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CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN Y ESTADO DEL DEBATE

1.1. INTRODUCCIÓN

Este trabajo propone una mirada fresca a la desigualdad de ingresos y a la movilidad social. El comienzo del tercer centenario de la historia de Chile parece el momento ideal para volver la vista al pasado, examinar el presente, reflexionar acerca de las causas y consecuencias del camino que se ha venido transitando en los últimos cien años, con el propósito de indagar qué nos depara el futuro en temas tan importantes como estos.

¿Nos encontramos en una sociedad con altas desigualdades y que entrega a las personas pocas probabilidades de moverse a través de las distintas clases sociales? ¿Estamos mejorando o empeorando con respecto al pasado? ¿Nos acercamos a una sociedad con cada vez más diferencias sociales? ¿O estamos más cerca de una sociedad más igualitaria? ¿Son las diferencias en ingreso necesariamente malas? Este libro responde estas y otras preguntas relacionadas.

Las conclusiones y respuestas que se obtienen en cada uno de estos temas pueden ser en muchos casos poco evidentes a primera vista. Se dice que Chile es muy desigual, que esta situación solo ha empeorado con el pasar del tiempo y que este asunto no tiene remedio. Se dice que una persona que nace en una familia pobre permanecerá en esa situación durante toda su vida. Sin embargo, algunas de estas afirmaciones son cuestionables, y otras derechamente erróneas ya que no se apoyan en la evidencia empírica. A través de los distintos capítulos de este libro se explicarán las razones que están detrás de este aserto que, en una primera lectura, a algunos les puede sorprender.

Para profundizar en estos temas se utilizará una metodología conocida como análisis de cohortes, la cual está asociada a una visión más de largo que de corto plazo, y que nos permite ver una realidad que otro tipo de análisis no puede entregarnos. Un análisis de cohortes significa seguir en el tiempo a un grupo que comparte una característica particular, que en este caso será el año de nacimiento1. Por lo mismo, a lo largo de este libro se usarán alternativamente las palabras cohorte y generación.

La particularidad de este tipo de datos radica en que, si bien no podemos distinguir con nombre y apellido a cada una de las personas que pertenecen a una cohorte, sabemos que, como grupo, han estado sometidas a experiencias diferentes a las de otras cohortes 10 años mayores o 10 años más jóvenes. Nosotros examinaremos las consecuencias de estas diferencias.

Consideremos, por ejemplo, a un grupo de personas encuestadas en el año 1970. En esta encuesta hay individuos de todas las edades. Concentrémonos en aquellos que tienen 20 años. Ese es el conjunto de individuos que sabemos nació en el año 1950. Con los datos de esta encuesta podemos conocer la distribución de ingresos de “los nacidos en 1950”, observada cuando tenían 20 años.

Supongamos ahora que tenemos otra encuesta realizada diez años más tarde, en 1980. En ella también hay un grupo de individuos nacidos en el año 1950, que a la fecha de la encuesta tienen 30 años. Si bien no sabemos si son exactamente las mismas personas —y probablemente no lo sean— sabemos que comparten una característica: son parte del grupo de “los nacidos en 1950”. La mayoría entró al colegio en 1956 y si llegaron a la educación terciaria, probablemente lo hicieron en 1968. Lo interesante es que podemos nuevamente calcular la distribución de ingresos para este grupo de los nacidos en 1950. En la encuesta de 1980 habrá un nuevo grupo de personas que tienen 20 años, nacidos en 1960, que podremos observar otra vez con 30 años en una encuesta tomada en 1990. Y así sucesivamente, podemos estudiar a las personas nacidas en un año determinado a medida que envejecen y comparar la evolución de la distribución del ingreso a lo largo de los años para diferentes cohortes.

Supongamos, por ejemplo, que observamos que la cohorte nacida en 1960 tiene una distribución del ingreso más igualitaria que aquella nacida en 1950 (a la misma edad). Si eso es así y nos damos cuenta de que ello también sucede para los nacidos en 1970, y así sucesivamente, entonces podríamos afirmar que la distribución del ingreso está mejorando para los grupos más jóvenes. Algo que hubiera sido imposible de detectar mirando la distribución del ingreso para cada encuesta, donde aparecen mezcladas las personas de diferentes edades.

El análisis de cohortes nos proporciona una visión novedosa que nos permite ver la evolución de variables en el largo plazo. Con esta metodología se obtienen conclusiones importantes y más informativas respecto de la dirección en que está transitando el país (y el éxito de la política pública) que un estudio de una encuesta en particular.

Este libro muestra que el correcto uso de esta metodología nos permite arribar a una conclusión bastante más optimista respecto de la posición en la que se encuentra el Chile actual. Más positiva al menos que la conclusión a la que llegan otros, quienes sobre la base de una lectura errónea de la información, sostienen que Chile se encuentra en el peor de los mundos en cuanto a distribución del ingreso y movilidad social.

