Читать книгу Mi Marqués Eternamente - Dawn Brower - Страница 7
Prólogo
ОглавлениеInglaterra 1795
Campanas de boda resonaron por la campiña, anunciando la inminente boda de lord Victor Simms, el segundo hijo del duque de Ashthrone y de lady Penelope Everly. No era el primer matrimonio de ninguno de los dos. El pequeño Ryan Simms estaba emocionado de tener finalmente una madre. Desde que podía recordarlo, solo habían sido su padre y él. Pronto, tendría una madre y también dos hermanas: Delilah y Mirabella. Delilah era dos años más grande que Ryan y tenía el cabello más negro que había visto en su vida. Mirabella era pelirroja y era un año más joven que él. Ryan había celebrado su cumpleaños número siete, un mes antes de la boda.
“¿Cómo estás, mi niño?”. Su padre se inclinó y revolvió su cabello. “¿Estás feliz?”.
“Sí, papá”, respondió. Quería decir a su padre que nunca había sido tan feliz, pero no sabía si podía hacerlo. Su padre parecía tener un estado de animo más ligero y no quiso recordarle momentos más tristes. Su trato siempre había sido gentil, pero había estado muy deprimido la mayor parte del tiempo. Incluso un niño de siete años reconocía la aflicción, y aunque nunca había conocido a su madre, Ryan seguía extrañándola todos los días. Lady Penelope no podría reemplazar ese hueco, pero podía cubrirlo parcialmente.
“Me alegro”, dijo su padre. “Se siente maravilloso tener alegría en nuestras vidas. Ahora corre a sentarte con la niñera. Sé un buen niño”.
Ryan hizo lo que su padre le dijo y corrió a sentarse con su niñera en su lugar en la iglesia. Delilah y Mirabella ya se encontraban allí. Se sentaron con su espalda recta y expresiones sombrías en sus rostros. ¿No estaban contentas de volver a ser parte de una familia completa? ¿Por qué se veían tan...infelices?
Lady Penelope caminó por el pasillo de la iglesia y se unió al padre de Ryan. El vicario dijo muchas cosas que Ryan no entendió por completo, pero en realidad no le importaba. Todo lo que importaba era que finalmente tendría una familia. Una que siempre estaría allí para él, que lo colmaría de amor, de atención y muchos abrazos. Realmente deseaba tener a alguien que lo abrazara más a menudo. Una vez había visto a una madre y a su hijo. La mujer había atraído al niño a sus brazos, lo abrazaba y besaba como si fuera lo más preciado para ella.
El vicario pidió a su padre que repitiera algunas palabras y después lo hizo lady Penelope. Ambos habían hecho lo que les había pedido. Al concluir, los declaró casados. Todos en la iglesia aplaudieron. Una sonrisa llenaba el rostro de Ryan, y él aplaudió junto con ellos.
“Es un niño tonto”, dijo Delilah, levantando su nariz al aire. “No puedo creer que tengamos que lidiar con él todos los días”
Mirabella asintió con la cabeza, pero Ryan creía ni siquiera haber entendido a Delilah. Las chicas eran un enigma, que no podía evitar preguntarse si alguna vez podría descubrir. Especialmente porque nunca antes había tenido que lidiar con ninguna de ellas. “¿Qué es ser tonto?”.
“Ni siquiera se da cuenta de lo que es un insulto”, se burló Delilah. “Supongo que eso podría hacer las cosas más interesantes”.
Ryan no lo creía, pero al momento no le importaba descifrar a qué se refería. Se encogió de hombros y tiró de la manga a la niñera. “¿Ya es hora de partir? Tengo sueño”. Tenía siete años y ya había hecho más de lo que solía hacer. Su padre no lo dejaba salir mucho de casa. Era como si al dejarlo de ver, temiera perderlo. La niñera lo mimaba por petición de su padre.
“Tan pronto como la feliz pareja parta, podemos seguirlos”.
