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EL PERÚ

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La obra de Jorge Basadre denuncia el deficiente manejo de la administración pública por parte de la clase gobernante y cuestiona la eficacia del proyecto liberal-nacionalista decimonónico. Las negativas imágenes iniciales que describen el Perú son luego contrastadas con otras que exaltan el heroísmo demostrado por los militares y la población civil en la Guerra del Pacífico. Esta última proposición sugiere la gestación de una nación incipiente en un contexto caracterizado por la adversidad.

La crisis de la nación incipiente: el Perú decimonónico en la obra de Jorge Basadre

Desde mediados del siglo XIX, la situación financiera del Perú mostró una evidente mejoría debido al descubrimiento de las propiedades fertilizantes del guano, el abono que aves migratorias depositan en diversas islas del litoral peruano. La comercialización de este fertilizante natural permitió superar la crisis económica que devino tras la guerra de Independencia y dotó al Estado de abundantes recursos que le permitieron ampliar sustantivamente el gasto público, ensanchar el aparato estatal y realizar diversas obras de infraestructura.

Sin embargo, la historiografía peruana coincide en reconocer que los recursos provenientes del guano no fueron bien utilizados por el Estado. Esta situación, agravada por los compromisos financieros adquiridos tras la firma del Contrato Dreyfus en 1869, y por los efectos de la gran depresión mundial de 1873, habría generado una espiral de endeudamiento que propició la bancarrota fiscal y empobreció al país en los años previos al estallido de la Guerra del Pacífico.

En particular, Basadre sostiene que el Estado aprovechó mal las riquezas obtenidas de la venta del abono y que su presupuesto pasó a depender casi completamente de dichos ingresos. Estos se habrían utilizado fundamentalmente para ampliar las burocracias civil y militar (Basadre, 2005, t. VII, p. 80).

Por lo demás, una medida que adoptó el gobierno de Manuel Pardo para hacer frente a la crisis económica derivada de la gran depresión mundial de 1873 y del agotamiento de los ingresos guaneros, fue la aplicación del estanco y la posterior nacionalización de las industrias salitreras. Basadre también cuestiona esta política estatal y denuncia flagrantes casos de corrupción en su aplicación.

Sostiene el autor que los resultados de las tasaciones de la infraestructura expropiada fueron en muchos casos sobrevaluados para beneficiar a las empresas extranjeras que operaban en Tarapacá, las que habrían ejercido presión para obtener indemnizaciones excesivas (2005, t. VII, p. 270).

Asimismo, señala que el monopolio estatal del salitre resultó ser una medida ineficaz, toda vez que este nitrato también se expendía desde el litoral boliviano de Atacama. Añade que varios inversionistas de Tarapacá lograron colocar su producto en el mercado, perjudicando así el pretendido monopolio y la fijación estatal de los precios del fertilizante. Basadre concluye su reflexión cuestionando la adopción de esta medida y sugiriendo que pudieron aplicarse políticas más eficaces:

En lo que atañe al salitre, hubo que seguir pagando a los antiguos dueños y se generó el despilfarro en generosas comisiones de dinero con este motivo y otros; los consignatarios extranjeros y los bancos limeños no fueron eficaces para que en Europa diera resultados positivos el experimento, pues los intereses de esas entidades chocaban inflexiblemente. La producción salitrera en Bolivia y, en parte, la acción de capitalistas independientes en Tarapacá llegaron también hasta los mercados. Lo que pudo ser espléndido negocio bajo una administración adecuada, se malogró. Mejor que expropiar hubiese sido imponer un impuesto razonable sobre esta industria en la que, al lado de capitales extranjeros hubo, repetimos, un buen porcentaje de peruanos, merecedores de estímulo. (Basadre, 2005, t. VII, p. 273)

Para Basadre, la mala administración estatal del salitre encontró su colofón en la Guerra del Pacífico. Durante el conflicto las fuerzas chilenas ocuparon el departamento de Tarapacá y se apoderaron del nitrato y de la capacidad instalada para explotarlo. Para el autor, esta situación agravó la crisis fiscal e implicó la quiebra de diversas entidades bancarias, las que se declararon en bancarrota cuando dejaron de administrar la comercialización del salitre (Basadre, 2005, t. VII, p. 275).

Asimismo, la política de adquisiciones militares del Estado peruano en la década previa a la Guerra del Pacífico es observada por el historiador tacneño. Basadre cuestiona la negativa del gobierno a adquirir dos blindados en Europa en 1874, cuando inclusive ya se había firmado el contrato que formalizaba la compra de dichos elementos bélicos.