El “peor de los mundos” es la visión que propone que Chile tiene un alto nivel de desigualdad —el cual no muestra tendencia a disminuir— y que es una sociedad poco móvil. Esta visión utiliza como respaldo dos observaciones. Primero, que la desigualdad del ingreso es muy elevada, cosa que es innegable. Mirado a través del prisma de este indicador tradicional, Chile tiene una de las tasas de desigualdad más altas del mundo. Sin embargo, esta visión no nos permite evaluar para dónde vamos, ni tampoco si la política pública, que muchas veces se centra en las cohortes más jóvenes, está funcionando o no. En este sentido el análisis de cohortes aporta una perspectiva mucho más relevante para la toma de decisiones. Y segundo, tenemos la tradicional explicación de que Chile es todavía una sociedad clasista, apuntalada por estudios de cuestionable metodología. Si bien es innegable que Chile fue una sociedad muy clasista, nos preguntamos ¿lo sigue siendo? ¿Podemos decir que las generaciones jóvenes viven la misma realidad que la que vivieron sus abuelos? Nuevamente estos trabajos no nos permiten formarnos una idea de hacia dónde nos estamos moviendo. El concepto de que Chile es hoy una sociedad tan clasista como lo era hace 40 años no puede ser hoy sostenido por nadie. ¿Cómo podemos visualizar esta evolución en los números de movilidad? De este modo: mirando el tema por cohortes y viendo qué realidad han vivido las personas nacidas en diferentes años.

A través de los distintos capítulos de este libro se muestra que algunas de estas afirmaciones son cuestionables y que otras derechamente no se corresponden con la evidencia que encontramos en los datos. Veremos, por ejemplo, que distintos indicadores de desigualdad nos permiten afirmar con tranquilidad que el mundo es bastante más dinámico que lo que muchos podrían pensar. En términos prácticos esto quiere decir que si bien Chile puede tener hoy una determinada desigualdad, mañana podría estar en una posición diferente, y que ese camino ya lo estamos transitando. Si podemos entender los factores que determinan esta dinámica, podremos entender de mejor manera hacia dónde vamos. De esta forma, el énfasis del análisis está en que lo importante no es solo la posición en que se halla el país actualmente, sino que también dónde se encuentra con respecto al pasado y hacia dónde va. Únicamente de esta manera podemos obtener conclusiones correctas que posibilitan analizar si la política pública es adecuada o no. Hacia el final del libro veremos que una visión de más largo plazo nos lleva a recomendaciones de política pública distintas de las que se obtienen cuando solo miramos el momento actual del país.

Volvamos momentáneamente a la desigualdad de ingresos, que abordaremos formalmente en el capítulo 2. Si analizamos solo la posición relativa de Chile en el presente, nos encontraremos con que el país, como se ha dicho, tiene una de las más grandes desigualdades en el mundo. Tomemos uno de los indicadores clásicos, el índice de Gini, que se profundizará en el capítulo 2. Por ahora solo necesitamos saber que este índice varía entre cero y uno, donde cero representa la menor desigualdad de ingresos posible y uno la mayor desigualdad posible. Chile tiene un Gini de 0.52, número que es relativamente alto si lo comparamos con Japón y Noruega (0.25), Finlandia (0.27), India (0.37) y Estados Unidos (0.45). Incluso es alto en relación con países de Latinoamérica como Uruguay (0.45) y Venezuela (0.43). El país se encuentra más o menos a la par de Brasil (0.55), Panamá (0.55), y Surinam (0.53). El Cuadro 1.1 presenta cómo se ve la desigualdad de ingresos hoy día en el mundo.

Cuadro 1.1. Coeficiente de Gini en el mundo

Menor a 0.35Entre 0.35 y 0.45Entre 0.45 y 0.50Mayor a 0.50
CanadáVenezuelaUruguayChile
EspañaColombiaEstados UnidosBrasil
FranciaRusiaChinaSurinam
InglaterraPortugalArgentinaPanamá
ItaliaArgeliaEcuadorPerú
AustraliaIndiaMéxicoBolivia
FinlandiaPakistánMadagascarSudáfrica

Fuente: CIA, The World Factbook 2009.

Muy bien, Chile tiene un alto Gini, es un país desigual. La pregunta que se plantea este libro es ¿y qué? Es esperable una alta concentración de los ingresos en un país que tiene entre sus cohortes más viejas altos porcentajes de analfabetos, y entre las más jóvenes, prácticamente nadie sin educación básica completa. Nada se puede hacer respecto a eso. Si queremos mirar la dinámica del fenómeno, tenemos que utilizar un análisis de cohortes. Veremos que así podemos obtener una conclusión bastante más alentadora respecto de la posición de Chile. De hecho, ello nos permite deducir que la evolución que ha tenido la desigualdad en Chile en los últimos cien años ha sido bastante positiva. Hay, entonces, evidencia suficiente como para sentirnos optimistas acerca del proceso que seguirá el país en el futuro. Esta y otras discusiones relacionadas se analizan en profundidad en el capítulo 2.

