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PREFACIO

Lo que se puede decir sobre el decir

Carolina Bartalini

Hay una escena que busca ser dicha, narrada, puesta en palabras. Está compuesta de imágenes que insisten y que, por momentos, se pretende olvidar. Mucho tiempo se habló en la escena pública argentina sobre las disputas de la memoria contra el olvido, sobre las diversas formas en que el olvido se apropió de las vivencias e impidió constituir experiencias nuevas a partir de los hechos de un pasado atroz, doloroso y, por muchos años, desolador. La memoria se volvió una palabra revoltosa y revolucionaria para quienes lucharon, desde la reapertura democrática e incluso durante los terribles años de la dictadura cívico-eclesiástica-militar, por otorgarle al término un sentido de justicia legal y vital. La memoria fue un significante en disputa contra las diversas formas del silenciamiento y la impunidad. Adquirió una jerarquía en mayúsculas. Hablamos de memoria cuando nos referimos a todos estos procesos, gestados y trabajados durante largos, e injustos años, por los organismos de derechos humanos. “Ni olvido ni perdón”, agregaron lxs hijxs a los reclamos previos, a la “Aparición con vida”, a la exigencia de verdad, a la búsqueda desgarradora de lxs niñxs apropiadxs por un plan que fue sistemático y que estuvo al servicio de intereses económicos trasnacionales, cuyos cómplices civiles continúan, incluso hoy, sin ser juzgados.

Hay una escena que insiste, que se vuelve pesadilla, objeto de las luchas internas por correrla, relegarla por un rato. Me refiero a estas otras memorias, los recuerdos de quienes escriben y hablan en Escritos desobedientes, las hijas, hijos, nietas y nietos de genocidas que hacen de esas imágenes, palabras, y con ellas las resignifican: les devuelven sus estatutos de real, de recuerdo. En esta dualidad entre el querer olvidar y el querer recordar es donde se produce el gesto de la voz: recordar lo íntimamente punzante y sentido como vergonzoso, para que esas imágenes, y estas palabras, participen de la memoria. Esta nueva modulación se resiste y refuta las –tan de moda y verdaderamente vergonzantes– categorías de la impunidad sistémica, agenciadas por quienes eligen el negacionismo (personal, familiar y social) y perseveran en ser cómplices y encubridores de los genocidas.

El gesto de Historias Desobedientes no solo impugna el silencio y la sumisión como prácticas familiares y sociales, el tabú de la palabra que, como acción, deshonra al Padre, sino que además se opone a las memorias desmemoriadas. Frente a las ideas retóricamente persuasivas de la “memoria completa” o la “verdad total”, que en rigor esconden una entelequia terriblemente nociva para los procesos de justicia y de verdad (así como para la constitución subjetiva de quienes las consideran realmente posibles), los escritos desobedientes sueltan la voz y se exponen abiertamente –descarnadamente– para producir una memoria vital, una memoria justa.

Las voces que componen este libro se posicionan en un terreno complejo. Es una zona sombría que durante muchos años quedó anquilosada en los discursos de otros hijos e hijas de genocidas que reivindican los crímenes de sus padres o familiares y

que niegan, en esta acción, sus responsabilidades

y, por lo tanto, la necesidad social de la justicia. A ellos se les dio la voz en este tiempo. En ellos, como en los medios que los publican y los agencian, sí ha ganado la imagen del olvido, o tal vez, la imagen del borrón: la imagen borrada. Pero no todos los hijos son el hijo –la figura arquetípica del “legado” y la “honra”–, ni todas las imágenes son la imagen. La revisión de la historia reciente nos enseña que las totalidades y los totalitarismos afrentan contra la humanidad. También destruyen, bajo identidades prediseñadas, los sutiles matices que constituyen nuestra capacidad de crecer y recrearnos, como en la imagen que evocará María Laura Delgadillo en su escrito: el ave fénix renace para buscar su libertad.

La imagen se encuentra con el tabú, con el dolor, con la vergüenza. Es desde este lugar de superposiciones que los relatos personales y comunitarios de este libro evidencian su movimiento mayor: para la memoria es preciso volver a la imagen, observarla, analizarla, detenerse en cada uno de sus detalles, que nos exponen a nosotrxs mismxs en aquella situación recordada. Esta revisión puede resultar inclasificable, intolerable o desgarradora. Pero será motivo de exploración, urgencia de la voz, proyecto de presente y de futuro. Los relatos de Escritos desobedientes cambian el foco de la imagen. En este transitar lxs autores se van desprendiendo de las culpas y vergüenzas –afectos reiterados en los textos– para ubicarlos en el lugar que les corresponde: aceptar la responsabilidad del Padre en los más horrorosos crímenes, impugnarlo, delatarlo. En cada relato testimonial, las imágenes opacas, y borrosas, se vuelven más claras y aclaradoras.

