Читать книгу Minami. Libro I - Danielle Rivers - Страница 7

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—¡Bienvenidos! —saludó el extraño, levantando las manos como si quisiera abrazarlos a todos—. Sean bienvenidos a lo que seguramente será la aventura más increíble y trascendental de sus vidas. Les agradecemos su puntualidad; dentro de unos segundos comenzaremos con la reunión —sonrió ampliamente y les dio la espalda para dirigirse hacia la mesa, de donde tomó un pequeño mando con un botón rojo. Nanjiro se incorporó un poco para poder verlo mejor. Era un hombre de mediana edad, calvo, con un delgado bigote negro y una barbita que terminaba en un mechón al final de su cara regordeta. Vestía un traje de muy buen corte, de color azul marino con finas rayas celestes. La tela se tensaba en torno a su estómago, al igual que la de sus pantalones. Sus zapatos eran negros y brillantes, importados seguramente. Minami tuvo la vaga fantasía de un Gengis Kan contemporáneo.

—¡Proyector! —exclamó el anfitrión mirando hacia el fondo de la habitación y, automáticamente, la pantalla pasó de estar vacía a mostrar una imagen: un bebé en posición fetal, flotando en el espacio sideral, con dos estrellas fugaces que lo encerraban en un círculo luminoso. Por arriba, leyó el título Century Child escrito en mayúsculas y con efecto de oro. Al lado, estaban las banderas de Japón y de la JEIGON. Nanjiro se preguntó si iban a hablar de una investigación científica o de la première de una película de ciencia ficción. El extraño carraspeó antes de continuar con su monólogo:

—Como ya he dicho, les doy la bienvenida al nuevo proyecto auspiciado por la nación, o como ya muchos lo están llamando, el Proyecto del Milenio. Diseñado cuidadosamente por nuestro honorable Jefe de Estado, Kyomasa Tsushira, este emprendimiento promete ser el paso hacia una sociedad más estable, saludable y disciplinada, además de que nos asegurará la victoria en esta aberrante guerra civil que tanto nos angustia. Si trabajamos en equipo, estén seguros de que el porvenir del país será más brillante y provechoso que nunca, como lo ha sido desde su renacer en 1945. Mi nombre es Hirobito Kagerö y seré su principal consejero y asesor a lo largo de este período —hizo una pausa para tomar aire—. Seguramente muchos me reconocerán por los comerciales televisivos de Seguros para el Hogar y Empresas Kagerö & Compañía, y por mi participación en la inauguración de la fábrica de juguetes Bluebell, en Nara, junto con el director de Shinai’s Business, Touya Seguchi, con quien tengo el honor de trabajar nuevamente en esta ocasión. Honestamente, un hombre común y corriente como yo, un simple empresario, no esperaba tal invitación por parte de Su Majestad, habiendo tantos otros con más capacidad y conocimientos. ¡Lo que son las cosas de la vida! El horóscopo no estaba tan errado cuando se refirió a nuevas oportunidades —soltó una carcajada jovial.

Nanjiro levantó una ceja. ¿Se suponía que debía reírse? Hirobito también debió pensar que la comedia no era lo suyo ya que carraspeó otra vez para recuperar el temple.

—¡Pero basta de presentaciones! Vayamos a lo que sí es importante —presionó el botón rojo del mando y dio paso a la siguiente diapositiva—. Desde comienzos de nuestra comunidad, el orden social ha sido delimitado de manera simple y concisa —recitó—; las clases obreras y rurales trabajaban y explotaban nuestros recursos naturales —mostró una vieja fotografía del Japón feudal, con sus lagunas y pastos crecidos, con sus arrozales y miles de campesinos vestidos con ropas tradicionales y con el clásico sombrerito de paja llamado nón lá, llevando sus grandes canastos de mimbre trenzado a cuestas, mientras otros araban la tierra—. Los artesanos e industriales los transformaban en productos más elaborados y provechosos —pasó a la siguiente imagen, una de trabajadores de la misma época, en una fábrica rústica de vidrios, vasijas, moliendas y panaderías— y los comerciantes y vendedores las ofrecían al público —la siguiente foto mostraba una callecita de tierra abarrotada de puestos comerciales— mientras que, a aquellos dotados de una mejor educación, se les daba la responsabilidad de controlar y dirigir todos esos procesos, con el objetivo de lograr la mejor eficacia y eficiencia del sistema económico —cambió la fotografía una vez más y mostró varios hombres vestidos con ropa elegante, reunidos en torno a una mesa y provistos de bolsas de monedas, balanzas, libros y ábacos—. En cuanto al gobierno, la imagen del rey o emperador inspiraba armonía y paz entre sus súbditos, resguardando el orden y promulgando la justicia —la nueva imagen era la de un emperador vestido con prendas de oro y piedras preciosas, sentado en su elaborado trono y con guardias a sus pies. Nanjiro lo reconoció como una fotografía sacada de uno de sus viejos libros de texto del colegio.

