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PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Harald Beyer

Mayo de 2016


En los últimos años se instaló en Chile la idea de que su población está afectada por un profundo malestar. Este tendría un carácter difuso, pero afectaría el comportamiento de los ciudadanos y se traduciría en rabias y eventualmente movilizaciones como las que se vivieron en 2011. Estos hechos permiten tan solo visualizar la punta del iceberg y, por tanto, son apenas signos parciales de un fenómeno que puede derivar en una crisis institucional mayor. Muchas razones estarían detrás de este malestar, pero una sería fundamental. “La enorme desigualdad en Chile es el motivo principal del enojo” sostuvo Michelle Bachelet en ese discurso en la comuna de El Bosque con la que aceptó y dio inició a su candidatura presidencial en 2013.

Nadie puede desconocer que la desigualdad es significativa en Chile, pero se ha puesto poca atención a la evolución que esta ha tenido en los últimos años. El Gini de los ingresos autónomos ha caído de 0.58 en 2000 a 0.53 en 2013; sin duda, es una mejora relevante. Pero, claro, alguien podría argumentar que este es un fenómeno transitorio o que se puede revertir en el futuro inmediato. Sin embargo, ese argumento queda en entredicho al revisar el esfuerzo académico que ha hecho el profesor Claudio Sapelli en este revelador libro. Los cambios parecen ser definitivos y detrás de esta reducción relevante en el Gini se esconcen tendencias “estructurales” que recién se están expresando tímidamente en el valor de este coeficiente de desigualdad, pero que en los próximos años deberían hacerse aún más evidentes.

Los antecedentes que nos reportan bianualmente las encuestas de caracterización socioeconómica que desarrolla el Ministerio de Desarrollo Social (o encuestas parecidas que llevan adelante otras instituciones) nos permiten construir una foto de la desigualdad que se representa en ese momento. Pero esa foto muestra distintas cohortes que se educaron en momentos del tiempo muy disímiles entre sí con especificidades muy particulares y con inestabilidades propias de una democracia y una economía mucho más débiles que las que se han venido consolidando en los últimos 25 años. Así, por ejemplo, se nos olvida que el número de estudiantes en universidades (no en educación superior) era en 1990 menor que en 1973. Menciono este hecho, porque en su libro el profesor Sapelli precisamente llama la atención sobre cómo para las cohortes nacidas entre 1956 y 1972 se produjo un estancamiento en el acceso a la educación superior que afectó la movilidad intergeneracional y que detuvo avances eventuales en la desigualdad de ingresos. Es evidente que el impacto de este hecho en la desigualdad podemos apreciarlo con más claridad si se analiza la información que reportan estas encuestas como un conjunto de películas que siguen a las distintas generaciones a través del tiempo.

Este ejercicio al que nos invita el profesor Sapelli nos entrega un panorama mucho más optimista respecto de la evolución de la desigualdad de los ingresos que sugieren las fotos que miramos aisladamente cada cierto número de años. Esta mirada es útil para ir afinando las políticas públicas si se quiere contribuir a reducir inteligente y sustentablemente la desigualdad. Esta mirada en el tiempo permite analizar personas que nacieron en la primera parte del siglo XX hasta aquellas que lo hicieron en el momento que Chile comenzaba el retorno a la democracia. En términos muy resumidos, la información más interesante que reporta la investigación es la medición de la desigualdad de cada cohorte aislándola de los cambios asociados a la edad y el ciclo económico. Este ejercicio es útil para evaluar la evolución futura más probable de la desigualdad.

En la primera edición de este libro, el autor demostraba que para los nacidos entre comienzos de la década de 1930 y fines de la década de 1950 se había producido un aumento en la desigualdad. Este fenómeno comienza a revertirse en las generaciones siguientes. Por cierto, no siempre con el mismo ritmo. Ya veíamos que hubo un período de estancamiento en la oferta de educación superior que pudo haber afectado esta evolución. Con todo, el aumento en la escolaridad de las nuevas generaciones acompañado con una reducción en las brechas de este indicador, los cambios en los retornos y algunas transformaciones en el mercado laboral, habrían sido claves en la reducción de la desigualdad de las cohortes más jóvenes. Pero claro, el autor advierte que como el peso de las cohortes de mayor desigualdad también aumentó como consecuencia del envejecimiento de la población, la distribución de ingresos de toda la población no tenía la capacidad de reflejar estos cambios.

Cabe especular que cada vez se están agregando generaciones donde las desigualdades, como consecuencia de los fenómenos antes descritos, son más acotadas y eso comienza a marcar la desigualdad general y de ahí las caídas observadas en los últimos años en el Gini. Pues bien, en esta segunda edición el profesor Sapelli agrega nueva información que permite concluir que, efectivamente, se aceleró el proceso de mejora de la distribución del ingreso. En efecto, a partir de las nuevas encuestas de caracterización socioeconómica incorporadas en esta segunda edición (2009, 2011 y 2013) se puede apreciar una caída en la desigualdad entre cohortes mucho mayor que la observada en el primer estudio. Quizás como resultado de esto los nuevos antecedentes sugieren también que se ha estabilizado del efecto cohorte sobre la desigualdad, es decir, que no cabría esperar reducciones adicionales en la desigualdad asociadas a este fenómeno.

Es posible que esto pueda explicarse por la resiliencia de los retornos universitarios a pesar del aumento en la oferta relativa. Por cierto, esto puede estar influido a su vez por un creciente interés de los jóvenes por estudiar carreras técnicas y la alta selectividad que mantienen las universidades y carreras más prestigiosas del país. En todo caso, la importante caída observada en la desigualdad de las generaciones más jóvenes, en la medida que no se revierta, debiera gradualmente traducirse en una disminución de la desigualdad en el país. Así, los avances que hemos observado en los últimos años debieran continuar. Sin embargo, hay que reconocer que el autor es cauteloso toda vez que reconoce que las diferencias en desigualdad entre generaciones también parecen haberse acotado. Este fenómeno de mejora en la desigualdad, que se refuerza con los últimos antecedentes analizados por el autor, parece muy robusto porque no obedecen a un fenómeno específico que afecta a un grupo en particular sino que ocurre a lo largo de toda la distribución de ingresos. Así, los ingresos del trabajo aumentan más en la parte baja de la distribución que en la parte media y en esta última más que en la parte alta. Por tanto, hay una compresión general de los ingresos del trabajo que seguirá presionando la desigualdad hacia la baja.

Frente a estos antecedentes sólidos el mundo político debería revisar su diagnóstico. Si la desigualdad está disminuyendo y ello ocurre sobre bases firmes, es difícil pensar que el enojo de la población se sustente en esta variable. Obviamente, que no es evidente tampoco que la población esté enojada. Enfrentar los desafíos que tiene el país en materia de desigualdad, pobreza y movilidad social e intergeneracional requiere buenos diagnósticos sobre estos asuntos. El libro que ha producido el profesor Sapelli es una contribución enorme en esta dimensión y debería ayudarnos a calibrar mejor las políticas públicas que necesitamos en esta etapa de nuestro desarrollo.

Chile: ¿más equitativo?

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