En estos textos, lxs desobedientes se proponen búsquedas subjetivas y subjetivantes, agenciamientos en

tránsito y proliferación. En estas imágenes es posible, entonces, volver a mirarnos, encontrarnos con quienes éramos, con quienes somos, con quienes podríamos ser. Doble gesto político: impugnar las identidades impuestas por la ley del padre, por los padres genocidas, explicitar que no somos quienes ellos querían que fuéramos; constituirnos, así, en lo posible, en lo pensable.

No es casual que Historias Desobedientes esté conformado por una mayoría de mujeres. En este libro la matriz de género se observa claramente, varios de los escritos reflexionan sobre esta cuestión. Tampoco es fortuito que su primera aparición pública se haya producido el 3 de junio de 2017, en la movilización de Ni Una Menos, como relatan Analía Kalinec y Liliana Furió. Por su parte, Lorna Milena agrega una reflexión interesante en torno a los juicios binarios hacia el interior de “la cohesión familiar”: ella nació mujer, como si este hecho fuera, ya en sí mismo, el desafío a lo lógico, a la identidad esperada por el Padre y por la Patria, una construcción antipatriarcal.

El entramado de este volumen expone el vitalismo de la heterogeneidad. Organizado en dos partes, las “historias de vida” y los “relatos desobedientes”, el recorrido del libro intenta recuperar el camino que llevó a la conformación de Historias Desobedientes a lo largo de distintos episodios, íntimos e individuales, al principio; comunitarios y ciertamente políticos, hacia el final. Por supuesto, este es un transitar en proliferación, un camino que se abre en cada escrito. La trama diversa de registros y géneros que manifiestan los textos surgió naturalmente cuando apareció la idea de empezar a perfilar un volumen colectivo. Este desafío fue consustanciado por la voluntad de cada unx de lxs autorxs, por la compilación que realizó Analía Kalinec y por la generosa apuesta de la editorial Marea que supo leer en estas páginas el deseo y ponerlo rápidamente en acción.

El libro se presenta como un collage de imágenes, relatos, posicionamientos, reclamos, voces urgidas por el decir. Una colección de escenas y fragmentos elegidos para componer una trama más amplia: la que habilitó el trayecto entre lo individual y lo grupal para crear este espacio común. En primer lugar, se encuentran las “historias de vida”, un conjunto de relatos personales que fueron publicados en libros, redes sociales o medios periodísticos, como los primeros escritos desobedientes del Facebook de Analía Kalinec, algunas entradas del blog Hija de milico de Lorna Milena, las crónicas de María Laura Delgadillo, una selección de la novela La mujer sin fondo de Stella Duacastella, el monólogo teatral de Nicolás Ruarte en Habitus. Ensayo sobre algunas lógicas humanas y otros demonios capitalistas. Otros fueron expuestos de forma oral en instancias públicas, como la presentación de Bibiana Reibaldi en el X Seminario Internacional de Políticas de Memoria del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti o el discurso que Pepe Rovano escribió para la inauguración del memorial en Las Coimas, en Chile. O bien, guardados y revisados por lxs autorxs para este libro, como el artículo inédito de Liliana Furió y algunos fragmentos de la novela de Christian Baigorria, aún no publicada. Otros fueron escritos especialmente para este volumen, como el relato de Bruno, un niño de diez años que cuenta su primera marcha bajo la bandera de Historias Desobedientes con su madre, Analía Kalinec; las escenas narradas por Lizy Raggio, ER, Oscarina H., Néstor Rojo y Topo Bejarano; el poema de Lydia Lukaszewicz.

En segundo lugar, se encuentran los “relatos desobedientes”, aquellos que componen la segunda parte y que fueron compilados a partir de las publicaciones hechas durante este año de gestación y auto-alumbramiento. Escenas de indagación y reclamos, de exposición y de aprendizaje, atravesadas por una figura que marcó rotundamente las manifestaciones del colectivo: la desaparición forzada y muerte de Santiago Maldonado, cuando acompañaba la lucha de la comunidad mapuche Pu Lof en Cushamen, el 1° agosto de 2017 por la brutal represión de Gendarmería Nacional.

Esta aparente dualidad entre las dos partes en las que se organiza el libro no es más que una situación cotidiana: lo personal es político, ya lo sabemos. Pero, además, lo político es el gesto que hace de cada una de las “historias de vida” un movimiento de resignificación personal, que contribuye, claro está, al entramado colectivo de este grupo. Son estos relatos las experiencias vitales de quienes vivieron –viven y vivirán– con las imágenes insistentes: son escenas de hijas, de

hijos, pero también de nietas y nietos (por fuera

de este volumen hay otras zonas, las de lxs hermanxs, lxs sobrinxs, las de “hijastrxs”, como en mi caso particular). Son historias cotidianas de la presencia del horror en el seno familiar y la dificultad de expresar, aun hablando y escribiendo, los sutiles y perversos vínculos entre lo que Pilar Calveiro ha analizado como el “poder concentracionario”1 y la trama de la “primera institución social”: la familia como núcleo de silenciamiento, sumisión y violencia patriarcal.