—A lo largo de la historia, nuestra tecnología fue evolucionando, así como el conocimiento científico, y se crearon nuevos métodos para mejorar y maximizar la producción de bienes y servicios —la pantalla iba cambiando velozmente de imagen, mostrando distintos momentos de la historia en donde podían verse las innovaciones y descubrimientos que marcaron la vida productiva y económica de todo el mundo. Desde las máquinas de contar, la producción en serie, el uso del combustible, los barcos y trenes a vapor, el telégrafo, el descubrimiento de la transmutación genética de los alimentos y hasta el surgimiento del Internet. La secuencia era tan intermitente que Nanjiro se sacó los lentes para restregarse los ojos, irritados por mirar fijamente esa pantalla brillante. Aquella reunión le estaba sonando más a una clase de historia de la escuela que a una jornada científica.

—No obstante, el nivel jerárquico presentó varios cambios a lo largo de ese tiempo. Aunque es cierto que la clase trabajadora, que representa la mayor parte del pueblo en todo el mundo, fue exigiendo nuevas condiciones de trabajo que le resultaran beneficiosas, inspiradas en ideologías y movimientos extranjeros, la elite, pequeña pero poderosa, no descansó ni un segundo con tal de preservar su prestigio. A pesar de tener que doblegarse cada tanto ante los caprichos del proletariado, negociando una y otra vez en pos de la armonía. Una clara demostración de resentimiento y envidia si me lo preguntan…

Nanjiro volvió a enarcar la ceja (un gesto típico de él). ¿Estaba hablando en serio?

—Hoy en día, el sentimiento de disconformidad y revolución ha superado todo precedente y ha erosionado el vínculo de lealtad y gratitud que entre empleador y empleado alguna vez existió.

A continuación, las imágenes mostradas fueron mucho más trágicas que las anteriores: escenas de los comienzos de la guerra interna, los primeros atentados a la sede de Gobierno y contra sus más altos funcionarios, las rebeliones públicas, los tiroteos, los primeros muertos… Todas en blanco y negro y con un tinte de crueldad que crecía con cada diapositiva. Ninguno de los presentes habló, simplemente observaron la pantalla con una seriedad absoluta, como si estuvieran hipnotizados. Solo Kagerö sonreía con suficiencia, satisfecho del efecto que esa presentación estaba teniendo sobre la audiencia. La siguiente escena fue una pintura que recordó a los antiguos óleos feudales: las líneas grotescas, los colores chillones y las facciones de los personajes un tanto distorsionadas y exageradas. Los pocos que estaban familiarizados con la guerra (Nanjiro incluido), se dieron cuenta de que era el retrato de la noche en que el líder rebelde irrumpió en la mansión de Tsushira, en medio de su banquete con otras potencias y asesinó al embajador alemán. Los que habían llegado del exterior, pese a desconocer el verdadero significado de la imagen, no ocultaron su desagrado. Tras una oleada de murmuraciones consternadas, el hombre apretó el botón rojo por enésima vez y la pantalla quedó nuevamente en blanco.