Si bien como sociedad estamos constantemente preocupados por la distribución del ingreso, es probable que no sea este el tema que debiera centrar nuestra atención, sino el de la movilidad social, que es lo que refleja el esfuerzo y el talento de las personas. Lo que debiera preocuparnos es que exista igualdad de oportunidades, una cancha pareja para todos para que esas cualidades puedan surgir. La distribución del ingreso, sin embargo, nos habla más bien de los resultados logrados por las personas, y no de las oportunidades que han tenido. Si las diferencias en los ingresos fueran consecuencia de una mayor destreza, un mayor talento o un mayor esfuerzo, los resultados no debieran ser objeto de preocupación. Es preocupante cuando esas diferencias son el efecto de la falta de oportunidades —una consecuencia de la ausencia de una cancha pareja para todos—, no por el hecho de que los resultados difieran. Sin embargo, la distribución del ingreso es un tema del que se habla mucho y para algunos es un tema clave2. En este libro se habla de ambos temas: tanto de la distribución de resultados como de la de oportunidades.

La movilidad es tan importante, que una alta desigualdad de ingresos no significa lo mismo en un país con mucha movilidad entre grupos socioeconómicos, como el Reino Unido, que en un país donde este movimiento es bajo, como la India. Si en una sociedad hay igualdad de oportunidades, entonces un pobre puede pasar a ser rico y un rico puede pasar a ser pobre. En esta sociedad probablemente habrá mayores incentivos para las personas a invertir en capital humano que en una sociedad donde las oportunidades son el privilegio de algunos. Una sociedad donde las personas tienen mayores oportunidades es aquella donde el destino de los hijos está menos atado al de los padres. Por esto es tanto o más importante hablar de la movilidad social que de la desigualdad de ingresos.

La movilidad social será examinada en profundidad en los capítulos 3 y 4. En cada uno de ellos se analizan dos conceptos distintos, pero relacionados: la movilidad intrageneracional y la movilidad intergeneracional. La primera tiene relación con la posibilidad de moverse a través de distintos grupos socioeconómicos durante la vida de un individuo, mientras que la segunda tiene que ver con la relación entre el grupo socioeconómico al que pertenecen los padres y aquel al que pertenecen los hijos.

En el capítulo 3 se estudia el estado de la movilidad intergeneracional en el Chile de ayer, hoy y mañana. En un país con baja movilidad intergeneracional, la posición en la sociedad está predeterminada por la posición de los padres y no hay muchas posibilidades de subir (o bajar) en el estrato social. Esto disminuye, por ejemplo, los premios salariales asociados a una mayor educación. Si las personas saben que su posición está determinada por la de sus antecesores, no hay incentivos a invertir en esta materia. Por otro lado, en una sociedad con alta movilidad intergeneracional la posición social de un individuo no tiene relación con la del padre: una persona puede ser pobre aun cuando su padre haya sido rico, y puede ser rica a pesar de que su padre haya sido pobre.

Hay autores que concluyen que la movilidad intergeneracional en Chile es baja. Sin embargo, al analizar su evolución en las últimas décadas, se observa que hubo una fuerte caída en la correlación entre la posición del padre y la del hijo para los nacidos entre 1900 y 1950. El país llega incluso a índices de movilidad propios de naciones desarrolladas para los nacidos en las décadas anteriores a los años sesenta. Sin embargo, se produjo un estancamiento de esta situación a partir de quienes nacieron hacia fines de la década de los cincuenta. Es decir, el proceso de mejoría de la movilidad se detuvo para los nacidos desde los sesenta en adelante. El capítulo 3 analiza en detalle una serie de hipótesis que pueden explicar esta trayectoria y concluye que las principales razones detrás de este estancamiento han sido superadas y que debe esperarse una mejora a futuro en dicho indicador.

En el capítulo 4 pasamos a analizar un concepto relacionado: la movilidad intrageneracional. A diferencia de la anterior, en este caso estamos interesados en estudiar el movimiento de los individuos a través de las distintas clases sociales, sin relacionarlo con la situación de los padres. Nos encontraremos con que los pocos estudios existentes sobre la materia hablan de un Chile con bastante movilidad, que supera incluso a países como Francia, Estados Unidos y Alemania. Chile tiene una movilidad social similar a la del Reino Unido.

Sin embargo, algunos académicos han argumentado que la alta movilidad es negativa, pues implica que las personas están sujetas también a una alta vulnerabilidad3. Es decir, que en una sociedad móvil las personas corren el peligro de bajar de grupo socioeconómico. Lógicamente, en una sociedad móvil necesariamente hay movilidad social tanto hacia arriba como hacia abajo: la existencia de movilidad implica la existencia de vulnerabilidad. De manera que es necesario evaluar y optar entre una sociedad móvil y vulnerable o una rígida y no vulnerable. Si nos inclinamos por que no haya vulnerabilidad, estamos optando por una sociedad en que todos conocemos nuestro lugar, porque este no tiene posibilidades de cambiar. Por lo tanto, postular que pueda existir una sociedad móvil y no vulnerable es imposible. El capítulo 4 discute con mayor profundidad las razones de por qué esta es una conclusión equivocada, ya que la movilidad implica necesariamente que unos suben y otros bajan, y que cuando alguien sale del decil más bajo, hay otro que entra. Evidentemente, las políticas públicas deben apuntar a que la calidad de vida del último decil sea cada día mejor, pero eso no es un tema relacionado con la movilidad social sino con la pobreza, como se discute en ese mismo capítulo.

