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Búhos prehistóricos
Sabemos por restos fósiles que los búhos han existido como una raza aparte por al menos sesenta millones de años. Esto los convierte en uno de los más antiguos grupos de aves conocidos y les dio tiempo suficiente para refinar su modo de vida altamente especializado como rapaces nocturnas.
Es sólo durante la última parte de su largo reinado que deben haberse encontrado con esa especie irritantemente intrusiva, el ser humano. Felizmente para ellos, este encuentro habrá sido bastante menos dañino que para muchas otras clases de aves. Raras veces han sido encerrados en diminutas jaulas como tantos pájaros canoros o perseguidos para terminar en la mesa como incontables aves de caza. Pero como toda ave salvaje, han sufrido la humillación de ver sus hábitats destruidos a lo largo de vastos territorios, sus bosques y arboledas diezmados y sus presas envenenadas por pesticidas. A pesar de esos estragos, todavía prosperan a lo largo del mundo y, fuera de los desiertos polares, son pocas las regiones en las que están ausentes.
La primera prueba de la existencia de los búhos conocida por el hombre puede calcularse unos treinta mil años atrás. El descubrimiento de estos indicios es muy reciente. El 18 de diciembre de 1994 tres espeleólogos encontraron una entrada oculta en una caverna subterránea en el sudeste de Francia. Arrastrando fuera los escombros que bloqueaban esta entrada desenterraron un pasaje estrecho. Avanzando apretujados terminaron encontrándose en una vasta caverna, con sus paredes cubiertas por hermosas pinturas prehistóricas. Eran todos los animales que tan bien conocemos del arte rupestre: bisontes, venados, caballos, rinocerontes, mamuts y otros mamíferos de gran tamaño, pero lo más sorprendente de esta caverna recién descubierta fue que, bien al fondo, también se cruzaron con la imagen burilada de un búho.
Es la representación más antigua de un búho que conozcamos hasta ahora. Describe a un ave de cabeza grande, amplia y redondeada de la que se asoman dos erguidos penachos a modo de orejas. Los ojos están presentes aunque algo borroneados y tiene un fuerte pico. Debajo de la cabeza, las alas se muestran claramente con cerca de una docena de líneas verticales que sugieren el plumaje. La altura de esta figura es de unos 33 cm y sus detalles aparecen como líneas blancas grabadas en el ocre amarillo de la pared de la cueva. Las incisiones pueden haber sido hechas por una uña fuerte, aunque con mucha más probabilidad por un simple palito o herramienta similar.
Búho americano (Bubo virginianus)
Por un feliz azar la antigüedad de esta imagen ha sido demostrada por su posición en la cueva. En el centro de la sala en la que se encuentra, llamada sala Hillaire,
hay un enorme cráter, un gran agujero en la tierra que se hundió en la antigüedad. La imagen del búho fue labrada en un saliente por encima de este agujero, en un punto que ahora es imposible de alcanzar para una mano humana. El agujero es de 4,5 m de profundidad y el cráter tiene un diámetro de 6 m. El colapso del suelo de la cueva dejó al búho convenientemente alto y seco, demostrando por sobre toda duda que no se trata de una falsificación moderna.
La primera imagen de un búho ha sido identificada con entusiasmo como la representación de un gran búho cornudo (bubo virginianus). No hay manera de confirmarlo; sólo se puede señalar que en efecto tiene cuernos y que aparece junto a imágenes de mamíferos de la Era del Hielo como mamuts, lo que sugiere que tiene que haber sido un ave muy grande para sobrevivir al frío. Llamarlo entonces “búho cornudo” quizá no sea una sugerencia demasiado caprichosa. Un segundo argumento, sin embargo, se presenta más dudoso. Es el que sostiene que los artistas prehistóricos eran tan buenos observadores que notaron que el búho puede hacer girar su cabeza en un ángulo amplio, y que la imagen pretende captar al ave de espaldas, con su cabeza vuelta para vigilar algo que tiene muy cerca detrás. La razón para este argumento es que se supone que las alas aparecen representadas desde la espalda. Podría ser, pero mucho más plausible es que, como con cualquier niño que dibuja un búho, las alas se muestren así, aun si el ave es observada de frente, como una sencilla manera de enfatizar que se trata de un plumífero.
Más allá de estas nimias objeciones, la única ave en lo que ahora se conoce como Cueva Chauvet, así llamada en honor a uno de sus descubridores, nos ofrece un maravilloso preludio al largo romance que ha existido entre el artista humano y la icónica figura del búho. (1)
Para encontrar las siguientes imágenes de búhos tenemos que movernos al sudoeste de Francia, a las laderas de los Pirineos y a una cueva pintada llamada Trois-Frères. Se llama así por los tres hermanos, hijos del conde Bégouën, que la descubrieron en 1910. Allí, entre pinturas parietales que se remontan a miles de años más tarde que las de la cueva Chauvet, no encontramos uno sino tres búhos. Parece formar un grupo familiar con dos adultos, uno a cada lado del pichón de búho. Han sido identificados como de la familia del búho nival (bubo scandiaca), presumiblemente porque coexisten en las paredes de esta cueva con diversas imágenes de animales de la Edad del Hielo. Si esta identificación es correcta, significa que esta especie vivió mucho más al Sur de donde vive hoy, algo poco sorprendente si consideramos el dramático cambio en el clima. (2)
A unas treinta millas al este de Trois-Frères, también en la falda de los Pirineos, se encuentra la cueva poco conocida de Le Portel. En la primera galería, no lejos de la entrada, está la imagen de un ave que ha sido identificada con un búho, en un sencillo trazo negro, cerca de la de un caballo y un bisonte. Al igual que en la cueva Chauvet, se trata de una imagen solitaria entre numerosos caballos, venados, toros y bisontes. (3)Hay también una supuesta imagen de búho en la pared de una cueva de La Viña en el norte de España y hay tres ejemplos de figuras de búho de la Edad de Piedra completas, dos de Dolní Věstonice en la República Checa, modelada con arcilla y cenizas de hueso, y una de Mas D’Azil en los Pirineos franceses, labrada en el diente de un animal. (4)Y esa es la totalidad de imágenes paleolíticas de búhos.
Lo más frustrante de este puñado de tempranos artefactos es que no tenemos manera de determinar cómo eran vistos por los artistas prehistóricos que los fabricaron. Su misma escasez hace aún más difícil resolver el problema. En comparación, hay literalmente cientos de bisontes, venados, caballos y otros grandes predadores en las paredes de las cuevas de Francia. Parece obvio que estos artistas se sintieran fascinados por aquellos animales. Aportaban la carne que permitía a las pequeñas tribus humanas sobrevivir en el gélido clima de aquel momento. Pero ¿por qué los búhos? ¿Serían un suplemento adicional de la dieta primitiva o habrán poseído un papel simbólico cuya naturaleza nunca conoceremos? Si queremos comprender el simbolismo del búho, tenemos que avanzar hacia representaciones mucho más tardías de estas aves, a épocas en que tenemos una idea más precisa de creencias y supersticiones locales.
1. Jean-Marie Chauve et al., Chauvet Cave: The Discovery of the World’s Oldest Paintings, Londres, 1996, pp. 48-49.
2. Abbé H. Breuil, Four Hundred Centuries of Cave Art, Montignac, Dordogne, 1952, pp. 159 y 162, fig. 123.
3. Ann y Gale Sieveking, The Caves of France and Northern Spain, Londres, 1962, p. 188.
4. Rosemary Powers y Christopher B. Stringer, “Paleolitic Cave Art Fauna”, en Studies in Speleology, II/7-9, noviembre de 1975, pp. 272-273.