Читать книгу Identidad Organizacional - Diego René Gonzales Miranda - Страница 10
ОглавлениеNarra el mito griego que Minos, rey de la isla de Creta, debía honrar a Poseidón sacrificándole cada año al más hermoso de los toros de su hato. Sin embargo, en una ocasión el monarca, incapaz de renunciar al animal correspondiente debido a su indecible belleza, tuvo a bien reemplazar al toro por otro ejemplar de inferior condición, creyendo inútilmente que el dios no se percataría del ardid. En venganza, la colérica divinidad de los mares infundió en Pasifae, esposa de Minos, un apetito sexual indomeñable por el toro verdadero.
La reina, en búsqueda de la satisfacción de semejante impulso, se sirvió de un complejo disfraz de vaca confeccionado por Dédalo y halló la forma posible de engañar y seducir al toro para que la poseyera. De esa unión, a todas luces ilegítima, fue concebida una criatura monstruosa con cabeza de toro y cuerpo de hombre cuya naturaleza indomable hizo meritorio que nuevamente Dédalo prestara su auxilio al rey, en este caso para construir con ayuda de su hijo Ícaro, un enorme laberinto que permitiera mantener a buen recaudo a la terrible bestia que sería conocida como Minotauro.
En pago de una antigua ofensa contra Creta, Atenas debía sacrificar catorce vírgenes de ambos sexos cada nueve años, quienes eran devorados por la feroz criatura que habitaba el laberinto. Una de sus víctimas alcanzó a profetizar en su último momento, que en alguno de los grupos llegaría un joven que le daría muerte a la bestia. El vaticinio habría de cumplirse en tiempos del reinado de Egeo, quien ocultó en el lote de vírgenes a su hijo Teseo.
A su llegada a la isla de Creta el príncipe ateniense y la hija del rey Minos, Ariadna, sintieron el uno por el otro el más verdadero de los amores, aquel que solo se da en el intercambio del primer gesto, de la primera mirada. La fuerza de Eros hizo que el hijo de Egeo le confesara a su amada que tenía por misión dar muerte al Minotauro. A sabiendas del destino deparado a su amado, la hermana de la bestia ideó, una vez más con ayuda de Dédalo, la manera de evitar que Teseo se perdiera en el laberinto entregándole una madeja de hilo que lo guiara de regreso hacia la entrada en caso de que Fortuna lo acompañara en su propósito.
Una vez muerto el monstruo a manos de Teseo, el príncipe se hizo a la mar de regreso a Atenas acompañado de Ariadna, mientras que Egeo observaba desde los riscos esperando ver a lo lejos la embarcación. El padre le había hecho prometer a nuestro héroe que, para notificarle la supervivencia y la victoria, habría de cambiar la original vela negra en el mástil por una vela blanca. Empero, en medio de la dicha por el amor y el triunfo, Teseo olvidó cumplir la promesa.
Fue así que Egeo al ver a lo lejos que la nave tenía izada la vela negra creyó que la barca portaba el cadáver de su hijo. El rey de Atenas no soportó su dolor ni su culpa por haberlo enviado hacia las fauces del Minotauro y se arrojó al acantilado para encontrar la muerte en el mar que ahora lleva su nombre.
El barco que traería de regreso a los jóvenes vírgenes con Teseo al mando fue conservado por sucesivas generaciones de atenienses mediante continuas mudas, retoques y recambios, hasta el punto que la embarcación que había llevado y traído a Teseo no contaba ya con una sola de sus tablas, clavos ni bisagras originales.
Esta narración ha permitido la formulación de una impertinente pregunta que apunta al problema de la identidad y que hoy conocemos como la paradoja de Teseo, la cual podría expresarse de la siguiente forma: la barca que ahora vemos en el relato ¿es realmente la barca de Teseo? O como suele ser más reconocida: notificados de las recurrentes reformas que sufrió el navío para su constante reparación, al punto de que en ella no existe ya la más minúscula de las cuñas de madera originales, ¿podríamos decir que se trata de la misma barca?
En otra narración, más cercana en el tiempo, Borges1 nos relata los lamentos de un desdichado llamado Asterión, quien es aquejado de inefable soledad en su enorme casa, de la que promete no volver a salir nunca debido al desprecio de la gente.
A pesar de que la formidable casa de Asterión permanece con las puertas abiertas para, como él mismo afirma, “que entre el que quiera”, el abandonado es acusado de soberbia, misantropía y locura. Para hacer más insufrible el tedio, nuestro protagonista declara ser analfabeto; ante la sucesión interminable de largas noches el desventurado deplora: “Jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer”.
En rescate de esa soledad, de tanto en tanto algunas gentes entran a su casa para que Asterión los libere de todo mal: “Oigo sus pasos o sus voces en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos”.
En cierta ocasión uno de esos visitantes le notifica al sufriente que algún día llegaría su redentor. La dicha por la noticia invade al adolorido: “Desde entonces no me duele la soledad”, dice Asterión, “porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo [...] Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?”.
La narración de Borges nos priva de asistir al encuentro de Asterión con su redentor, y solo nos permite saber el final de la historia:
“El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
—¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo–. El minotauro apenas se defendió”.
