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Búhos de la antigüedad
Las antiguas civilizaciones de Oriente Medio y el sur de Europa nos proporcionan algunos búhos memorables.
Babilonia
Cerca de cuatro mil años atrás en Babilonia (hoy sur de Irak), un artista dio forma a un extraño relieve en una placa de arcilla en el centro de la cual aparece una temible diosa desnuda de forma humana, pero con las alas y las garras de un búho. Para indicar su poder, es representada pisoteando a dos escuálidos leones. Está flanqueada por un par de grandes búhos, rígidamente erguidos y mirando hacia el frente, dando la impresión de que son sus guardianes o familiares.
Esta obra de arte única, alguna vez considerada una falsificación pero que más tarde se verificó como genuina, nos muestra a una diosa de nombre desconocido, pero que ha sido diversamente identificada con la babilonia Ishtar, la babilonia Lileth, la cananita Anat, la sumeria Inanna o quizá Ereshkigal, la hermana de Inanna y Reina del Inframundo. A causa de esta confusión erudita, su nuevo dueño, el Museo Británico, se refiere a ella simplemente como Reina de la Noche. Quienquiera que ella sea, aparece como la primera de las muchas formas de la Diosa Búho. En esta fase parece ser una criatura rapaz completamente agresiva, cuyas enormes garras podrían someter a casi cualquier enemigo, pero en encarnaciones posteriores, como la griega Atenea, su naturaleza belicosa, aunque todavía presente, es refrenada por la adquisición de sabiduría.
Egipto
Si bien es posible encontrar algunos ejemplos exquisitos de búhos pintados o tallados en relieve sobre las paredes de tumbas y edificios del antiguo Egipto, sorprendentemente no hay un dios búho egipcio, o siquiera un nombre para el búho en la antigua lengua egipcia. En la escritura jeroglífica, el glifo del búho sólo tiene la función de procurar el sonido o la letra m. Hay dos características interesantes de este glifo. Todas las otras aves y, de hecho, todas otras formas de vida animal se muestran de perfil cuando aparecen como jeroglíficos. Esta es una tradición rígida que sólo se abandona con el búho, cuyo cuerpo es mostrado de perfil, pero cuya cabeza aparece girada a noventa grados a fin de enfrentar al espectador de manera frontal. Presumiblemente era esta la única forma en que el autor del jeroglífico podía dejar absolutamente en claro que se estaba representando un búho antes que alguna otra clase de ave de presa. La segunda característica furiosa de los glifos de búhos es que a veces las aves se muestran con sus patas rotas, como si se tratara de un intento de imposibilitar la vuelta a la vida de las aves y lanzarse al ataque.
Lechuza común (Tyto alba)
Si bien el búho no jugó en la religión egipcia el papel prominente que vemos asignado al halcón, el ibis o el buitre, sí sabemos que era lo bastante respetado para que se le concediera el honor de ser ocasionalmente momificado. Varias especies distintas han sido identificadas en restos momificados, incluyendo a la lechuza común (Tyto alba).
Se ha sugerido que el búho pudo haber estado asociado de alguna extraña manera con el alma humana. Los egipcios consideraban que el alma tenía siete partes. Estaba el ka, asociado a la fuerza vital, creativa, dadora de energía. Después de la muerte, el ka residía en la tumba, donde requería sustancia en forma de ofrendas. (5)También estaba el ba, fantasma no físico de la persona, y el akh, espíritu eterno que seguía viviendo después de la muerte y que era resultado de ka y ba combinados. Para que esta combinación ocurriese, el ba debía regresar a la tumba cada noche. Se creía que emprendía esta jornada nocturna bajo la forma de un ave de cabeza humana. Se ha señalado que esta ave de cabeza humana “pudo haber derivado de los búhos que frecuentan las tumbas”. (6)Es fácil entender que el búho espectral a medias atisbado, con su cabeza de forma humana, revoloteando cerca de una tumba al anochecer, pudo haber dado lugar a esta idea de una encarnación aviar del ba.
Grecia
Entre las civilizaciones antiguas, es en la griega Atenas donde el búho alcanzó el cenit de su apreciación como ave simbólica. Fue allí donde sabiduría y búho se convirtieron en sinónimos. Atenas había sido bautizada a partir de su diosa protectora, Atenea o Atena, y el búho era sagrado para ella. Por cientos de años, del siglo VI al I a.C., monedas atenienses eran acuñadas con la imagen de la diosa en una cara y el búho en la otra. Fue esta moneda la que introdujo el concepto de “cara o cruz” que se volvió tan popular en muchas monedas posteriores. Estas monedas griegas eran conocidas coloquialmente como “búhos”, y en su obra Las aves (414 a.C.) Aristófanes bromea diciendo que los búhos plateados son la mejor clase porque “nunca te abandonarán; vivirán en tu casa y harán nido en tu cartera, empollando tus moneditas”.