Estos escritos señalan la dimensión privada y humana de quienes perpetraron los crímenes más atroces en nuestra historia social. Aquella “banalidad del mal” a la que se refería Hannah Arendt en su análisis del nazismo2 queda expuesta en estos textos que desafían simultáneamente dos aristas perturbadoras: ni los genocidas fueron monstruos, ni lxs hijxs deben mantener los lazos filiatorios como vínculos incuestionables. Estas dos improntas son las que se exponen en este libro. Señalan, a la vez, que el genocidio llevado a cabo en la última dictadura cívico-eclesiástica-militar no fue una situación excepcional, sino parte de la misma conformación de la violencia del Estado Nacional que necesita de un otro al que culpar.

Los escritos desobedientes son imágenes desubicadas, que señalan desde diversos puntos geográficos las cartografías del poder: desde Chile escribe Pepe Rovano; desde un París que recuerda al Chile anterior al exilio, compone el preciso epílogo Verónica Estay Stange; desde Buenos Aires, el lugar de encuentro, Analía Kalinec, Bibiana Reibaldi, Christian Baigorria, Nicolás Ruarte, Bruno, Lorna Milena, Stella Duacastella, Lizy Raggio; entre Alemania y Buenos Aires, escribe Liliana Furió; desde La Plata, María Laura Delgadillo; de Mar del Plata, Lydia Lukaszewicz; desde Azul, Néstor Rojo;

de Tucumán, Topo Bejarano. Hay otros lugares, otrxs desobedientes y otras imágenes, por supuesto.

En este volumen no escribieron todos los que participan de Historias Desobedientes, que se extiende también hacia varias provincias de Argentina y diversos países donde se han radicado tiempo atrás. Asimismo, hay quienes decidieron usar seudónimos para sus textos. Creemos, y es una de las líneas sobre las que este libro pretende reflexionar, que no es necesaria la firma autoral para dar cuenta de las experiencias relatadas, porque no hay nada de excepcional en ellas, en los dos sentidos de la palabra. Los textos no pretenden ser relatos ejemplares (aunque, sí, marcan la posibilidad de la verdad para quienes puedan leerlos e identificarse en las imágenes evocadas); al contrario, apuntan a la cotidianidad: todxs pueden o podrían ser hijxs o familiarxs de genocidas en este país. Las acciones atroces de estos padres también fueron ejecutadas por muchos más, y otros tantos podrían llegar a estar en este infausto lugar. Sabemos que el testimonio se pliega en el tiempo de lo actual, pero que va hacia el futuro. En esta doble temporalidad se compone la alerta de estos escritos. Es en este momento en el que surge este colectivo y este libro, y es en este momento en el que creemos que es urgente esta intervención.

Quedan otras historias que no han sido puestas en papel aún. Otras historias que existen en diversos espacios, de trabajo, de militancias, del arte. Este volumen recupera algunas y convoca a que haya más en la esfera de lo público, que es el terreno donde la palabra le disputa el control al poder basado en la mentira y el ocultamiento. De aquella escena fundante de la democracia en la que el mensajero devela la verdad frente al proscenio de Edipo rey, la imagen persiste. En este sentido radica el gesto político de Historias Desobedientes, la necesidad de tejer redes colectivas que no sean la espera, sino la acción.

El matiz comunitario se lee en cada uno de los textos individuales, así como la peculiaridad de cada historia es convocada en el nombre: historias en plural que no hacen una historia, sino lo múltiple basado en la diversidad de trayectos y palabras de vida. Las decisiones editoriales fueron conversadas y discutidas en diversas reuniones de trabajo: el título, la ausencia de presentaciones filiatorias en los textos, la determinación del uso inclusivo de la lengua en los textos escritos especialmente para el libro, entre otras.

Como ha explorado Walter Benjamin en Infancia en Berlín, el trabajo de la voluntad de la memoria se plantea como una acción decidida que afecta no solo al sujeto que busca –inmerso en las ruinas que permanecen en el presente–, sino también el modo y el contexto en que se realiza la exploración.3 La memoria, dice Benjamin, no es “un instrumento para explorar el pasado, sino su escenario”. Pasado y presente se superponen en la rememoración y afloran en imágenes que hay que leer: “para realizar excavaciones con éxito se necesita, por cierto, un plan”. Esto es: la apuesta a lo común, lo comunitario y la acción (que es, también, la palabra). Si, como ha trabajado Hannah Arendt, “la política nace en el entre-los-hombres, por lo tanto, completamente fuera del hombre; la política surge en el entre y se establece como relación”,4 es en esta comunidad de afectos y multiplicidades donde el gesto político cobra sentidos a partir de lo que une y distingue. Es, nada más y nada menos, que constituirse en lo político como primer gesto de libertad.