Como vemos en este cuento de Jorge Luis Borges, titulado “La casa de Asterión”, la narración se subvierte. Los lectores menos avezados, al no conocer el nombre del Minotauro, nos notificamos con sorpresa de que la terrible bestia de la primera historia es el mismo sufriente que libera de todos los males a los “visitantes” quienes eventualmente acuden hacia él. Advertimos también que la enorme casa es el laberinto construido por Dédalo y que la criatura que en el primer relato nos despierta el más terrible horror, en la segunda narración nos provoca sentimientos de lástima y ternura. De igual manera, nos percatamos de que el príncipe Teseo quien en la primera historia es el furtivo asesino de la bestia, en la segunda se trata del anhelado liberador que redime al sufriente Asterión. Desde un paradigma esencialista la paradoja de Teseo puede ser resuelta de manera afirmativa apelando al concepto de la esencia, es decir, aunque la embarcación no tiene ya ni uno solo de los atributos materiales originales conserva su ontología esencial. Sin embargo, dicha solución es metafísica y poco satisfactoria más allá de la metafísica misma. Por otros caminos, los aportes del profesor Gonzales nos suscitan la idea de que tal vez importa más la construcción narrativa que los atenienses hicieron con las narraciones que ellos mismos habían hecho previamente, en conjunción con las construcciones que otros habían hecho y harán sobre ellos.
Ahora bien, en el presente texto, el profesor Gonzales, después de una juiciosa revisión de la literatura sobre el tema de la identidad organizacional, logra hacer distinción de otros dos paradigmas diferentes al esencialista, a saber, el constructivista y el discursivo, y toma partido por el constructivista como puede advertirse de forma explícita en el título del libro. Su posición encuentra cabida en un tema específico poco atendido en el ámbito de los estudios organizacionales, a saber, lo liminal. En esta determinación se encuentra a mi modo de ver uno de los principales aportes de su trabajo.
Parodiando el famoso apotegma de Sartre, el cual afirma que cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él, podríamos decir que la identidad individual y organizacional es la construcción que un individuo o un grupo organizado va haciendo con sus vivencias propias, pero también con las construcciones que otros van haciendo sobre él.
En ese sentido, de la investigación del profesor Gonzales nos queda claro que la pregunta por el ¿quién soy? es dialógica y, en esa medida, su respuesta necesita de los otros, se construye en interacción de narraciones de la comunidad. En sus propias palabras: “El hombre como ser en relación, lo es en tanto encuentra un tú que lo constituye como persona”.
En “La casa de Asterión” ello es aún más evidente: ¿quién es el verdadero Minotauro: la bestia carnívora y despiadada, o el sufriente y abandonado; aquello que Asterión narra de sí mismo y de su sufrimiento; lo que los atenienses relataban sobre él, o lo que sobre él dijeron Minos, Pasifae, Ariadna y Teseo? O bien: ¿las construcciones que el lector y yo estamos haciendo en este momento?
El recurso a lo liminal nos autoriza a superar el principium tertii exclusi de Aristóteles. La perspectiva liminal aportada por Gonzales nos permite, entre otras cosas, admitir que tal vez la respuesta identitaria de Asterión es el constructo que él mismo haría con todas esas construcciones; o mejor, que el propio Asterión iría haciendo, en un permanente cambio, de forma análoga a lo acontecido con las recurrentes modificaciones de la barca de Teseo. Es así como las identidades personales llevan expectativas de la interacción presente y futura en relación con los otros.
En el presente libro, el problema se ciñe a la desestabilización de la identidad como algo dado y relativamente seguro, y un creciente interés por considerarla como objeto y medio de los esfuerzos de regulación por parte de la administración. El lector porta el resultado de la labor investigativa del profesor Gonzales, trabajo de carácter cualitativo que se realizó bajo la modalidad de estudio de caso en la compañía Comercial Nutresa S. A. S. de Medellín (Colombia) y que, desde la perspectiva crítica y pluridisciplinaria de los estudios organizacionales, se propuso definir la identidad organizacional como un diálogo entre la organización y los mandos medios.
El análisis de dicho diálogo le permitió al profesor avisarse de la identidad organizacional a modo de un proceso liminal, en el cual la conjunción de los factores que intervienen en el proceso configuran un espacio no-estructural en donde el cambio, la resistencia y la constante significación caracterizan la identidad organizacional de los empleados de línea media de la organización estudiada, a saber: el reconocimiento, la trascendencia y la seguridad, vinculados a categorías temporales del pasado, futuro y presente, respectivamente.
Ahora bien, la diversidad de perspectivas teóricas delimita los estudios organizacionales como un campo de conocimiento que se sirve de la panoplia de las ciencias sociales en la búsqueda de comprensión de las dinámicas sociales que son concomitantes al fenómeno organizacional, un campo abierto a múltiples racionalidades, que hacen posible comprender problemas organizacionales, antes que resolver asuntos prácticos específicos de corte operativo y funcional. En ello radica la coherencia con la definición de estudios.
En esa medida el lector encontrará cinco perspectivas teóricas delimitadas por el profesor Gonzales: regulación y resistencia, estabilidad y cambio, construcción identitaria, narración y discurso, audiencia e identidad, además de distintas discusiones en relación con el concepto mismo de identidad organizacional.
El texto expone, además, los procesos de construcción del modelo metodológico y de los sistemas categoriales relacionados con la investigación desde la perspectiva de los estudios organizacionales. Señala las sendas transitadas para construir las categorías de análisis y los sistemas de categorías que permiten dar sentido a los datos obtenidos para responder a los objetivos propuestos. Se trata del proceso metodológico que subyace a toda investigación y que pocas veces se hace explícito, lo que permitirá a otros investigadores tener un referente y alternativas para la realización de su propio proyecto de construcción de sentido, un aspecto primordial –sino el más importante– del proceso de aprendizaje de todo investigador.
Pero, sobre todo, su aporte consiste en correr el velo sobre un problema no advertido hasta el momento, referido al hecho de la casi inexistente relación de trabajos que vinculen el tema de la identidad organizacional con la cultura organizacional, con lo cual uno puede darse por notificado de que la temática de la identidad organizacional se constituirá en sí misma en una corriente de estudios de los estudios organizacionales.
Francisco López Gallego