Читать книгу Expediciones domésticas - Cristóbal Acevedo Ferrer - Страница 10

Lámparas

Оглавление

Las lámparas no estaban ahí para iluminar sino para mirarnos. Octavio lo sabía, pero no lo podía explicar. Conocía los planes nocturnos que preparaban para apoderarse de la casa. Había que combatirlas. Pero combatirlas también significaba quedar a ciegas, se decía mientras miraba la multitud de objetos luminosos que colgaban en el techo.

Luchar contra un ser poderoso como la luz no es algo fácil, porque exterminarlo hace a la obscuridad dueña del espacio, pensaba recorriendo con la mirada cada detalle de la tienda de lámparas, ubicada en una vieja casona de avenida Irarrázabal.

Peor es ser dominado sin contrapeso por quien descubre el telón de las tinieblas para hacer visible las cosas -mirando jactancioso lo iluminado-, sentenció; cada vez estaba más convencido de que debía actuar con prontitud. Se resistía a la ceguera tanto como a ser observado, pero prefería lo primero.

Decidido a atacar, tomó el alicate oxidado y bajó las escaleras hacia el subterráneo donde se ubicaba el panel eléctrico, al que apuntó con la herramienta. Estremecido, notó que las manos no le respondían, sometidas por una fuerza que lo atrajo y empujó al vacío a la vez.

Todo quedó a oscuras durante treinta y cuatro horas. Ocho manzanas, incluyendo el hospital público y el cuartel de policía.

Octavio, atrapado en la penumbra, no llegó a su trabajo ni respondió las insistentes llamadas de su madre que, al enterarse de la noticia del apagón, instintivamente quiso comunicarse con el menor de sus hijos; recordaba la fobia a la luz que él sufría desde pequeño.

La llamada de su madre era la única luz que se prendía y apagaba por instantes en el bolsillo de Octavio, entre vibraciones y una música estridente. Él continuaba con los ojos abiertos, atrapando el infinito. La flexión de su boca entrecerrada irradiaba una dosis de satisfacción.

El barrio recuperó la normalidad. Acudieron sus dos hermanos a la tienda de lámparas después de las insistencias de la madre que, postrada desde su cama, llamaba con desesperación a su hijo. Al llegar a la casona, luego de inspeccionar en distintos lugares, bajaron al subterráneo y vieron un alicate incrustado en el panel eléctrico. El cuerpo de Octavio yacía a sus pies, expeliendo un calor que se podía sentir a metros de distancia. Uno de los hermanos tocó el cuerpo y recibió un golpe de electricidad que lo lanzó contra un muro. La casona y todo el barrio volvieron a quedar a oscuras.

Expediciones domésticas

Подняться наверх