El capítulo 5 cierra la discusión de estos temas con las proyecciones hacia el Chile de mañana, y discute si las conclusiones son apoyadas por la Casen 2009, 2011 y 2013 (lo son). Provee un análisis de la pobreza con la visión de cohortes. Finalmente, en el capítulo 6, hay una discusión respecto a las políticas públicas que Chile debiera adoptar.

Para comenzar a profundizar en los distintos temas que trata este libro, los indicadores, la evidencia y toda la discusión, es útil partir con el estado actual del debate. Como se señaló, existen posturas diferentes entre las personas dedicadas a estudiar estos tópicos, entre ellas algunas que no necesariamente corresponden con la evidencia que se presenta en este libro. Por ello es importante examinar antes las distintas posturas.

1.2. ¿ES CHILE “EL PEOR DE LOS MUNDOS”?

Comenzaremos esta sección con dos extractos del libro Las prisas pasan, las cagadas quedan, de Felipe Lamarca (2009):

“(…) Considero que las desigualdades de ahora son mucho más escandalosas e intolerables que en otra época” (p. 106).

“El otro factor que a mi modo de ver está en las raíces del descontento de los chilenos en la actualidad es la sensación de vivir en un país que tiene mucho de club” (p. 114).

Si bien una lectura cuidadosa de su texto muestra que la posición de Lamarca no queda correctamente representada por estas citas, ellas sí dan el sabor de su línea argumental, que fue el atractivo de su libro cuando fue publicado.

En el debate actual muchos autores argumentan que no hay espacio para el optimismo, porque la distribución de ingresos no ha mejorado en las últimas décadas. Si a esta situación le agregamos una escasa movilidad social, podríamos concluir que alguien que nace en situación de pobreza está condenado a mantenerse en ese estado durante toda su vida. No importa el esfuerzo, el talento y la productividad que esta persona alcance en su vida, porque siempre se mantendrá en el grupo de los menos asalariados. Una alta desigualdad de ingresos más una baja movilidad social es lo que a través de nuestro libro se denomina “el peor de los mundos”. La evidencia que se presenta en este libro refuta esta visión. Chile no se encuentra allí y, al parecer, está bien encaminado hacia el futuro.

La visión de Chile como “el peor de los mundos” no es una mirada o interpretación correcta del proceso que está viviendo el país. Por ejemplo, la distribución de ingresos es dinámica y su evolución a través del siglo veinte nos enseña importantes lecciones acerca de hacia dónde nos dirigimos.

Cuadro 1.2. ¿Está Chile en “el peor de los mundos” en cuanto a desigualdad y movilidad?

Alta desigualdad de ingresosBaja desigualdad de ingresos
Alta movilidad social1:Alta movilidad social,alta desigualdad de ingresos.EE.UU.2:Alta movilidad social,baja desigualdad de ingresos.“El mejor de los mundos”
Baja movilidad social3:Baja movilidad social,alta desigualdad de ingresos.“El peor de los mundos”4:Baja movilidad social,baja desigualdad de ingresosFrancia, Italia

En el Cuadro 1.2 se muestran todas las combinaciones posibles para desigualdad y movilidad4. “El peor de los mundos” ocupa el cuadrante 3 (baja movilidad, alta desigualdad). Esta tabla es ilustrativa porque nos permite formular dos preguntas que involucran directamente los temas que hemos presentado y el contexto en que se encuentra el debate actual.

Primero, ¿dónde se encuentra Chile? De acuerdo a los datos, el país está más cerca de hallarse en el cuadrante 1 (alta movilidad social y alta desigualdad, una situación similar a la de Estados Unidos) que en el cuadrante 3, correspondiente al “peor de los mundos”, donde la movilidad es baja y la desigualdad alta.

En segundo lugar, ¿hacia dónde se dirige el país en el largo plazo? ¿Vamos camino hacia “el mejor de los mundos”, donde hay alta movilidad y baja desigualdad (cuadrante 2)? La respuesta es positiva y muestra que Chile va relativamente bien encaminado. Lo examinaremos en más detalle en el capítulo 5.

En el cuadrante 1 están países como Estados Unidos, en donde tanto la desigualdad de ingresos como la movilidad social son más bien altas. Si bien la riqueza está concentrada, no hay barreras importantes para unirse al grupo de los ricos. Es importante enfatizar esto porque el solo hecho de saber que existe una probabilidad significativamente distinta de cero de convertirse en parte del segmento más alto, si se trabaja y esfuerza lo suficiente, puede ser un incentivo lo bastante fuerte como para que una persona decida educarse y desempeñarse de la mejor manera posible en su trabajo.