Ryan asintió y esperó a que su padre y su nueva madre salieran de la iglesia. La niñera podía llevarlo a casa. Tal vez podía jugar con sus soldados de juguete en su habitación. Le gustaba más la paz y la tranquilidad. Últimamente había habido demasiado ruido en su casa. Todos tenían que venir para visitarlos, por la boda. Incluso tenía una nueva prima, lady Estella. Ella era una pequeña bebé y no podía jugar con él, pero a él le gustaba mirarla. La niñera ayudó a cuidarla mientras estaban de visita, así que él la veía a menudo.
Finalmente, su padre y lady Penelope se dirigieron hacia el pasillo. Al salir de la iglesia, todos se pusieron de pie para seguirlos. La niñera tomó su mano y se volvió hacia Delilah y Mirabella. “Vengan conmigo, chicas”.
“No tenemos por qué escucharte”, dijo Delilah con arrogancia.
“Sí, no la escuches”, repitió Mirabella.
La niñera dejó escapar un suspiro exasperado. “No tengo tiempo para un berrinche. Ustedes dos vengan conmigo ahora, o les retorceré las orejas”.
Delilah se levantó y volteó la cara desafiándola. “Voy a salir, pero no porque me lo hayas dicho. Quiero ir a casa y lo haré”. Mirabella corrió tras ella y salieron de la iglesia.
Ryan dio la mano a la niñera. “¿Conocen el camino?”.
“No lo sé tesoro”, dijo ella. “Mejor las seguimos. Esas dos me van a volver loca. Muy pronto echaremos de menos la tranquilidad y tendremos problemas para recordar cómo era”.
Él asintió con la cabeza a la niñera, a pesar de que no entendía. ¿Por qué no habría más tranquilidad? ¿No debía tenerla siempre en su habitación? Ese era su espacio seguro. Supuso que más tarde lo averiguaría. Este era un día feliz. Su padre se lo había dicho, y decidió creerlo así.
Inglaterra 1800
“Ryan”, gritó su madrastra. Su aguda voz atravesó sus tímpanos incluso con la distancia que los separaba. Aún no podía creer haberse emocionado por tener a esa mujer como madre. “Ven aquí ahora mismo, niño tonto”.
Miraba fijamente las paredes desnudas del ático donde ella lo obligaba a dormir. Su bonita habitación se la habían quitado para darla a Delilah. Bueno, no había sucedido al principio, pero cuando su padre murió, lady Penelope obtuvo el control completo sobre él. Debía estar preparándose para ir a Eton, pero seguía atrapado haciendo trabajo no remunerado para lady Penelope. Ella alegaba que no tenían los fondos para enviarlo a la escuela y dar a sus hijas la adecuada educación que se merecían. Por lo que había contratado tutores para todos ellos. Él recibió su educación por casualidad. Ella no hubiera permitido que se encontrara con el tutor si hubiera podido evitarlo; sin embargo, su abuelo, el duque de Ashthrone insistía en recibir sus reportes trimestralmente. Si no tenía noticias de lady Penelope, entonces no recibía los fondos.
Ryan bajó las escaleras corriendo y se dirigió a la sala de estar. Lady Penelope estaba sentada en el diván leyendo un libro. Sus dos hijas, Mirabella y Delilah estaban en sillas frente a ella. Delilah hacía labor de costura y Mirabella pintaba acuarelas sobre un lienzo.
“Ya es hora”, rió lady Penelope. “Necesito que prendas la chimenea. Está haciendo frío en el salón.