—Obviamente, lo que aquí se presenta es una total ruptura de los valores de respeto y de lealtad por parte de las masas populares. Es sabido por todos nosotros que nuestro sistema político, el de una Monarquía Constitucional, avala el derecho de los ciudadanos a comandar sus acciones, dejando al monarca como un mero símbolo ceremonial. Sin embargo, el mundo ha cambiado y sigue haciéndolo. Cada país ha atravesado etapas de cambio abrupto, de desorden, llegando luego a una nueva forma de organización. Una que siempre brindó paz y prosperidad a su pueblo. Cuando nuestro querido líder, el señor Kyomasa Tsushira, intentó emularlos y llevar a su nación a una nueva era, la respuesta popular fue mucho más que desagradecida y hostil, incluso irracional. Los cambios son incómodos y generan crisis, algo a lo que nuestro pueblo jamás se ha acostumbrado y a lo que teme desde la oscuridad de la Segunda Guerra Mundial. No quieren volver a pasar por un momento de desorden y eso es más que comprensible. Pero, ¿no es ya tiempo de promover el cambio? ¿De renacer? ¿De evolucionar? ¿Qué nos cuesta hacer la vista gorda a tradiciones milenarias y anticuadas y dar un nuevo giro a la historia del Japón? Nuestro Jefe de Estado solo busca lo mejor para todos nosotros y, como ciudadanos coherentes y solidarios, es nuestra obligación retribuirle. Ya han sido muchos los intentos por llegar a una decisión conjunta que contemplara las exigencias de la población pero ninguno de nuestros ofrecimientos fue lo bastante satisfactorio, y lo único que hemos recibido en devolución han sido golpes bajos e injurias. Es ante este dilema que el gran Tsushira-sama ha creado, y esto que marcará el fin de la subversión, el comienzo de una nueva era.

El mismo emblema con que Kagerö había dado inicio a la conferencia reapareció en la pantalla. Se apartó para que los presentes lo vieran con claridad y formuló la siguiente pregunta como en un concurso de acertijos por televisión:

—Díganme, señores, ¿qué les sugiere esta imagen que ven aquí?

Al principio ninguno de los espectadores emitió palabra. Todos se miraban con nerviosismo, tanto que parecía una clase de secundaria en medio de una lección particularmente difícil. Nanjiro permaneció impasible en su asiento, cruzado de brazos. Toda aquella perorata no le cerraba para nada.

—¡Vamos, muchachos! —los animó Kagerö—. ¡No es tan difícil! Solo díganme por qué creen que este dibujo representa nuestra tarea —con esa extraña sonrisa volvió a esperar a que alguno contestara. Uno de los presentes, un ingeniero biomédico que Nanjiro había conocido en el avión y que ahora estaba ubicado a unos tres asientos de distancia de él, alzó tímidamente la mano.

—¿Tiene algo que ver con la maternidad? —sugirió—. Digo… el nombre del proyecto es Century Child, que traducido del inglés significaría El Niño del Siglo, ¿la idea sería promover una mejor asistencia al embarazo y al nacimiento? Tal vez, demostrando que el Estado se preocupa por una mejor calidad de vida para las futuras generaciones, los rebeldes recapaciten sobre el concepto negativo que tienen sobre sus intenciones.

—Buena hipótesis —reconoció Kagerö, o eso pareció—. ¿Alguna otra idea?

Más manos se alzaron a medida que los presentes tomaban coraje para participar. Todas y cada una de las teorías fueron recibidas con una sonrisita efusiva y palabras de halago por parte de Kagerö pero ninguna se acercaba a la verdadera naturaleza de ese dibujo. Ansioso y aburrido de estar callado, Nanjiro alzó una mano.

—Sí, mi joven amigo —lo señaló el hombre, repitiendo su fraudulenta expresión bonachona—, ¿qué opinas tú?

—¿Tiene algo que ver con el origen de la vida? —inquirió—. Ya han mencionado una mejor atención durante el embarazo, cuidado del niño sano y otras sugerencias. Pero, ¿puede ser que el Estado quiera intervenir en la propia gestación para asegurarse una nueva generación de seres humanos más sanos? ¿Para qué darles más salud a niños ya nacidos si se los puede proveer de mejores aptitudes desde el mismísimo momento de la concepción? Desde ese punto de vista, muchas enfermedades congénitas y hereditarias podrían ser contrarrestadas, hasta eliminadas. Algo que sin duda sería beneficioso para todas aquellas familias que deben acarrear con un niño crónicamente enfermo. Esa es la idea, ¿verdad?