Se cree que el ave que sirvió de modelo para la moneda ateniense es el mochuelo europeo o mochuelo común (Athene noctua), y se lo representa por lo general en la postura del jeroglífico egipcio, con su cuerpo de perfil y su cabeza mirando de frente. En pocas monedas aparece en cambio en postura frontal con las alas desplegadas.
La moneda griega más conocida en la que aparecía un búho era el tetradracma, la pieza de plata de cuatro dracmas, pero aparecía en monedas de diversas denominaciones, incluyendo el decadracma y los menos valiosos didracmas, dracmas, hemidracma, tetróbolo, dióbolo, trihemióbolo, óbolo, hemióbolo, tritartemorio, trihemitartemorio, tetartemorio y hemiartemorio. (El desafío de discernir el cambio para las compras en el ágora debe haber sido abrumador.) El dracma era una unidad del sistema monetario basado en el peso de la pieza. Un dracma = 4,37 gr. Estas monedas sobreviven incluso hoy, bajo la forma de la moderna moneda griega de un euro, de la que el búho ateniense es la pieza central. En años recientes el búho ateniense también apareció tanto en billetes griegos como en sellos postales griegos. Su fama corre a lo largo y a lo ancho del mundo, y se dice que el presidente estadounidense Theodore Roosevelt solía llevar una moneda con búho ateniense como talismán.
Mochuelo europeo (Athene noctua)
En tiempos antiguos el búho ateniense también aparece en muchos recipientes de cerámica griegos, en especial pequeñas tazas de medida llamadas glaux skyphos (tazas búho) del siglo IV a.C. Se piensa que la presencia de la imagen de un búho en una de las tazas la convertía en la herramienta de medición oficialmente reconocida en la Atenas clásica. Significativamente, hay en el Louvre un pequeño recipiente griego en el que aparece la diosa Atenea en guerra, portando una lanza. La característica peculiar de esta imagen en concreto es que aquí Atenea ha sido transformada casi por completo en la figura de un búho. Los únicos rasgos humanos que sobreviven en ella son sus brazos. Aquí, en lugar de ser el alma de Atenea, el ave se ha convertido en la diosa misma.
La razón para esta asociación estrecha entre Atenea y el búho no parece haber sido registrada con exactitud por los propios griegos antiguos, lo cual ha generado desde entonces interminables debates académicos. Una sugerencia es que Atenea tenía una precursora bajo la forma de la prehistórica Diosa del Ojo mesopotámica. Es conocida para nosotros bajo la forma de idolillos que consisten en poco menos que un cuerpo simple coronado por un enorme par de ojos circulares de mirada fija. Estos ídolos, que datan de 3000 a.C., pueden no haber sido representaciones de los búhos, pero sus ojos de mirada escrutadora bien pueden haber conducido a comparaciones con los ojos de los búhos y, a su manera, haber relacionado a Atenea con esta clase de ave. Un milenio más tarde, en 2000 a.C., pequeños figurines de arcilla de diosas de cabeza de búho se hicieron en gran número en la antigua Siria, de modo que Atenea simplemente pudo haber sido una rezagada en la larga línea de diosas búho de Oriente Medio.
Un punto de vista alternativo sugiere que los búhos eran vistos a menudo volando cerca del gran templo de la diosa, el Partenón en Atenas, y que su presencia allí habría derivado en la adopción del búho como ave sagrada para la diosa. De hecho, estas dos teorías rivales no discrepan y, por cierto, pueden haberse reforzado mutuamente. A propósito, los búhos deben haber sido inusualmente comunes en Atenas porque hay un proverbio acerca de “llevar búhos a Atenas” que tiene el mismo significado que la frase “vender hielo a los esquimales”.
Otra sugerencia, bastante ingeniosa, relaciona al búho con la diosa a través de sus ciclos menstruales. Expresado en pocas palabras, el argumento es el siguiente: el búho es un ave de la luz de la luna. La luna tiene un ciclo lunar. La diosa tiene un ciclo mensual. Por consiguiente, el búho y la diosa están íntimamente ligados. Cuando los registros fácticos faltan, es maravilloso lo que la imaginación humana puede hacer enfrentada a una cuestión desconcertante.
