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CHILE

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Seguidamente examinamos el tratamiento que el autor realiza del desempeño de Chile en el conflicto bélico. La narración de la actuación de la nación chilena en la guerra contribuye con la difusión de un imaginario homogéneo acerca del enemigo o contrincante. Este es descrito como una sociedad ordenada, pero con notables tendencias al expansionismo y la agresividad.

El orden imperialista: primeras vistas de Chile

Jorge Basadre configura el imaginario de Chile resaltando su orden institucional, la claridad de sus objetivos geopolíticos, así como su vocación imperialista. De esta manera, representa al otro resaltando su tendencia a la expansión territorial, la que se desarrollará paulatinamente a lo largo del siglo XIX.

Principia Basadre exponiendo las tesis del ministro chileno Diego Portales, a quien presenta como el artífice de la política internacional de su país, la que, desde sus planteamientos iniciales, se habría trazado como meta imperiosa impedir el fortalecimiento del Perú, pues podría amenazar la existencia de Chile. Desde estas premisas, Portales planteó la destrucción de la Confederación Perú-Boliviana:

El omnipotente ministro chileno Diego Portales, en una carta desde Santiago […] explicó claramente su actitud ante la Confederación Perú-Boliviana. Dijo allí: “Va, usted, en realidad, a conseguir con el triunfo de sus armas la segunda independencia de Chile […] La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible”. (Basadre, 2005, t. II, p. 132)

Basadre desarrolla la idea del expansionismo pacífico del Estado y población chilenos, el que, con el transcurrir de las décadas, habría dado paso a otro de naturaleza, más bien, violenta. El expansionismo pacífico se habría expresado en la paulatina colonización de los territorios salitreros de Atacama, que en aquel entonces formaban parte de Bolivia. Es así como, apenas producida su independencia política de España, pobladores de Chile atravesaron el río Salado, que demarcaba las fronteras coloniales entre las audiencias de Charcas y Santiago, y lograron la anexión de la región de Paposo a su país (Basadre, 2005, t. VIII, p. 206).

Seguidamente, se sugiere que el Estado chileno aplicó una política sistemática de expansión hacia el norte. Desde esa perspectiva, Basadre sostiene que la firma del tratado de 1866 entre Bolivia y Chile favoreció los intereses de este último país. Para el autor, este proyecto perseguía finalidades aún más ambiciosas, pues buscaba correr las fronteras territoriales hacia el norte, de manera que Chile poseyese la totalidad de las regiones salitreras y Bolivia el puerto de Arica, que por aquel entonces formaba parte del Perú.

Gravoso como era este tratado para Bolivia, no presentaba el máximum de las pretensiones chilenas. Chile entregaba la zona comprendida al norte del paralelo 24. El ministro Vergara Albano propuso la cesión por parte de Bolivia de todo su litoral, o cuando menos hasta Mejillones, inclusive, “bajo la formal promesa (escribió años después el canciller de Melgarejo, don Mariano Donato Muñoz) de que Chile apoyaría a Bolivia de modo más eficaz para la ocupación armada del litoral peruano hasta el morro de Sama […] en razón de que la única salida natural que Bolivia tenía al Pacífico era el puerto de Arica”. (Basadre, 2005, t. VIII, p. 207)

Para Basadre un resultado parcial de la aplicación de esta política fue la invasión pacífica del litoral boliviano, la que se concretó a través de una serie de medidas adoptadas por el Estado chileno y gracias a diversas inversiones que en dicha región realizaron los empresarios de este país. Menciona el autor varias concesiones que el Estado boliviano otorgó a los salitreros chilenos, así como la explotación de minas de plata, entre otras actividades económicas realizadas en la provincia litoral de Atacama (Basadre, 2005, t. VIII, pp. 2007-2008).

De esta manera, desde los años que siguieron a su Independencia, Chile habría manifestado una explícita voluntad de expansión territorial y de apropiación de los recursos que existían en el litoral boliviano. Es así como el avance de mineros informales, la inversión de capitales privados, la explotación del salitre a gran escala y la política del Estado, configuran juntas la imagen de una nación expansiva e imperialista.

Basadre construye el imaginario del imperialismo de Chile a través de un discurso que establece una lógica de continuidad entre diferentes acontecimientos que tuvieron lugar desde su Independencia hasta el estallido y desarrollo de la Guerra del Pacífico. Así, la voluntad expansiva del Estado se habría manifestado desde los inicios republicanos y configura una representación del otro como sujeto hostil.

Por último, la idea del expansionismo pacífico de la nación chilena muta paulatinamente hasta adoptar las características de un expansionismo violento o agresivo. En tal sentido, el imaginario que representa a Chile como una potencia imperialista adoptará sus formas definitivas al producirse la invasión militar de las provincias salitreras de Atacama y Tarapacá, en Bolivia y el Perú, respectivamente.