La manipulación de embriones no era algo nuevo para él. Ya había leído sobre la manipulación genética en bebés para que nacieran acorde a lo que sus padres querían: cabello más lindo, ojos claros u oscuros, un alto coeficiente intelectual, habilidades atléticas, entre otros atributos. Aunque la idea había surgido precisamente con el fin de eliminar enfermedades congénitas y hereditarias graves, todo terminó virando a cuestiones frívolas y superficiales. Como si pidieran pizza a domicilio. Lo supo porque era a lo que se había estado dedicando los últimos dos años y tuvo que lidiar con peticiones de esa clase. Todo le sonaba sumamente nazi y rezó para que Tsushira no hubiera optado por seguir una ideología así.

Sus compañeros dirigieron la vista sucesivamente a él y al presentador quien clavó sus ojos en él. Finalmente, sonrió pero fue una sonrisa diferente a las anteriores.

—Creo que tenemos a un ganador —dijo con satisfacción—. Usted es el doctor Nanjiro Minami, ¿cierto? Me han dicho que es algo así como un Sherlock Holmes de la ciencia y la medicina. Sus trabajos han trascendido mucho estos últimos años.

Nanjiro no supo si tomarlo como un halago o como una ironía pero asintió con la cabeza.

—¡Enhorabuena, joven! Supuse que solo alguien con su mente develaría el misterio —y, sin dejar de sonreír, removió la diapositiva e hizo aparecer otra que ya no mostraba personas, ni objetos, ni paisajes. En cambio, mostró una red conceptual con varios ítems y flechas, formando una complicada telaraña. Sin embargo, el origen de la red se leyó bien grande: GÉNESIS.

Kagerö, sin poder ocultar su alegría, continuó con las explicaciones.

—Como bien atinó el doctor Minami, el proyecto Century Child es un emprendimiento basado en la ingeniería genética. Su objetivo es el diseño y la incubación de embriones humanos que, por medio de una gestación controlada y acelerada y con el correcto entrenamiento en nuestros centros de formación militar Makimachi, se convertirán en soldados superiores e invencibles que nos darán la victoria en la Gran Guerra Interna. Además de la innovación tecnológica que otros ingenieros han estado aportando a nuestro bando en estos últimos años, es aquí donde entran ustedes. Con tanques de guerra, misiles y demás armas clásicas solo seguiríamos girando en el círculo vicioso, el mismo en el que hemos girado durante más de diez años, sin sentido. Fue entonces que el Gran Jefe de Estado entendió que el secreto no está en las armas sino en las personas que las usan. Por más que uno cuente con armamento moderno y especializado, si los soldados siguen siendo los mismos seres humanos de siempre, unos simples mortales, no se llegaría nunca a nada ¿Qué mejor que cambiar eso? ¡Crear un ser nuevo y absolutamente superior a nuestra raza! Seguirían siendo biológicamente seres humanos y lucirán como personas comunes y corrientes pero contarían con un intelecto cien mil veces mayor que las supercomputadoras. Una fuerza y una resistencia física similares a mega máquinas o a ejércitos completos. Serían resistentes a todo tipo de heridas o enfermedades y tan ágiles como una gacela en la pradera o más. Un ser invencible, casi inmortal... Claro que estoy hablando de un ideal pero quiero que comprendan esto. ¡Solo mediante la innovación de nuestro recurso humano, lograremos acabar con esta contienda de una vez por todas! ¡La respuesta está en EL HOMBRE! Y piensen que no solo nos serviría para darle fin a esta guerra interminable, también sentaríamos las bases para una generación evolucionada y completamente mejorada de seres humanos. Las enfermedades degenerativas serían cosa del pasado, los millones de dólares invertidos en tratamientos y medicinas costosísimas para este tipo de males podrían ser invertidos en otras obras, ¡es simplemente perfecto!