Sostiene Basadre que en aquellas circunstancias solo los diputados Miguel Grau y José Rosendo Carreño se opusieron a la anulación de la transacción. Recuerda además el testimonio de José Antonio de Lavalle, quien al manifestar al presidente Manuel Pardo su preocupación por los dos blindados que Chile compró en 1874, habría obtenido la siguiente respuesta: “Yo también he hecho construir ya dos blindados que se llaman el Buenos Aires y el Bolivia” (Basadre, 2005, t. VIII, p. 243). Finalmente, Basadre asocia la anulación del referido contrato con la crisis hacendaria que por aquel entonces atravesaba el país y que ya hemos referido:

Se ha visto ya en el capítulo correspondiente a la política hacendaria de 1872–1876 cómo se consignó en el Presupuesto de 1874 para la compra de armamento naval, la partida presupuestal específica suprimida al efectuarse, bajo los efectos de la tremenda crisis fiscal, la considerable economía que implicó tan grave decisión. (Basadre, 2005, t. VIII, p. 221)

Por otro lado, Basadre afirma que el Tratado de Alianza Defensiva suscrito con Bolivia en 1873 supuso un evidente riesgo para la nación, pues se asoció la suerte del Perú con la de Bolivia. Indica que, en lugar de aquel, debieron realizarse los esfuerzos necesarios para contrarrestar la superioridad naval adquirida por Chile. Sugiere que, en todo caso, la no adquisición de los blindados debió llevar al Perú a abandonar su alianza con Bolivia y a mejorar sus relaciones con Chile, para de este modo cautelar la seguridad territorial del país (Basadre, 2005, t. VIII, p. 222).

Para Basadre, la desorganización del Estado se expresó también a inicios de la Guerra del Pacífico. En aquel entonces el Perú habría carecido de un sistema tributario eficiente. Por ello se tuvo que recurrir a una política de empréstitos de emergencia, con la que contribuyeron algunos bancos. Sin embargo, la difícil situación de las entidades financieras peruanas obligó al gobierno a ampliar la base tributaria, a aumentar los impuestos y a recurrir a donativos patrióticos. Asimismo, tuvieron que suspenderse los pagos de las deudas externa e interna (Basadre, 2005, t. IX, p. 35).

En suma, Basadre cuestiona la gestión del Estado peruano, de la que se desprendió la aguda crisis financiera de la década de 1870. Denuncia, además, la comisión de una serie de errores políticos y diplomáticos. De ello se colige la situación de desventaja del Perú en la Guerra del Pacífico y, de manera específica, su inferioridad militar frente a Chile.

La crítica de Basadre a las diferentes políticas aplicadas por el Estado peruano en las décadas y años previos al estallido del conflicto configura una imagen negativa de la administración pública del país y cuestiona los resultados del proyecto liberal-nacionalista aplicado desde la Independencia y durante el transcurso del siglo XIX. Desde esa perspectiva, los imaginarios del desorden, el despilfarro y la corrupción configuran las primeras vistas del yo colectivo de la nación embrionaria.

Fuerzas de flaquezas: emerge la nación de sus cenizas

Jorge Basadre matiza sus primeras apreciaciones sobre el Perú, centradas en el desorden administrativo y la corrupción, cuando trata la participación de los peruanos en la Guerra del Pacífico. Para este caso, el autor exalta el patriotismo y vocación de sacrificio tanto de los oficiales, de las fuerzas regulares, como de los soldados y la población civil, constituida en milicias urbanas.

Un ejemplo preclaro de la voluntad combativa de la oficialidad peruana lo constituye el coronel Francisco Bolognesi, quien encontró su muerte en la Batalla de Arica, el 7 de junio de 1880, junto con la mayoría de soldados que defendieron aquel puerto. Basadre comenta el genio organizativo del viejo militar y el empeño con el que dispuso su defensa (Basadre, 2005, t. IX, p. 75).

Destaca también la actitud de Bolognesi ante la visita del comisionado chileno Juan de la Cruz Salvo, quien lo conminó a la rendición en el entendido de que la suerte de Arica estaba echada. El autor recuerda la respuesta del célebre coronel, la que constituye un elemento central en la retórica romántico-nacionalista peruana, que proyecta la imagen de la valentía de la oficialidad, siempre dispuesta a alcanzar el martirologio en aras de la causa nacional:

Salvo dijo que tenía el encargo de pedir la rendición de la plaza “cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos”.

