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Back to the Future. 2038

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El paso de la última ciclogénesis explosiva de final de verano ha sido especialmente dañino para la cubierta de la terraza-invernadero de la casa de Félix. Cada año se repiten estos fenómenos extremos con más frecuencia e intensidad —según explican los modelos matemáticos meteorológicos, por el calentamiento de los océanos y la cantidad de energía calorífica acumulada—.

Félix, a quien le gusta hacer por sí mismo aquello que puede, orgulloso superviviente de aquella generación nacida en el sigo XX en la que, como él dice, «las cosas se arreglaban cuando se estropeaban y no se tiraban sin más solo porque se habían quedado sin pilas», sale a comprar unas láminas de grafeno. En un principio, pensó encargarlas al asistente virtual del servicio exprés de Amazon EnergyHome, pero así aprovecha para salir a que le dé el aire y se acerca al club náutico a revisar los amarres y a recolocar las webcams de seguridad de su velero, que el fuerte temporal ha puesto enfocando en otra dirección, y que están sucias de barro y de lo que parecen excrementos de gaviota. Después de los 4 días que ha permanecido encerrado en casa por el temporal se agradece el aire limpio y con ese olor a «día después de la tormenta» enriquecido en oxígeno.

La pantalla de control de la consola de domótica, un cuadro de mando integral en una pantalla que recoge la información de varios sensores distribuidos por la casa, le señala que al menos media docena de paneles de la cubierta de la terraza no están generando todo su potencial de energía y que los niveles de hidrógeno están bajos, al haber saltado los sistemas de reserva.

—Voy a ir al Energy Center —le comenta a Diana, su mujer— a por láminas de grafeno para el invernadero, y de paso a recargar las botellas de hidrógeno, que están bajas.

—¿Seguro que no tienes láminas de grafeno en el garaje? —le pregunta ella—. Mira que la última vez pediste varios paquetes… ¿No hay en el filtro de la desaladora?

—No creo —contesta Félix—. Se las di a los niños de Yago la última vez que vinieron; las necesitaban para un proyecto escolar.

—¿Que les diste el grafeno a los niños? ¿A quién se le ocurre…? ¡Vaya ocurrencia!

Desde que en el año 2029, desde la aceleradora de innovación de la petroquímica New Materials S.A. aplicaron las patentes del MIT, el uso del grafeno ha empezado a extenderse sin límite a más y más industrias. Pocas veces la idea de liberar unas patentes ha sido tan beneficiosa para el planeta y sus habitantes.

El grafeno es una molécula plana, definida por 6 átomos de carbono configurados en un único plano, lo que permite, teóricamente, construir láminas de un átomo de espesor. El gran desafío tecnológico fue darle la estabilidad necesaria. Pero si algo tiene el carbono es su facilidad para combinar con otros materiales, en especial otros polímeros.

La impresión 3D —la manufactura aditiva— proporciona una versatilidad casi infinita a los hilos de carbono-grafeno de uso doméstico e industrial, que en su reducido espesor de proporciones nanométricas pueden además plegarse en sofisticados origamis tecnológicos.

El mundo de los nanomateriales y los biomateriales se ha vuelto literalmente loco ante las propiedades del grafeno: con una dureza comparable a la del diamante, con quien comparte estructura atómica, y una resistencia 200 veces mayor que la del acero, pero mucho más ligero, y con alta conductividad eléctrica —mejor que la del cobre—, posee además óptima conductividad térmica, es antibacteriano y no ionizable.

La industria militar, siempre con fondos accesibles para el I+D, ha invertido millones de dólares en chalecos antibalas, cascos y diversos sistemas de protección que han convertido los uniformes de combate en auténticas armaduras flexibles y ligeras, incluso con propiedades miméticas de camuflaje dinámico, que utilizan un sistema biomimético que emula los cromatóforos de pulpos y sepias para cambiar de color y confundirse con el entorno.

Por su parte, la industria deportiva ha tomado enseguida el testigo, reemplazando las fibras de carbono, kevlar y otros composites en raquetas de tenis y pádel, palos de golf, esquíes, cascos, remos de piragüismo, etc., en numerosos deportes que han comenzado a aprovechar la ligereza extrema de este nuevo elemento, cada día más accesible y económico.

Pero es la industria de la electrónica de consumo la que mejor ha sabido captar el valor de un material ultrafino y transparente, de alta conductividad, para hacer pantallas táctiles, pantallas flexibles, enrollables; un material que no se calienta por el paso de los electrones y con posibilidad de generar electricidad por la exposición solar. La fiebre de la transición ecológica y la descarbonización energética subvenciona con inagotables flujos de dólares, euros y yenes la instalación de filtros de grafeno en los cristales de oficinas y empresas buscando esa neutralidad de la huella de carbono, paradójicamente obtenida a través de una molécula de carbono, para cumplir los objetivos de la Agenda 2030 de limitar el calentamiento a menos de 2ºC. Los objetivos no se han cumplido, pero a cambio conseguimos una producción mundial de grafeno que empieza a despertar la preocupación de los ecologistas acerca de su reutilización y reciclaje. (Hasta se hacen chistes sobre la conveniencia de envolver el bocadillo de la merienda con hojas de grafeno en lugar de las de papel de aluminio).

Félix pide a través de la aplicación del asistente virtual un traslado al Energy Center más cercano, emplazado a la entrada de la urbanización. Estos centros están localizados en las antiguas gasolineras, que hace ya tiempo que han dejado de servir combustible —fósil—. Las estaciones de servicio se han convertido sucesivamente en electrolineras —en puntos de recarga y cambio de baterías eléctricas— y luego en hidrogeneras.