Ascálafo es convertido en búho. Tras haber delatado ante Zeus que Perséfone había comido una granada y por eso debía permanecer en el Hades, ella lo roció con agua del Flegetonte para transformarlo.
Sea cual sea la verdad acerca del vínculo original entre la diosa y el búho, no cabe duda de que el ave era considerada un animal totémico por los atenienses, capaz de traerles buena suerte. En su popular obra Las avispas (422 a.C.), Aristófanes, por ejemplo, menciona el búho ateniense como un buen presagio en la batalla. Cuando Atenea “envió su ave nocturna; y mientras el pequeño búho voló sobre la multitud, nuestros ejércitos concibieron presagios de esperanza y alegría. De modo que con ayuda del Cielo, antes de que el día terminara, gritamos victoria, y nos encaminamos hacia nuestro enemigo”.
De hecho se desarrolló la poderosa creencia de que el aspecto de Atenea en la figura de un búho era un signo crucial que presagiaba que las fuerzas griegas triunfarían en la batalla. Se lo tomaba tan en serio que un general griego solía tener un búho oculto en una jaula entre su equipaje de modo que pudiera liberarlo para que diera vueltas en torno a sus tropas e infundirles así el valor necesario para asegurar la victoria. (7) “¡Ahí va un búho!” era un dicho ateniense que significaba “esos son los signos de la victoria”. (8)
En un período anterior, la ciudad-Estado de Corinto, rival de Grecia, también había utilizado el búho como imagen para algunos de sus recipientes de cerámica, y en el Louvre hay un famoso vaso de perfume (aryballos) protocorintio del siglo VII a.C. con silueta de búho. Tiene una forma curiosa, con la cabeza del búho vuelta hacia un lado, como si el alfarero corintio que la diseñó estuviese aún bajo la influencia egipcia y en cierto modo imitase el jeroglífico del búho, con su cuerpo de perfil y su cabeza girada hacia el espectador.
El búho también figura en la leyenda griega de Ascálafo, un espíritu del inframundo, hijo de Aqueronte y Orfne, que denunció el hecho de que Perséfone había comido una granada en los infiernos. Como se le dijera que sólo podía regresar al mundo de arriba si no comía nada mientras estaba en el inframundo, se la castigó por su desacato y ella se vengó de Ascálafo, convirtiéndolo en búho. Una buena pregunta es por qué sería un hecho tan terrible ser convertido en búho cuando esta ave era tan venerada por los antiguos griegos. La respuesta es intrigante: a saber, que Ascálafo no fue convertido en un búho cualquiera, sino específicamente en un autillo o búho chillón (megascops). El autillo era el animal familiar de Hades, el dios del inframundo, y en términos mitológicos resultaba bastante distinto a la venerada ave de Atenea, el búho pequeño. Ovidio describe al autillo como un “ave repugnante, mal presagio para la humanidad, heraldo de la tristeza”.
Roma
En la antigua Roma la diosa Atenea fue transformada en la diosa Minerva. Cuando los ejércitos romanos subyugaron a los griegos, cooptaron su figura guardiana y, como su diosa romana Minerva tenía virtualmente las mismas cualidades que la griega Atenea, tomaron prestada su ave sagrada y la hicieron propia. Unido a Minerva, sin embargo, al búho no le fue tan bien porque ya había una creencia extendida entre el pueblo romano de que los búhos eran criaturas malévolas y símbolos de muerte.
Una de las populares supersticiones romanas consistía en que las brujas podían convertirse en búhos y lanzarse en picada sobre los bebés dormidos para chuparles la sangre, creencia que empujó al búho al mundo de los vampiros. Si se oía ulular a un búho significaba que una bruja estaba cerca, o que alguien moriría pronto. Se aseguraba que un búho había gritado justo antes de las muertes de Julio César, Augusto y Agripa. Ver un búho a la luz del día era considerado un presagio particularmente malo y, si se podía cazar un búho, se lo mataba y su cuerpo se clavaba en la puerta para proteger la casa de todo daño. En el siglo I de nuestra era, Columela, en su gran obra sobre la agricultura romana, refiere que cuerpos de búhos eran colgados por la gente del campo específicamente para evitar tormentas.
