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CAPÍTULO DOS

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Ryan Simms, marqués de Cinderbury, miraba el castillo de Manchester desde lo alto de su caballo, Octavius. El semental resopló, después relinchó sacudiendo su melena. El viaje desde Londres había tardado más de lo que había previsto. La principal razón era porque no quería sobreexceder a su animal, y se negaba a dejarlo al cuidado de nadie más. Eso significaba detenerse a menudo para dejar que Octavius descansara. Era bueno que finalmente hubieran llegado para poder enterarse cómo se encontraba su prima. Se sentía responsable de su bienestar y había esperado intervenir antes. Su padrastro era un hombre malvado. Le recordaba a su madrastra, pero ni siquiera había sido tan cruel como el duque de Wolfton.

Su abuelo se había negado a intervenir. El duque de Ashthrone había pensado que Estella estaría mejor al cuidado de su padrastro. Ryan no estaba seguro de que esa fuera la mentalidad de un club de duques o que su abuelo reconociera que se trataba de igual a igual respecto al duque de Wolfton. De cualquier manera, no podía apelar a la buena voluntad de su abuelo porque el maldito bastardo no la tenía. Pero, había salvado a Ryan de las garras de su madrastra; sin embargo, no había sido debido a la bondad de su corazón. Ashthrone se había dado cuenta de que Ryan sería su heredero y había querido asegurarse de que no solo sobreviviera, sino que fuera entrenado adecuadamente por él.

Cada segundo que había pasado en la propiedad del duque había sido de pura miseria. Debía haber endurecido el corazón de Ryan aún más. Sin embargo, le había dado un propósito. Una esperanza cuando no había nada, y cuando finalmente había llegado a su mayoría de edad, se marchó. Tomando lo poco que quedaba de su herencia, que lady Penelope no podía tocar, lo invirtió. Apenas tenía dieciocho veranos cuando había tomado el riesgo y no se había arrepentido.

Su madrastra tuvo acceso al patrimonio del fondo para mantenerlo en funcionamiento, pero no lo hizo así. Su abuelo contrató a un administrador de bienes y ese pobre hombre trató con lady Penelope. Él no había verificado esa parte de su herencia hasta que alcanzó la mayoría de edad. Mientras su madrastra siguiera viva, no se acercaría al lugar o a ella. Smithers, el administrador de la finca, le entregaba reportes trimestrales e incluso apenas los revisaba. Su estómago se hacía un nudo cada vez que pensaba en algo que tuviera que ver con su antigua casa.

Para cuando había heredado el título de marqués de Cinderbury, había amasado una fortuna en la industria naviera y buscaba dónde invertir más. Había intentado luchar por la tutela de su prima, Estella, pero había fallado. Sin el respaldo adecuado, no había tenido ninguna oportunidad y el duque de Wolfton tenía más poder que él en ese momento. Para entonces ya tenía veintiún años y Estella no era más que una joven de quince años. Siete años más tarde, tenía dinero, prestigio y más poder que incluso su abuelo.

Nadie se entrometería en su camino, aunque eso no significaba nada ahora que su prima lo necesitaba. Ella había encontrado una forma de salir, por ella misma, de ese infierno y también de encontrar el amor. Él le debía a ella al menos una visita y ofrecerle su ayuda en caso de necesitarla en el futuro.

“Bueno, Octavius, creo que es momento de enfrentar a Estella. Espero que no me odie por haber fracasado en protegerla”.

Hizo un movimiento al caballo para medio galopar y aproximarse al castillo. Al llegar a la entrada, redujo la velocidad y después se detuvo. Dio unos golpecitos en la cabeza de Octavius y después bajó de él. La puerta se abrió y un caballero de edad adulta salió. “¿Puedo ayudarlo?”, preguntó.

“Estoy aquí para ver a lady Warwick”, contestó Ryan. Levantó las riendas de Octavius para que el hombre las tomara. “Necesitaré que mi caballo sea llevado al establo”. Casi rió por la expresión de desconcierto que cruzó por la cara del anciano. ¿No recibían muchos visitantes en el castillo de Manchester? No parecía particularmente cordial...

“Enviaré a un lacayo para que lo lleve por usted”, finalmente respondió. “Permítame un momento”.

Entró al castillo y cerró la puerta. Ryan sacudió su cabeza desconcertado por sus acciones. Al menos no planeaba quedarse mucho tiempo en el castillo. No más de una noche, dos a lo sumo y partiría hacia su propia finca. Tenía cosas por hacer allá y no podía permitirse quedarse más tiempo. Después de varios momentos, la puerta se volvió a abrir, pero no era el viejo que salía de nuevo. Era una mujer con mechones de medianoche, pómulos altos, labios exuberantes rosados y la cara más hermosa que jamás había visto. No sabía quién era, pero quería averiguarlo.

