Читать книгу Castendolf y los secretos del bosque - Diana Salazar Santamaría - Страница 7
ОглавлениеCapítulo II
BUSCANDO PISTAS
Al día siguiente, mientras sus hermanos estaban en la bañera jugando, Nolo estuvo registrando la casa entera en busca de algún indicio que pudiera revelar la identidad del productor de migas. Esta vez su búsqueda fue más profunda, esculcando en los cajones y armarios, levantando las alfombras, corriendo los muebles, buscando nidos de insectos, pero no encontró nada. Fue tanto lo que movió y removió todo, que su madre acabó por preguntarle si había perdido algo importante, a lo cual él respondió evasivamente, para no alarmarla hasta saber lo que estaba pasando.
Como no encontró pistas, Nolo decidió suspender su investigación, y se fue a jugar con Bayi y Guigo al escondite en el frondoso e inmenso bosque que bordeaba el jardín de su casa, y en el que solo tenían permitido entrar durante el día, siempre y cuando fueran los tres juntos. Cuando empezó a anochecer volvieron a casa, ansiosos por devorar las delicias que su madre había preparado y oír la fantástica historia que su padre inventaba cada noche antes de dormir. Mientras algunas noches la historia era acerca de delfines multicolores, caballitos de mar alados u orcas parlantes, otras noches los protagonistas eran monstruos mitológicos, fantasmas tenebrosos o criaturas diminutas que habitaban los bosques, como duendes, elfos, hadas y gnomos, que su padre aseguraba que existían camuflados cerca de ellos.
Terminada la historia, en segundos se quedaron todos dormidos, pero a medianoche Guigo despertó a Nolo zarandeándolo y susurrando con voz angustiada:
—Ahí está otra vez, escucha.
Mientras Nolo intentaba abrir los ojos, le pareció oír una carrerilla que producía un sonido irritante sobre el suelo de madera. Se quedó quieto para confirmar lo que había oído, y solo un instante después volvió a escuchar el correteo, pero un poco más lejano. Se levantó con cuidado y convenció a Guigo para que fueran en busca del intruso, caminando ambos con las puntitas de sus pies para poder pillarlo.
No alcanzaron a entrar a la cocina, cuando fuera lo que fuera que estaba allí zampándose a gusto la tarta de chocolate y frutos del bosque que su madre había horneado, huyó por la puerta trasera que daba al jardín de su casa, y lo hizo con tal rapidez que lo único que Nolo alcanzó a ver fue la sombra de unas puntiagudas orejas de lo que parecía ser un animal de tamaño medio. Salieron persiguiéndolo, pero nuevamente se les escapó dejando tras de sí un rastro de hojas y ramas rotas en su afanoso camino hacia el bosque. Una vez allí, perdieron la pista, pues no se atrevieron a adentrarse en el bosque en medio de la noche.
Al regresar a casa, inspeccionaron con cuidado la cocina en busca de huellas que revelasen la identidad de la atrevida criatura, pero aparte de los trozos de tarta esparcidos por el suelo no hallaron nada, y entonces regresaron a sus camas sin resolver el misterio.
—Perdóname por no haberte creído desde el principio —le pidió Nolo a Guigo mientras lo arropaba.
—No te preocupes —le contestó Guigo—, lo importante es que ahora sabes que es verdad que Castendolf existe y que le gusta venir a nuestra casa.
—¡Castendolf! ¿Qué Castendolf? ¿De qué estás hablando, Guigo? —exclamó Nolo.
—De quien nos visita cada noche —contestó Guigo.
—¿Es que acaso tú alcanzaste a ver u oír algo más que yo? –preguntó Nolo, extrañado.
—Creo que lo vi mejor que tú, porque como soy más pequeño, me agaché un poco y pude verlo por debajo de la mesa de la cocina mientras escapaba, y si sé su nombre, es porque mientras corría por casa esta noche lo oí decir: «Castendolf tiene hambre» —afirmó Guigo, y después de un tremendo bostezo, se quedó dormido abrazado a Nolo, que no tuvo más remedio que tragarse su curiosidad, atormentado por dos preguntas: «¿Qué era eso de Castendolf?» y «¿Sería peligroso?».