En su gran Historia natural (del año 77), Plinio el Viejo dice del búho que “si es visto volar ya sea en las ciudades, o bien fuera en cualquier parte, no es para bien, sino que pronostica alguna temible desgracia”. Luego registra lo que ocurrió cuando un búho fue observado en el centro de la gran ciudad de Roma. El búho entró “al secretísimo santuario dentro del capitolio en Roma [...] tras lo cual [...] la ciudad de Roma aquel año organizó procesiones generales para aplacar la ira de los dioses y fue solemnemente purgada mediante sacrificios”. (9)Plinio es escéptico acerca de todo esto y, como buen científico, declara: “Yo mismo conozco casos en los que búhos se han posado sobre casas donde no siguió ninguna desgracia”. Es posible, pero quizá los antiguos romanos disfrutaban de la excitación de sus sacrificios purgatorios y de todos los otros rituales de protección que habían creado. Una cosa parece segura, no obstante, y es que en aquellos días lejanos había muchos más búhos instalándose en las casas de los que nunca podríamos ver hoy. Los ruidos de tránsito y la iluminación de las calles los han espantado a todos.
Búho del desierto (Bubo ascalaphus)
Algunos romanos estaban tan convencidos de que el grito del búho anunciaba una muerte inminente que hacían lo que podían para capturar al ave y matarla, con la esperanza de que esto neutralizara la profecía. Aun cuando la infortunada ave estaba muerta, existían temores de que pudiera tener poderes sobrenaturales que le permitieran volver a la vida, de modo que su cuerpo era cremado y sus cenizas arrojadas al Tíber.
Los búhos eran también considerados mensajeros de hechiceros que danzaban sobre las tumbas de los muertos. Es fácil adivinar cómo pudo haber comenzado esta creencia, puesto que los búhos suelen frecuentar cementerios donde, en noches de luna, pueden ser vistos lanzándose en picada sobre un ratón incauto, y el acto de atraparlo con las garras de hecho pudo haber sido interpretado como una especie de danza.
Búhos, o partes suyas, eran utilizados en prácticas mágicas. Se creía que si se podía colocar una pluma de búho sobre el cuerpo de alguien dormido sin despertarlo, uno estaría en condiciones de descubrir sus secretos. Y si uno resultaba estar de viaje, una peligrosa empresa en tiempos antiguos, y tenía tanta mala suerte como para soñar con búhos, estaba a punto de encontrarse con alguna clase de desastre, como un robo o un naufragio.
China
En China la imagen del búho atrajo la atención de una gran civilización que floreció en el segundo milenio antes de Cristo. Los artistas de la dinastía Shang (c. 1500-1045 a.C.) crearon algunas de las más elaboradas y hermosas figuras de bronce que el mundo haya visto. Entre ellas había una cantidad de búhos majestuosos, cubiertos por adornos burilados y dibujos en relieve de una complejidad asombrosa. Se los suele fechar alrededor de 1200 a.C. y toman la forma de encantadoras botellitas de vino llamadas zun. (10)Apoyados con firmeza sobre un trípode hecho con las dos patas y la base de la rígida cola, se cree que estos búhos fueron utilizados durante ceremonias de adoración de los ancestros. Los ojos penetrantes son enormes y la cabeza del búho está coronada con dobles penachos a modo de orejas. Sobre el pecho del búho hay un emblema en relieve de la cabeza de un toro y, muy extrañamente, las alas están formadas a partir de un par de serpientes espiraladas. La espalda del búho está adornada con un par de aves de rapiña con brutales picos curvos. La cabeza del ave es una tapa movible. En el ejemplo que mostramos aquí hay un pomo encima de la cabeza que facilita que se la levante. El pomo mismo está diseñado con la forma de un ave pequeña de largo pico agudo y cresta pequeña. Este pajarito parece brotar de la propia coronilla del búho.
Un número de estas notables figuras de búho fue exhumado de las tumbas de ciudades amuralladas de aquellos antiguos reinos feudales, donde el peso del bronce empleado en su manufactura era con claridad el despliegue ostensible de una sociedad próspera. No han sobrevivido registros de la época que nos capaciten para interpretar con certeza el simbolismo de estos búhos y se han ofrecido sugerencias opuestas para explicar por qué fueron favorecidos. La más plausible de ellas considera a los búhos ubicados en la oscuridad de la tumba para proteger a los ocupantes en su viaje a la vida después de la muerte. Con su habilidad para ver en la oscuridad y matar certeramente, los búhos estarían en condiciones de detectar peligros mejor que cualquier otra forma de vida y lidiar con estos en silencio y con destreza. Luego podrían volar con las almas de los muertos, guiándolos con seguridad hacia el otro mundo. Quizá a las alas diseñadas como serpientes enroscadas se las pensaba como capaces de vencer y abatir en la oscuridad a los espíritus del mal con su veneno letal. Nunca lo sabremos con seguridad, a menos que nuevas excavaciones revelen algún registro por largo tiempo perdido de ese arcaico período.