Hizo una pausa, con aire satisfecho y observó la expresión de todos y cada uno de los presentes. Esta vez no estaban callados por cortesía o educación; el silencio que inundaba la sala ahora era frío, tan tenso que podría haberse cortado con el canto de la mano. Entre miradas nerviosas y expresiones de total desconcierto, los convocados esperaron a que algún valiente se atreviera a hacer comentarios sobre lo que acababan de escuchar. Nadie pensó que las ideas extremistas de Kyomasa Tsushira llegarían a tanto y, al verse comprometidos con semejante propuesta, tan descabellada como peligrosa, comprendieron que si alguno osaba siquiera mostrarse en contra, el precio lo pagarían todos. Nadie se atrevía jamás a cuestionar las formas de Tsushira.

Nanjiro, por su parte, no dejaba de farfullar para sus adentros: ¡Manipulación Genética! ¡Todo para crear un ejército de soldados invencibles! Una cosa era hacer el clon de una oveja o hacer que tu hijo naciera con pelo rubio, ¡pero alterar el desarrollo natural de un ser humano de esa forma era cosa de locos! ¿Y eso de la gestación acelerada? ¿Qué pretendían hacer? ¿Conectar mujeres embarazadas a una videocasetera? Si lo que querían era convertir a un hombre humano estándar en una especie de barricada inexpugnable y mortífera, debían reconfigurar su estructura completa, desde el esqueleto hasta su sistema nervioso, los procesos metabólicos, sus mecanismos cerebrales de razonamiento y elaboración de respuestas, su sistema inmunológico. ¡Todo desde cero! Si se intentaba hacer eso en una persona ya adulta, no habría esperanza. El resultado probablemente sería una abominación digna de una película de terror, o acabarían matando a quien se ofreciese como conejillo de indias. Él, que trabajaba todos los días con esas cosas, no quiso imaginar qué métodos emplearían para conseguir esos embriones, ni a qué procedimientos o torturas los someterían para transformarlos en los soldados que querían. Se le puso la piel de gallina; no podía concebir algo así. Se aferró fuertemente a sus apoyabrazos. Aquello era una locura, ofensiva y absurda sin mencionar que peligrosa… porque él, Nanjiro, ya había intentado hacer algo similar hacía no mucho… y los resultados habían sido catastróficos.

¡Que se pudrieran los demás si no estaban de acuerdo con él! De ninguna manera formaría parte de este circo.

—Si usted está hablando de mutación genética… —expresó sin ocultar la desaprobación en su tono de voz—. ¿No le parece que tendremos problemas respecto a las normas legales que regulan esa clase de experimentos? No es lo mismo experimentar con animales que con personas. ¿No tuvieron eso en cuenta usted y su Señor cuando se pusieron a maquinar toda esta locura? — hubiera sido mejor no ser tan frontal pero su naturaleza impulsiva lo dominó.

Con la respiración entrecortada, la audiencia pasó de mirarlo con sobresalto a esperar la reacción del señor Kagerö, quien giró sin parar los anillos que casi estrangulaban sus gruesos dedos, pensando qué contestar. Jamás esperó semejante atrevimiento pese a que su jefe le había advertido del temperamento de Minami. Finalmente, aunque con cierta aspereza en su tono de voz, respondió:

—Es cierto, sí, que esta clase de práctica está penada por la ley en muchas partes del mundo. Incluso en lugares como Estados Unidos donde el diseño de bebés no es algo infrecuente, la práctica está sumamente reglamentada. Pero como toda cuestión interna de Estado, está en nuestro derecho y es nuestro asunto hallar una solución a este conflicto y proceder de la manera que mejor nos parezca. Aún si se trata de pasarse un poco de la raya…

—Esto no es pasarse un poco de la raya ¡Es cometer una abominación! ¿Por qué alterar la vida de seres indefensos o el curso mismo de la naturaleza cuando se puede llegar a un acuerdo civilizado?

—Ningún diálogo civilizado ha surtido efecto en los últimos años, mi buen amigo —repuso el hombre con sequedad—. Como decía Nicholas Macchiavello: El fin justifica los medios. Solo eliminando aquellos individuos que degradan nuestra civilización, lograremos construir una sociedad superior y más sana. ¡Una raza superior!