Su madrastra había despedido a casi todos los empleados. Esta era otra forma de ser frugal y gastar el dinero en sus hijas y en ella misma; eran egoístas. El único personal que mantuvo fue un cocinero y un conductor. Ryan no podía ser conducido en un carruaje. Eso haría que lo llevaran con su abuelo y ella tendría mucho qué explicar. En tanto a cocinar, lady Penelope había intentado que él lo hiciera. Se dio por vencida cuando se dio cuenta de que lo hacía muy mal. Nunca había estado tan agradecido de ser tan terrible en algo. Prácticamente, desde hacía unos años, Ryan había sido el esclavo de su madrastra, desde la muerte de su padre. Él no podía esperar a recibir su herencia, por pequeña que fuera y hacer que lady Penelope saliera de su casa. Seguramente tenía parientes con los que podría irse a vivir. Nunca le había caído mal nadie, tanto como su madrastra y sus dos hermanastras.
“De inmediato”, contestó Ryan.
Se puso a trabajar para encender la chimenea. Las llamas lamieron la madera y el calor se extendió en el lugar. Ryan se puso de pie y se sacudió la mano sobre sus pantalones, dejando un rastro de cenizas y hollín a su paso.
“Ve y lávate. Tienes un aspecto vergonzoso”.
Ryan apretó la mandíbula y asintió hacia su madrastra. No confiaba en lo que podía decir. Un fuerte estallido resonó en el pasillo, seguido de un grito. “¿Dónde están todos en esta maldita casa?”.
Lady Penelope se puso de pie de un salto para salir de prisa del salón, pero no alcanzó a dar dos pasos antes de que el dueño del grito entrara. “Ahí están todos”. Miró a Ryan y frunció el ceño. “¿Qué tienes encima?”.
Era el mismo duque de Ashthrone, el abuelo de Ryan que finalmente había venido para ver cómo estaba.
No había estado en la casa desde la muerte de su padre. Honestamente no comprendía por qué el duque lo había dejado con su madrastra. En el momento, lo había agradecido. Su abuelo era un hombre amable, y había creído que su madrastra era lo mejor de las dos opciones. Pensaba que tenía que quedarse allí hasta que partiera hacia Eton. Pero eso no ocurrió.
“Hola, abuelo”, lo saludó Ryan. “Estaba encendiendo la chimenea para las damas”. No dijo que lady Penelope lo había obligado a hacerlo. Eso le hubiera costado varios azotes con su látigo favorito. Su madre tenía un lado malvado que rivalizaba con cualquier entidad malévola. Por su vida, Ryan no comprendía lo que su padre había visto en esa mujer. Sus dos hijas se estaban convirtiendo rápidamente en versiones en miniatura de ella.
“Para eso están los sirvientes, muchacho”. Miró alrededor de la habitación. “Ve a buscar uno. Necesitamos ayuda para lo que tengo en mente”.
Ryan miró a su madrastra para recibir indicación. No sabía a quién debía llamar, ¿al conductor? No tenían ni doncellas, ni lacayos. Tenían a Ryan para hacer todo eso. No estaba seguro de cómo reaccionaría su abuelo ante la noticia de que su nieto hacía todo el trabajo sucio en casa. El duque siempre había menospreciado a los de niveles inferiores. ¿Cambiaría la forma como su abuelo lo percibiera? Esperaba que no. Por que de lo contrario, eso no podría ser una buena señal para su futuro.
“¿Eso es necesario?”, preguntó lady Penelope. “La chimenea ya está encendida. Ryan es un buen chico que nos cuida y él puede ayudarlo con lo que sea que usted necesite”.
Apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Su madrastra era buena...parecía tan dulce e inocente. Ryan la conocía mejor; nada puro ni honesto vivía dentro de esa mujer.
“Supongo”, estuvo de acuerdo el duque. “No me quedaré mucho tiempo. He venido a buscar al niño”.
“¿Oh?” Lady Penelope contestó con una inclinación de cabeza. “Pensé que confiaba en mí para cuidar de él”. Más bien, no quería perder a su sirviente...
El duque la miró fijamente. Esa mirada parecía decir: ¿cómo se atreve a cuestionar mis acciones? Ryan quería perfeccionar una mirada como esa. Había hecho que su madrastra cerrara la boca más rápido que cualquier otra cosa que hubiera presenciado.
