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YODA

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Una de las muchas frases míticas que nos ha legado el poderoso y entrañable maestro Yoda, el jedi más carismático de La guerra de las galaxias, resume en pocas palabras el punto de inicio de este libro: «Difícil de ver. Siempre en movimiento el futuro está». Nada permanece inmutable, todo cambia y no sabemos hacia dónde. Podemos intentar inferir qué cambios se producirán y qué dirección tomarán, pero la fiabilidad de las predicciones disminuye cuanto más alejados en el tiempo nos encontremos. Solo nos funcionarán a corto plazo, y siempre con un grado de incertidumbre importante. Si vemos que se acercan nubes de tormenta por el horizonte, lo más probable es que acabe lloviendo allá donde estemos, pero cuanto más lejos se encuentren, menos fiable será nuestra predicción. Hace tres mil quinientos millones de años, en el origen de la vida, es posible que ninguna de las bacterias primigenias imaginase que, miles de millones de años más tarde, la evolución azarosa, que también implica dinamismo, cambio e incertidumbre, haría que de sus descendientes surgieran animales complejos como nosotros. Tampoco los primeros mamíferos, del tamaño de un ratón y, en general, nocturnos para pasar desapercibidos entre los grandes dinosaurios, debían de imaginarse que algún día uno de sus herederos colonizaría todo el planeta y sería capaz de hacerse preguntas sobre su existencia, de analizarla desde el punto de vista científico y filosófico, de modificar el entorno por medio de la tecnología, de generar estructuras sociales y culturales enormemente complejas y de crear obras de arte y composiciones musicales magníficas. Los conceptos de dinamismo, cambio e incertidumbre han llenado muchas páginas en tratados de filosofía, de política, de economía y de sociología, y también son habituales en conversaciones de sobremesa. Así lo reflejan varias de las preguntas clásicas que todo el mundo se ha hecho en algún momento u otro, en especial durante la adolescencia, dado que es un período vital muy dinámico en el que los cambios profundos que se producen, que nos llevan de la infancia a la edad adulta, generan muchos momentos de incertidumbre, que a veces se viven con miedo y a veces con curiosidad: ¿dónde estamos? ¿Quiénes somos? ¿Qué futuro nos espera? ¿Qué será de nosotros?

Pero no hace falta que retrocedamos tanto en el tiempo ni tampoco que hablemos de otros seres vivos que sabemos a ciencia cierta que no tenían la capacidad de imaginar. Hemos utilizado esos ejemplos, el de las bacterias primigenias y el de los mamíferos originarios, como reclamo para llamar la atención. Los conflictos cognitivos, como el que puede surgir cuando asociamos las bacterias con la capacidad de imaginar a pesar de que todo el mundo sabe que no poseen dicha competencia, o por el simple hecho de explicar anécdotas, como que los primeros mamíferos eran nocturnos para pasar desapercibidos, hacen que se active una zona del cerebro denominada tálamo. El tálamo es el centro de la atención, y no solo eso, sino que además determina el umbral de la conciencia. Como veremos, la conciencia será uno de los ingredientes de este libro. Pero no adelantemos acontecimientos.

Dejemos la prehistoria y desplacémonos a tiempos mucho más recientes, por ejemplo, a la Navidad de 2019. Seguro que muy pocas personas podían imaginarse, mientras comíamos turrón rodeados de familiares y amigos, charlábamos y nos divertíamos, que a mediados de marzo comenzaríamos un período de confinamiento obligado de más de dos meses de duración y de varias semanas más de desconfinamiento gradual, siempre con la espada de Damocles de un rebrote. La covid-19 alteró nuestra vida a un nivel muy profundo, de modos que es posible que ni siquiera imaginemos todavía. Como veremos, la imaginación es una facultad cognitiva muy interesante de cara a la gestión del cambio. Pero a veces también puede jugarnos malas pasadas, según como la utilicemos, sobre todo cuando nos arrastra hacia temores innecesarios. Al comenzar el desconfinamiento gradual, por ejemplo, se constató que un porcentaje de la población había desarrollado el denominado «síndrome de la cabaña» (que, por cierto, no es un síndrome en el sentido médico de la palabra, aunque se le haya puesto ese nombre): consiste en un estado anímico, mental y emocional que puede surgir tras una reclusión forzosa y que genera miedo irracional, e incluso pánico y fobia, a volver a la situación anterior al confinamiento, y eso incluye aprensión a salir a la calle o a retomar las relaciones sociales, entre otras cosas. Puede afectar tanto a los adultos como a los niños, y se origina a partir de una sensación de temor excesivo ante los cambios y, de manera muy especial, ante las incertidumbres que conllevan. El miedo, como veremos, se encuentra en la base de muchas de nuestras actitudes e implica alteraciones, de las que muchas veces no somos conscientes, en la manera de percibir el mundo y de relacionarnos con él. Sin embargo, los cambios y las incertidumbres son una parte inextricable de nuestra vida.

El arte de persistir

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