“Tengo deberes sagrados, repuso Bolognesi, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. (Basadre, 2005, t. IX, p. 77)

Seguidamente, Basadre exalta el patriotismo del resto de los oficiales peruanos en Arica, a los que Bolognesi reunió para refrendar en ellos su decisión de combatir hasta las últimas consecuencias. Resalta el autor el respaldo unánime que recibió el jefe de la plaza. Refiere como, uno a uno, fueron consultados sus oficiales y destaca que, a pesar de la superioridad de las fuerzas con las que debían batirse, todos aceptaron sin dilación un destino patriótico en ciernes (Basadre, 2005 t. IX, p. 79).

El historiador realza el heroísmo de la oficialidad ariqueña subrayando además la presencia de civiles junto a los militares de profesión, y menciona a acaudalados jóvenes y hombres maduros que, no obstante sus vidas prósperas, no faltaron al llamado de la patria. Entre todos ellos, el autor glorifica particularmente la gesta heroica de Alfonso Ugarte:

La emoción colectiva habría puesto, pues, un ropaje de poesía épica a una realidad esencial. Alfonso Ugarte, el millonario de Tarapacá, el joven apacible, se lanzó simbólicamente con su caballo a la inmensidad mucho antes del 7 de junio. (Basadre, 2005, t. IX, p. 90)

Un aspecto que Basadre subraya con especial énfasis es la participación de la sociedad civil en diversos episodios de la Guerra del Pacífico. Para el caso de la batalla de Arica, sostiene que la mayoría de los defensores del puerto meridional era oriunda de este y que se trataba de civiles que se enrolaron en el Ejército espontáneamente, animados por una incuestionable voluntad combativa (Basadre, 2005, t. IX, p. 89).

Asimismo, Basadre destaca la conformación de las líneas defensivas que tuvieron la misión de proteger Lima de la inminente ocupación chilena. Sostiene el autor que, para la ocasión, llegaron a la capital contingentes de todas partes del país; en algunos casos batallones e incluso pobladores andinos que fueron trasladados a la costa bajo la dirección de los terratenientes serranos. También participaron los miembros de diferentes colegios profesionales y de las oficinas de la administración pública, así como los empleados del Poder Judicial o los miembros de los gremios artesanales como plateros, herreros y fundidores (Basadre, 2005, t. IX, pp. 122-123).

Además, Basadre pone de relieve la actuación de la población indígena en la campaña de la resistencia que el general Andrés Avelino Cáceres levantó en la Sierra Central. Sostiene que se trató de héroes anónimos que pelearon valientemente a pesar de carecer de los recursos bélicos indispensables, los que, por el contrario, el enemigo poseía en abundancia. De esta manera, se destaca el heroísmo mostrado por todos los componentes de la sociedad peruana en la Guerra del Pacífico. Para el autor, la valentía de los peruanos es una singularidad que los caracteriza como colectivo, pues, desde su perspectiva, no abundan los pueblos con tal vocación de sacrificio (Basadre, 2005, t. IX, p. 293).

Basadre extiende la referida virtud a los diversos sectores sociales que componen la nación peruana. Es así como la oficialidad del Ejército, las clases acomodadas, las clases medias urbanas —artesanos, profesionales y funcionarios públicos— y la población indígena rural comparten el atributo común del heroísmo y la abnegación patriótica.

De esta manera, el autor contrapone las imágenes iniciales del caos institucional peruano y de la corrupción administrativa con otras en las que el elemento humano de la sociedad se destaca por sus virtudes. Así, el peruano colectivo parece mostrar una particular fortaleza para enfrentar desafíos. Ciertamente, Basadre enfatiza con reiteración la dispareja correlación de fuerzas militares en los enfrentamientos, la que siempre favoreció al invasor y destaca el valor de los peruanos que en toda circunstancia se sobrepusieron a la adversidad.

Finalmente, la exaltación del heroísmo de los diferentes componentes de la sociedad coadyuva a la proyección de un imaginario nacional inicial, en el que las virtudes antes enunciadas configuran las características del ser nacional. Así pues, en las bambalinas del discurso de Basadre subyace, bajo la crítica a la gestión pública, la afirmación de una nación embrionaria, engendrada sobre sólidas bases morales:

Aquellos hechos y aquellos mártires no envejecerán nunca, cualesquiera que sean los cambios y las alternativas del porvenir. Nosotros, todos nosotros, nos volveremos viejos, moriremos y entraremos en el anonimato, y a ellos, en cambio, los años no los condenarán. Y así como ocurrió, felizmente con otros hechos y con otros personajes históricos, es la de ellos, una primavera sin ocaso en este país donde ha habido y hay tantas noches tenebrosas. (Basadre, 2005, t. IX, p. 89)

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