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Hormigas

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Después de limpiar el azucarero atestado de hormigas, siguió recorriendo la casa con la esperanza de encontrar en algún sitio mensajes extraviados o seres fenomenales. Así se sucedían las horas de Belmar mientras se sumergía en los rincones de la construcción, que también llamaba hogar, donde todo le ofrecía una oportunidad para descubrir algo diferente. Fue volteando sillones y desarmando cajas. Abriendo puertas ocultas, cavando con sus manos en el jardín. De vez en cuando perforaba muros o lijaba la pintura hasta llegar a los ladrillos. Buscaba en cada libro empolvado una señal. Los juegos de mesa podían contener pistas y los surcos en las paredes, mapas ocultos.

Belmar pasó su mano por el fondo de la pileta. Sacó musgos que luego fue deshaciendo con los dedos y los mezcló con hojas que había dejado el pasar del viento en el enorme jardín de la casona. Sumergió la pastosa composición en un frasco repleto de hormigas y lo dejó abierto esperando las señales que definirían sus próximos pasos. Los diminutos seres marchaban incoherentemente acelerados, indicando que debía dirigirse hacia el patio interior cubierto por un tragaluz. En la esquina se ubicaba el desagüe, asegurado con una pesada reja metálica. Lo abrió con dificultad e inspirado en las pistas recabadas se introdujo en el foso. Paciente, esperó.

A dos meses de su desaparición, sacaron el cadáver de Belmar cubierto de hormigas que se desplazaban apresuradas por su cuerpo.

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