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Búhos medicinales
Siglos atrás, antes de que se introdujeran exámenes médicos de carácter científico, muchos animales padecieron muertes innecesarias a manos de curanderos que consideraban que ciertas partes del cuerpo de estas desafortunadas criaturas curarían males diversos. El búho no fue una excepción, y el rango de aflicciones que ciertas partes de su cuerpo supuestamente curaban es absolutamente increíble. Incluso William Shakespeare (1564-1616) contribuyó a esta locura. Las infames brujas que cuecen una preparación mágica en la escena de apertura de Macbeth exclaman:
Ojo de salamandra, un dedo de rana,
lengua de perro y del murciélago la lana,
bífida de culebra, y aguijón de lución,
pata de lagartija y de búho joven un alón.
El gran rival de Shakespeare, Ben Jonson (1572-1637) no podía quedarse atrás. Para cocer una poción, sugería:
Del búho chillón plumas negras y huevos,
la sangre del sapo y de su lomo el hueso.
Un poco antes, en el compendio de saberes médicos y biológicos del siglo XV Hortus sanitatis, se registra que un tratamiento para la locura incluía colocar las cenizas de un búho sobre los ojos del lunático. Este intento de cura se basaba sin duda en el principio de que la sabia visión del búho podría, a su manera, ser infundida en la visión salvajemente distorsionada del loco. En la India una creencia vinculada consideraba la ingestión de huevos de búho una manera de mejorar la visión nocturna. Los indios cheroqui preferían mojar los ojos de sus hijos con agua que contuviera plumas de búho, como manera de darles la habilidad para mantenerse despiertos toda la noche.
Una de las más extrañas creencias médicas, que duró por siglos, era que comer huevos crudos de búho curaría a una persona de su borrachera. En su Speculum mundi del siglo XVII, John Swan comenta: “Hay quienes sostienen que los huevos de un búho, rotos y puestos en la copa de un borracho, o de quien desea seguir bebiendo, hará tal trabajo en él que repentinamente abominará de su buen licor y estará disgustado con la bebida”. (12)Esta creencia, presumiblemente, llegó a darse porque el búho es un ave de aspecto tan estudioso y solemne que se lo creyó epítome de la sobriedad y, por consiguiente, que ponía huevos para mantener la sobriedad. Lo enigmático de todos estos remedios caseros es qué los mantuvo creíbles por tanto tiempo si carecían de mérito; a menos, desde luego, que lo que actuase fuese el poder de sugestión. Una variante del tema de los huevos-de-búho-para-curar-borrachos consideraba la administración de huevos en sucesivos vasos de vino. A simple vista parece haber un defecto básico en esta versión del tratamiento pero entonces, quizá, los huevos hacían que el sabor del vino fuera tan horrible que este método finalmente funcionaba.
Si el borrachín se había extralimitado al punto de que también sufriera de gota, podía curar esta dolorosa afección, se decía, arrancando todas las plumas del cuerpo de un búho, salarlo por una semana, luego colocarlo en un recipiente, taparlo y hornearlo para momificarlo. Este búho momificado era luego molido en un polvo fino y mezclado con grasa de jabalí para elaborar un ungüento. Si se lo aplicaba en el “sitio afectado” del cuerpo del gotoso, este ungüento pronto lo restablecería. Como dijo alguien, afortunado el animal que no posee virtudes medicinales.
La grasa de búho hervido, se decía, era también útil para aliviar el cuerpo de dolores. Un rostro humano paralizado, masajeado con sangre tibia de búho, o con el corazón caliente de un búho, pronto sanaría. La sangre de búho en aceite eliminaría los piojos de la cabeza. El buche desecado y molido del búho curaría los cólicos. La bilis del búho detendría la enuresis. El espinazo del búho en aceite, administrado en gotas por la nariz, acabaría con las migrañas. Y así sucesivamente. Es asombroso que los búhos no se hayan extinguido por todos estos tratamientos absurdos.
Hay más. Una recomendación aún más extraña era la de matar un búho, arrancar su corazón y depositarlo sobre el pecho izquierdo de una mujer dormida. En este contexto el corazón actuaría como una droga de la verdad y haría que la mujer revelase sus más oscuros secretos. Asimismo, se podía llevar consigo el corazón de un búho a la guerra y ser más fuerte en la batalla. O quemar la pata de un búho con la hierba plumbago para protegerse de picaduras de serpientes venenosas. Plinio menciona todas estas supuestas curas en el año 77 de nuestra era, pero también se toma el trabajo de descartarlas como mentiras escandalosas.
En Inglaterra, la gente de Yorkshire solía elaborar una sopa de búho para tratar la tos ferina. Se basaban en la idea de que si un búho podía toser espasmódicamente sin sufrir ningún daño, entonces los beneficios especiales de la sopa de búho, por un proceso de magia simpática, quitarían el dolor al enfermo. En otra región, la sopa de huevo de búho, elaborada durante luna menguante, se consideraba eficaz contra la epilepsia. Puesto que los búhos son tan calmos y compuestos y suelen posarse tan quietos, se creía que los movimientos frenéticos del ataque de epilepsia se calmarían bebiendo su esencia.
Acaso la más extraña de todas las medicinas basadas en búhos sea una creencia alemana que sostiene que uno puede evitar ser mordido por un perro enloquecido y contraer la rabia colocando el corazón y la pata derecha de un búho bajo la axila izquierda. Con esta joya médica hemos entrado ya en el mundo de los Monty Python, pero esto es sólo el comienzo.
Sería posible llenar un libro entero con curas de búho, todas absolutamente inútiles pero empleadas con fervor en siglos previos. Leerlas todas juntas, como hicimos aquí, hace que se agradezca el haber nacido en una época científica donde se llevan a cabo exámenes de control médico antes que administrar cualquier remedio a los ansiosos enfermos. Nunca somos tan vulnerables a las sugerencias como cuando estamos enfermos, y en el pasado esta vulnerabilidad ha sido explotada por curanderos y charlatanes a un límite difícil de creer. También los búhos deben estar agradecidos a la medicina moderna por hacer que las partes de su cuerpo sean menos atractivas. Estaremos talando sus bosques, pero al menos hemos dejado de meternos pedazos suyos bajo las axilas.
12. John Swan, Speculum Mundi, Cambridge, 1643, p. 397.