Читать книгу Castendolf y los secretos del bosque - Diana Salazar Santamaría - Страница 6

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Capítulo I

PASOS NOCTURNOS

—Ahí está otra vez, ¿lo oís? —preguntó Guigo entre murmullos a sus hermanos.

—No oigo nada —contestó Nolo bostezando—. Estate ya calladito que puedes despertar a nuestro hermano Bayi, y además tienes que dormir, pues solo tienes cinco años, aún eres pequeño y necesitas muchas horas de sueño para poder crecer y hacerte más listo.

—Dormir es aburrido, Nolo. Piensa en lo que pasa en el mundo mientras duermes y todo lo que te estás perdiendo —aseguró Guigo. —Además, ese correteo que oigo por las noches no me deja dormir.

—¿De que correteo hablas? —preguntó Nolo.

—¿No lo oyes?, callémonos y verás —afirmó Guigo.

—Nolo no oía nada, pero intentó disimular su incredulidad, pues tenían el acuerdo en casa de no cuestionar las fantasías de los pequeños, ya que sus padres insistían en que no había nada más fascinante que la imaginación desbocada de los primeros años de vida, que les hacía creer a los niños que todo era posible; ya tendrían suficiente tiempo para ser adultos y racionalizarlo todo, como le estaba pasando a él, que acababa de cumplir doce años.

—De acuerdo, vamos a quedarnos callados a ver si lo oímos –dijo Nolo, mientras abrazaba a su hermanito para tranquilizarlo. Estuvieron un rato callados y atentos, pero, después de varios minutos de silencio, Nolo se cansó de esperar.

—A lo mejor lo que has estado oyendo es un ratón —opinó Nolo—, o un pajarito que se coló en casa en busca de algo para comer.

—¡Ni pajarito, ni ratón! —contestó Guigo, irritado–. Sus pasos son fuertes para ser los de un animal pequeño, pero demasiado suaves para ser los de una persona. Estoy muy asustado, Nolo, pues no sé qué clase de criatura es la que se ha metido en nuestra casa.

Para tranquilizar a Guigo, Nolo le propuso que dieran una vuelta por la casa para confirmar que no había nada raro, pero el pequeño se negó rotundamente a renunciar a la seguridad que le hacían sentir su cama y el escudo protector de las mantas que se echaba por encima de la cabeza cada vez que se asustaba, así que Nolo tuvo que hacer solo la ronda de vigilancia, usando su linterna para evitar encender luces y despertar a sus padres.

Comenzó por revisar que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas, luego miró por debajo de mesas, camas y estanterías, buscó pequeños agujeros en las paredes, y no encontró nada fuera de lo común. Pasó por la cocina para tomarse un último vaso de leche antes de dormir, y entonces encontró algo que le llamó la atención: la puerta de la nevera estaba mal cerrada y el suelo estaba lleno de migas, lo cual no sería raro si no supiera que ninguno de sus dos hermanos había pasado por allí esa noche.

Extrañado, revisó la cocina en busca de algún animalillo tragón, pero no encontró nada, así que se fue a su habitación para intentar descansar. Encontró a Guigo medio dormido y le dio un beso de buenas noches, asegurándole que no había nada raro y que podía dormirse tranquilo, guardándose el secreto de la nevera y las migas para evitar preocuparlo hasta que lograra averiguar lo que estaba pasando.

—De acuerdo –contestó Guigo—, vamos a dormir, pero acuéstate cerca de mí para sentirme protegido y poder cerrar los ojitos con tranquilidad.

—Claro que sí —dijo Nolo mientras acercaba su cama a la de su hermano, para darle la mano y ayudarlo a dormir.

Pocos segundos después, Guigo ya se había dormido, mientras Nolo pensaba en lo feliz que vivía en el bosque con sus padres y sus dos hermanos, lo mucho que los quería, cuánto disfrutaba cada momento que podía compartir con ellos, y en que siempre haría lo que fuera necesario para protegerlos.

Castendolf y los secretos del bosque

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