En el cuadrante 4 están países como por ejemplo Francia o Italia, en los cuales es difícil unirse al grupo de los acaudalados, pero la diferencia de ingresos entre las personas más pobres y las más ricas no es tan grande como en otras naciones. Una baja movilidad social puede ser menos costosa en una sociedad donde las diferencias entre ricos y pobres son menores. Sin embargo, aun cuando la movilidad social sea más alta en un país con baja desigualdad de ingresos, los incentivos a trabajar duro y educarse no son tan grandes como en un país donde existe una gran diferencia entre grupos socioeconómicos. Esto es relevante en la medida en que si las personas trabajan menos, el país se termina empobreciendo.

En este libro concluimos que, a pesar de que la evidencia no está disponible aún para grupos de personas nacidas más cerca del presente, el análisis existente nos permite deducir que la mejora en la movilidad social intergeneracional que se había observado en Chile para los nacidos en la primera mitad del siglo XX, está en condiciones de reanudarse para los nacidos a partir de los años 80. De esta forma, es posible pensar que nos estamos moviendo hacia una menor desigualdad y una mayor movilidad. Por lo tanto, Chile estaría transitando hacia el cuadrante 2 en el Cuadro 1.2. Las proyecciones en este sentido están en el capítulo 5.

Ahora, la discusión de la movilidad social en este libro se divide en dos: intrageneracional e intergeneracional. Incorporando estos conceptos, el “peor de los mundos” corresponde a una baja movilidad intergeneracional y una alta movilidad intrageneracional. Para las personas que creen que Chile está en esta categoría, la movilidad intrageneracional existe, pero no implica a larga un ascenso o descenso social: es solo ruido en torno a un mismo ingreso. Esto quiere decir que un padre lucha por mantener un nivel de vida satisfactorio, pero es afectado por múltiples shocks, y su hijo hereda el ingreso promedio del padre (y es de esperar, los shocks). Esto significa que un padre en situación de pobreza no solo está condenado a tener un hijo igual de pobre que él, sino que además el hijo enfrentará una gran variabilidad en los ingresos que recibe a través de su vida.

Ampliando entonces la definición de Chile como “el peor de los mundos”, quienes así piensan sostienen que contamos con tres cosas: alta desigualdad de ingresos, baja movilidad intergeneracional y alta movilidad intrageneracional.

A pesar de que existen personas que consideran negativa una alta movilidad intrageneracional —argumentando que implica vulnerabilidad— este libro sostiene que esa visión es equivocada y que siempre una sociedad móvil es preferible. Una sociedad donde todos tienen la posibilidad de caer en una situación de pobreza es mucho mejor que una sociedad donde los pobres son siempre pobres y nadie sale de la pobreza. Una alta movilidad social es imposible sin personas que pierdan su posición en la sociedad. No puede ser de otra manera: por su propia naturaleza, el concepto de movilidad implica que cuando alguien sube de posición, otro baja.

Finalmente, ¿es realmente una alta desigualdad tan perjudicial como se infiere de la forma en que el tema es tradicionalmente tratado en las discusiones? En principio no, si está asociada, por ejemplo, a aumentos en los retornos a la educación o a la experiencia. Es decir, la desigualdad podría aumentar pero a la vez ser una señal de mejores oportunidades para que las personas se eduquen más y tengan un mejor pasar que sus padres. La siguiente sección profundiza en este debate y sostiene que la desigualdad no es necesaria e intrínsecamente perjudicial. El punto central es que hay buenas razones para que la distribución del ingreso se haga más desigual, porque nos habla de un mejor futuro como sociedad.

Como veremos más adelante, y aunque parezca extraño, también hay consecuencias negativas cuando la distribución del ingreso se hace más igualitaria. De hecho, un ejemplo de esto es la abrupta mejora de la distribución del ingreso durante el gobierno de Allende, en el contexto de una fuerte caída en los ingresos reales.

Antes de entrar en esta discusión conceptual, vale la pena recordar lo que es el punto central de la discusión de los datos de la distribución del ingreso que se hará en el próximo capítulo. Lo novedoso del análisis de cohortes en que nos centramos en este libro es que nos permite ver que en realidad la distribución de ingresos posee una dinámica interesante y que es mucho más variable de lo que se piensa. Esta información es importante porque rebate con evidencia empírica la clásica visión de la distribución de ingresos de Chile como estática. En este contexto el siguiente apartado argumenta que una distribución del ingreso más desigual puede ser parte del largo camino hacia una distribución del ingreso y de las oportunidades más pareja.

1.3. ¿ES LA DESIGUALDAD TAN PERJUDICIAL?

