Читать книгу Búhos - Десмонд Моррис - Страница 7

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Introducción

El búho es una contradicción. Es la más conocida de las aves y la menos conocida de las aves. Pidamos a cualquiera, incluso a un niño pequeño, que dibuje un búho y lo hará sin dudar. Preguntémosle cuándo vio uno por última vez y se detendrá, hará un esfuerzo mental y luego dirá que no lo recuerda. Como ilustración en un libro, sí; como ave en un documental de televisión, probablemente; como preso en una jaula de zoológico, es posible. Pero ¿cuándo vio por última vez un búho vivo en la naturaleza, en su estado natural? Eso es otro asunto.

¿Cómo pudo surgir esta contradicción? Es bastante fácil comprender por qué nos encontramos tan raramente con un búho vivo, pues es un tímido predador nocturno de vuelo silencioso. A menos que salgamos de nuestro camino para avistarlo o hagamos incursiones nocturnas con equipamiento especial, tendríamos pocas posibilidades de encontrarnos con uno cara a cara. Más difícil es entender por qué estamos tan familiarizados con su apariencia, si lo vemos tan poco. La respuesta reside en la singular forma de su cabeza. Al igual que los seres humanos, el búho tiene una cabeza amplia y redonda, con rostro aplanado y un par de enormes ojos penetrantes apartados entre sí. Esto le confiere una inusual cualidad humana que ninguna otra ave puede superar y en la antigüedad a veces se lo refería como el ave de cabeza humana. Nos denominamos a nosotros mismos Homo sapiens, es decir, “hombre que sabe”, y puesto que el búho tiene una cabeza de aspecto humano nos referimos a él como “viejo pájaro sabio”. En realidad el búho no es tan inteligente como el cuervo o el loro, pero pensamos en él como sabio simplemente por su semejanza superficial con nosotros.

Es su mirada humanoide la que nos hace sentir que conocemos al búho. Y es la amplia cabeza y los grandes ojos frontales lo que vuelve imposible para nosotros mirar a un búho sin sentir que estamos en presencia de un familiar aviar de profundos pensamientos. Esto al mismo tiempo nos pone un poco sentimentales con los búhos y nos asusta. Si son tan sabios y, no obstante, salen al morir la noche, es posible que no anden en nada bueno. Al igual que los ladrones acechan a su presa cuando sus víctimas se encuentran más vulnerables. Al igual que los vampiros sólo beben sangre cuando el sol se ha puesto. Quizá, en lugar de sabiduría, sólo haya maldad en el búho.

Si examinamos la historia de nuestra relación con los búhos encontramos que de hecho ha sido con frecuencia tanto símbolo de sabiduría como de maldad. Sabio o malvado, malvado o sabio, la imagen del búho no deja de cambiar. Por varios miles de años estos dos valores icónicos siguieron alternándose y modificándose. Otra de las contradictorias cualidades del muy malinterpretado búho.

En este libro quisiera examinar estos dos aspectos, y también otros. Pues el búho malévolo puede transformarse en búho protector si su violencia imaginada es aprovechada y dirigida contra nuestros enemigos. En la India también fue considerado como vehículo para una diosa, precipitándose desde el cielo, y en Europa hay quienes lo vieron como símbolo de obstinación y quienes lo vieron como emblema de calma frente a una provocación extrema. En el siglo XXI, cuando por fin comenzamos a apreciar la fauna salvaje de nuestro planeta y a preocuparnos por su dramática declinación, también estamos ansiosos por comprender la fascinante biología del búho.

De modo que hay muchos búhos para ser examinados aquí: el búho sabio, el búho malvado, el búho protector, el búho transportador, el búho obstinado, el búho tranquilo y el búho natural. Y han sido muy distintas las épocas y las culturas en las que nuestro interés por los búhos nos llevó a una fascinante colección de mitos, leyendas y objetos, dominados todos por la hipnótica mirada del búho.

Como nota personal, en mis días como conservador de zoológico conocí muchos búhos en cautiverio, y durante esos días en los que viajaba y hacía programas de televisión sobre vida animal conocí muchos más. Pero para ser honesto, supongo que, como usted, me crucé con muy pocos búhos en la naturaleza, en su hábitat natural. Hubo, sin embargo, un encuentro memorable que todavía recuerdo vívidamente en cada uno de sus detalles, aun cuando tuvo lugar hace más de sesenta años, cuando estaba internado en un colegio. Había paseado por el campo cercano al colegio una tarde de verano, y vi algo extraño en un lugar del campo. Me acerqué despacio y en silencio porque podía ver que se trataba de alguna clase de ave, de pie e inmóvil en tierra. A medida que me acercaba seguía sin moverse. Luego, cuando estaba a unos tres metros de distancia, me di cuenta con un repentino sobresalto de reconocimiento que era un búho gravemente herido, cubierto de sangre. Debía haber sido disparado, atrapado en una trampa, enredado en alguna clase de alambre de púas o golpeado por un automóvil en la noche. Sus heridas eran horribles y estaba muriendo lentamente y con gran dolor. No me encontraba al alcance de ayuda veterinaria. ¿Qué debía hacer?

Como no había esperanza de salvarlo, mi decisión fue profundamente desagradable. La opción más fácil era dejarlo solo, pero esto habría significado condenarlo a morir en agonía. Por otro lado, si lo mataba, le estaría acortando su miseria, pero eso requeriría de mí un acto violento contra una víctima indefensa y destruir un ave magnífica. Como pequeño escolar me resultó difícil elegir. Observé al búho y el búho me observó, con sus enormes ojos negros, sin registrar emoción. Debía estar allí hacía horas, esperando morir, y mientras nos mirábamos uno al otro sentí un tremendo apego emocional hacia él y una furia ardiente contra los humanos que, directa o indirectamente, habían causado sus heridas. El año era 1942 y la Segunda Guerra Mundial devastaba Europa. En cierto modo, este búho cubierto de sangre de pie en el rincón de un campo soleado de Wiltshire parecía simbolizar los incontables seres humanos que inevitablemente serían heridos aquel día a lo largo de todo el continente. Cómo odié a la especie humana en ese momento. Decidí que no podía elegir la opción fácil. Busqué una piedra grande, golpeé al búho en la cabeza con ella y lo maté. Terminé con su sufrimiento pero me sentí horrible. Y al día de hoy sigo sintiéndome fatal cada vez que pienso en ese momento. De manera irracional, creo que no me habría sentido tan mal si el ave hubiese sido un faisán herido. Y en eso reside el poder del búho. Sabemos que no es humano, pero su cabeza de forma humana envía señales a nuestro cerebro que nos hacen identificarlo más estrechamente con ella que con aves de rostro agudo. Como bebés respondemos intensamente a un par de ojos maternales que nos miran desde arriba. Estamos genéticamente programados para responder de este modo y no podemos evitarlo. Por eso el búho desencadena una reacción especial en nosotros cada vez que lo miramos y esto nos da una sensación de cercanía con él, si bien, en verdad, no es más que un perfecto extraño.


Autillo bigotudo (Scops trichopsis)

Acaso la razón por la que decidí escribir este libro haya sido intentar reparar el daño infligido a aquel búho herido. Quiero expiarlo haciendo algo por los búhos en general, explicando lo fascinantes que son biológicamente, y lo rico y variado que es su simbolismo y su mitología. En las páginas que siguen haré lo mejor que pueda por ellos.

Búhos

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