Читать книгу Dibuja tu Fe - Danii Marín - Страница 8

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A pesar de que nací y me crie en la iglesia, recién a mis 30 años de edad me di cuenta de que tenía un problema… o al menos decidí aceptar que tenía un problema. Cada domingo, luego del devocional y las participaciones especiales, antes del llamado o de la presentación de un niño recién llegado a esta tierra, está el sermón. Definitivamente el sermón es una de las partes más importantes del servicio porque es el momento en el que nos toca aprender algo nuevo de Dios y descubrir hacia dónde quiere Él llevar nuestra vida. Sobra decir que prestar atención al predicador es parte imprescindible de la experiencia.

Allí estoy yo, sentado con los ojos clavados en el predicador, tratando de absorber cada palabra, su tono de voz, sus manierismos y el hecho de que esa corbata debió quedarse en la década de los 90, donde pertenece. El problema que he tenido que aceptar es que, aunque mis ojos están fijados en el predicador, mi mente está bien lejos de lo que él (o ella) está hablando y nada de lo que dice se está quedando en mi memoria. Ahora me veo diciendo amén y alzando la mano solo porque el resto de la congregación lo hizo primero, pero no hago más que llegar al estacionamiento y ya se me olvidó de qué estaban hablando… yo solo espero que haya sido sobre Dios y que de una manera u otra el desenlace termine conmigo llegando al Cielo.

Un día se me ocurrió una idea que ya a muchas personas en mi iglesia se les había ocurrido, pero yo me emocioné como si fuera el único en pensar en ella: iba a tomar notas.

Compré una libreta (porque para mí cualquier excusa es buena para comprar una libreta), y al domingo siguiente estaba apuntando lo que el pastor decía. La idea no me duró mucho tiempo porque, después de un rato, mi oído y mi brazo hicieron una conexión e ignoraron por completo compartirle la información a mi cerebro. Entonces, ni revisaba las notas, y cuando lo hacía, no me acordaba por qué había escrito lo que tenía escrito; y ni se diga de mi letra casi ilegible en aquel momento.

Cierto día, mientras navegaba por Instagram, vi en la cuenta de un dibujante estadounidense al que sigo, sus notas del sermón del domingo anterior. Esas notas no se parecían en absoluto a las mías. Estaban distribuidas por todo el espacio y adornadas por ilustraciones que me hacían consumir vorazmente las ideas. Y contrario a mis notas, las de él sí se podían leer. Yo decidí que quería aprender a hacer eso también, o sea, volver a aprender a escribir y a tomar notas visuales.

A mí siempre me ha gustado dibujar, por lo que escribir y leer las notas normales me resulta aburrido. Sin embargo, no fue hasta mis 30 años que decidí darle un uso práctico a mis dibujos, y tan pronto como el siguiente domingo, me iba a enterar por qué nunca antes se me había ocurrido dibujar durante el sermón.

Compré una libreta (porque, como mencioné, tengo un vicio bien grande con las libretas y los materiales de arte), y el domingo estaba dibujando y escribiendo entretanto el pastor hablaba. Mientras estaba concentrado en lo que estaba haciendo, sentía como unos puntos de calor concentrados en mi nuca y mi torso. Cuando levanté la mirada me di cuenta de que las personas que estaban a mi alrededor me estaban mirando mal. Yo he visto personas decir disparates horribles desde el altar, pero nunca nadie los miraba con el desprecio y el desdén con la que estas personas me estaban mirando a mí mientras yo hacía mis dibujitos.


No pude evitar remontarme a mi época de estudiante, cuando la maestra me regañaba porque estaba dibujando en lugar de prestar atención. Me sentí tan mal y tan extraño, pero ya había comenzado, tenía que terminar.

Cuando se acabó el servicio, fui donde mi pastor y le enseñé mi libreta. Yo no quería que él pensara que estaba distraído, así que le mostré lo que estaba haciendo antes de que alguien fuera donde él con la queja. Para mi sorpresa, el pastor dio una sonrisa de oreja a oreja y sacó su teléfono para tomarle una foto a lo que había hecho.

Sin embargo, lo más emocionante fue que a mitad de la semana todavía me acordaba de lo que había aprendido en la predicación del domingo anterior; todavía me acordaba de los siete puntos que ocurren cuando Jesús hace Su entrada triunfal en mi vida; aún recordaba la historia que el pastor usó para reforzar el cuarto punto y me acordaba lo suficiente como para poder ponerla en práctica en mi vida.

Así que continué dibujando en medio de la predicación. La gente me seguía mirando mal, pero yo estaba aprovechando lo que el pastor estaba compartiendo.

Un día, el pastor hizo una pausa y les dijo a todos lo que yo estaba haciendo con mis notas visuales y cómo él lo apoyaba. Luego proyectó mis notas del sermón anterior a modo de resumen y desde ese día nadie más volvió a mirarme mal. Al contrario, las personas comenzaron a mostrarme sus notas para que les diera mi aporte y dos años después estaba en un avión camino a Atlanta para capacitarme con una compañía que toma notas visuales para clientes como Delta, Google y la NBA.

Dibuja tu Fe

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