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Agradecimientos

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Como toda investigación de largo aliento, la presente conlleva una larga lista de personas y de instituciones que son merecedoras de mi gratitud porque, directa o indirectamente, han alentado un estudio de características tan diversas. En primer lugar, agradezco al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el organismo en el que me desempeño como investigadores de carrera desde hace veinticinco años y que ha financiado con fondos públicos la continuidad de mis proyectos. A la Universidad Nacional de Luján, por ser mi sede de trabajo y donde dicto clases. Al Dr. Fernando Devoto, por haber orientado todo mi proceso de formación desde el comienzo, dirigiéndome en mis cinco años como becario de Conicet, una institución con la que me liga por lo tanto una larga relación de treinta años, aun antes, y que también me ha guiado en la madurez, impulsándome con su aliento, sus agudas observaciones y certeras críticas para que no me desviara del camino correcto. Un recuerdo para Gianfausto Rosoli a quien, si me permite Fernando, no puedo dejar de pensar, entre tantos que influyeron en mí, como mi segundo maestro, y que me instigara a transitar hace ya demasiados años el sendero de la biografía que nos atrevemos a desandar ahora.

Al Prof. Carlos Peñalba, hoy director del Museo y Archivo de la Colonia Nacional de Alienados, quien con encomiable empeño y en abierto desafío de desvaríos curriculares de las autoridades superiores por entonces en funciones que condenaban a la desaparición de la Historia como materia, inició la ímproba tarea de rescate, al principio con sus alumnos de secundaria, de los relictos materiales y cuantiosos corpus documentales del hoy Hospital Interzonal Especializado Neuropsiquiátrico Colonia Dr. Domingo Cabred. Una labor que no se detiene y ha dado por resultado un inigualable repositorio, sin el cual la reconstrucción a la que procuro dar vida a continuación sería tarea imposible. Es una historia digna de ser conocida y que he tenido el honor de rescatar en algunos artículos publicados en revistas científicas y a los cuales remito a quien esté interesado. Al Dr. Guillermo Tinghitella y a la Dra. Mariela Ceva, maravillosos profesionales cada uno en lo suyo, pero además insuperables e incondicionales amigos. Simplemente, gracias por ser como son y estar siempre presentes, a cada instante, aun en los delicados momentos que hoy vivo. Al Dr. Alejandro Fernández y a la Dra. Nadia de Cristóforis, quienes me han abierto espacios y foros para discutir críticamente algunas de mis ideas y constataciones. Al Dr. José Carlos Escudero, quien dio el impulso inicial de esta pesquisa. A Nicolás Grande, quien siempre me acercó, con inteligencia y generosidad, información que me fue de gran utilidad para enriquecer el trabajo. A Agustín Galimberti, por ser mi mano derecha en la Universidad. A Florencia Bernhart, Ana María Candelarisi y Silvia Balzano quienes, en diferentes oportunidades y desde diferentes ópticas, me ofrecieron términos de referencia y cotejo. A Fabián Flores, quien desde otro problema me ofreció sugerencias de utilidad inesperada.

Seguramente olvido a muchos. Pero, mencionados o no, de ellos son las virtudes, y míos los errores que se puedan encontrar en el texto. Por último y por sobre todos, agradezco a mi madre, María Esther Malvasso, a quien debo mi vida, parte de mi carrera, sobre todo europea, y que hoy por hoy es mi razón de vivir sin contrapesos. Ahora, con 93 años, paradojas del destino, le toca padecer un problema de salud mental. Pero que nadie se atreva a mirarla de soslayo pues su enfermedad no le resta humanidad, ni la racionalidad que es más que suficiente, y que a menudo remite a tiempos más felices, y mucho menos la privan de manifestar esos sentimientos buenos y puros que a cada rato le brotan a flor de piel, a diferencia de esta época ingrata de seres grises e individualistas, donde la empatía para con la gente, con los otros, directamente ha desaparecido. Yo viviré y moriré con ella. Pero recuerden que, si por asomo creen que a lo largo de mi obra algo he aportado a la historia argentina, que algo de valor he escrito, eso se debe a la modélica labor de Dedier Francisco “Pocho” Marquiegui, mi padre, mi ejemplo en la vida, mi guía, aún hoy después de hace tantos años que no se encuentra entre nosotros, y que enraíza sobre todo en el silencioso apoyo que le dio, y en el protagonismo que en su ausencia luego debió asumir ella, llegando para hacerlo hasta lugares impensados como destinos pero a los que fue sin dudar para empujar, y la continúa impulsando María Esther Malvasso de Marquiegui. Para todos y por siempre “Nena”.

Domingo Cabred, una biografía

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