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Industrias que mueren

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El 15 de marzo de 2021 la plataforma Netflix emite un documental sobre el último Blockbuster. Situado en Bend, Oregón, un videoclub llamado Pacific Video Store abierto en 1992, afiliado a la mayor franquicia de videoclubs desde el año 2000, se convierte en un lugar de culto, casi de peregrinación, último vestigio de una industria y una tecnología que habían dominado el entretenimiento audiovisual durante tres décadas.

A mediados de los años 70 una nueva tecnología ha revolucionado el mundo. El videocasete, que ofrece la posibilidad de consumir películas en casa sin tener que acudir a una sala de cine o estar pendiente de la programación de la televisión. Nace así el consumo de audiovisuales a voluntad. Además, permite grabar las propias cintas directamente desde la televisión y compartirlas entre particulares. El embrión de la vulneración de los derechos de autor en el mundo del cine, luego conocida como piratería, acaba de germinar y se desarrollará vertiginosamente. Ha sido el primer aviso a la industria de las salas de cine. Las cámaras personales democratizan la producción audiovisual amateur dando origen a otras millonarias industrias como la videoseguridad, el porno y la grabación de vídeos de bodas, bautizos, banquetes y eventos. Videotecas enteras de cintas de video que nunca volverían a visualizarse.

En 1980 el grupo musical Buggles triunfa con su tema Video Killed the Radio Star —El vídeo mató a la estrella de la radio—. Efectivamente, no hay tema musical que no se lance con videoclips de producciones cada vez más elaboradas. En 1982, Michael Jackson con su Thriller eleva el videoclip a la categoría de cortometraje.

Con el auge de la producción de filmes, aparece una nueva modalidad de distribución: el alquiler de películas, y con ello los videoclubs, un negocio que prolifera en cada barrio, en los que a cambio de una cuota mensual es posible alquilar cintas por un tiempo definido, con la promesa de nuevos títulos. Algunos incluso llegan a tener ventanas de servicio 7x24, a modo de los cajeros automáticos de las sucursales bancarias. El pago por uso ha nacido. Los videoclubs abrazan la digitalización y empiezan a transformar sus colecciones de cintas VHS y Betamax en CD —Compact Discs— y DVD —Digital Video Discs—. Incluso una empresa se especializa en la distribución de DVD vía postal: se llama Netflix.

En el mundo de los videoclubs destaca una logomarca azul con letras amarillas: Blockbuster. BlockBuster Video, fundada en 1985 por David Cook, que en la década de los 90, tras ser adquirida por Viacom, llega a aglutinar el 25% de los videoclubs mundiales, con más de 9000 establecimientos en 29 países en 2004.

El 14 de febrero de 2005 Chad Hurdley y Steve Chen quieren compartir unos vídeos de una fiesta en San Francisco, pero son demasiado pesados para adjuntarlos a un email. Diseñan una plataforma y un algoritmo para poder hacerlo. Lo llaman YouTube.

A medida que aumenta exponencialmente el ancho de banda, mejora la velocidad y se reducen los costes de transmisión de datos, avanza la desmaterialización —la capacidad de despegarse de un soporte material—; compartir contenidos de vídeo en formatos MP4, a través de Emule, Torrent, entre particulares empieza a impactar el negocio de los videoclubs. Netflix sustituye el correo postal por la fibra óptica y la banda ancha. El VOD —Video On Demand—, vídeo bajo demanda, ha nacido.

En 2010 Blockbuster Video se declara en bancarrota, con una deuda superior a los 1000 millones de dólares.

El vídeo, la industria que iba a matar a la estrella de la radio y a las salas de cine, ha sucumbido ante el agente de la desmaterialización, la democratización y la desmonetización de la disrupción digital. Las salas de cine y las emisoras de radio todavía gozan de buena salud.

Una breve historia del futuro

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