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Prólogo

Hoy miro por la ventana y veo los días pasar como quien cambia los canales del televisor con el control remoto. Si alguna persona me hubiera dicho que el mundo cambiaría tan drásticamente, probablemente la habría tomado por loca. Mucho más si me hubiera dicho que el responsable, o más bien, el culpable de aquel cambio sería yo.

Recuerdo cuando, en aquellos descansos que nos tomábamos con Fuji-san, él bromeaba diciendo que yo terminaría reconfigurando el universo, de tantas ideas locas y opiniones exageradas que tenía.

Una de nuestras charlas aún resuena nítida en mi mente:

—Cuando te escucho opinar sobre hippies, activistas y religiosos —decía—, pienso que un día de estos saldrás a dispararle a todos hasta que no quede ni uno. Solo así considerarás que la sociedad está limpia de filosofías estúpidas y sin fundamento.

—Si los católicos pueden hacer procesiones, agitando ramas de árboles, disfrazando a un sujeto con una corona navideña y haciéndole cargar un tronco, kilómetros y kilómetros hasta desfallecer, tengo derecho a formarme mi propia idea de un mundo mejor —me defendía yo.

—Los hippies pueden cortar las calles, desnudos, y pedir por la paz mundial, los activistas pueden arrojarse encima de las ballenas mientras nuestros barcos pesqueros las capturan y nuestros gobernantes pueden mentirnos y robar nuestro dinero en nuestra cara como les plazca, pero yo no puedo dar mi opinión.

—¡Vamos, no te pongas así! Solamente estoy jugando. Hablando en serio, creo que tus ideas son buenas. Exageradas y algo extremistas, pero no dudo de que solo buscas el bien común.

—¡Desde luego que sí! Cualquier persona con un poco de humanidad querría que las generaciones venideras tuvieran un lugar mejor para vivir, donde hubiera mejor salud, más seguridad, más riquezas, más educación...

—¿Y qué piensas hacer? ¿Un cuerno de la abundancia a pilas? ¿La vacuna contra la miseria y la corrupción? ¡Ya sé! ¡Un oráculo mágico por correo!

—¡Qué gracioso! No tengo el dinero ni el tiempo para ponerme a crear algo. Pero cuando se presente la oportunidad de hacer algo bueno por la humanidad, date por enterado que la tomaré.

—No lo dudé ni por un segundo.

Le había mentido. En realidad, sí tenía un proyecto. Apenas lo había comenzado y dudaba de que fuera a concretarse algún día. Mi situación familiar había sembrado una idea loca y muy difícil de volverla realidad, por no decir imposible. Pero cuando la hube terminado, me di cuenta de que no solo era posible sino que debía ponerme a trabajar de inmediato. Algo como aquello sería la salvación de tantas vidas humanas, una nueva oportunidad para todos quienes hubieran caído en el infortunio de la enfermedad, una bendición… ¡Qué equivocado estaba!

Minami. Libro I

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