Alrededor de un milenio más tarde, en la era taoísta, los primeros chinos consideraban al búho no como un sabio viejo amigo, sino como una figura violenta, horrorosa: una malévola ave de presa nocturna. Por alguna razón se lo consideraba un monstruo y también se creía que los pichones arrancaban los ojos a su madre o la devoraban. Si niños chinos nacían en el “día del búho” (solsticio de verano), se les atribuía una personalidad violenta, y se creía que podían llegar a asesinar a su madre.
Botellita de vino con forma de búho (zun), de finales de la dinastía Shang, hacia 1200 a.C.
Fue acaso la personalidad violenta del búho chino lo que condujo a asociarlo con tormentas violentas. En la religión taoísta, Lei-gong, el dios del trueno, era una quimera cuyo cuerpo consistía en una mitad búho y otra mitad humana. Era su deber castigar a los seres humanos culpables de crímenes secretos. El búho chino también aparecía asociado a los relámpagos pues se decía que “aclaraba la noche”, y había una vieja costumbre de colocar una efigie de búho en cada rincón de la casa para proteger al edificio de ser golpeado por un rayo.
América precolombina
El búho aparece con frecuencia en las artes de la antigua América, desde el antiguo arte rupestre de América del Norte a la cerámica pintada del Perú. La cultura mochica en particular, que floreció en el norte de Perú entre los años 100 y 800 de nuestra era, nos ha dejado una amplia variedad de atractivos recipientes de cerámica con forma de búho. Para los mochica, el búho era una importante y compleja presencia simbólica que representaba, por un lado, sabiduría y un curandero mágico y, por el otro, un guerrero involucrado en decapitación ritual y los espíritus de los muertos. Así, en este caso, la eterna contradicción del búho –sabio y malévolo– existió dentro de la misma cultura. En su papel de sabio, era visto como una figura humana que se encontró transformada en su contrapartida animal durante unos ritos nocturnos, como búho sobrenatural, que podía ver mágicamente en la oscuridad. En su papel maléfico representaba un guerrero letal en quien se trazaba una comparación simbólica entre hacer la guerra y cazar una presa.
No resulta sorprendente por lo tanto que, en sus representaciones cerámicas, aparezca bajo estas dos guisas: como él mismo bajo una atractiva forma naturalista, y como un siniestro humano que lleva la máscara de un búho y una capa con forma de alas de búho. A veces la figura enmascarada es mostrada sosteniendo un largo garrote y a veces una cabeza humana y un cuchillo, pues ese es el búho guerrero, el predador, el matador. En un ejemplo el búho transporta a un hombre sobre su ala, interpretado como víctima sacrificial que es llevada al otro mundo a continuación de una matanza ritual. (11)
De modo que para las grandes civilizaciones antiguas, el búho ya jugaba un importante papel en el mito y la leyenda. Desde Babilonia y Egipto en el Oeste Medio, a Grecia y Roma en la temprana Europa, y tan lejos como China y Sudamérica, imágenes de búhos eran laboriosamente forjadas, buriladas y moldeadas, y su nombre estaba indeleblemente incrustado en el folklore local. Es casi inevitable que como consecuencia de esto, para los profundamente supersticiosos, las partes del cuerpo de esta icónica ave hayan sido imaginadas con poderes mágicos, según veremos en el próximo capítulo.
5. Edward Terrace, Egyptian Paintings of the Middle Kingdom, Londres, 1968, p. 26.
6. Faith Medlin, Centuries of Owls, Norwalk, CT, 1967, p. 16.
7. Virginia C. Holmgren, Owls in Folklore and Natural History, Santa Barbara, CA, 1988, p. 31.
8. Edward A. Armstrong, The Folklore of Birds, Londres, 1958, p. 119.
9. Plinius Secundus, The Historie of the World. Commonly called the Naturall Historie, Londres, 1635, tomo I, libro X, pp. 276-277.
10. Robert W. Bagley, Shang Ritual Bronzes, Cambridge, MA, 1987, pp. 114-116, figs. 152-156.
11. Elizabeth P. Benson, The Mochica: A Culture of Peru, Londres, 1972, p. 52.