La transición al vehículo eléctrico ha tardado en despegar, más por barreras no arancelarias para proteger la industria automovilística autóctona en cada mercado de fabricantes chinos, indios, coreanos con versiones cada vez más eficientes y accesibles. La guerra comercial de los años 20 de las plataformas digitales y los dispositivos móviles se ha trasladado a la industria del automóvil hacia 2026.

El máximo anual de venta de vehículos automóviles en el mundo se ha producido en 2018; tras la caída de ventas del 2020, atribuida a la pandemia desatada por la COVID-19, el confinamiento y los nuevos hábitos de teletrabajo, es obvio que realmente se trataba de un cambio de tendencia. Las dudas sobre la transición energética, la pérdida de valor de los vehículos de combustión y la todavía limitada oferta de eléctricos se combinan con una creciente presión de las plataformas de «vehículo social». La revolución del vehículo automóvil se activa sobre cuatro vectores: el coche conectado, compartido, eléctrico y finalmente autónomo.

En 2021 nace la última persona que irá a una autoescuela a aprender a conducir; en 2038 cierra la última de España. La Generación Z no iba a comprar más coches. Los iba a usar.

Los puntos de recarga de los automóviles eléctricos se multiplican en la década de los años 20 en centros comerciales, hoteles, parques industriales, oficinas, viviendas, lugares de celebración de eventos deportivos, duplicándose cada año; los 125 000 puntos de recarga eléctrica en 2020 pasan a ser más de 20 millones en 2030.

Los primeros kilómetros de carreteras para cargar automóviles por inducción dinámica, instalados en Suecia e Israel en 2020, son un éxito, aunque tarden en extenderse, y en entornos experimentales, en 2040, solo Singapur y Emiratos árabes llegan a implantar sistemas funcionales integrados de carga para un porcentaje significativo del parque móvil.

Es esa la época de las operaciones corporativas entre petroleras y energéticas. Desde el momento en que el precio del petróleo había acariciado los 147 dólares por barril —11 de julio de 2008—, hasta que se puso en valores negativos en el mes de abril de 2020, por primera vez en la historia ha habido indicios de que algo iba a cambiar irreversiblemente en esa industria. En este sentido, resulta relevante mencionar los sucesivos fracasos del fracking, cada vez más en entredicho por su impacto medioambiental y cuestionable rentabilidad. El confinamiento global de la primera ola de la pandemia, el descenso de los viajes internacionales —por turismo y por negocio—, con flotas de aviones enteras en los aeropuertos y la quiebra de las líneas de cruceros, han hecho caer el precio del petróleo por debajo de los 20 dólares el barril, y a pesar de los esfuerzos por mantenerlo a 40 dólares, umbral mínimo de rentabilidad para muchos países de baja eficiencia productora, el creciente peso de las energías renovables —limpias—, la fotovoltaica, la eólica, con el valor de los consultores y los media presionando a la baja, determinan que en 2030 el precio del barril no supere los 20 dólares, por lo que ya no hay inversor que apueste por ello.

Los consorcios internacionales integrados por empresas bioquímicas, energéticas, fabricantes de automóviles (Airliquide, Toyota, Repsol, EDP y más de 40 sumando esfuerzos) para invertir y mejorar las infraestructuras de transporte y almacenamiento de hidrógeno como combustible no escatiman recursos de I+D para ser parte de la solución.

Hace tiempo que los directores de marketing de las entonces todavía llamadas gasolineras han diversificado sus catálogos y obtienen más margen comercializando refrescos y hielo, actuando en definitiva como tiendas de conveniencia que vendiendo gasolina. Su principal activo es la ubicación y el hábito en las zonas de paso…, pero el menor tráfico de personas —en un vehículo compartido no paran— y la práctica de comprar on line va apartándolas de ese mercado.

El concepto de multicentros de energía ha llegado muy unido al desarrollo del mercado del hidrógeno. Mientras que la carga eléctrica puede hacerse en cualquier sitio recurriendo simplemente a un enchufe, el hidrógeno requiere ciertas infraestructuras de almacenamiento, transporte y manipulación. Además, no deja de ser un gas, como en su momento el butano; pero el público adopta bien el uso de bombonas de hidrógeno: las de acero de 15 litros recuerdan a los equipos de submarinismo, mientras que las de aluminio de 10 litros son lo bastante ligeras para ser manejadas por las personas de mayor edad.

Han sido un buen recurso de transición hasta que la extensión de las soluciones de generación de hidrógeno doméstico, mediante la electrólisis del agua, para obtener hidrógeno verde. Las 9 hidrogeneras que había en España en 2020 pasaron a ser 25 al año siguiente. El plan Renove 2022-2025, con potentes subvenciones y ventajas fiscales y de circulación a los pioneros de esta industria, no ha alcanzado la eficacia esperada, pero sí logra despertar una enorme sensibilización en la población, que está saliendo ya definitivamente del bache económico de más de tres años provocado por la COVID-19. El transporte público, convertido prácticamente en la única manera de acceder a los centros históricos de las ciudades, combina electricidad e hidrógeno en función del número de pasajeros

Siendo el hidrógeno el átomo con mayor presencia en el universo conocido, es cuestión de tiempo que la tecnología genere su disponibilidad en la cantidad necesaria como para hacerlo universalmente accesible. 150 años después de que la abundancia del petróleo condenara a la desaparición a la próspera industria ballenera, forzando el reciclaje de sus activos sobrevenidamente obsoletos, ha encontrado su némesis en una nueva industria, vertebrada en una nueva fuente de energía basada en el hidrógeno.

Una industria próspera, incluso líder, puede entrar en declive y colapsar hasta casi desaparecer en pocos años, a veces en un par de décadas.

Una breve historia del futuro

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