Ella se detuvo, se sorprendió al verlo, pero se recuperó de inmediato. “¿Es normal que en este castillo se espere afuera con un caballo?”.

“No lo sabría”, respondió él. ¿Dónde estaba el viejo? “Esta es mi primera visita al castillo”. Y esperaba que fuera la última...no tendría ninguna otra razón para visitarlo de nuevo.

La dama sonrió y casi le quita el aliento. Parpadeó varias veces y recuperó el control de sus sentidos. Lo último que quería era ser visto como un tonto debido a la belleza de la mujer. Su padre lo había hecho y se había casado con lady Penelope. No se podía confiar en la belleza. Ella dio unos pasos hacia adelante y se detuvo ante Octavius. “Es un hermoso caballo”. La dama empezó a acariciar el cuello de Octavius casi tiernamente, y Ryan se sintió casi celoso de su propio caballo. Había algo muy mal con él.

“Está disfrutando descaradamente su atención”. Ryan miraba la mano de ella mientras acariciaba al caballo. “Si usted sigue haciéndolo, lo echará a perder”.

“No le presta demasiada atención si tan solo con mis escasos esfuerzos llega a estarlo”. Su voz casi era melódica y encantadora. Levantó la vista y sonrió de nuevo. Era como un puñetazo al corazón y él levantó la mano para frotar su dolor. “Tal vez debería acariciarlo más seguido”.

“Lo tomaré en cuenta”.

La puerta se abrió, sacudiéndolo de sus pensamientos. Esto servía como un recordatorio de que nunca quería volver a estar apegado a una mujer. Solo había una mujer que le importaba, y era su prima Estella. Un hombre diferente al que había visto primero se acercó a ellos. “Hola, mi ‘lord’”, lo saludó. “Mi ‘lady’”.

“¿Está usted aquí para llevar mi caballo al establo?”.

“Así es, lord Cinderbury”, contestó él. “Su prima está adentro esperándolo. Me ha pedido que le diga que la encuentra en la sala de estar”.

¿Se suponía que debía deambular por un castillo y esperar que solo encontrara el salón? Nadie lo llevaría hasta allí. El personal era ridículamente grosero e inexperto. Nunca había visto nada como ellos y no estaba seguro de cómo sentirse al respecto. El hombre tomó su caballo y empezó a dirigirse hacia lo que Ryan pensaba era el camino hacia el establo. Frunció el ceño mientras miraba al hombre dirigir a su caballo. Octavius estaría bien, pero todo había sido tan extraño desde su llegada.

“¿Se dirigió a usted como lord Cinderbury?”, la mujer preguntó. Él se volvió hacia ella y respondió: “así es, soy yo”.

“Ya veo”. Ella mordisqueó su labio inferior. Los ojos de él inmediatamente fueron atraídos por esa acción. Estaba desarrollando un serio problema con respecto a la dama. Ryan había estado dolorosamente consciente de ella desde el momento en que había salido del castillo, pero esperaba que ella se marchara y que la sensible impresión que había tenido fuera solo una mera ilusión.

“Así que usted es, ¿el primo de Estella? Yo soy lady Annalise Palmer, su hermanastra”.

Ay...sabía que no podía confiar en ella. Un hermoso rostro escondía también un engaño. Ella estaba relacionada con el tirano que había abusado de Estella. Los músculos de su mandíbula se contrajeron mientras luchaba por el control. Ryan no quería creer lo peor en ella, sin embargo, tampoco podía confiar plenamente en ella.

“¡Ah! Y, ¿por qué se encuentra aquí? ¿Su padre no desaprobaría que pasara algún tiempo en compañía de Estella? ¿No dañaría eso su impecable reputación?”. Él nunca había tenido oportunidad de conocer al hombre con el que su tía había elegido casarse. La única información que tenía sobre el duque o su familia, era sobre su reputación y nada de eso había sido bueno.

Ella retrocedió como si la hubiera abofeteado. Las palabras podían ser armas y Ryan había aprendido esa lección bastante bien cuando era niño. Su madrastra le había lanzado arpones, no pocas veces. Había crecido acostumbrado a ello, cuando un niño no debía estarlo. Algunos días odiaba a su padre por haber estado ciego debido a la belleza de lady Penelope y dejarlo solo a su cuidado. En el fondo, sabía que su padre no había querido morir, pero la pena y el dolor no eran razonables. No lo culpaba por completo, sin embargo, una pequeña parte de él siempre lo haría. Las decisiones de su padre habían dejado a Ryan en el infierno. Debido a eso, tenía dificultad en perdonarlo.