En el arco de las geografías dispersas en las que surgieron estos escritos, se tejen, a la vez, las zonas de la

represión sistemática y las diversas formas en que funcionó el plan genocida. Las presentaciones que decidimos no incluir hubieran mostrado las distintas esferas de responsabilidades en el plan sistemático de represión y robo de niñxs e identidades. Padres, abuelos y familiares: personal de las fuerzas armadas –altos generales al mando, intermedios y rasos–, de gendarmería, de la policía, personal de inteligencia, funcionarios, médicos, jueces. Algunos condenados y encarcelados con sentencia firme, otros en prisión domiciliaria; algunos imputados, otros sin investigar, impunes. Algunos muertos, otros vivos. Algunos ancianos, otros no tanto. Todos guardan el silencio atroz. Ninguno se mostró arrepentido, como señalan lxs autorxs del libro.

En esta diversidad de situaciones, es posible observar no solo los procesos actuales de memoria, sino también las formas en que el aparato represor operó. Así también, este mapa de relaciones familiares indica los distintos modos en que lxs autorxs –y los integrantes de HD– transitan por sus desobediencias. Como señala Bibiana Reibaldi, los matices del afecto se hibridan con los territorios de la verdad. En estos escritos se pone al descubierto la importancia sustancial que tuvo la reapertura de los juicios por los crímenes de lesa humanidad en 2006 –luego de la anulación de

las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y del estatuto de inconstitucionalidad de los indultos– para la sociedad, pero también para las historias pequeñas e intrafamiliares. Analía Kalinec lo sintetiza: “Fue, también, a partir de ese momento que pude conocer, a nivel personal, aquella parte de la historia familiar que estaba cuidadosamente oculta”.

Las imágenes insisten por salir y convertirse en otras, nuevas, en formas afectivas, en gestos éticos y en acciones concretas. La edición de este volumen ha sido un desafío intenso por varios motivos. La rapidez con la que lo gestamos, organizamos, corregimos y materializamos (una velocidad que sentimos como urgente en estos tiempos) se encauzó con la impronta vitalista y afectiva de los escritos desobedientes. Esta calidez humana acompañó los días de trabajo en los que las imágenes coparon el recuerdo y lo volvieron más claro, más concreto y más real.

Me pregunté varias veces durante este tiempo de lectura acerca de la posibilidad de encontrar, en las imágenes de otrxs, la imagen propia; sobre la capacidad de las imágenes para superponerse e imaginarse como vividas. La transferencia, la empatía, el sentido afectivo que tiene el testimonio para afectar el cuerpo y la imaginación hablan de un futuro. Advertí que es en la comunidad de recuerdos donde radica esta sensación de repetición con variaciones.

Una mirada no es una imagen. Una imagen es un diseño de posicionamientos en el espacio, una visualidad. La imagen habla, y dice mucho. Las miradas también hablan, pero en otros órdenes de significación. Reponer de sentidos a la sensación vivida es parte de la narrativa testimonial. Recuperar esa dispersión que es

la vivencia y ordenarla en una imagen, que diga lo que

es preciso decir, es el primer movimiento de estos escritos. Luego, la organización, la ubicación de las imágenes en un collage plural que permita leerlas, su exposición.

En el pasaje que se da entre lo personal y lo comunitario se imaginó este libro. Un camino que involucra también una transformación de la vivencia a la experiencia. Como ha señalado Joan Scott, convertir lo personal en político es la acción que surge de la experimentación y que construye experiencia, subjetividades.5 En este transitar, las historias de vida van hacia los relatos desobedientes, porque se realizan como parte de un colectivo mayor: compartimos vivencias, construimos experiencias y nos reconocemos en ellas.

31 de agosto de 2018

1 Pilar Calveiro: Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Buenos Aires, Colihue, 1998.

2 Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1963), traducido por Carlos Ribalta, Barcelona, Lumen, 2003.

3 Walter Benjamin: Infancia en Berlín hacia 1900 (1932), traducido por Ariel Magnus y Griselda Mársico, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2016.

4 Hannah Arendt: ¿Qué es la política? (١٩٩٧), traducido por Rosa Sala Carbó, Buenos Aires, Paidós, 2009.

5 Joan Scott: “Experiencia” (1991), La Ventana, núm. 13, 2001.

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