La desigualdad de ingresos es algo que debemos examinar cuidadosamente para poder entender qué nos dice respecto de la sociedad en que vivimos. Comúnmente, se entiende como un factor perjudicial porque impacta la capacidad de las personas de satisfacer necesidades básicas como salud, educación, infraestructura básica, oportunidades de empleo, acceso a crédito, etc. Además, si existe una percepción general de injusticia se crea inestabilidad política, lo que mina el crecimiento y el bienestar general. También, una desigualdad de ingresos persistente puede generar una asignación ineficiente de recursos que limite el potencial para el futuro desarrollo económico, lo que restringe más aún la reducción de la pobreza (Olinto et al., 2012). Sin embargo, vemos que la desigualdad puede, en determinadas circunstancias, estar señalizando el desarrollo de eventos quizás inevitables en el camino hacia una sociedad en que todos somos más ricos.5

Para discutir este concepto, es importante recordar que el salario, además de representar el medio de subsistencia de las personas, es también desde el punto de vista económico un precio clave en la economía que, como tal, refleja la operación de las fuerzas de la oferta y la demanda en el mercado del trabajo. En este sentido, revela la escasez relativa de personas calificadas y no calificadas y la productividad que las diferentes habilidades tienen en la economía. Mayores salarios para aquellos con educación terciaria pueden significar peor distribución del ingreso, pero también señalizan la mayor productividad y escasez de estas personas, e indican a la sociedad la necesidad de aumentar la inversión en estas habilidades. Las personas, buscando su mejor futuro, invierten en ellas. Un adecuado diseño del acceso a la educación terciaria es la partida de un círculo virtuoso en que todos terminan más educados y con mayores ingresos. El premio incentiva a las personas a hacer el esfuerzo y el sacrificio de educarse más, cosa que los beneficiará a ellos y seguramente también a sus hijos y nietos, haciéndolos entrar en una sociedad con mayores oportunidades y más móvil.

La alta desigualdad de ingresos producto de un mayor premio a la educación terciaria es una señal de la existencia de mejores oportunidades para algunos grupos de la sociedad y no necesariamente para las personas pertenecientes a las clases más acomodadas, que ya tienen en su mayoría educación universitaria. Entonces, ¿es una creciente desigualdad necesariamente perjudicial? En principio no, si está asociada, por ejemplo, a aumentos en los retornos a la educación o a la experiencia. Es decir, la desigualdad podría aumentar a raíz de los futuros ingresos de los estudiantes que son los primeros de sus familias en entrar a la educación superior. Esto no se percibe como algo negativo en el contexto de que ellos tendrán una mejor situación en el futuro gracias a su mayor preparación.

Sin embargo, en algunos casos, una creciente desigualdad puede ser dañina, como en una sociedad donde los esfuerzos y el talento no tienen los pagos que se merecen —o donde tienen distintos pagos dependiendo de características como la clase social o el género de la persona— y donde mejorar la posición social es visto como una hazaña propia de titanes. Una sociedad donde los salarios no reflejan realmente la capacidad productiva y el talento de las personas es una sociedad donde el mercado laboral está distorsionado, y las pérdidas de eficiencia que esto produce pueden ser grandes. Por eso es necesario “emparejar la cancha” donde juegan todos los ciudadanos.

1.4. UNA MIRADA GENERAL AL SIGLO XX

Ilustremos de manera más intuitiva el método de análisis de cohortes. Este análisis nos permite ver cómo evolucionaron los indicadores sociales a través de personas que nacieron en distintos momentos de la historia de Chile, y que por ello experimentaron realidades tan diferentes como si hubieran vivido en países distintos. Una persona nacida en Chile en 1900 vivió, se educó y trabajó en un país distinto del que le tocó a la persona que nació en los inicios del siglo XXI.

Para ilustrar este punto esta sección presenta una serie de indicadores y su variación a través del siglo XX. Hay variables que nos permiten ver de manera clara el desarrollo de Chile, y cómo la década de nacimiento puede determinar el tipo de vida que llevó o lleva una persona.

Chile atravesó por diferentes fases entre 1900 y el año 2000. Pasó de ser un país pobre o subdesarrollado, a tener algunos índices propios de países desarrollados, lo que sugiere que nos hemos acercado a este grupo. Por lo tanto, una mirada acerca de cómo vivían los chilenos en distintos momentos de dicho período nos ayuda a tener una mejor comprensión de este proceso de desarrollo y de por qué la visión de los diferentes “países” es útil para entender el momento actual.

En particular, el principal interés de esta sección radica en comprender e ilustrar las oportunidades y distintas realidades que enfrentaron personas nacidas en distintas décadas. Consideremos por ejemplo la evolución que ha tenido el ingreso de un chileno promedio. La Figura 1.1 muestra el ingreso per cápita de Chile en relación con el de tres referentes: Sudamérica, EE.UU. y OCDE. Se ve que la situación relativa del país ha variado mucho en relación con ellos a lo largo del siglo pasado. Un índice mayor a uno indica que el ingreso per cápita es mayor en Chile que en ese referente, y uno menor a uno indica que el ingreso per cápita de Chile es menor. Como vemos en la Figura 1.1, un chileno promedio gana más que un sudamericano, pero menos que un estadounidense. También podemos notar claramente cómo Chile fue afectado más que cualquier otro país de la región por la Gran Depresión de Estados Unidos del año 1929: el país pasó de estar en una posición privilegiada en relación con nuestros vecinos, a estar por debajo del promedio (lo que vemos en un índice menor a 1).6 Chile se mantuvo en el promedio del resto de los países de esta parte del continente hasta fines de la década de los setenta, cuando inicia un proceso de desarrollo que lo diferenció de sus vecinos.