“Mi padre comete errores, y sí, estoy consciente de que son muchos, pero sigue siendo mi padre”.

“Y lo ama”, terminó la frase por ella. Ryan no se sentía tan delirante acerca de su propia familia. Había uno de ellos que merecía su devoción. “O ¿algo como eso?”.

“No iría tan lejos”, contestó ella, sorprendiéndolo. “Pero ha habido momentos en que lo he tolerado”.

Ryan no pudo contener la carcajada. Empezaba a gustarle lady Annalise y eso no podía ser una buena señal. Tenía que haber algo malo en ella. La belleza y la inteligencia eran una mezcla rara de encontrar. Mientras no tuviera un corazón cruel, él podría considerar agradable pasar tiempo en su compañía. “Nunca se han dicho palabras más certeras”. Sonrió él. “Y entiendo el sentimiento. A menudo me siento igual respecto a mi abuelo”.

Ella frunció el ceño. “Yo conocí a su abuelo y tengo que estar de acuerdo. Comparte ciertos rasgos parecidos con mi padre. ¿Cree usted que sea algo que tenga que ver con los duques?”.

“Espero que no”, respondió él. “De lo contrario, odiaría ver en qué me convertiré cuando herede el título. Ese viejo bastardo despreciable repudió a Estella. Ni siquiera creo que alguna vez la haya conocido, y sé que apenas la mencionaba. La única vez que recuerdo que lo hizo fue en una conversación donde reprendía a su padre por no haber tenido un heredero. No creo que le haya gustado mucho la idea de hacerme el próximo en la línea para heredar”.

A Ryan no le interesaba el título. No deseaba ser un gran duque y ser uno de los gobernantes con los dictados de la sociedad. Había cosas mucho mejores que podía hacer con su tiempo. Le gustaba trabajar y generar dinero. El poder podía ganarse de diferentes maneras, y él lo había hecho con los años. Si su abuelo viviera hasta los cien años, estaría bien con eso. El viejo bastardo podía conservar su título. Ryan estaría feliz administrando su negocio y encontrando otras formas en las que invertir su tiempo.

“Algunos hombres son así”. Ella hizo un gesto hacia la puerta. “Supongo que está aquí para ver a Estella. ¿Desea que le muestre dónde está el salón?”.

“Por favor”, contestó él. “¿Todos los sirvientes son como ese?”. No había mencionado al viejo que primero los saludó. “Me resulta extraño que dejen que los huéspedes se las arreglen solos”.

“Es más relajado en Manchester”, coincidió Annalise. “Este es mi segundo día aquí y ha sido bastante reconfortante. Podrían parecer incompetentes, pero en cambio son eficientes y eso es lo que importa”.

Él no había visto eso. Tal vez si pasara cierta cantidad de tiempo en el castillo apreciaría lo que los sirvientes hacen. Se encontró preguntando: “¿Cuánto tiempo pasará en su visita a Estella?”.

“No mucho”, contestó ella mientras caminaban hacia la puerta. Él la abrió y le hizo un gesto para que pasara delante de él. Así lo hizo lady Annalise y él la siguió. Se volteó hacia él. “Mi padre no tiene mucha paciencia. Tengo suerte de que me haya permitido una corta visita”.

“Debe ser difícil vivir con un hombre tan duro y que tiene reglas estrictas”.

“Uno se acostumbra”. No lo miraba y mantenía su mirada al frente. “El castillo es grande, pero no es difícil recorrerlo. Estella y Hannah, lady Manchester, pueden encontrarse en la sala de estar a esta hora del día. Aunque puede ser difícil decir que estarán haciendo allí”.

“¿Perdón?”.

“No se sorprenda si descubre que participan en actividades poco femeninas”. Su tono tenía un poco de humor. “No son mujeres normales”.

Caminaron por un largo pasillo y luego ella lo condujo hacia un salón. Un gran salón que para nada parecía una sala de estar...Ryan no había estado mucho tiempo en el castillo de Manchester, pero había llegado a un par de conclusiones: el castillo y sus ocupantes constantemente lo sorprendían, y su prima podía cuidarse ella misma, era demasiado peligrosa con un florete.

Mi Marqués Eternamente

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