—¡Con ese criterio millones de judíos fueron asesinados en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial! ¿No le parece ridículo tener que distorsionar el curso natural de las cosas para poder dominar a los rebeldes? ¡Si el mundo entero se guiara por esa ideología, cualquiera de nosotros podría ir a robar un banco o cometer delitos con la excusa de no poder obtener lo que deseamos de la manera que corresponde! El Jefe de Estado debería simbolizar unión y paz para sus ciudadanos, ser un emblema, un representante. Pero con su egoísmo y sed de dominación, solo aviva la desconfianza y el enojo en ellos. ¡Si ahora manda a que secuestremos embarazadas y convirtamos a sus hijos en monstruos para aplacar a sus enemigos, será el fin de nuestra tierra!

—¡Esto es un caso diferente! —espetó Kagerö dando un pisotón en el suelo, cansado ya de disimular su hastío—. ¡Este plan fue diseñado y armado con el objetivo de subsanar la falta de respeto que se ha acrecentado en nuestra gente, en especial por esos núcleos rebeldes que con sus ideas revolucionarais han puesto a miles de fieles ciudadanos en contra de nuestro mandatario!

—¡Un mandatario que engaña y roba a sus ciudadanos! ¡Que censura su libertad y sus derechos, que conduce a su país a un pozo sin fondo donde no conocen más que el miedo y la represión! ¡Que asesina a sus opositores! ¡Eso no es un invento sino la pura verdad!

—¡Una verdad a los ojos de quienes no reconocen el cambio y la evolución! ¿Quién quiere seguir adoptando el nombre de pacíficos trabajadores cuando pueden ser temidos y respetados por los demás países por su poder y superioridad? Tantos años de tranquilidad y neutralidad, ¿para qué? Mientras potencias como Estados Unidos, China, Inglaterra avanzan, nosotros permanecemos en la indiferencia. Y ahora, por culpa de esos rebeldes, el nombre de nuestro líder es burlado y menospreciado por nuestras competencias extranjeras. Un pueblo que no respeta a su guía es un pueblo perdido que merece ser exterminado.

—¿Así que destruirá a todos los habitantes de Japón para restituir su autoridad? —bramó Nanjiro, poniéndose de pie—. Le recuerdo que no hay un solo japonés con dos dedos de frente que no siga la ideología rebelde. ¡Si usted dice que todos los que están en contra del Estado deben morir, entonces más le valdría arrojar otra bomba atómica para volar el país en pedazos!

—¡YA BASTA! ¡NO VOY A TOLERAR SEMEJANTE FALTA DE RESPETO! —rugió el gordo, con la cara desencajada y enrojecida.

Todo el auditorio quedó en silencio. Ninguno de los concurrentes se atrevía a hablar. Si antes estaban nerviosos, ahora estaban aterrados. No sabían a quién temerle más: si al hombre de confianza de Kyomasa Tsushira, que ya no parecía el Papá Noel regordete y bonachón del comienzo de la reunión, o al valentón de Minami que había hablado por todos los presentes que rechazaban la idea de jugar con la existencia de seres inocentes. Las miradas iban de Nanjiro a Kagerö y de Kagerö a Nanjiro. Temieron que la discusión pasara a mayores.

—¡Si ha venido a insultar el buen nombre de nuestro líder y todo el trabajo que ha hecho por iniciar este proyecto, le pido que tome sus cosas y se retire inmediatamente!

—Pues no se moleste en echarme, señor. Me voy de aquí. ¡Renuncio a este proyecto de locos!

Tomó su abrigo y su maleta y caminó furiosamente escaleras arriba, rumbo a la salida.

—¡Le informo, mi amigo, que ya es muy tarde para que rescinda el contrato que ha firmado! —exclamó con desdén el empresario—. Con su aceptación y asistencia a esta conferencia, ha comprometido toda su persona al servicio del Estado y ya no puede echarse para atrás. ¡Si no le gusta el plan, es problema suyo! Y si así lo desea, puede abandonar el recinto pero le advierto que usted ya no es bien recibido ni por mí ni por el organismo estatal. ¡Tsushira-sama no admite cobardes como usted en su tierra!

—Prefiero ser cobarde que un Mengele —escupió Nanjiro desde la puerta—. Buenas tardes.


Minami. Libro I

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