Читать книгу Castendolf y los secretos del bosque - Diana Salazar Santamaría - Страница 9
ОглавлениеCapítulo IV
DIBUJANDO A CASTENDOLF
Nolo había olvidado que ese día llegaría tarde a casa, pues el colegio había organizado una excursión por la montaña para que los niños aprendieran a respetar y admirar la naturaleza. A pesar de que ese tipo de expediciones le encantaban, fue incapaz de disfrutarla plenamente por la preocupación de no saber qué estaban tramando sus hermanos. Para cuando pudo llegar a casa, Bayi y Guigo ya habían merendado, jugado y estaban en la bañera. Como su madre podía escucharlos, tuvo que esperar para continuar con su interrogatorio.
Resignado, se fue a su habitación a hacer sus deberes, y al recoger el reguero de papeles y lápices de colores que sus hermanos habían dejado, se encontró con unos curiosos dibujos. Había varios folios llenos de garabatos, pintados por manos infantiles. Todos parecían representar distintas versiones del mismo tipo de criatura, y además el nombre de Castendolf estaba escrito con la letra de Bayi. Tanto en los dibujos con alocados trazos, que parecían ser de Guigo, como en los que eran más precisos, que debían ser de Bayi, aparecían tres rasgos comunes: Unas orejas puntiagudas, unos ojos muy grandes y unas patas enormes.
Nolo tuvo que contenerse para no correr a sonsacarle a sus hermanos información acerca de los extraños dibujos, pero decidió aguantar su curiosidad hasta la hora de dormir, cuando no podrían escapar de sus preguntas. Una vez en la cama, Nolo comentó despreocupadamente:
—Encontré unos dibujos muy bonitos encima de nuestra mesa de trabajo, ¿los hicisteis esta tarde?
—Sí, estuvimos parte de la tarde dibujando —contestó Bayi desprevenidamente.
—¡Ah!, ¿sí? –continuó Nolo—. ¿Y los hiciste tú solito, Bayi, o también te ayudó Guigo?
—Unos los hizo Guigo y otros yo, pero yo fui quién les puso el nombre a todos ellos —contestó Bayi, orgulloso de poder escribir.
—Mmm… —siguió Nolo, intentando disimular su impaciencia—. ¿Y qué es exactamente lo que dibujasteis?
—Pues a Castendolf —contestó Guigo, para no quedar excluido de la conversación entre sus hermanos mayores.
—¿Todos esos dibujos son de Castendolf? —continuó Nolo—. ¿Por qué lo dibujáis tantas veces?
—Porque yo quería explicarle a Guigo cómo es el Castendolf que se aparece en mis sueños, y Guigo quería decirme cómo es el que él ha visto despierto —contestó Bayi.
—¡Qué interesante! –comentó Nolo—. ¿Y cuál fue el resultado de la comparación?
—Pues que a pesar de ser el mismo Castendolf, no siempre lo vemos igual. Pero eso es normal por la habilidad que tienen los duendes para camuflarse –aclaró Bayi, e instantáneamente se tapó la boca al darse cuenta de que había dicho más de lo debido, mientras Guigo le lanzó una mirada de reproche y le gritó: «¡Bocazas!».
—Conque un duende… —dijo Nolo, pensativo—. Entonces, Castendolf es un duende.
—Sí, pero no se lo digas a nadie, por favor, Nolo —suplicó Bayi, angustiado—. Por la seguridad de Castendolf, prometí no decir nada.
Entre sorprendido e incrédulo, Nolo trató de imaginarse qué se traerían entre manos sus hermanos pequeños, y luego se atrevió a comentar:
—Si le hiciste una promesa a la cosa esa es porque has hablado con ella.
Incapaz de estar más tiempo callado, Guigo comentó:
—Ambos hemos hablado con él; Bayi en sus sueños sobre las trufas, y yo anoche después de que te quedaras dormido.
—¿No me digas que te atreviste a volverte a levantar de la cama? ¡Sinvergüenza!—exclamó Nolo.
—¡Pues sí! –contestó Guigo, desafiante—. Tú roncabas como un oso perezoso, y yo volví a despertarme pensando en el intruso que habíamos pillado. Estaba tan asustado que me dio hambre, y traté de despertarte para que me acompañaras a la cocina, pero no logré que abrieras los ojos, así que me atreví a ir solito. Mientras comía unas galletas de chocolate y un yogurt, sentí a alguien mirándome, y entonces me giré y lo vi en la puerta, quietito con cara de hambre y de estar más asustado que yo, así que me atreví a preguntarle quién era y qué quería. Me contó un montón de cosas, pero no te las puedo decir, pues son muy secretas, y sé que se va a enfadar mucho, muchísimo, cuando se entere de que lo traicionamos.
Se quedaron callados todos; Guigo, convencido de que lo peor de lo peor llegaría; Bayi, aterrado ante la advertencia de Guigo; y Nolo, dudando si lo que decían sus hermanos era producto de su incontrolable imaginación, si quizás era un plan de los dos para burlarse de su hermano mayor, o si a lo mejor estaban simplemente diciendo la verdad. Si era solo imaginación de sus hermanos, no le molestaba, pues tenía claro que todos los pequeños pasaban más tiempo en el mundo virtual que ellos crean, que en el real que trataba de imponérseles. La segunda posibilidad ya le fastidiaba un poco, pues no le hacía ninguna gracia ser el foco de burlas de sus hermanos. Pero la que más le inquietaba era la tercera, pues se le ponía la carne de gallina de solo pensar que una misma criatura fuera vista por Guigo estando despierto, mientras se le aparecía a Bayi en sueños, y lo que era aún más escalofriante es que en ambos casos sus hermanos coincidieran sobre su nombre y su aspecto.
Decidido a llegar hasta el fondo del asunto, Nolo les preguntó seriamente a sus hermanos:
—¿Me estáis diciendo la verdad? Es muy importante que me aseguréis, por el amor que nos tenemos, que no me estáis mintiendo, ni tampoco me estáis haciendo una broma.
La pregunta de Nolo se quedó sin respuesta, pues Bayi y Guigo se habían quedado profundamente dormidos. A pesar de que no acababa de entender lo que estaba pasando, Nolo decidió que había llegado el momento de decirle a sus padres lo que contaban sus hermanos, antes de que ocurriese algo que lamentar, pues no le gustaba para nada la posibilidad de que una criatura, de naturaleza desconocida e intenciones poco claras, pudiese estar deambulando por casa a sus anchas; así que fue en busca de sus padres, pero los encontró dormidos, y decidió esperar hasta el día siguiente a la hora del desayuno para poder aclararlo todo.