Figura 1.1. Ingreso per cápita relativo de Chile

(En porcentaje del de otros países/regiones)


Fuente: Díaz, Luders y Wagner (2010).

En la Figura 1.2 tenemos una ilustración de la gran mejora en calidad de vida para los nacidos en el siglo XX. A comienzos del siglo la esperanza de vida en el país era de 30 años, mientras que en países desarrollados era alrededor de 60. Hacia finales de siglo esa brecha se redujo a solamente cinco años.

Figura 1.2. Esperanza de vida


Fuente: Peltzman (2009).

Terminamos este capítulo introductorio con una breve descripción de la realidad que vivieron personas que nacieron en distintas décadas: en los años veinte, en los cincuenta y en las dos últimas décadas del siglo anterior. Existen indicadores como la esperanza de vida y el ingreso promedio que nos permiten hablar de distintos Chiles: la década de nacimiento de una persona determina en gran medida el tipo de país en el que nació, creció y tomó decisiones.

1.5. LOS DISTINTOS CHILES

Una persona nacida en los años veinte tenía una esperanza de vida de menos de 30 años y aspiraba a tener, en promedio, alrededor de tres años de escolaridad. Tenía un 12% de probabilidad de no cumplir un año de vida. Si bien la realidad de esta persona dentro de Sudamérica era relativamente favorable (al menos por ingreso per cápita, ver Figura 1.1), sus posibilidades se encontraban limitadas al conjunto de opciones que se ofrecen en un país no desarrollado. El ingreso promedio anual de sus padres era de 2.500 dólares (el equivalente actual a $1.500.000, es decir, aproximadamente $125.000 al mes) y vivía en un panorama de mucha incertidumbre.7 Su futuro podría considerarse aún menos promisorio si era mujer, porque solo el veinte por ciento de ellas participaba en la fuerza laboral y ni siquiera tenían derecho a voto.8 Si hubiera nacido en los años treinta o cuarenta, la situación no habría cambiado en demasía: Chile era un país más dentro del conjunto de naciones sudamericanas subdesarrolladas, y tenía aún un largo camino por recorrer antes de cualquier pretensión de convertirse en una nación desarrollada. Si uno fuera a buscar un país que hoy tuviese los indicadores que tenía Chile entonces, encontraría que todos son países africanos.

Una persona nacida en los años cincuenta vivía en una realidad distinta: tenía una esperanza de vida de aproximadamente 50 años y sus padres contaban con un ingreso promedio anual de 4.000 dólares (cerca de $2.400.000, unos $200.000 al mes en la actualidad), casi el doble que treinta años atrás.9 Esta persona nació y creció en una sociedad con pretensiones de cambiar y evolucionar hacia un mejor estado de cosas. El voto de la mujer era ya una realidad y la participación de la sociedad en la vida política era cada vez más importante. ¿Qué país tiene indicadores hoy similares al del Chile de los 50? Países africanos o los centroamericanos más pobres.

En los años veinte también era más probable que una persona naciera en una zona rural, ya que más de la mitad de la población vivía en el campo, pero ya hacia los años cincuenta la mayoría habitaba en zonas urbanas, lo cual sugiere mucho acerca de los cambios en la estructura económica y social del país.

Finalmente consideremos el caso de un chileno nacido en los años ochenta y noventa. La realidad de esta persona es completamente distinta a las anteriormente relatadas. Esta persona es hijo o hija de padres con un ingreso promedio anual de 6.000 dólares y que hacia finales de los noventa se acercaba a los 10.000, más de cuatro veces el ingreso de una persona nacida ochenta años atrás (aproximadamente $6.000.000 al año, lo que al día de hoy equivaldría a $500.000 mensuales). También tienen una expectativa de vida mejor, ya que el promedio de la población vive más de 70 años. Sus padres lo criaron en un contexto de creciente bienestar económico y muy probablemente esperaban un futuro optimista. Esta persona comienza sus estudios y crece en un país con una economía cada vez más sólida y disfruta de los beneficios del libre comercio, como el contacto con avances tecnológicos y científicos y el acceso a productos de mayor calidad y menores precios. Con mucha seguridad podemos decir que esta persona probablemente nació en alguna zona urbana del país, con los consiguientes beneficios de acceder a una mayor cantidad de bienes y servicios y es casi un hecho que terminará la educación primaria y secundaria.

Nuevamente nos hacemos la pregunta de qué país tiene hoy los indicadores del Chile de los años 80-90, y la respuesta es que los sudamericanos más pobres. Como hemos visto, en cincuenta años, Chile pasó de ser África a ser Sudamérica.

¿Puede imaginar la diferencia para una familia de vivir con un ingreso cuatro veces mayor? Esto tiene directas implicancias en la salud y educación que reciben las personas. Por otro lado, la tasa de alfabetismo en Chile ha pasado de niveles de países no desarrollados a una tasa cercana al 100%, es decir, prácticamente la totalidad de la población sabe leer y escribir. La provisión de bienes públicos clave, como el acceso a agua potable y electricidad, también mejoró de manera sustancial en el siglo pasado.

