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CONFESIONES DE DORISH DAM

Tiene que ser un espíritu artista, con alma de ángel y cerebro de Salomón, para que pueda comprender justamente mi existencia nómada, compleja y fatal.

Era una perla lujosamente guardada dentro de un estuche de finísimo cristal. Estuche tentador que fue violado por una mano vampiresa robándose la perla para lucirla insolentemente en el capricho de fiestas de cínico placer.

Cuando era muy niña perdí a mis padres. Mi padre fue Lord Dam y mi madre Lady Wast, ambos nacidos en Londres y poseedores de una gran fortuna. Viajeros incansables, que por azar del destino llegaron a Lima y me engendraron a mí. A los pocos años, ávidos por la insaciable sed de la inquietud de viajar, me entregaron al cuidado de una nodriza francesa. Yo entonces tenía seis años. Hasta ahora no he podido comprender por qué tan tierna me dieron al cuidado de una nodriza y una tía que no tendrían mayor interés por mí que mis padres. No sé si por falta de amor, si por el temor de que siendo tan tierna los distintos climas me causaran la muerte, por un brutal exotismo tan propio de la raza inglesa o por un misterio que no he alcanzado a descifrar. Lo único que sé es que aquello fue inhumano, aunque en la belleza e insolencia del siglo XX haya seres que aprueben tales actos. Aunque a la luz y al cinismo del siglo, haya quienes glorifiquen el error y coronen la audacia del malévolo.

Sí, entregada a una nodriza francesa y a una tía inocente, puesto que le faltaba carácter y carecía de voluntad.

A los ocho años se me puso en el Colegio del Sagrado Corazón con todo el lujo consiguiente de millonaria e hija de un lord. Allí no se me decía nada, se hacía todo a mi capricho. Claro está, cómo me iban a decir algo si todos los fines de mes, las «buenas madrecitas» recibían una gran renta. Qué educación la que se me daban: la mayoría del tiempo era empleado en rezos, novenas, confesiones y comuniones y algunos cuartos de hora en francés, bordados y música, y el resto en recreo. ¿Y la instrucción sólida, la instrucción y cultura para afrontar la vida? Aquello era un mito. Querer saber del mal del mundo para no caer tan fácilmente en él era pecatus; ser liberal y franca en todos los actos era pecatus; no ensalzar ridículamente a los representantes de Cristo era pecatus; y, en fin, a todo ser de clara inteligencia que presentaba las cosas desnudas sin el cínico manto de la hipocresía era llamado anormal. Horrenda barbaridad, como si la religión cristiana fuera una pantalla que cubre la luz. Perdonen las «madrecitas» que diga la verdad. La verdad es amarga, pero hay necesidad a veces de decirla para regenerarnos. Pues bien, allí, en ese colegio de donde en lugar de salir bañada de modestia se sale bañada de vanidad y de soberbia, estuve ocho años y salí a la edad de dieciséis para habitar en la casa de la tía donde mis padres me dejaron confiada. Yo era una mujercita que me mandaba sola y que estaba acostumbrada a que nadie me hiciera una observación. Mis padres, al poco tiempo de irse de mi lado, murieron. Murieron yo no sé si por castigo, de peste negra, allá por Bombay. Y digo castigo por haberme dejado tan tierna como si fuera cualquier cosa, vedándome del calor y del cariño paternal. No sé si pueda llamarlos malditos o perdonarlos y rogar porque estén en el Paraíso.

Mi vida, pues, desde tierna, fue como un barco sin timón a merced del oleaje del mar. Barco que tuvo un malvado timonel que por recrearse le echó a pique. Este timonel fue la Baronesa de Solimán con quien entré al mar de las tentaciones...

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