“Mi nieto necesita aprender su adecuado lugar en el mundo. Eso no ocurrirá aquí. Parece que mi otro hijo, el marqués de Cinderbury, solo tendrá una hija. Su esposa es incapaz de tener más hijos, lo que hace de este chico mi heredero. Algún día será duque y tiene que entender esa responsabilidad”.
“Ya veo”, dijo lady Penelope. “¿Debe partir hoy mismo?”.
“Sí”, dijo el duque con firmeza. Volteó hacia Ryan. “Tienes diez minutos para empacar”.
Ryan no necesitaba que se lo repitieran. Prácticamente salió disparado del salón y subió al ático. No había mucho que quisiera llevar con él. Tenía un pequeño baúl en su habitación que contenía todas sus pertenencias. Su madrastra no creía que necesitara realmente un armario. Así que todo lo que hizo fue agarrar su baúl y arrastrarlo por las escaleras. Ni siquiera se detuvo a asegurarse de que todo estuviera dentro. No importaba si dejaba algo atrás.
Su abuelo lo esperaba en el vestíbulo. De cierta forma, el duque se había convertido para él, en un viejo hado padrino cascarrabias. De manera extraña, esa descripción le quedaba bastante bien. Aunque podía no ser tan viejo como Ryan creía, él tenía doce años y todos los mayores a él parecían viejos.
“Eso fue mucho más rápido de lo que esperaba”, declaró su abuelo. “Tal vez no seas una causa perdida, después de todo. La última vez que te vi eras un niño chillón”.
Si el duque se hubiera molestado en estar al pendiente de él, se hubiera dado cuenta de que Ryan había tenido que crecer mucho más rápido que cualquier otro niño. Primero, él había perdido a su madre antes de darse cuenta de lo que eso significaba, y a su padre, varios años después. Su corazón se había endurecido y dudaba que alguna vez pudiera volver a sentir algo. Las emociones le causaban dolor y no las sentía. Su abuelo ahora podía ser su benefactor, pero estaba lejos de ser bondadoso.
“No necesito mucho”, le dijo a su abuelo. “Estoy listo cuando lo digas”.
Asintió hacia Ryan y se dirigieron al carruaje. Ninguno se detuvo a decir adiós a lady Penelope ni a sus hijas. Ryan, porque las odiaba y el duque, probablemente porque no lo había pensado. De alguna manera, él se parecía a ellas. Tenía expectativas y se aseguraría de que Ryan las cumpliera, pero al menos su abuelo lo prepararía para su futuro. Su madrastra había querido tenerlo como esclavo. Era una compensación que él, más que voluntarioso, tomaría. Algunas cosas valían la pena el riesgo. No es que su abuelo le diera muchas opciones. Tenía que volver a su propiedad y aprender todo sobre ser duque. Esperaba no convertirse en un viejo irritable como él.
El carruaje se sacudía por el camino. La pequeña casa que alguna vez significó algo para él, se hacía cada vez más pequeña a medida que el carruaje recorría el camino. En un momento, creyó que podía ser un verdadero hogar para él, con una familia que lo amara. Algunas cosas no estaban destinadas a ser, y él nunca tendría una madre cariñosa en su vida. Al menos Penelope ya no tendría el control sobre él. Era su pasado y nunca más quería volver a verla, ni a ella, ni a sus hermanastras.
Su madrastra podía quedarse con su hogar de la infancia. Prefería mantener la distancia entre ellas y olvidar que existían. Su abuelo lo transformaría en un hombre capaz de tener control completo en su vida. Ryan intentó encontrar una parte de su alma que permaneciera feliz y pura, pero Penelope se la había quitado después de la muerte de su padre. Ahora todo lo que podía hacer era seguir adelante y tratar de ser una mejor persona que cualquiera. Juró que ninguna mujer volvería a tener poder sobre él...