Cuadro 1.3. Porcentaje de personas con educación secundaria

Cohorte:25-6425-3435-4445-5455-64
Alemania8586878682
Australia7082736655
Austria8188857971
Canadá8792908680
Chile6885746539
Finlandia8190888266
Francia7083776455
Italia5369574935
México3440363019
Holanda7382777162
Nueva Zelanda7279747162
Noruega8184827878
Portugal2847292013
España5165574529
Suecia8591908475
Reino Unido7077706763
Estados Unidos8988898989
Promedio OCDE7180756858

Fuente: Education at a Glance (2010, OECD), Capítulo A.

Una manera de ilustrar estos distintos Chiles es utilizando los datos publicados por la OCDE (2010). Si tomamos la población completa (entre 25 y 64 años específicamente), podemos ver que Chile está por debajo del promedio de la OCDE en cuanto al porcentaje de su población que tiene al menos educación secundaria: 68% versus 71%, lo cual muestra a primera vista un panorama negativo.10

Sin embargo, al desagregar este número por cohortes vemos una situación bastante más positiva: las cohortes más jóvenes (entre 25 y 34 años) tienen un porcentaje más alto de educación secundaria (85%) que el promedio de los países de la OCDE (80%) y mayor que países como Australia, Holanda, Noruega y el Reino Unido. La visión por cohortes exhibe un panorama distinto al que nos muestra un análisis de la población como un todo.

De hecho, al observar el cuadro 1.3 puede verse que Chile pasa de estar 19 puntos porcentuales por debajo de la media de la OCDE para la cohorte de 55 a 64 años, a estar 5 puntos por arriba del promedio en las generaciones entre 25 y 34 años: un cambio importante. Es decir, las cohortes más antiguas tienen un promedio peor que el de la OCDE, mientras que a las cohortes más nuevas les está yendo mejor en relación con este promedio. Nuevamente, los promedios para toda la población de alguna forma esconden que a las generaciones nuevas les está yendo mejor que a las antiguas.

El punto es sencillo: las distintas cohortes que nacieron en los últimos cien años lo hicieron en distintos Chiles. La evolución de muchas de estas variables nos ayuda a comprender el proceso del país hacia el desarrollo. Este libro se concentra en analizar la distribución del ingreso y la movilidad social en esos diferentes Chiles: en el de ayer, de hoy y en el de mañana. Es con este espíritu que los siguientes capítulos utilizan evidencia empírica para ilustrar el camino que ha seguido el país y el que, en función de dicho análisis, podemos estimar seguirá en el futuro.

A primera vista puede observarse el gran alcance de la perspectiva que nos permite el análisis de cohortes. Para confirmarlo, los invitamos a revisar los capítulos que vienen. Las conclusiones no solo son interesantes, sino que también en muchos casos rebaten visiones muy arraigadas.

1 La palabra cohorte corresponde a una unidad táctica del ejército romano. Hoy en día se usa como sinónimo de conjunto o serie.

2 La versión moderna de este debate fue llevada a cabo entre Rawls y Nozick en la década de los 70 y representa las dos posiciones paradigmáticas sobre lo que constituye una sociedad justa. Para Rawls una sociedad justa es aquella en la que los resultados son justos, mientras Nozick argumenta que lo que determina la justicia es la igualdad de oportunidades.

3 El término vulnerabilidad se usa para definir el estado de un hogar o una persona que actualmente no es pobre (en un sentido amplio, no solo medido como ingresos) pero que tiene altas posibilidades de caer en estado de pobreza. La Comisión para la Medición de la Pobreza define un hogar en situación de vulnerabilidad como aquel que teniendo ingresos sobre la línea de la pobreza ($392.104, para un hogar de cuatro personas en el año 2013) se encuentra en términos de ingreso por debajo de la línea de vulnerabilidad ($588.156. para un hogar de cuatro personas) o, el hogar es carente de acuerdo a la medida de pobreza multidimensional, es decir, el hogar se encuentra por debajo del umbral de carencias que considera cinco aspectos: educación, salud, empleo y seguridad social, vivienda, y entorno y redes (Informe Final 2014, p. 12).

4 En la siguiente discusión puede prestarse a confusión el hecho de que las palabras alto y bajo se utilizan positivamente para calificar una cosa, y negativamente para calificar otra. Es el caso de la “alta movilidad”, y la “alta desigualdad”; una con connotación positiva y la otra, negativa.

5 Esta discusión se basa en Welch (1999).

6 Ver Lüders y Wagner (2003).

7 Todos los datos de ingreso per cápita vienen de Angus Maddison (2009).

8 Ver Cox (2009).

9 Todos estos valores están ajustados y corregidos por paridad de poder de compra y representan el poder adquisitivo en el año 2000.

10 El mismo patrón que se describe a continuación emerge al considerar el porcentaje de la población con educación terciaria.

Chile: ¿más equitativo?

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