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Prólogo La educación y los procesos de formación: por la pertinencia de nuevas miradas

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La complejidad, la diversidad y la pluralidad del mundo actual traen en su equipaje una avalancha de incertidumbres, de dudas y de inquietudes acerca de los procesos formativos desarrollados en las instituciones educativas. El ideal clásico de la educación como humanización, como formación para la ciudadanía, para la convivencia y para el bienestar, admite algunas objeciones hasta cierto punto justificadas. La capacitación para el mercado de trabajo, para el uso de las nuevas tecnologías y para el acceso a los bienes de consumo también se ha convertido en ideal formativo en la actualidad.

Se puede decir que los mencionados elementos son algunos de los síntomas de nuestro tiempo. Indican, en su conjunto, que atravesamos por un proceso de cambio histórico social y, al mismo tiempo, evidencian la necesidad de reorganizar los principios y las bases a partir de los cuales podemos entender la actividad formativa en nuestros centros educativos y universidades. Desde este punto de vista, vislumbramos dos cuestiones importantes, a saber: ¿a partir de cuáles presupuestos teórico-prácticos es posible comprender, sustentar y organizar las actividades educativas? ¿Cuáles concepciones teórico-prácticas nos pueden ayudar a superar las dicotomías y los grandes obstáculos educativos de nuestros días?

El esclarecimiento de estas cuestiones implica adentrarnos en el meollo de nuestras creencias, valores e ideales educativos. Presupone el esfuerzo por observar el fenómeno educativo bajo nuevos prismas y a partir de otros parámetros posibles y pertinentes.

Históricamente se atribuía a la educación una triple función: humanizar, socializar y subjetivar. Humanizar implicaba crear las condiciones para que los niños y los jóvenes se introdujeran en un mundo humano ya configurado, de modo que pudiesen convertirse en hombres y mujeres (en seres humanos) en un contexto histórico social determinado. Socializar suponía la participación del neófito en el patrimonio social, mediante un aprendizaje de los componentes de una cultura, y de los valores ya constituidos en la historia de la comunidad a la cual iría a integrarse. Por último, el proceso de subjetivación o particularización permitía que la persona se diferenciara, creara una identidad propia y una autobiografía única. A partir de esto, era posible comprender que el ser humano nacía acabado, predefinido. La condición humana denotaba finitud, historicidad y, al mismo tiempo, la conciencia de que el ser humano podría construirse y reconstruirse en relación con la cultura, con los demás, con el mundo circundante y consigo mismo.

La actualización de la reflexión y del diálogo sobre las funciones y el papel de la educación en nuestra época es la tarea central de los educadores y de los teóricos de la educación. Al respecto, cabe proponer una mirada diferenciada acerca de los conceptos de educación, de pedagogía y de praxis pedagógica que fomentan nuevas formas de comprensión de los procesos que implican la formación de los seres humanos. Esa mirada debe contemplar los principios y los valores clásicos de la educación y, al mismo tiempo, la fecundidad de las críticas y de los cambios del mundo actual. Se trata, fundamentalmente, de un proceso hermenéutico de reposicionamiento conceptual y de reorganización de las prácticas subyacentes a los conceptos estructurados.

Mediante este ejercicio hermenéutico la educación, en un sentido amplio, puede ser comprendida como un proceso completo de formación del ser humano, un proceso de humanización. Existe una armonía entre la educación y la humanización, un fenómeno primordial y básico de la vida de los seres humanos, congénere y contemporáneo de la propia vida en todas sus fases y situaciones. Como ser inacabado, el ser humano se construye y se reconstruye en la interacción con los demás y con el mundo mediante procesos de aprendizaje. La educación escolar sistemática, una actividad teórica y práctica, se organiza como una actividad intencional, consciente y premeditada, que solo puede ser comprendida en su relación con los marcos teóricos que dan sentido a sus prácticas. Se configura como un proceso específico y organizado de cada sociedad que desea formar sus nuevos ciudadanos a partir de los valores y de los presupuestos más fundamentales.

La pedagogía surge al organizar y orientar la educación, definir sus procesos y crear un discurso acerca de la formación del ser humano. La pedagogía consiste en un modo de sistematización de los saberes que componen un proyecto de formación de lo humano, o sea, la ciencia de la educación. En relación con la educación, el saber pedagógico se diferencia del teórico. Su estructura implica un saber dirigido a la acción, orientándose también por una racionalidad epistémica y una instrumental. La pedagogía consiste en una forma de sistematización de los saberes que componen un proyecto educacional. Esta tiene, en ese sentido, una característica técnica e instrumental que configura un saber para actuar según objetivos, procesos y planes educacionales preestablecidos, ampliamente discutidos y en consenso comunitario.

La práctica educativa, mediante la cual los procesos de enseñanza y de aprendizaje son concretizados, consiste en aquello que Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, denominó como praxis: una acción dirigida al logro de un fin, un bien moralmente valioso, que no puede materializarse sino solamente ser realizado, es decir, una acción inmaterial. La praxis es, por tanto, una acción moralmente informada y comprometida que engloba todas las actividades éticas y políticas, así como la educación. La práctica educativa es, en el sentido estricto del término, una praxis.

Siendo una praxis, la acción pedagógica necesita ser pensada y realizada en una perspectiva que supere la relación dicótoma entre teoría y práctica. La acción pedagógica implica, por un lado, un actuar reflexivo, orientado por fundamentos y justificado en sus elecciones. Por otro, una síntesis teórica adecuada a las necesidades y alineada con los desafíos cotidianos de la práctica. De ese modo, entendemos que la acción pedagógica, realizada en los procesos de enseñanza y de aprendizaje, solamente será eficaz y eficiente a partir de la conjugación de la teoría y de la práctica. Eso implica teorizar a partir de la práctica y actuar a partir de la teoría. En otros términos, será praxis pedagógica cuando se convierta en una acción reflexiva, dialogada y compartida: en un sueño idealizado y concretizado colectivamente.

Esta obra, titulada Currículo y prácticas pedagógicas: voces y miradas con sentido crítico, es una selección de escritos de educadores e investigadores del sector de la educación pertenecientes a la Universidad La Salle de Bogotá, en Colombia, y al Centro Universitario La Salle (Unilasalle), de Canoas, en Brasil. Se trata de una colaboración internacional digna de elogios, que delimita un campo de suma importancia para los educadores Lasallistas de América Latina: la investigación y la producción teórica en la educación.

Esta obra une los esfuerzos de varios investigadores y educadores con el objetivo de buscar una nueva comprensión de los fundamentos teórico-prácticos del fenómeno educativo. La misma se propone enfrentar las temáticas citadas anteriormente desde los aspectos dialógico, reflexivo y crítico, donde la mirada crítica de los autores, en relación con el conocimiento y con los procesos formativos implementados en los centros educativos y en las universidades, se articula con el deseo profundo de que la educación cumpla con su ideal formativo y con su papel de ayudar a mejorar el mundo y las personas. Una mirada plural, multidisciplinaria y multicultural digna del auténtico ejercicio hermenéutico, en su grado más alto de calidad y de pertinencia.

Hermano Cledes Antonio Casagrande, fsc.

Vicerrector

Unillasalle, Canoas, Brasil

Currículo y prácticas pedagógicas

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