaba lo mismo, los pájaros terminaban levantando vuelo cuando percibían que el felino peligrosamente se acercaba.
Imaginaba que nunca podría cazar alguno, porque un eventual salto para atrapar al pájaro con sus garras lo pondría en peligro de seguir de largo de los límites del balcón para estrellarse dos pisos más abajo.
Sin embargo, un día en que se encontraban dos pájaros piando en la baranda, pudo más el instinto y mi gato pegó un enorme salto para atrapar a sus presas. Como presumía, los pájaros, que también tienen sus instintos, levantaron rápidamente vuelo y entonces el felino siguió de largo y comenzó a caer con el destino ineludible de la muerte.
Pero pasó algo inesperado.
Los dos pájaros, que no siguieron su vuelo lejos del departamento, con la velocidad que les dan sus alas, cayeron en picada y aferraron al gato con sus picos y pequeñas garras, dos metros antes que mi mascota se estrellara.
No sin esfuerzo, lo levantaron hasta el segundo piso, dejándolo a salvo en el balcón. Desde entonces, a pesar de sus genes ancestrales, mi gato saluda a los pájaros con sus maullidos cada vez que los encuentra en la baranda del mirador y les hace compañía sin ninguna actitud amenazante.
Es su forma de decirles gracias por seguir todavía vivo.