Armamentismo y agresividad: la “naturaleza” del otro

En la obra de Jorge Basadre, la carrera armamentista que emprendiese Chile antes de la guerra del 79 es un elemento que viene aparejado con la idea del expansionismo que refiriéramos en el acápite anterior. De esta manera, la suma de ambos factores constituye el imaginario de la agresividad chilena, la que luego se manifiesta en acontecimientos militares específicos.

Según Basadre, ya desde tiempos de la Confederación Perú-Boliviana, Chile superaba las fuerzas navales de las potencias aliadas, lo que le permitió incursionar en dos ocasiones sobre el Perú y liquidar el proyecto confederado en 1839. Sobre este particular, destaca también el orden del Estado chileno, el que se manifestó prácticamente desde su fundación política. Refiere así su eficiente administración y la eficacia de sus fuerzas armadas (Basadre, 2005, t. II, p. 175).

Tiempo después, Chile recuperó el dominio marítimo que perdiera temporalmente en la década de 1860, tras la compra peruana de la fragata Independencia y el monitor Huáscar. En 1874, el Estado chileno adquirió los buques Cochrane y Blanco Encalada con los que contrarrestó y superó de nuevo a las fuerzas de la armada del Perú.

Para Basadre, la crisis hacendaria de Chile, que se produjo como correlato de la gran depresión mundial de 1873, no fue razón suficiente para poner a la venta sus blindados, los que conservó a toda costa. Señala el autor que el poder marítimo chileno era tan grande que incluso superaba al de los Estados Unidos de Norteamérica, lo que motivó el recelo y la preocupación de autoridades de dicho país. Además, Basadre advierte que los demás estados de la región no imitaron la política armamentista de Chile. Por el contrario, refiere que el Perú desistió de gestionar la incorporación de la República Argentina a la alianza Perú-Boliviana con lo que “volvió las espaldas al armamentismo” (Basadre, 2005, t. VIII, p. 218).

Chile había perdido, en relación con el litoral, la aquiescencia o la maleabilidad sumisa de los gobernantes bolivianos al producirse la caída de Melgarejo y la derrota de Quevedo; pero estaba ganando la carrera armamentista o, mejor dicho, corriendo solitariamente en ella al adquirir los blindados Cochrane y Blanco Encalada y algunas unidades menores. (Basadre, 2005, t. VIII, p. 221)

Como señalásemos líneas arriba, según Basadre el correlato del armamentismo chileno es la tendencia a la agresividad, la que se hizo evidente durante el desarrollo de la Guerra del Pacífico. Sin embargo, aquella característica se habría manifestado ya en acontecimientos anteriores. Es así como, durante la Guerra contra la Confederación, el bando de peruanos que la enfrentaba se habría distanciado de sus coyunturales aliados chilenos debido a los actos de vandalismo cometidos por sus contingentes militares (Basadre, 2005, t. II, pp. 141–142).

En relación con la guerra de 1879, Basadre denuncia los desmanes perpetrados por las tropas chilenas que ocuparon el puerto de Mollendo, el cual fue incendiado por la soldadesca que se encontraba en estado de ebriedad. La misma conducta se presentó tras la Batalla de Chorrillos, en donde, a decir del autor, las fuerzas chilenas llegaron a enfrentarse entre ellas mismas, lo que ocasionó centenares de bajas. También describe violaciones, asesinatos y orgías sexuales, entre otros actos deplorables:

El cementerio se volvió un lugar donde soldados beodos celebraron orgías y llegaron a desenterrar cadáveres de sus tumbas para ayudar a sus enloquecidos camaradas. El olor de los muertos y del incendio resultaba irrespirable. Entre aquellos estuvo un médico inglés de 80 años, asesinado delante de la casa del ministro de su país. (Basadre, 2005, t. IX, p. 152)

Para Basadre, la tendencia a la expansión territorial y la voluntad imperialista del Estado chileno se concretaron luego en la política armamentística del Estado, la que perseguía, como objetivo final, la realización de la guerra. Los imaginarios que acerca de Chile proyecta la obra configuran una personificación homogénea del conjunto de la nación enemiga. Esta se presenta como un sujeto colectivo ambicioso, agresivo e inescrupuloso en los medios empleados para la consecución de sus fines, características que luego se vierten en los individuos, quienes las pondrán en evidencia en los desmanes antes reseñados.

Del texto de Basadre también se desprende la idea del orden de las instituciones de Chile, el que, sin embargo, se utiliza para fines perversos. Se sugiere en el texto que la buena administración del Estado chileno degeneró en la aplicación de políticas hostiles y agresiones en contra de sus vecinos. De esta manera, Basadre le atribuye a Chile una natural tendencia hacia el mal, la que se expresará en diversos acontecimientos de su historia.

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